Desde hace ya mucho, el cine estadounidense prefiere ocuparse del lado oscuro del sueño americano y de la cultura del éxito. La rivalidad entre las patinadoras Tonya Harding y Nancy Kerrigan, en los años 90, hizo de ellas la villana y la heroína perfectas para las noticias sensacionalistas, alimentadas por un feo y morboso incidente en 1994. Si la protagonista de esta película hubiera sido Kerrigan, dibujada por los medios como un modelo a seguir, esta historia habría sido muy diferente y seguramente menos interesante. Margot Robbie interpreta en cambio a Harding -está justamente nominada al Oscar por ello- un personaje con muchas aristas, víctima de una madre represora y violenta, de la que intenta escapar con un marido maltratador. Allison Janney también está nominada, como actriz secundaria, por el papel de esa madre, que borda con perfecto equilibrio entre la caricatura y lo repulsivo. Sebastian Stan -el marveliano Soldado de Invierno- da vida al compañero de Tonya, un tío más simple que maligno, pero sobre todo machista y violento. Estos retratos están matizados con falsas entrevistas a los personajes reales, que defienden su inocencia lo mejor que pueden y que incluso desmienten en ocasiones lo que vemos en la ficción. En algún momento, Tonya romperá la cuarta pared para enfatizar o negar lo que ocurre, un mecanismo que agiliza la narración, pero que sobre todo crea una distancia que permite que el humor (negro) sea un ingrediente agradecido sobre los sórdidos hechos que nos cuentan. Entre Tonya, su madre y su pareja, gira prácticamente todo el relato, que abarca la carrera íntegra en el patinaje artístico de la protagonista. Con las características más convencionales del biopic -caracterizaciones extremas para parecerse a los modelos reales, recreación minuciosa de hechos visualizados en informativos, temas pop de la época en la que se sitúa la historia- esta película dirigida por Craig Gillespie, con guión de Steven Rogers, tiene todos los elementos de calidad del buen cine de Hollywood: una historia sólida, bien contada -la edición está nominada al Oscar, con momentos brillantes- además de estupendos actores y una encomiable voluntad de entretener. Pero su verdadero interés radica en la historia real que cuenta, que sirve, precisamente, para desmentir la máxima de que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades. Tonya Harding tiene un talento superior para el patinaje artístico, pero su origen humilde -redneck o white trash- y su actitud rebelde le impidieron alcanzar la auténtica gloria. Contundente el momento en el que, mirando a cámara, nos llama maltratadores a todos. A todos.
YO, TONYA -SUEÑOS SOBRE HIELO
Desde hace ya mucho, el cine estadounidense prefiere ocuparse del lado oscuro del sueño americano y de la cultura del éxito. La rivalidad entre las patinadoras Tonya Harding y Nancy Kerrigan, en los años 90, hizo de ellas la villana y la heroína perfectas para las noticias sensacionalistas, alimentadas por un feo y morboso incidente en 1994. Si la protagonista de esta película hubiera sido Kerrigan, dibujada por los medios como un modelo a seguir, esta historia habría sido muy diferente y seguramente menos interesante. Margot Robbie interpreta en cambio a Harding -está justamente nominada al Oscar por ello- un personaje con muchas aristas, víctima de una madre represora y violenta, de la que intenta escapar con un marido maltratador. Allison Janney también está nominada, como actriz secundaria, por el papel de esa madre, que borda con perfecto equilibrio entre la caricatura y lo repulsivo. Sebastian Stan -el marveliano Soldado de Invierno- da vida al compañero de Tonya, un tío más simple que maligno, pero sobre todo machista y violento. Estos retratos están matizados con falsas entrevistas a los personajes reales, que defienden su inocencia lo mejor que pueden y que incluso desmienten en ocasiones lo que vemos en la ficción. En algún momento, Tonya romperá la cuarta pared para enfatizar o negar lo que ocurre, un mecanismo que agiliza la narración, pero que sobre todo crea una distancia que permite que el humor (negro) sea un ingrediente agradecido sobre los sórdidos hechos que nos cuentan. Entre Tonya, su madre y su pareja, gira prácticamente todo el relato, que abarca la carrera íntegra en el patinaje artístico de la protagonista. Con las características más convencionales del biopic -caracterizaciones extremas para parecerse a los modelos reales, recreación minuciosa de hechos visualizados en informativos, temas pop de la época en la que se sitúa la historia- esta película dirigida por Craig Gillespie, con guión de Steven Rogers, tiene todos los elementos de calidad del buen cine de Hollywood: una historia sólida, bien contada -la edición está nominada al Oscar, con momentos brillantes- además de estupendos actores y una encomiable voluntad de entretener. Pero su verdadero interés radica en la historia real que cuenta, que sirve, precisamente, para desmentir la máxima de que Estados Unidos es la tierra de las oportunidades. Tonya Harding tiene un talento superior para el patinaje artístico, pero su origen humilde -redneck o white trash- y su actitud rebelde le impidieron alcanzar la auténtica gloria. Contundente el momento en el que, mirando a cámara, nos llama maltratadores a todos. A todos.
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