Afrontemos primero la duda que seguramente tenéis: Loving Pablo es mejor que Narcos. Mucho mejor. La película de Fernando León de Aranoa se puede disfrutar a pesar de que esta historia ya nos la han contado en la serie de Netflix. Ambas ficciones coinciden en varios pasajes, obviamente, estamos ante la misma historia real. Pero esta nueva aproximación a la vida del narcotraficante colombiano Pablo Escobar aporta cosas nuevas, momentos que no vimos en la televisión, la tablet o el ordenador. Momentos espectaculares que en Narcos seguramente ni se plantearon por presupuesto y que en una pantalla de cine lucen muy bien. Loving Pablo tiene secuencias soberbias de acción que nada tienen que envidiar al cine americano. La producción es impecable, la realización vibrante y la recreación de los años 80 y 90 verosímil. Los actores también están muy bien -veréis algunas caras conocidas de Narcos- a pesar de tener que hablar en inglés con acento colombiano. Un reto del que salen bien parados, primero, Javier Bardem, y también Penélope Cruz. Ya sabéis que ambos fueron nominados a los Goyas antes de que pudiéramos ver esta película en España: pues bien, las candidaturas eran merecidas. Bardem está soberbio y absolutamente entregado al retrato de Pablo Escobar. Su increíble transformación no es solo física: su forma de mirar, caminar y hablar cambian completamente. Penélope Cruz tiene un personaje un poco más difícil, en mi opinión, porque se presta a la caricatura. Creo que la actriz sortea el escollo y compone un personaje muy interesante, desde cuyo punto de vista se cuenta la historia: el guión está basado en la novela Amar a Pablo, odiar a Escobar de Virginia Vallejo, periodista que se implicó sentimentalmente con el narco colombiano y cuya vida acabó destrozada por el criminal. Esta caída en desgracia la interpreta Penélope Cruz con convicción, a pesar de que su personaje acaba perdiendo protagonismo ante la altura casi mítica de Escobar. Lo que sí me parece discutible es el recurso de la voz en off -manido en este tipo de películas basadas en hechos reales y usado en la propia serie- que sobrecarga de diálogo a Cruz, obligada a hablar, como ya he dicho, en inglés con acento colombiano. Pero lo verdaderamente destacable de Loving Pablo, lo que la eleva por encima de Narcos, es el retrato de Pablo Escobar Gaviria. Imborrable y sutil la imagen de Bardem, emergiendo de una piscina como si fuera un monstruo marino. Este Escobar es capaz de una violencia salvaje -hay escenas muy duras en la película, como la tortura del perro atado a la espalda de un narco- y es capaz de acciones terroristas, de matar a 400 policías y de poner en jaque a un país entero. El personaje que escribe Fernando León de Aranoa y que interpreta Bardem es el Escobar definitivo, con sus inocentes ideas populistas, su intento de hacer carrera política, los momentos familiares con sus hijos -que incluyen una lección moral de humor negrísimo que recuerda la escena de la hormiga y la cigarra en Los lunes al sol (2002)- y con un arco complejo que, condensado en un largometraje, muestra de forma contundente la degradación moral de un criminal que llegó a convertirse en un monstruo a la altura de los peores genocidas de la historia.
LOVING PABLO -EL ESCOBAR DEFINITIVO
Afrontemos primero la duda que seguramente tenéis: Loving Pablo es mejor que Narcos. Mucho mejor. La película de Fernando León de Aranoa se puede disfrutar a pesar de que esta historia ya nos la han contado en la serie de Netflix. Ambas ficciones coinciden en varios pasajes, obviamente, estamos ante la misma historia real. Pero esta nueva aproximación a la vida del narcotraficante colombiano Pablo Escobar aporta cosas nuevas, momentos que no vimos en la televisión, la tablet o el ordenador. Momentos espectaculares que en Narcos seguramente ni se plantearon por presupuesto y que en una pantalla de cine lucen muy bien. Loving Pablo tiene secuencias soberbias de acción que nada tienen que envidiar al cine americano. La producción es impecable, la realización vibrante y la recreación de los años 80 y 90 verosímil. Los actores también están muy bien -veréis algunas caras conocidas de Narcos- a pesar de tener que hablar en inglés con acento colombiano. Un reto del que salen bien parados, primero, Javier Bardem, y también Penélope Cruz. Ya sabéis que ambos fueron nominados a los Goyas antes de que pudiéramos ver esta película en España: pues bien, las candidaturas eran merecidas. Bardem está soberbio y absolutamente entregado al retrato de Pablo Escobar. Su increíble transformación no es solo física: su forma de mirar, caminar y hablar cambian completamente. Penélope Cruz tiene un personaje un poco más difícil, en mi opinión, porque se presta a la caricatura. Creo que la actriz sortea el escollo y compone un personaje muy interesante, desde cuyo punto de vista se cuenta la historia: el guión está basado en la novela Amar a Pablo, odiar a Escobar de Virginia Vallejo, periodista que se implicó sentimentalmente con el narco colombiano y cuya vida acabó destrozada por el criminal. Esta caída en desgracia la interpreta Penélope Cruz con convicción, a pesar de que su personaje acaba perdiendo protagonismo ante la altura casi mítica de Escobar. Lo que sí me parece discutible es el recurso de la voz en off -manido en este tipo de películas basadas en hechos reales y usado en la propia serie- que sobrecarga de diálogo a Cruz, obligada a hablar, como ya he dicho, en inglés con acento colombiano. Pero lo verdaderamente destacable de Loving Pablo, lo que la eleva por encima de Narcos, es el retrato de Pablo Escobar Gaviria. Imborrable y sutil la imagen de Bardem, emergiendo de una piscina como si fuera un monstruo marino. Este Escobar es capaz de una violencia salvaje -hay escenas muy duras en la película, como la tortura del perro atado a la espalda de un narco- y es capaz de acciones terroristas, de matar a 400 policías y de poner en jaque a un país entero. El personaje que escribe Fernando León de Aranoa y que interpreta Bardem es el Escobar definitivo, con sus inocentes ideas populistas, su intento de hacer carrera política, los momentos familiares con sus hijos -que incluyen una lección moral de humor negrísimo que recuerda la escena de la hormiga y la cigarra en Los lunes al sol (2002)- y con un arco complejo que, condensado en un largometraje, muestra de forma contundente la degradación moral de un criminal que llegó a convertirse en un monstruo a la altura de los peores genocidas de la historia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario