-AVISO SPOILERS-
Encarar el remake de RoboCop teniendo en mente la película original de Paul Verhoeven de 1987 es probablemente un ejercicio inútil. Pero quizás, también, inevitable. La primera diferencia es la narrativa de ambas películas. Mientras la original era un ejemplo de concreción que acumulaba una gran cantidad de ideas en 102 minutos, la nueva versión se extiende, se estira, durante 121 minutos para contar, esencialmente, lo mismo.
Porque los "momentos" que forman el esqueleto de ambas RoboCop´s son básicamente los mismos. Un policía, padre de familia, muere y su cuerpo es aprovechado para un experimento llevado a cabo por una gran corporación que pretende revolucionar la seguridad ciudadana. RoboCop hace cumplir la Ley con eficacia al principio, pero enseguida descubre que la corrupción ha llegado a las esferas más altas y acaba enfrentándose a sus propios creadores. Ahora bien, con los mismos cuerpos, las dos películas tienen espíritus diferentes.
Los tiempos han cambiado, y el crimen urbano ya no parece ser un problema tan presente como cuando era un tema capital del actioner de los años 80. La lacra social ha sido sustituida aquí por la preocupación por la seguridad post 11-S enfrentada a la libertad individual. Peligrosos drones patrullando ciudades estadounidenses para evitar que ningún ciudadano se pase de la raya. Pero ¿quién vigila a los vigilantes?
El RoboCop original era Alex Murphy (Peter Weller), un policía obligado a arriesgar la vida en las peores condiciones laborales, con su sindicato siempre al borde de la huelga. El que una empresa utilice su cuerpo tras su muerte, es el máximo sueño de una maquiavélica patronal cyberpunk. En el nuevo RoboCop, el conflicto ya no es de clases -ahora el protagonista es un detective y no un policía de uniforme, ya no es de clase obrera- sino de identidad. Murphy (Joel Kinnaman) pierde su humanidad -la capacidad de decisión y el contacto con su familia- y no se convierte en el policía/obrero perfecto, sino en un producto de marketing en manos de Raymond Sellars (Michael Keaton) el enésimo villano inspirado en Steve Jobs del cine reciente. El nuevo RoboCop lleva unas Google Glass tiene un Facebook de criminales y un Youtube con todos los delitos cometidos por cualquiera. Es ese exagerado acceso a la información lo que le convierte en un policía superior, pero también en algo menos que humano.
En el remake cobra protagonismo el científico creador de RoboCop, el doctor Denett Norton (un esforzado Gary Oldman). Un personaje que prácticamente no existía en la primera versión. Tampoco aparecía, más que como una referencia, la familia de Murphy. Ahora, Clara (Abbie Cornish) lucha por recuperar a su marido. También pierde peso Lewis: Anne (Nancy Allen) en la original, y Jack (Michael Kenneth Williams) en la nueva versión. La compañera de Murphy en la película de 1987 tenía un papel mucho más relevante y como mujer su función era ponerse en contacto con el alma del héroe, perdida debajo de los circuitos cibernéticos. Por último, desaparece un personaje muy importante en la primera película: Detroit (el 3 de Junio es el día de RoboCop en la mayor ciudad de Michigan). En la nueva versión la urbe pierde protagonismo en favor de una idea más global de Estados Unidos, de lo americano, y de la seguridad en peligro por supuestas amenazas externas.
Hay dos elementos más que se echan de menos en el remake: el humor y la violencia. El primero estaba muy presente en el espíritu de la película de Verhoeven, que se podía leer como una parodia del cine de acción ochentero. Justo en ese sentido, el director holandés exageraba la violencia hasta el disparate. El remake elimina casi completamente el humor -estamos en una época en la que Christopher Nolan ha tenido mucho éxito tomándose muy en serio a sus (súper)héroes- y lo poco que hay -la parodia de Fox News que hace Samuel L. Jackson- da más miedo que risa. La violencia ha desparecido también: Padilha utiliza como referencia los videojuegos en una secuencia clave. Pero además, Murphy ya no muere tiroteado, sino en una explosión tras el sabotaje de su coche. Y el arma del héroe ya no dispara balas, sino una especie de dardos eléctricos. No llegamos a ver una gota de sangre.
Por último, la impostada seriedad del nuevo RoboCop lleva a sus autores a eliminar todo lo posible la máscara del protagonista, seguramente para permitir que el actor pueda expresar más emociones. Un acto inútil cuando se quiere transmitir que el personaje ha perdido su humanidad, y que encima le resta la dimensión icónica que la máscara aporta a todo héroe.
Los tiempos han cambiado, y el crimen urbano ya no parece ser un problema tan presente como cuando era un tema capital del actioner de los años 80. La lacra social ha sido sustituida aquí por la preocupación por la seguridad post 11-S enfrentada a la libertad individual. Peligrosos drones patrullando ciudades estadounidenses para evitar que ningún ciudadano se pase de la raya. Pero ¿quién vigila a los vigilantes?
El RoboCop original era Alex Murphy (Peter Weller), un policía obligado a arriesgar la vida en las peores condiciones laborales, con su sindicato siempre al borde de la huelga. El que una empresa utilice su cuerpo tras su muerte, es el máximo sueño de una maquiavélica patronal cyberpunk. En el nuevo RoboCop, el conflicto ya no es de clases -ahora el protagonista es un detective y no un policía de uniforme, ya no es de clase obrera- sino de identidad. Murphy (Joel Kinnaman) pierde su humanidad -la capacidad de decisión y el contacto con su familia- y no se convierte en el policía/obrero perfecto, sino en un producto de marketing en manos de Raymond Sellars (Michael Keaton) el enésimo villano inspirado en Steve Jobs del cine reciente. El nuevo RoboCop lleva unas Google Glass tiene un Facebook de criminales y un Youtube con todos los delitos cometidos por cualquiera. Es ese exagerado acceso a la información lo que le convierte en un policía superior, pero también en algo menos que humano.
En el remake cobra protagonismo el científico creador de RoboCop, el doctor Denett Norton (un esforzado Gary Oldman). Un personaje que prácticamente no existía en la primera versión. Tampoco aparecía, más que como una referencia, la familia de Murphy. Ahora, Clara (Abbie Cornish) lucha por recuperar a su marido. También pierde peso Lewis: Anne (Nancy Allen) en la original, y Jack (Michael Kenneth Williams) en la nueva versión. La compañera de Murphy en la película de 1987 tenía un papel mucho más relevante y como mujer su función era ponerse en contacto con el alma del héroe, perdida debajo de los circuitos cibernéticos. Por último, desaparece un personaje muy importante en la primera película: Detroit (el 3 de Junio es el día de RoboCop en la mayor ciudad de Michigan). En la nueva versión la urbe pierde protagonismo en favor de una idea más global de Estados Unidos, de lo americano, y de la seguridad en peligro por supuestas amenazas externas.
Hay dos elementos más que se echan de menos en el remake: el humor y la violencia. El primero estaba muy presente en el espíritu de la película de Verhoeven, que se podía leer como una parodia del cine de acción ochentero. Justo en ese sentido, el director holandés exageraba la violencia hasta el disparate. El remake elimina casi completamente el humor -estamos en una época en la que Christopher Nolan ha tenido mucho éxito tomándose muy en serio a sus (súper)héroes- y lo poco que hay -la parodia de Fox News que hace Samuel L. Jackson- da más miedo que risa. La violencia ha desparecido también: Padilha utiliza como referencia los videojuegos en una secuencia clave. Pero además, Murphy ya no muere tiroteado, sino en una explosión tras el sabotaje de su coche. Y el arma del héroe ya no dispara balas, sino una especie de dardos eléctricos. No llegamos a ver una gota de sangre.
Por último, la impostada seriedad del nuevo RoboCop lleva a sus autores a eliminar todo lo posible la máscara del protagonista, seguramente para permitir que el actor pueda expresar más emociones. Un acto inútil cuando se quiere transmitir que el personaje ha perdido su humanidad, y que encima le resta la dimensión icónica que la máscara aporta a todo héroe.
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