THE WALKING DEAD -CERTIFICADO DE DEFUNCIÓN


The Walking Dead, basada en los cómics creados por Robert Kirkman, heredaba de estos la estupenda premisa de contar lo que pasa después de una película de George A. Romero -a quien se dedica un episodio de esta octava temporada-. La idea era extender infinitamente el escenario post-apocalíptico de La noche de los muertos vivientes (1968), algo que, en realidad, Romero hizo con sus propias secuelas. Esa promesa se ha cumplido, lo que no significa necesariamente que estemos ante una buena serie de televisión. Apoyándose en legiones de fans -que ahora parecen darle la espalda- más que en su calidad, esta ficción ha ido perdiendo fuelle hasta esta octava entrega, la peor de todas en mi opinión. Los elementos que han mantenido a flote a The Walking Dead se han ido desgastando como cadáveres que se pudren hasta quedarse en los huesos. Precisamente, los propios zombies han perdido protagonismo por agotamiento y por la pretensión de los productores de hacer una serie de "calidad" que pueda sostenerse sin su reclamo. El carisma de los protagonistas, especialmente Rick (Andrew Lincoln) y Daryl (Norman Reedus) -este último no existía en los cómics- ha perdido brillo con el paso de los episodios. Sobre todo Rick, cuyo interesante desarrollo le ha llevado de héroe positivo a líder despiadado, para acabar ahora experimentando una redención torpemente ejecutada. Otros personajes han desaparecido por la necesidad de la serie de golpes de efecto periódicos, muertes más o menos justificadas para mantener el interés, sobre todo en los finales de temporada, regla que aquí vuelve a cumplirse con una pérdida importante. Si anteriormente ha jugado en contra de TWD esa pretensión de calidad, que ralentiza la acción, que somete a sus personajes a problemas existenciales, o que lleva a dedicar episodios enteros a secundarios no demasiado interesantes, aquí vemos una agradecida voluntad de ir al grano. También se ha limitado la tendencia a desordenar el relato con flashbacks -aunque en esta temporada aparecen incluso flashforwards- que no hacen que la serie sea mejor, sino más confusa. Y si la llegada de un villano brutal y sádico como Negan (Jeffrey Dean Morgan) devolvió a la creación de Kirkman la emoción perdida, hay que lamentar que cada nueva aparición del villano ha sido menos tensa en esta octava, que analizo con spoilers menores.

1) La muerte de un personaje importante
Hablemos primero del final de la mid-season de esta octava temporada, que se salda, como siempre, con la muerte de un personaje, en este caso, muy importante. Un fallecimiento que, de hecho, sirve para desequilibrar emocionalmente a los que sobreviven -especialmente a Rick, pero también a Negan- en la que probablemente sea la desaparición más relevante y con más consecuencias de lo que va de serie.

2) Más acción y menos comerse el coco
Esta temporada ha tenido menos disgresiones para profundizar en los personajes y una dosis superior de escenas de acción. Nada de episodios centrados en personajes secundarios en escenarios intrascendentes -para eso ya tenemos Fear The Walking Deadsino guiones que van saltando de trama en trama, siempre en el marco de la guerra entre los protagonistas y los Salvadores. La ventaja de esto es que garantiza que en todos los capítulos aparecen Rick y Negan, la rivalidad principal de la serie a estas alturas, cuya tensión debería mantener nuestro interés.

3) Demasiadas vueltas
Lamentablemente, la tensión de la rivalidad Negan/Rick se diluye en sucesivos enfrentamientos que no acaban de resolver nada y que solo estiran el conflicto. Lo mismo ocurre con otros personajes, secundarios, cuyo interés es su ambigüedad: no tenemos del todo claro si Eugene (Josh McDermitt) es un traidor o si Dwigth (Austin Amelio) realmente ha decidido cambiar de equipo. Pero los continuos bandazos que dan estos personajes acaban resultando reiterativos y más o menos predecibles, a pesar del esfuerzo por sorprendernos. En el caso de Dwight, sus idas y venidas entre los dos grupos me parecen excesivas. Por no hablar del cansino del cobarde de Gregory (Xander Berkeley), capturado repetidamente por unos y otros.

4) Negan ya no da miedo
Negan es el personaje que sale peor parado de todos. Tras su espectacular primera aparición, creo que los guionistas no han sabido qué hacer con él, más que retrasar su enfrentamiento final con Rick. Además, la afectada interpretación de Jeffrey Dean Morgan ha acabado haciéndose repetitiva en sus tics. A pesar de algunos buenos momentos, como cuando el personaje prácticamente se confiesa con el padre Gabriel (Seth Gilliam) -luego hablaré del componente religioso de TWD- los giros gratuitos y un desarrollo perezoso degradan al villano: citemos cuando le captura la líder del grupo del basurero, Jadis (Pollyanna McIntosh), por cierto, salida de la nada. Esto da pie a un episodio mal escrito y poco inspirado, en el que se explica de forma decepcionante el origen del bate 'Lucille', arma con mayor capacidad para volver a las manos de su dueño que el martillo Mjolnir de Thor. Antes de esto, hemos sido testigos de cómo Negan idea un plan absurdo, que sin embargo, deviene en uno de los mejores episodios de la segunda mitad de la temporada (luego hablaremos de éste). Pero lo cierto es que Negan ha perdido la gracia hasta su insatisfactorio enfrentamiento final con Rick. Ante la decadencia de Negan, casi prefiero a su esbirro, Simon (Steven Ogg), que deja de obedecerle ciegamente y aporta espontaneidad al argumento, aunque su trama se resuelve también sin demasiada emoción. 


5) Metáforas religiosas
El padre Gabriel es probablemente el peor personaje de la serie. Pero, además, su presencia contamina de religión los significados de esta ficción: hay un episodio dedicado a su búsqueda de la fe (convenientemente sin recompensa). Hay otros guiños religiosos en la temporada: ya conocemos al personaje apodado 'Jesús' (Tom Payne), pero también parece cristiana la historia del bondadoso Carl (Chandler Riggs) y el desconocido que decide rescatar -Siddiq (Avi Nash)- que resulta ser un médico -el milagro que pretendía Gabriel- lo que se puede leer también como un apunte político sobre inmigrantes y refugiados en la era Trump. Mencionemos por último, en la pelea definitiva del capítulo final, la extraña presencia de dos ventanas de iglesia que cuelgan del árbol junto al que se enfrentan Rick y Negan; o la frase probablemente bíblica que suelta el primero: "que la misericordia se sobreponga a mi ira". ¿Es necesario todo esto?

6) El mejor episodio
Do Not Send Us Astray comienza con el mencionado -y absurdo- plan de Negan, que fracasa parcialmente. A continuación, los habitantes de Hilltop duermen tras ganar una batalla -que no la guerra- sin saber que algunos de ellos han sido infectados: por lo que despiertan convertidos en zombies en plena noche. El enemigo dentro. El capítulo restaura al muerto viviente como amenaza, y la serie vuelve a ser -por un momento- un relato de terror, ofreciendo apuntes interesantes: cuando Tobin (Jason Douglas), eterno enamorado de Carol (Melissa McBride), transformado en monstruo, intenta devorarla, convertido en un acosador de pesadilla.

7) Los peores momentos
The Walking Dead ha perdido su rigor narrativo. Parece resuelta con desgano. Mencionemos la falta de tensión cuando Rick y Morgan son capturados por los Salvadores escapados de Hilltop; y la forma gratuita en la que escapan de la horda. Ya en la recta final de la temporada, las trampas y contra-trampas entre Negan y Rick -utilizando a Dwight- son casi infantiles. Por no hablar del esperado enfrentamiento definitivo entre los dos grupos, saldado con un clímax disparatado, nunca mejor dicho. Mencionemos en este sentido el repetido recurso al deus ex machina: la aparición de las mujeres de Oceanside con sus cócteles molotov y sobre todo la revelación de la verdadera estrategia de Eugene en el último momento. Por otro lado, el conflicto interior del pacifista Morgan (Lennie James) llega al paroxismo: sufre unas alucinaciones francamente desesperantes. Su dilema se resuelve de un plumazo cuando el personaje llamado 'Jesús' (Tom Payne) le aconseja qué lado de su característico palo debe utilizar para los vivos y cuál para los muertos. No hay que olvidar tampoco el misterioso embarazo-eterno-sin-tripa de Maggie (Lauren Cohan). Por último, me llama la atención cómo esta serie, a pesar de sus ínfulas, siempre acaba resolviéndose con dos machos alfa pegándose.

8) ¿Hay razones para seguir?
No todo puede ser malo. Resaltemos buenos momentos aislados: ver al tigre de Ezekiel (Khary Payton) luchando contra Salvadores y muertos vivientes; o el derrumbamiento del castillo de naipes que sostenía su reino. También la sorprendente forma en la que Rick, más despiadado que nunca, mata a sus enemigos, faltando una y otra a vez a su "palabra". La idea de las cartas de Carl (Chandler Riggs) utilizadas como McGuffin, no está nada mal. Razonablemente interesantes son esos nuevos personajes que quieren vinilos a cambio de víveres; o la fantasmagórica aparición de un helicóptero. Pero ¿es suficiente?

HAN SOLO: UNA HISTORIA DE STAR WARS -EL BUENO, EL WOOKIEE Y EL MALO


Han Solo compensa su naturaleza de episodio menor en la serie galáctica creada por George Lucas con una sana intención de divertir. Hay que olvidarse entonces de la épica de la saga de los Skywalker, pero también de su gravedad. Creo que esta es la primera secuela de Star Wars (1977) que recupera su tono ligero y aventurero, para siempre representado por la sonrisa de Han Solo a los mandos del Halcón Milenario, acompañado del peludo Chewbacca. Esta precuela/spin-off  sorprende por lo libre que es, precisamente por mantenerse al margen de la historia principal de la famosa space opera. Nadie mejor que Lawrence Kasdan -guionista de El imperio contraataca (1980) y de En busca del arca perdida (1981)- (y su hijo Jon) para escribir un texto que clava a los personajes que ya conocemos, bien canalizados por los nuevos actores. Alden Ehrenreich hace lo que puede para convertirse en un canalla socarrón de buen corazón, Donald Glover está gracioso como Lando Calrissian, Jonas Suotamo nos devuelve al mejor Chewbacca. Luego están los personajes específicos de esta historia, con poco margen para su desarrollo, pero bien defendidos por Emilia Clarke, Woody Harrelson, Thandie Newton y Paul Bettany. Nunca sabremos qué habrían hecho con este material Chris Miller y Phil Lord -La Lego Película (2014)- despedidos por no dar con el tono requerido por los productores para la franquicia. Seguramente habríamos visto una obra con algo más de personalidad. Pero el sustituto, un veterano Ron Howard -que ya hizo Willow (1988) para Lucas- cumple de sobra, aunque sin brillar, y nos regala un paseo por los géneros del cine clásico, desde el noir -la femme fatale que es Emilia Clarke- instalándose en el western -el asalto al tren, los guiños a Sergio Leone y sus pistoleros pícaros- pasando de puntillas por el bélico -las trincheras de Senderos de gloria (1957)- y proponiendo sobre todo aventura (espacial). Para ello, el texto recicla situaciones y frases muy conocidas de la trilogía original -algunas casi calcadas- en su empeño de reconstruir, de forma fetichista, los elementos característicos del personaje central: la pistola, el compañero, el vehículo, las hazañas y hasta el corazón roto. La película vuela alto cuando se desarrolla de forma independiente, pero resulta algo mecánica en su esfuerzo para llegar a un desenlace que encaje con el Episodio IV. Lo que menos me ha convencido es la música de John Powell, que palidece cuando se recuperan los temas conocidos de John Williams, esos que llevamos en el alma, y que levantan la película en volandas. Por último, Han Solo se olvida un poco de la maldad fascista del Imperio, al menos en sus formas estéticas, pero mantiene de fondo el tema de la opresión, la rebelión y la libertad. Porque cuando el que manda es el Mal, los criminales acaban siendo los buenos de la función.

DHOGS -EL FOTÓGRAFO DEL PÚBLICO


Dhogs, primera, interesante, e inusual película del gallego Andrés Goteira, propone un juego con el público que se resume en el plano frontal de unos espectadores en butacas de teatro -o de cine- mirando fijamente hacia la cámara. Esto produce un efecto espejo: el espectador de esta estimulante película se ve obligado a mirar a otro que le mira, es decir, a sí mismo. Este plano se repite durante varios momentos del film -pido perdón si alguien considera esto un spoiler- poniendo en entredicho la intensidad de las escenas dramáticas, de realismo brutal, que quedan desnudas, como la ficción que verdaderamente son. Creo que este juego distanciador nos cuestiona como espectadores pasivos que somos, al asistir a una historia dividida en tres partes, con personajes atrapados en situaciones extremas: una mujer (Melania Cruz) que ejerce su libertad sexual, y acabará sufriendo vejaciones a manos de un depredador y de un paleto con máscara de conejo armado con un rifle. Lo que nos echa en cara Goteira, quizás, es nuestro papel pasivo frente a estas escenas de maltrato a una mujer, mostrándonos cómo las actitudes de un padre voyeur acaban siendo heredadas por su hijo, que transforma la ficción a sus propios códigos. Lo que primero vemos como teatro o cine, el niño lo convierte en un videojuego. ¿Somos culpables? Probablemente sí, pero en parte el director es también responsable al fabricar una película de imágenes intensas, diálogos efectivos -estupendo Carlos Blanco- y un sentido del humor soterrado. Goteira se vale de estrategias de extrañamiento para mantenernos alertas, como el ritmo, la música estridente, una violencia seca y rupturas surrealistas que nos dejan sin asidero. Ganadora del premio a la mejor película en el festival Nocturna de Madrid -además de otros galardones en certámenes internacionales- Dhogs es una ópera prima atrevida que invita a seguir de cerca a este joven gallego.

LOVE -TERCERA TEMPORADA- ¿VIVIERON FELICES?


En su tercera temporada, la serie creada por Judd Apatow, Lesley Arfin y Paul Rust sigue explorando -en clave de comedia romántica indie- las relaciones de pareja. Para ello se vale de situaciones cotidianas con las que cualquiera puede sentirse identificado. La primera temporada era un amplio preámbulo sobre cómo se conocían los protagonistas, Mickey (Gilliam Jacobs) y Gus (Paul Rust); la segunda se refería a los primeros compases de su relación y a los problemas del personaje de ella; y finalmente, aquí estamos ante una pareja consolidada, además de descubrir nuevos aspectos de la personalidad de él.

El primer episodio, Palm Springs Getaway, muestra una de las costumbres más detestables, la de esas parejas que comparten ocio/cena/fin de semana/vacaciones con otras parejas. Normalmente esto se debe a que una de las parejas implicadas, en realidad, no funciona, y necesita enmascarar sus miserias en la compañía de otros. Aquí los insoportables son Bertie (Claudia O'Doherty) y Randy (Mike Mitchell), personajes muy curiosos por la mezcla de ternura y repulsión que despiertan. El episodio tiene la clásica estructura de viaje-desastre-todo va mal, con algunos apuntes cómicos sobre lo incómodo que es compartir la intimidad. 7/10

Winners and Losers explora una idea más original, la de lo que ocurre en la pareja cuando a uno de sus miembros -Mickey- le va bien en su profesión, mientras a su media naranja -Gus- todo le sale mal. Es fácil sentirse identificado con las humillaciones que sufre Gus, obligado a trabajar con compañeros bordes y poco inteligentes. Por otro lado, resulta un cambio refrescante ver a Mickey alejarse de sus traumas. 6/10

Arya and Greg reincide en la visión ácida de la serie sobre el show business, las miserias de la fama, el lado oscuro de las celebrities, y de paso, habla del amor en la época millennial, con su dependencia de instagram y otras redes sociales. 6/10

I´m Sick es el primer capítulo que se centra realmente en Mickey y Gus. Habla de algo tan cotidiano como lo que está en juego cuando el ser amado se pone malo, verdadera prueba de fuego para cualquier relación. La responsabilidad de cuidar al otro, la culpa del enfermo que debe ser atendido, la sensación de que no nos agradecen debidamente nuestro esfuerzo. Eso, algo de vómito, la constatación de que el Gatorade azul es el de peor sabor y la extraña idea de irse de juerga con el actor que hacía de Michael Myers en Halloween. ¿Por qué?  8/10

Bertie´s Birthday es el mejor episodio de la temporada, verdaderamente romántico, fresco y divertido. Bertie, australiana más sola que la una en Los Ángeles, se ve obligada a celebrar su cumpleaños con Chris (Chris Witaske), auténtico loser de buen corazón. Hay sorpresas y la transformación del pesado de Randy en una figura trágica. Lo que le hace todavía más interesante (y patético). 10/10

Directing pisa suelo peligroso al plantear que Gus ha decidido perseguir su sueño de hacer una película, pero en plan amateur y con sus amigos. Por suerte, el argumento no deriva en algo como The Disaster Artist, sino que habla de lo que somos capaces de hacer por los amigos. Pensándolo bien, la película de James Franco también habla de eso. En esa misma temática se mueve la otra trama, creo que más interesante, en la que Mickey intenta demostrar a una pareja amiga -Shaun (Chantal Claret) y Brian (Mark Oliver Everett de Eels)- que ha cambiado y que ha superado sus adicciones y su personalidad autodestructiva. 7/10

Sarah from College propone otra prueba de fuego típica para una pareja: ir juntos a una boda, el evento social más comprometido y vergonzoso de nuestra cultura occidental, al incluir reencuentros, conflictos familiares, discursos de amor cursis, tensión sexual, baile desenfrenado y mucho alcohol. El argumento se centra en el encuentro de Gus con una ex -Vanessa Bayer, ex de SNL- que nos habla de manera profunda sobre la cultura del éxito y propone que nuestras parejas anteriores, en realidad, siempre seguirán formando parte de nuestra vida. El final es estremecedor. 9/10

Stunt Show se ocupa de personajes secundarios, retomando el tema Bertie-Chris. Este último protagoniza un momento bastante alucinante: la recreación en un parque de atracciones de una secuencia de acción de Water World (1995). Frikismo absoluto: Chris recuerda momentos del film que sus compañeros especialistas, ni siquiera han visto. Una segunda trama se ocupa del doctor Greg (Brett Gelman) personaje absolutamente límite que sigue su caída al abismo. 6/10

You´re My Gran Torino recupera uno de los elementos más divertidos de esta serie: la banda de Gus -y amigos- que escribe canciones para películas que no tienen un tema principal. Aquí les vemos en su primer concierto. 7/10

The Cruikshanks es dolorosamente real. Todos sabemos lo complicado que es presentar a una pareja a nuestra familia, introducirla en nuestra miserias, excentricidades y vergüenzas. El argumento se extiende al siguiente capítulo, Anniversary Party, que muestra la violenta situación de una bronca de pareja con los parientes como incómodos testigos. Datos desconocidos, sobre Gus, salen a la luz, lo que le da una dimensión completamente nueva al personaje. 8/10

Finalmente, Catalina, es el último episodio que veremos nunca de Love. No puedo revelar demasiado del argumento para no destripar el desenlace de la serie, pero sí planteo dos preguntas ¿Cuál es el final del amor? ¿Por qué debe la serie acabar aquí su andadura? Yo me he quedado con ganas de más. 8/10

FÉLIX -LA BÚSQUEDA



Es la forma más habitual de contar una historia: primero conocemos a los personajes, nos comprometemos emocionalmente con sus conflictos y con su punto de vista, y luego asistimos a una serie de cosas que les pasan. Lo primero que llama la atención de Félix, serie del cineasta Cesc Gay -Truman (2015)- para Movistar+, es que descubrimos a su protagonista -espectacular Leonardo Sbaraglia- ya comprometido con la búsqueda de una misteriosa mujer llamada Julia. No conocemos a Félix, ni a Julia: de hecho, el primero reconoce no saber tampoco quién es esa de la que se ha enamorado. El primer capítulo de esta serie (de solo seis) es magnífico porque se postula como la pura búsqueda, sin contexto, sin saber nada del protagonista, ni de su objetivo. Esta decisión me parece valiente e interesante: la propuesta es casi abstracta y tiene un punto surrealista. Lo que no tengo tan claro es que funcione más allá de ese ambicioso piloto. Félix se apoya en el enigma, en que nos falta información, lo que nos obliga a seguir al protagonista ciegamente. Otro salto de fe es aceptar que Félix se haya enamorado perdidamente de Julia, sin apenas conocerla. La serie se basa también en la espera: debemos tener paciencia para que cada situación planteada desde una premisa desconcertante, se desarrolle hasta revelar su significado. Y también debemos esperar que cada dato descubierto vaya ocupando su lugar en un puzle que, lógicamente, no estará completo hasta el capítulo final. La cuestión es si hasta entonces hemos disfrutado con lo que nos cuentan. Obviamente, poco a poco, le iremos cogiendo cariño a Félix, personaje peculiar, inocente, tierno, sensible y bondadoso, que desconcierta al principio y se gana el corazón al final. Lo rodean secundarios, algo excéntricos algunos, misteriosos casi todos, que sin embargo aparecen y desaparecen durante un relato que ha terminado recordándome a una road movie, aunque (casi) todo ocurra en Andorra. En la búsqueda de esa Julia referencial, muy presente por su ausencia, secundan al argentino sobre todo Mario (Ginés García Millán) y Óscar (Pere Arquilué), que se reparten el rol de compañeros del atípico héroe. Luego, se asoman una multitud de personajes, apenas definidos en dos o tres frases cada uno, que no tienen demasiada entidad: interpretados por Irene Montalá o un Manuel Burque que sale tres veces. Cesc Gay coloca todo esto sobre escenarios nevados que recuerdan a Fargo -de la que toma prestados los rótulos que aparecen al principio aludiendo a que estamos ante una historia real- y dándole vida a una comunidad cerrada, la de Andorra, retratada con el tono de Twin Peaks, clásico catódico con el que guarda una relación estética y de motivos: tramas de prostitución y contrabando, drogas, lo asiático visto como algo exótico, incluso el carácter fronterizo del escenario. Aunque si la ficción de David Lynch y Mark Frost desvela el lado oculto -y oscuro- de un pueblo en apariencia idílico, aquí no conocemos el pueblo ni sus vecinos, a pesar de la sugerente frase de una policía francesa que asegura que Andorra siempre ha sido escondite de contrabandistas, por lo que allí la gente sigue teniendo secretos. Félix, en mi opinión, se propone como un juego narrativo en el que lo que importa siempre es la siguiente revelación. Un mecanismo habitual en las series actuales. Pero si muchos criticaron Perdidos por esa huida adelante narrativa, no hay que olvidar la riqueza de los personajes de la extraña isla de J.J. Abrams y Damon Lindelof. Aquí no hay flashbacks para darle carne a unos personajes que se mantienen con el peso justo para ser títeres del destino (o de los caprichos del autor). Y si antes he dicho que la forma más tradicional de narrar una historia es contarnos primero quiénes son los personajes y luego lo que les pasa, Cesc Gay decide invertir esto. Solo al final sabremos realmente quién es Julia y veremos a Félix en su entorno habitual. Y esto se hace de una forma soberbia, con un talento poco habitual, en apenas un par de escenas contundentes. Mi gran duda es si no conocemos a estos personajes demasiado tarde, porque antes, nos han importando más bien poco y el desinterés puede adueñarse de algún espectador.

CUSTODIA COMPARTIDA -HISTORIA DE TERROR


Si debe haber una diferencia entre el cine independiente y el de los grandes estudios es su voluntad de riesgo. La francesa Custodia compartida es una película tan incómoda como digna de aplauso por su compromiso con la realidad. El argumento se centra en un espinoso tema que lamentablemente conocemos de sobra: el machismo y la violencia doméstica. El asunto es difícil de abordar por varias razones: estamos expuestos a tragedias reales casi diarias -sobre todo en España- y el tema ha sido objeto ya de varias películas y series. Sería fácil para cualquier ficción caer en el oportunismo, el lugar común, o lo más peligroso, edulcorar el problema -al estilo Hollywood-. En su sorprendente ópera prima, el actor Xavier Legrand sortea estos escollos haciendo un contundente ejercicio de verdad, siendo riguroso en la puesta en escena -seca y funcional- y evitando hacer cualquier concesión para que su película sea más digerible. Estamos ante una obra que lo que pretende es remover la conciencia y por ello busca que salgamos de la sala de cine con muy mal cuerpo. Eso es necesario ante un tema así. Y vaya si lo consigue.

El guión hace un análisis concienzudo de cómo funciona la psicología del machista obsesionado con su expareja, pero más importante es cómo se presentan los mecanismos jurídicos que buscan proteger a mujeres y niños. Mecanismos que, como vemos cada día en las noticias, fallan trágicamente. Legrand no se permite el melodrama y creo que esto lo consigue variando el punto de vista: predomina el de los hijos -fantástico Thomas Gioria- antes que el de la madre/mujer -estupenda Léa Drucker- que suele ser la protagonista -lógicamente- en la ficción sobre la violencia machista. Haciendo esto, Legrand nos descoloca como espectadores y nos somete a la presencia casi continua del maltratador, un inmenso Denis Ménochet, actor al que no le importa interpretar un personaje irredimible. 

Custodia compartida provoca un miedo muy diferente al de una película de terror: no estamos ante el poder de evasión de la fantasía, sino ante el espejo de una realidad que provoca un tremendo desasoiego. El manejo de la tensión durante el metraje es ejemplar, haciéndola crecer paulatinamente hasta un clímax que resulta casi insoportable. Antes, Legran ha sorteado los clichés haciéndonos dudar de lo que vemos y dosificando la información para mantener el interés: somos nosotros los que vamos descubriendo la historia poco a poco. Y cada descubrimiento nos aterroriza más. Solo al final vemos el dibujo completo de los personajes y de su problemática, y esa es la mejor metáfora posible de esta lacra social, porque siempre es demasiado tarde cuando una mujer y sus hijos han sido asesinados. En una jugada que me parece magistral, Legrand cambia el punto de vista una última vez al final de su película, al de una vecina anónima pero clave. Esa vecina somos nosotros. Es nuestra responsabilidad hacer algo.

EXPEDIENTE X -TEMPORADA 11- DESPEDIDA


La temporada número 11 de Expediente X, estrenada 25 años después del piloto, ofrece un posible final para la historia de los agentes Mulder y Scully. Esta tanda de episodios es francamente irregular, con algunos capítulos muy deficientes, pero también con entregas que me han parecido estupendas y hasta me han entusiasmado.

My Struggle III, como su poco original título indica, estamos ante una continuación de los dos episodios que abrían y cerraban la temporada anterior. Escrito y dirigido por el padre de los X-Files, Chris Carter, su principal virtud y su mayor defecto es que parece que no han pasado los años por las aventuras de los agentes del FBI, Fox Mulder (David Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson). Si los dos capítulos antes referidos fueron los peores de esa primera tanda del regreso de la serie a las pantallas de nuestros televisores, este es más de lo mismo. Pero al menos, ya estamos avisados. Carter sigue escribiendo tramas que giran concéntricamente en torno a las conspiraciones del Fumador (William B. Davis), con las que asistimos ahora a una simpática revisión de la historia de Estados Unidos -en plan JFK Caso abierto (Oliver Stone, 1991)- a la que hay que sumar elementos de soap opera -esto casi parece Star Wars (George Luces, 1977)- sobre hermanos perdidos, paternidades ocultas y el mencionado fumador convertido ya en un abuelo Darth Vader. Carter imprime velocidad a su guión -quizás para ocultar carencias- pero el bajo presupuesto se nota -a pesar de una persecución de coches, más bien torpe- y el episodio se reduce a tres escenarios y unos seis personajes. Pero hay un sabor a serie B que no es del todo desdeñable. 6/10

Glen Morgan escribe y dirige This, con la solvencia habitual y con la agradable vuelta de los famosos frikis, los Pistoleros Solitarios. Una de las marcas de estilo de Wong, el uso de un tema musical popular para generar tensión, aparece aquí de nuevo: cuando un grupo de desconocidos se acerca amenazadoramente a la casa de Mulder y Scully, escuchando a Los Ramones -cuyas estupendas canciones aparecen durante todo el episodio, como referente estético y filosófico de Richard Langly (Dean Haglund)-. Por lo demás, Morgan actualiza el escenario político en el que se mueven Mulder y Scully, marcado por la presidencia de Donald Trump: el FBI no está de buenas con la Casa Blanca y hay oscuras relaciones con los rusos. 7/10

Plus One es un episodio estupendo. Vuelve a la estructura clásica de la investigación episódica, con su misterio a desvelar y eso es fantástico. Recupera completamente el tono de la serie que vimos en los años 90. Escrito por Chris Carter y dirigido por Kevin Hooks -sin experiencia previa en Expediente X- el argumento habla de los dobles siniestros o doppelgängers. Tiene momentos inquietantes, un derroche interpretativo por parte de Karin Konoval -espectacular- pero lo más importante es la cariñosa forma de mostrar la relación entre Mulder y Scully, de tener en cuenta toda la historia que hay entre ellos. El momento en el que Dana le pide a Fox que le dé un abrazo, es maravilloso. 9/10


The Lost Art of the Forehead Sweat es otra de esas agradecidas desviaciones paródicas de Darin Morgan, autor de episodios como Jose Chung´s from Outer Space (1996) o el reciente Mulder & Scully Meet the Were-Monster (2016). Estamos ante un capítulo absolutamente delicioso, que recupera el gusto de Morgan por los disfraces locos -Mulder camuflado para perseguir a Pie Grande; el extraterrestre con la estética de los 50-. El argumento se basa en el curioso 'Efecto Mandela': cuando mucha gente dice tener un recuerdo que resulta ser equivocado o falso -buscadlo, la pierna plateada de C3PO me ha volado la cabeza-. Esto le sirve a Morgan para burlarse de las paranoicas teorías conspiratorias de la serie, para hacer un homenaje a The Twilight Zone y de la cultura popular en general, para hablar de las 'Fake News' de la era Trump y, sobre todo, para hacer un comentario crítico sobre la nostalgia: esa gelatina que para Scully es el equivalente a la magdalena mojada en té de Proust, y un examen de conciencia sobre la pertinencia de la resurrección de los Expedientes X. Sensacional. 10/10


Ghouli es un magnífico episodio escrito y dirigido por James Wong -otro veterano de la serie- cuyo planteamiento resulta engañoso: parece hablarnos de la cultura millennial, de redes sociales y leyendas urbanas -como Slender Man- temas en los que Wong tiene experiencia -ha sido responsable de algunas entregas de Destino final-. En realidad, el episodio va de otra cosa, pero hablar de ello significaría un spoiler gigantesco. Apuntemos solo que se afronta un elemento emocional clave en Expediente X, un cabo suelto desde el final de la serie original. Destaquemos el emocionante monólogo de Gillian Anderson y un final sorprendente y redondo. 8/10


Kitten no viene firmado por los autores más conocidos de la serie, aunque tanto guionista como directora tienen experiencia en temporadas anteriores. Quizás por eso este episodio también consigue recuperar las sensaciones de los clásicos, retomando una temática recurrente en la serie de los 90, sobre veteranos de guerra -en este caso Vietnam- y experimentos secretos gubernamentales. La idea detrás de esta temporada es proponer premisas típicas de Expediente X, para luego introducir los conflictos personales de los protagonistas, que dan cuenta de toda la historia que tienen detrás. Aquí, Walter Skinner (Mitch Pileggi) mantiene un bonito intercambio con Mulder y Scully: si bien su carrera en el FBI no despegó por defender a los díscolos agentes, a estos les debe su valentía, idealismo y una rectitud moral que valora bastante más. El capítulo no es el mejor de la serie, pero tampoco el peor. Resaltemos ese casting de Haley Joel Osment. Si ya nos pasamos cada episodio pensando en lo mayores que están nuestros héroes, con el niño de El sexto sentido (1999) ocurre algo similar. 6/10

Rm9sbG93ZXJz podría titularse El ataque de los drones, casi un capítulo de Black Mirror que tiene precedente en otro antiguo episodio sobre inteligencia artificial, Ghost in the Machine (1993). Con un humor sutil, Mulder y Scully se enfrentan a la rebelión de las apps -como en La rebelión de las máquinas (Stephen King, 1986)- en una entrega casi sin diálogos, a la que le falta algo de tensión. Resulta sin embargo simpática y tiene apuntes interesantes: el casoplón de Scully se convierte en una casa embrujada en la que el mal funcionamiento de la tecnología sustituye al poltergeist y Mulder protagoniza la versión dron de la escena más recordada de Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963). 8/10

Familiar es un estupendo episodio que bien podría haber pertenecido a la serie original. Autoconclusivo, presenta un caso, el macabro asesinato de un niño que, lo sabemos nosotros, pero Mulder y Scully lo ignoran, ha tenido unas extrañas alucinaciones con su personaje infantil preferido. La historia no propone nada nuevo, pero conjuga las influencias de la serie: el tono macabro de El silencio de los corderos (1991) en la investigación del asesinato -escena de autopsia incluida-; el misterio situado en un pequeño pueblo, en la onda de Twin Peaks, pero también con ecos de la reciente La caza (2012). Apuntemos además imágenes inquietantes de personajes infantiles y elementos de brujería que sirven para volver a plantear la clásica dinámica entre el creyente Mulder y la escéptica Scully. Como si no hubiera pasado el tiempo. 8/10

Nothing Lasts Forever es uno de esos episodios repugnantes de Expediente X que tanto nos gustaban en los años 90. Lo digo en el sentido de que había capítulos de la serie que se esforzaban en ser desagradables -Leonard, The Flukeman, Eugene Victor Tooms, The Peacock Family- y aquí, el gore, la sangre y el canibalismo están muy presentes gracias a un extraño culto liderado por una estrella televisiva de los años 60, que se enfrenta a una Buffy Cazavampiros inspirada por las películas de Hammer. Esto contrasta con el final intimista entre Mulder y Scully, que los fans de la pareja sabrán apreciar y que resulta muy importante para la serie. 7/10

My Struggle IV cierra la temporada y posiblemente la serie, con Chris Carter, creador de Expediente X, retomando las labores de guión y dirección. Lo que nos lleva a pensar en George Lucas y Star Wars: quizás Carter debería dejar también las riendas de sus personajes en manos más hábiles. Este último capítulo de la ficción que comenzó en 1993 es muy torpe. Carter demuestra de nuevo esa extraña capacidad de generar expectativas, de abrir melones, para luego acabar sin contar nada interesante. Sea como sea, para los fans, este es un episodio obviamente imprescindible y, después de todo, como autor, Carter tiene todo el derecho de acabar su historia en sus propios términos. 5/10

ISLA DE PERROS -EL SEÑOR DE LAS PULGAS


Siempre he temido que Wes Anderson acabe por convertirse en un director 'cupcake', en el que una empalagosa estética domine su vocación narrativa. No digo que este sea el caso de la, muy bonita, Isla de perros, pero sí me atrevo a afirmar que en ella la tendencia esteticista predomina sobre lo contado. Para mí, Anderson hace últimamente un cine de "casa de muñecas", en el que cada plano está primorosamente cuidado en términos de encuadre, fotografía, decorado y vestuario. Quizás por ello, el director de Academia Rushmore (1998) prefiere que los personajes se muevan dentro del encuadre antes que desplazar la cámara para seguirlos. Para esta concepción estética, la animación es el medio perfecto: el director tiene control absoluto para colocar a voluntad todos los elementos que conforman el plano, sobre todo si hablamos de la técnica de stop motion, que utiliza muñecos y elementos reales -en miniatura- que aportan texturas y fisicidad. 

Isla de perros parte de un idea atípica: en Japón, los perros han sido desterrados a una isla por el gobierno. El argumento es sencillo y prácticamente lineal, a pesar de algunos flashbacks que, sin romper demasiado el relato, ponen en contexto a algunos personajes. Pocas sorpresas depara, por tanto, la historia. Lo interesante es, entonces, la apabullante estética antes que la narración, a diferencia de la anterior cinta del director, la maravillosa El Gran Hotel Budapest (2014), quizás autentica cima del cine de su autor, en la que una historia contenía otra, que a su vez revelaba otra y otra más, en una deliciosa estructura de muñecas rusas.

El film que nos ocupa, de todos modos, contiene los elementos característicos de la obra de Anderson: el choque generacional, esos adultos fuera de lugar -perros domésticos obligados a ser callejeros que, sin embargo, siguen discriminando al chucho- el sabor literario, aquí, inevitablemente, de cuento para niños. Eso sí, esta es quizás la historia más claramente política del autor de Fantástico señor Fox (2009), en la que los malos son los adultos, como siempre, pero ahora también son unos gobernantes corruptos, que orquestan oscuras conspiraciones. No podía faltar el peculiar humor de Anderson y amigos -Roman Coppola y Jason Schwartzman- entre inocente y negrísimo, lo que evita que esto sea un producto estrictamente para niños. En el mismo sentido, destaquemos el efecto distanciador de las voces de los perros animados, interpretados por actores de sobra conocidos, como Bryan Cranston, los habituales Edward Norton, Bill Murray, y Jeff Goldblum, o Greta Gerwig, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Harvey Keitel y hasta Yoko Ono. Recomendable para amantes de la animación y del propio Wes Anderson.

VENGADORES: INFINITY WAR -UNIVERSO COMPARTIDO


No se puede afrontar el análisis de Vengadores: Infinity War como si fuera una película más. Ni siquiera es una secuela al uso. Es el crossover más ambicioso de la historia del cine, al menos en términos cuantitativos. Estamos hablando de una obra que reúne a personajes que han protagonizado 18 films previos, desde Iron Man (2008) hasta Black Panther (2018). Diez años de historias y de pequeños pasos para construir la llegada de un gran enemigo, Thanos (Josh Brolin) quien, por fin, se convierte en el villano principal de la función. Este Universo Marvel Cinemático incluye, además, varias series de televisión. Sobre todo Agentes de S.H.I.E.L.D y Agent Carter han estado vinculadas a las películas, pero también las ficciones de Netflix como Jessica Jones o Daredevil comparten universo aunque de manera tangencial. Este proyecto narrativo solo tiene un precedente, el de los propios cómics de Marvel que, en los años 70 y 80 -sobre todo- hicieron del crossover y del universo compartido una de sus señas de identidad y su gran reclamo. Los lectores de tebeos de superhéroes estamos muy acostumbrados a esta estructura de río: el relato se bifurca en afluentes infinitos sin un desenlace definitivo -series como Perdidos y Fringe han hecho algo similar en televisión-. Son ficciones que se reinventan constantemente -los comic books tienen nuevos números "1" cada pocos años- pero que mantienen vivo un 'fondo de armario'  de décadas de personajes e historias. Dicho esto, nos encontramos con el gran escollo para el análisis: la experiencia no será igual para el que haya visto los films antes citados que para el espectador casual. A nadie se le ocurriría ver el final de Juego de Tronos sin conocer antes la serie y el que haya seguido varias temporadas no se perderá el desenlace. Así, esta película de Marvel Studios será imprescindible para el fan, independientemente de que las críticas sean favorables o destructivas.

Dicho todo esto, esta tercera entrega de Los Vengadores -la primera sin Joss Whedon- solo es posible porque su nutrido elenco de personajes ya ha sido presentado, desde el recién llegado Spider-Man hasta héroes que han evolucionado, como el Capitán América, Iron Man o Thor. Esto permite entrar directamente en la acción -de escala épica, pero tratada con humor cotidiano- que se divide en varios frentes repartidos por grupos de personajes. El gran acierto es disfrutar de la interacción entre los héroes de las diferentes películas, que no habíamos visto juntos. Pero, en general, se mantienen las constantes de cada film, con sus señas de identidad. La película ofrece tres tipos de cosas casi sin parar: batallas de efectos especiales espectaculares -que suplen las carencias como directores de los hermanos Russo, más televisivos que inspirados- golpes de humor muy de agradecer -los actores aportan el carisma y la gracia a un guión lineal- y fan service: guiños a la franquicia, a los tebeos, a todo lo que mola. Esta combinación es prácticamente imbatible, pero, además, la historia sorprende elevando por primera vez a un villano Marvel a la altura de sus héroes: Thanos, a pesar de ser CGI, tiene consistencia. Si hasta ahora, en cada entrega habían presentado a un nuevo superhéroe, esta es, sin duda, la película del titán loco. Vengadores: Infinity Wars es capaz de detenerse en un gag de Drax (Dave Bautista); de ser hermosa en sus escenarios de sci fi; de sorprender con estrellas invitadas -hay una, impagable, que encima me parece puro Jack Kirby- y con regresos inesperados; es capaz de matar a personajes realmente queridos y de un final arriesgado en su naturaleza anticlimática. El evento cinematográfico del año.