Creo que uno puede definirse como persona según considere que los protagonistas de The Florida Project son responsables o víctimas de su precaria situación. La película de Sean Baker -Tangerine (2015)- nos introduce en una comunidad desfavorecida en la que sus habitantes sobreviven con trabajos basura o con las pocas ayudas sociales que se pueden percibir en EE.UU. Marginados que viven en el umbral de la pobreza, bajas colaterales del capitalismo, representado en Disney World. Nunca vemos directamente el famoso parque temático, pero su sombra es pesada: los moteles de mala muerte en los que viven los protagonistas tienen la aspiración de alojar a los visitantes del parque; los comercios -decorados de forma tan hortera como fantasiosa (una enorme naranja, un cono de helado gigante)- subsisten con las migajas de los turistas que pasan por allí; las calles desoladas por las que transitan los personajes han sido bautizadas con nombres emblemáticos de la factoría del ratón. Este escenario de edificios coloridos, en medio de la naturaleza exuberante de Florida, contrasta con la dura realidad social que se nos muestra. El motel Futureland, decorado con motivos scifi retro, pero claramente venido a menos, parece decirnos precisamente que sus habitantes no tienen futuro. Los protagonistas principales de la cinta son niños, pequeños, mal vestidos con camisetas promocionales y chanclas, que corren por la calle sin supervisión de ningún adulto, acostumbrados a desafiar cualquier autoridad, alimentados de comida basura por lo barata que es. Los niños de The Florida Project comen gofres, como la Rosetta de los hermanos Dardenne (1999). Todo esto resulta deprimente, sí, pero la mirada de Sean Baker no juzga. Todo lo contrario, estamos ante una obra vitalista, incluso alegre, cuando persigue juguetona a esos niños (casi) abandonados, Moneee, Scooty, Dicky, Jancey. Entre los adultos que, en teoría, deben educarles, destaca Halley -magnífica Bria Vinaite-. Sabemos que es una mala madre y no por sus tatuajes, piercings, ropa sexy, o porque fume porros, robe,y tenga afición a los selfis y al hip hop. Halley es irresponsable y casi tan inmadura como su hija pequeña, a la que trata como a una amiga. El director Sean Baker mezcla rostros frescos con caras conocidas como Caleb Landry Jones, Macon Blair y un estupendo Willem Dafoe, justamente nominado al Oscar como actor secundario. Todos estos personajes viven en The Florida Project su propia burbuja, de consumismo low cost, en un verano que lamentablemente sabemos que tendrá su fin. La película es dura sin ser trágica, se atraganta a pesar de su ligereza. Utiliza la silueta del castillo de la Bella Durmiente de Disney como símbolo de la mentira capitalista, pero también de la inocencia infantil: en uno de los planos finales, esta película conecta con el mensaje de Verano 1993. Maravillosa coincidencia.
THE FLORIDA PROJECT- TRAGIC KINGDOM
Creo que uno puede definirse como persona según considere que los protagonistas de The Florida Project son responsables o víctimas de su precaria situación. La película de Sean Baker -Tangerine (2015)- nos introduce en una comunidad desfavorecida en la que sus habitantes sobreviven con trabajos basura o con las pocas ayudas sociales que se pueden percibir en EE.UU. Marginados que viven en el umbral de la pobreza, bajas colaterales del capitalismo, representado en Disney World. Nunca vemos directamente el famoso parque temático, pero su sombra es pesada: los moteles de mala muerte en los que viven los protagonistas tienen la aspiración de alojar a los visitantes del parque; los comercios -decorados de forma tan hortera como fantasiosa (una enorme naranja, un cono de helado gigante)- subsisten con las migajas de los turistas que pasan por allí; las calles desoladas por las que transitan los personajes han sido bautizadas con nombres emblemáticos de la factoría del ratón. Este escenario de edificios coloridos, en medio de la naturaleza exuberante de Florida, contrasta con la dura realidad social que se nos muestra. El motel Futureland, decorado con motivos scifi retro, pero claramente venido a menos, parece decirnos precisamente que sus habitantes no tienen futuro. Los protagonistas principales de la cinta son niños, pequeños, mal vestidos con camisetas promocionales y chanclas, que corren por la calle sin supervisión de ningún adulto, acostumbrados a desafiar cualquier autoridad, alimentados de comida basura por lo barata que es. Los niños de The Florida Project comen gofres, como la Rosetta de los hermanos Dardenne (1999). Todo esto resulta deprimente, sí, pero la mirada de Sean Baker no juzga. Todo lo contrario, estamos ante una obra vitalista, incluso alegre, cuando persigue juguetona a esos niños (casi) abandonados, Moneee, Scooty, Dicky, Jancey. Entre los adultos que, en teoría, deben educarles, destaca Halley -magnífica Bria Vinaite-. Sabemos que es una mala madre y no por sus tatuajes, piercings, ropa sexy, o porque fume porros, robe,y tenga afición a los selfis y al hip hop. Halley es irresponsable y casi tan inmadura como su hija pequeña, a la que trata como a una amiga. El director Sean Baker mezcla rostros frescos con caras conocidas como Caleb Landry Jones, Macon Blair y un estupendo Willem Dafoe, justamente nominado al Oscar como actor secundario. Todos estos personajes viven en The Florida Project su propia burbuja, de consumismo low cost, en un verano que lamentablemente sabemos que tendrá su fin. La película es dura sin ser trágica, se atraganta a pesar de su ligereza. Utiliza la silueta del castillo de la Bella Durmiente de Disney como símbolo de la mentira capitalista, pero también de la inocencia infantil: en uno de los planos finales, esta película conecta con el mensaje de Verano 1993. Maravillosa coincidencia.
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