El Ataque de los clones es para muchos la peor película de Star Wars. Yo solo puedo disentir un poco: creo que es la segunda peor. La ausencia de un personaje fallido como el famoso Jar Jar Binks la coloca por encima de La amenaza fantasma (George Lucas, 1999). Hay además en el Episodio II una dosis inferior de la farragosa trama política que lastraba el Episodio I. Por lo demás, es cuestión de gustos. En la primera entrega de las precuelas teníamos una aventura más infantil -no toméis el término en el sentido peyorativo- con un tono optimista que recuerda a Una nueva esperanza (George Lucas, 1977). El ataque de los clones, en cambio, tiene aspectos que la emparentan con El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), pero obviamente está a miles de parsecs de la calidad de aquella. La película comete, además, dos pecados al desvelar misterios que nadie quería resolver. Vemos aquí la famosa guerra clon -mencionada por Ben Kenobi (Alec Guiness)- y el origen del enigmático Boba Fett. Y como suele ocurrir, ambos asuntos eran mucho más interesantes cuando solo existían en nuestra imaginación.
Valoraciones subjetivas aparte, hay un tema en El ataque de los clones que era inédito en Star Wars: la rabia juvenil. Una rebeldía adolescente que no vimos demasiado en Luke Skywalker (Mark Hamill). El protagonista aquí, Anakin Skywalker (Hayden Christensen), es un rebelde sin causa: en un momento de la película le vemos correr en su speeder bike a toda velocidad. El problema, quizás, es que Lucas no profundiza en el inconformismo de Anakin. Si en la primera trilogía Luke tenía un desarrollo de personaje muy claro hasta convertirse en Jedi, aquí la caída de Anakin al lado oscuro no está narrada demasiado bien. Antes que por el desarrollo de los personajes, Lucas apuesta por la mezcla de géneros. El más cuestionable es sin duda el romántico: la relación entre Anakin y Padmé Amidala (Natalie Portman) solo se salva por el arrebatado tema musical compuesto por John Williams. Pero hay más géneros cinematográficos en el Episodio II, como el cine negro que domina las secuencias en Coruscant y la investigación -casi policial- de Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) tras la pista de la conspiración. Encontramos también un aire de ciencia ficción "clásica" en el planeta acuático Kamino y los extraños clonadores que allí trabajan. Y por supuesto la fantasía -Space Opera- del planeta Geonosis, habitado por insectos que recuerdan a los marcianos de la serie de novelas iniciada por Una princesa de Marte (Edgar Rice Burroughs, 1917) y adaptada luego en John Carter (Andrew Stanton, 2012). Si os fijáis, los bichos son iguales en ambos films.
Hay también algo del western: el clásico, el de John Ford, en el encuentro de Anakin con los moradores de las arenas que han secuestrado a su madre, que parece evocar a los pieles rojas de Centauros del desierto (John Ford, 1956). Pero también del spaguetti western: si el misterioso y silencioso Boba Fett siempre había recordado al "hombre sin nombre" -Clint Eastwood- de la trilogía del dólar de Sergio Leone- aquí, su padre se llama nada menos que Jango Fett (Temuera Morrison) un nombre que remite al personaje Django, aparecido en decenas de westerns, empezando por Django (Sergio Corbucci, 1966) y acabando con Django Desencadenado (Quentin Tarantino, 2012). Recordemos además que Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964) era un plagio de Yojimbo (Akira Kurosawa, 1961) y que la filmografía samurái del maestro japonés inspiró de forma determinante a George Lucas en la primera película de la saga. Se cierra el círculo. Apuntar también en el Episodio II algunos brochazos de otro subgénero italiano, el péplum, en la escena en la que los protagonistas son sacrificados en un coliseo-colmena. Y otro círculo que se cierra: si la primera Star Wars en 1977 nos hacía pensar en videojuegos que todavía no existían -Space Invaders es de 1978- en 2002, Lucas se rinde al medio que domina hoy la industria del entretenimiento y diseña una set piece en la fábrica de droides de la Federación de Comercio que se parece mucho -demasiado- a un juego de plataformas en la línea de Mario Bros. (1983).
Lo que está bien en El ataque de los clones son, como ocurría en La amenaza fantasma, las estupendas set pieces: el continuo movimiento de la trepidante persecución en Coruscant, un planeta-ciudad a medio camino entre Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982); las bombas que lanza la nave Slave I de Jango Fett contra Obi-Wan Kenobi, cuyas explosiones van precedidas de un instante de silencio; el duelo entre estos últimos bajo la lluvia del planeta Kamino; la entrañable presencia de Christopher Lee como el Conde Dooku -claro homenaje a su personaje más famoso, el Conde Drácula- que permite que cada trilogía cuente con su estrella de Hammer Films: Peter Cushing participó en Star Wars (1977).
El clavo ardiendo al que nos aferramos los fans de la trilogía clásica son los ecos de esas películas que encontramos en las precuelas. Cuando Obi-Wan (Ewan McGregor) corta un brazo en un bar de Coruscant recordamos el que Ben Kenobi (Alec Guiness) cortó en la cantina de Mos Eisley. Anakin y Padmé se abrazan antes de saltar al vacío en la fábrica de droides, como lo hicieron Luke y Leia (Carrie Fisher) en la Estrella de la Muerte, en una imagen robada de Simbad y la Princesa (Nathan Juran,1958); Anakin pierde un brazo ante el Conde Dooku -comienza a convertirse en una máquina- como perderá Luke su mano ante él mismo en El imperio contraataca (1980); C3PO (Anthony Daniels) acaba destrozado en piezas, algo que le ha ocurrido repetidamente; la persecución de Obi-Wan a Jango Fett, entre asteroides y recurriendo a la argucia de soltar lastre para perder de vista a su perseguidor es similar a lo que hará Han Solo (Harrison Ford) cuando le pisen los talones el Imperio y precisamente Boba Fett; la comida familiar que comparte Anakin con Owen Lars y Berú nos lleva directamente a Una nueva esperanza (1977), recuperando aquel escenario en Tatooine; y por último, sabemos que la marcha del ejército clon ante la mirada atenta del senador Palpatine (Ian Mcdiarmid) pronto se convertirá en la del Imperio ante el malvado Emperador. Precisamente, para el final de la película, George Lucas renuncia de nuevo a los diálogos y prefiere que John Williams se apodere de la narración con su música. Se contrapone su tema ya clásico, The Imperial March, que acompaña el desfile de soldados clon, a su nueva pieza, Across the Stars, que proporciona emoción a la boda secreta de Anakin Skywalker y Padmé Amidala.
PELÍCULA ANTERIOR: STAR WARS: EPISODIO I -LA AMENAZA FANTASMA
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