Decía Jean-Luc Godard que una película debe tener un planteamiento, un desarrollo y un desenlace, aunque no necesariamente en ese orden. El director británico Mark Jenkin -en Indienauta ya hablé de otra película suya, Bait (2019), por la que ganó el Bafta al mejor debut- seguramente está de acuerdo con dicha afirmación, muy presente en Enys Men, una obra que podemos calificar de experimental. La película, rodada en 16 milímetros, sigue el deambular de una mujer (Mary Woodvine) por una isla solitaria -ubicada en Cornualles, de donde es oriundo Jenkin- sin que sepamos a ciencia cierta cuál su cometido. Para disfrutar Enys Men hay que dejarse llevar por sus imágenes: el paisaje es precioso; el formato semiprofesional y analógico aporta un grano que conecta con el cine primitivo y con las películas familiares caseras; la fotografía es estupenda -del propio Jenkin- y juega con tres colores básicos como el rojo, el azul y el amarillo; la música y los sonidos resultan envolventes y muy importantes en una cinta que es prácticamente muda. Con elementos muy interesantes de cine terror que recuerdan a Vampyr (1932) de Dreyer, a la vertiente de cine fantástico presente en Tarkovski y al folk horror, Jenkin hace una puzle que debemos reconstruir para entender la historia. Aunque 'entender' no se la palabra precisa. Los fantasmas del pasado, del presente y del futuro conviven generando imágenes fantastique en una película que, quizás no sea para todos los públicos, pero yo he disfrutado enormemente.
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