Simon Pegg, actor fetiche del director británico Edgar Wright y considerado una autoridad en temas frikis, respondió en una entrevista reciente que la mejor de las precuelas de Star Wars -que por otro lado, odia- es La venganza de los Sith. La razón no es necesariamente una mayor calidad cinematográfica del film, sino su carácter de película-puente con la trilogía clásica. Pegg -que interpreta a Scotty en las nuevas películas de Star Trek- argumenta que lo que ocurre en las precuelas "no le interesa para nada".
Si pudiéramos ponernos en la piel de un espectador "virgen" que no ha visto las películas clásicas, creo que descubriríamos que la historia, lo que cuentan estas primeras películas, no es interesante. Sé que esto es absolutamente subjetivo, pero tengo la sensación de que las precuelas han sido concebidas siempre desde el punto de vista del espectador -nostálgico- de la trilogía clásica. Esto puede resultar obvio, pero siempre me he preguntado qué habría pasado si George Lucas hubiese intentado contar algo nuevo. Lógicamente, había que narrar la historia de Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker, pero ¿era necesario meter -con calzador- a personajes como Chewbacca? Yo creo que no. Tampoco eran necesarias piruetas argumentales como que el padre de Boba Fett fuera el molde para los soldados clon que luego se convertirían en stormtroopers. Ni que Anakin fuera el constructor de C3PO, o Padmé la dueña de R2D2. Si Lucas se hubiese olvidado de todo eso, quizás, habría conseguido una historia menos enconsertada.
Ahora bien, no se puede negar que este Episodio III es un prodigio en lo que respecta a su diseño de producción. Los mundos fantásticos, las criaturas increíbles, la variedad de naves y vehículos, incluso los uniformes de los soldados de la República, todo goza de una riqueza de detalles difícil de igualar que hacen de la película, visualmente, un verdadero derroche. Resalta sobre todo la secuencia que narra la muerte de los caballeros Jedis en varios planetas, todos completamente diferentes. Pero si nos centramos en los personajes, Lucas demuestra sus carencias. Interpretados por actores claramente incómodos, muy tiesos, recitando diálogos sin brillo delante de frías pantallas verdes o cromas. Estos aburridos momentos se intercalan con batallas espectaculares -destaca la batalla aérea del inicio- pero sin la humanidad necesaria para implicarnos emocionalmente en la historia. Estupendos actores como Ewan McGregor y Natalie Portman hacen su mejor esfuerzo para darle vida a escenas que parecen teatro filmado. La comparación con Una nueva esperanza (George Lucas, 1977) que es pura aventura y movimiento, resulta dolorosa.
Al igual que en el Episodio II, Lucas divide la historia en dos. Por un lado, vemos a Anakin (Hayden Christensen) caer finalmente bajo la influencia del senador Palpatine (Ian McDiarmid) en lo que es la trama más estática de la película. Por otro lado, Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) protagoniza la batalla clave contra el General Grievious (Matthew Wood) en lo que constituye la parte más dinámica -y mejor- del film. En el tercer acto, Lucas enfrenta a estos dos personajes, en el duelo más esperado de la saga: por fin vemos al maestro contra el aprendiz. Aunque aquí se consigue una cierta tensión emocional -sobre todo gracias al trabajo de McGregor- la lucha enmarcada, una vez más, sobre decorados digitales acaba resultando fría. La transformación final de Anakin en Darth Vader (James Earl Jones) tiene todo el morbo de la galaxia -y vibra en la misma frecuencia que el Frankenstein (James Whale, 1931) de la Universal- pero se queda a medio camino del aliento épico que debería tener el nacimiento de uno de los personajes más emblemáticos de la historia del cine.
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