Aaron Sorkin, reputado guionista de El ala oeste de la Casa Blanca, The Newsroom o La red social (2010) -entre otras- presenta con El juicio de los 7 de Chicago su segunda película como director, tras la estupenda Molly´s Game (2017). Estrenada en Netflix, la película de Sorkin se interesa por unos hechos reales -como es habitual en su carrera- narrando el proceso contra 7 activistas que protestaron contra la guerra de Vietnam en 1968. Sorkin se acerca al cine clásico, cumpliendo las constantes de las películas de juicios: conocemos primero el contexto histórico -y político-, conocemos a los acusados, a los fiscales y a los abogados defensores y por último, al juez. Luego, nos encerramos en la sala del juzgado con el tribunal y los protagonistas, donde se vivirán, cómo no, momentos emocionantes. La trama cuenta con varios giros, con momentos en los que la causa parece perdida para los acusados y con golpes de fortuna, revelaciones que devuelven la esperanza de que se hará justicia. Tampoco faltan los flashbacks que arrojan luz sobre la cosa juzgada. Lo que cuenta El juicio de los 7 de Chicago no es un proceso penal: los acusados se sientan en el banquillo por sus ideas, no por haber cometido ningún crimen, como verbaliza uno de los personajes principales. Y creo que el gran error de Sorkin es asumir esa tesis desde el principio y no sembrar ninguna duda sobre la culpa o la inocencia de los siete acusados. Su film es político y es una denuncia, antes que una buena historia. Como guionista, Sorkin es un maestro manejando datos reales y exponiendo información en la pantalla, sus diálogos rápidos y chispeantes son una marca de estilo. Todo esto es suficiente para sostener su película, pero no evita que estemos ante un desarrollo superficial y sin matices. El elenco es espectacular: Eddie Redmayne, Jeremy Strong, John Carroll Lynch, Mark Rylance, Joseph Gordon-Levitt, Michael Keaton y el mejor de todos, Frank Langella como el juez Julius Hoffman. Pero en este reparto coral, ningún personaje tiene aristas interesantes: los buenos sorprenden siendo todavía más buenos y los malos, peores. El mejor ejemplo es el personaje que interpreta Sacha Baron Cohen, un cómico y buen actor, perfecto para el papel, que no convence. Sorkin busca una lectura desde la actualidad, mostrando cómo en Estados Unidos se pueden violar los derechos civiles, cómo el racismo y el conservadurismo llevan al abuso de poder. Pero también mantiene su fe en el sistema: tras los desmanes de la era Nixon, otros presidentes deshicieron las injusticias, como seguramente ocurrirá, tras el mandato de Donald Trump.
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