No esperéis encontrar en Z, la ciudad perdida un film de aventuras trepidante como las películas de Indiana Jones -por otro lado, estupendas- de Steven Spielberg y George Lucas. Lo que propone el director y guionista James Gray es una aventura, primero, histórica -los viajes expedicionarios de Percival Fawcett en busca de una civilización perdida en el Amazonas- segundo, absolutamente realista, con un tratamiento de las peripecias alejado de lo espectacular y de la set piece hollywoodense; y tercero, de una densidad casi literaria, con tiempos muertos tan importantes como los enfrentamientos con salvajes en la selva, además de varias elipsis que abarcan décadas. El viaje a la Amazonia de Fawcett ocurre a principios del siglo XX, cuando todavía quedaban tierras por explorar. Así, la jungla que nos presentan está poblada por pirañas, caníbales y peligrosas tribus armadas con flechas y lanzas. Pero la mirada sobre estos peligros de serial cinematográfico no es reduccionista, sino humanista: profundiza mostrando aspectos culturales de las tribus salvajes, que acaban resultando admirables. El de Fawcett es un encuentro con otros seres humanos, antes que el mero enfrentamiento con la naturaleza, que no tiene tanto peso como en la visión panteísta de Werner Herzog en Aguirre, la cólera de Dios (1972) y sobre todo en Fitzcarraldo (1982), inspirada en hechos reales -un irlandés decide montar un teatro de ópera en plena selva- que aparecen reflejados también aquí. Por otro lado, este envoltorio de aventura clásica le sirve, en realidad, a Gray para reincidir en los temas habituales de su filmografía. El neoyorkino se ocupó, al principio de su carrera, de dramas criminales situados siempre en su ciudad natal, como Cuestión de sangre (1994), La otra cara del crimen (2000) y La noche es nuestra (2007) que bien podrían formar una trilogía. Two Lovers (2008) cambiaba el elemento criminal por el romántico, pero mantenía el escenario neoyorkino, al igual que El sueño de Ellis (2013), un melodrama de época sobre una joven inmigrante interpretada por Marion Cotillard. Así, Z, la ciudad perdida significa un cambio de registro importante para el autor por su género, sus exóticos escenarios selváticos y sus personajes británicos. Pero Gray no se aleja de los temas recurrentes en sus películas: el héroe insatisfecho y marcado -trágicamente- por su profesión -aquí la carrera militar de Percy Fawcett (Charlie Hunnam)-; una relación romántica -con Nina Fawcett (Sienna Miller)- que debe superar enormes dificultades que escapan a su control; y los conflictos familiares y generacionales -con su hijo, Jack Fawcett (Tom Holland)-. Estos motivos aparecen de nuevo en Z, aportando una profundidad a la historia y a los personajes poco frecuente en un género más enfocado a la acción. En la aventura, el viaje físico de los héroes debe reflejarse en un cambio interior y eso pocas veces ha sido tan cierto como en esta película: el protagonista se siente incómodo en una sociedad civilizada, pero inhumana de tan rígida, además de clasista y racista, por lo que acaba enamorándose de un orden anterior, el de los indios sudamericanos, más cruel, más duro, pero también más justo y noble. Hay una crítica a la colonización, al hombre blanco civilizado que acaba provocando la destrucción del paraíso primitivo. En el desencanto de Fawcett hacia sus congéneres, juega también un papel importante el horror de la guerra en Europa, hechos reflejados en una magnífica secuencia. Por último, la ciudad de Z que busca el explorador protagonista acaba adquiriendo un poder simbólico, un sentido existencial, que justifica su reiterado descenso al infierno verde.
Z, LA CIUDAD PERDIDA: LA LEY DE LA SELVA
No esperéis encontrar en Z, la ciudad perdida un film de aventuras trepidante como las películas de Indiana Jones -por otro lado, estupendas- de Steven Spielberg y George Lucas. Lo que propone el director y guionista James Gray es una aventura, primero, histórica -los viajes expedicionarios de Percival Fawcett en busca de una civilización perdida en el Amazonas- segundo, absolutamente realista, con un tratamiento de las peripecias alejado de lo espectacular y de la set piece hollywoodense; y tercero, de una densidad casi literaria, con tiempos muertos tan importantes como los enfrentamientos con salvajes en la selva, además de varias elipsis que abarcan décadas. El viaje a la Amazonia de Fawcett ocurre a principios del siglo XX, cuando todavía quedaban tierras por explorar. Así, la jungla que nos presentan está poblada por pirañas, caníbales y peligrosas tribus armadas con flechas y lanzas. Pero la mirada sobre estos peligros de serial cinematográfico no es reduccionista, sino humanista: profundiza mostrando aspectos culturales de las tribus salvajes, que acaban resultando admirables. El de Fawcett es un encuentro con otros seres humanos, antes que el mero enfrentamiento con la naturaleza, que no tiene tanto peso como en la visión panteísta de Werner Herzog en Aguirre, la cólera de Dios (1972) y sobre todo en Fitzcarraldo (1982), inspirada en hechos reales -un irlandés decide montar un teatro de ópera en plena selva- que aparecen reflejados también aquí. Por otro lado, este envoltorio de aventura clásica le sirve, en realidad, a Gray para reincidir en los temas habituales de su filmografía. El neoyorkino se ocupó, al principio de su carrera, de dramas criminales situados siempre en su ciudad natal, como Cuestión de sangre (1994), La otra cara del crimen (2000) y La noche es nuestra (2007) que bien podrían formar una trilogía. Two Lovers (2008) cambiaba el elemento criminal por el romántico, pero mantenía el escenario neoyorkino, al igual que El sueño de Ellis (2013), un melodrama de época sobre una joven inmigrante interpretada por Marion Cotillard. Así, Z, la ciudad perdida significa un cambio de registro importante para el autor por su género, sus exóticos escenarios selváticos y sus personajes británicos. Pero Gray no se aleja de los temas recurrentes en sus películas: el héroe insatisfecho y marcado -trágicamente- por su profesión -aquí la carrera militar de Percy Fawcett (Charlie Hunnam)-; una relación romántica -con Nina Fawcett (Sienna Miller)- que debe superar enormes dificultades que escapan a su control; y los conflictos familiares y generacionales -con su hijo, Jack Fawcett (Tom Holland)-. Estos motivos aparecen de nuevo en Z, aportando una profundidad a la historia y a los personajes poco frecuente en un género más enfocado a la acción. En la aventura, el viaje físico de los héroes debe reflejarse en un cambio interior y eso pocas veces ha sido tan cierto como en esta película: el protagonista se siente incómodo en una sociedad civilizada, pero inhumana de tan rígida, además de clasista y racista, por lo que acaba enamorándose de un orden anterior, el de los indios sudamericanos, más cruel, más duro, pero también más justo y noble. Hay una crítica a la colonización, al hombre blanco civilizado que acaba provocando la destrucción del paraíso primitivo. En el desencanto de Fawcett hacia sus congéneres, juega también un papel importante el horror de la guerra en Europa, hechos reflejados en una magnífica secuencia. Por último, la ciudad de Z que busca el explorador protagonista acaba adquiriendo un poder simbólico, un sentido existencial, que justifica su reiterado descenso al infierno verde.
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