Es la forma más habitual de contar una historia: primero conocemos a los personajes, nos comprometemos emocionalmente con sus conflictos y con su punto de vista, y luego asistimos a una serie de cosas que les pasan. Lo primero que llama la atención de Félix, serie del cineasta Cesc Gay -Truman (2015)- para Movistar+, es que descubrimos a su protagonista -espectacular Leonardo Sbaraglia- ya comprometido con la búsqueda de una misteriosa mujer llamada Julia. No conocemos a Félix, ni a Julia: de hecho, el primero reconoce no saber tampoco quién es esa de la que se ha enamorado. El primer capítulo de esta serie (de solo seis) es magnífico porque se postula como la pura búsqueda, sin contexto, sin saber nada del protagonista, ni de su objetivo. Esta decisión me parece valiente e interesante: la propuesta es casi abstracta y tiene un punto surrealista. Lo que no tengo tan claro es que funcione más allá de ese ambicioso piloto. Félix se apoya en el enigma, en que nos falta información, lo que nos obliga a seguir al protagonista ciegamente. Otro salto de fe es aceptar que Félix se haya enamorado perdidamente de Julia, sin apenas conocerla. La serie se basa también en la espera: debemos tener paciencia para que cada situación planteada desde una premisa desconcertante, se desarrolle hasta revelar su significado. Y también debemos esperar que cada dato descubierto vaya ocupando su lugar en un puzle que, lógicamente, no estará completo hasta el capítulo final. La cuestión es si hasta entonces hemos disfrutado con lo que nos cuentan. Obviamente, poco a poco, le iremos cogiendo cariño a Félix, personaje peculiar, inocente, tierno, sensible y bondadoso, que desconcierta al principio y se gana el corazón al final. Lo rodean secundarios, algo excéntricos algunos, misteriosos casi todos, que sin embargo aparecen y desaparecen durante un relato que ha terminado recordándome a una road movie, aunque (casi) todo ocurra en Andorra. En la búsqueda de esa Julia referencial, muy presente por su ausencia, secundan al argentino sobre todo Mario (Ginés García Millán) y Óscar (Pere Arquilué), que se reparten el rol de compañeros del atípico héroe. Luego, se asoman una multitud de personajes, apenas definidos en dos o tres frases cada uno, que no tienen demasiada entidad: interpretados por Irene Montalá o un Manuel Burque que sale tres veces. Cesc Gay coloca todo esto sobre escenarios nevados que recuerdan a Fargo -de la que toma prestados los rótulos que aparecen al principio aludiendo a que estamos ante una historia real- y dándole vida a una comunidad cerrada, la de Andorra, retratada con el tono de Twin Peaks, clásico catódico con el que guarda una relación estética y de motivos: tramas de prostitución y contrabando, drogas, lo asiático visto como algo exótico, incluso el carácter fronterizo del escenario. Aunque si la ficción de David Lynch y Mark Frost desvela el lado oculto -y oscuro- de un pueblo en apariencia idílico, aquí no conocemos el pueblo ni sus vecinos, a pesar de la sugerente frase de una policía francesa que asegura que Andorra siempre ha sido escondite de contrabandistas, por lo que allí la gente sigue teniendo secretos. Félix, en mi opinión, se propone como un juego narrativo en el que lo que importa siempre es la siguiente revelación. Un mecanismo habitual en las series actuales. Pero si muchos criticaron Perdidos por esa huida adelante narrativa, no hay que olvidar la riqueza de los personajes de la extraña isla de J.J. Abrams y Damon Lindelof. Aquí no hay flashbacks para darle carne a unos personajes que se mantienen con el peso justo para ser títeres del destino (o de los caprichos del autor). Y si antes he dicho que la forma más tradicional de narrar una historia es contarnos primero quiénes son los personajes y luego lo que les pasa, Cesc Gay decide invertir esto. Solo al final sabremos realmente quién es Julia y veremos a Félix en su entorno habitual. Y esto se hace de una forma soberbia, con un talento poco habitual, en apenas un par de escenas contundentes. Mi gran duda es si no conocemos a estos personajes demasiado tarde, porque antes, nos han importando más bien poco y el desinterés puede adueñarse de algún espectador.
FÉLIX -LA BÚSQUEDA
Es la forma más habitual de contar una historia: primero conocemos a los personajes, nos comprometemos emocionalmente con sus conflictos y con su punto de vista, y luego asistimos a una serie de cosas que les pasan. Lo primero que llama la atención de Félix, serie del cineasta Cesc Gay -Truman (2015)- para Movistar+, es que descubrimos a su protagonista -espectacular Leonardo Sbaraglia- ya comprometido con la búsqueda de una misteriosa mujer llamada Julia. No conocemos a Félix, ni a Julia: de hecho, el primero reconoce no saber tampoco quién es esa de la que se ha enamorado. El primer capítulo de esta serie (de solo seis) es magnífico porque se postula como la pura búsqueda, sin contexto, sin saber nada del protagonista, ni de su objetivo. Esta decisión me parece valiente e interesante: la propuesta es casi abstracta y tiene un punto surrealista. Lo que no tengo tan claro es que funcione más allá de ese ambicioso piloto. Félix se apoya en el enigma, en que nos falta información, lo que nos obliga a seguir al protagonista ciegamente. Otro salto de fe es aceptar que Félix se haya enamorado perdidamente de Julia, sin apenas conocerla. La serie se basa también en la espera: debemos tener paciencia para que cada situación planteada desde una premisa desconcertante, se desarrolle hasta revelar su significado. Y también debemos esperar que cada dato descubierto vaya ocupando su lugar en un puzle que, lógicamente, no estará completo hasta el capítulo final. La cuestión es si hasta entonces hemos disfrutado con lo que nos cuentan. Obviamente, poco a poco, le iremos cogiendo cariño a Félix, personaje peculiar, inocente, tierno, sensible y bondadoso, que desconcierta al principio y se gana el corazón al final. Lo rodean secundarios, algo excéntricos algunos, misteriosos casi todos, que sin embargo aparecen y desaparecen durante un relato que ha terminado recordándome a una road movie, aunque (casi) todo ocurra en Andorra. En la búsqueda de esa Julia referencial, muy presente por su ausencia, secundan al argentino sobre todo Mario (Ginés García Millán) y Óscar (Pere Arquilué), que se reparten el rol de compañeros del atípico héroe. Luego, se asoman una multitud de personajes, apenas definidos en dos o tres frases cada uno, que no tienen demasiada entidad: interpretados por Irene Montalá o un Manuel Burque que sale tres veces. Cesc Gay coloca todo esto sobre escenarios nevados que recuerdan a Fargo -de la que toma prestados los rótulos que aparecen al principio aludiendo a que estamos ante una historia real- y dándole vida a una comunidad cerrada, la de Andorra, retratada con el tono de Twin Peaks, clásico catódico con el que guarda una relación estética y de motivos: tramas de prostitución y contrabando, drogas, lo asiático visto como algo exótico, incluso el carácter fronterizo del escenario. Aunque si la ficción de David Lynch y Mark Frost desvela el lado oculto -y oscuro- de un pueblo en apariencia idílico, aquí no conocemos el pueblo ni sus vecinos, a pesar de la sugerente frase de una policía francesa que asegura que Andorra siempre ha sido escondite de contrabandistas, por lo que allí la gente sigue teniendo secretos. Félix, en mi opinión, se propone como un juego narrativo en el que lo que importa siempre es la siguiente revelación. Un mecanismo habitual en las series actuales. Pero si muchos criticaron Perdidos por esa huida adelante narrativa, no hay que olvidar la riqueza de los personajes de la extraña isla de J.J. Abrams y Damon Lindelof. Aquí no hay flashbacks para darle carne a unos personajes que se mantienen con el peso justo para ser títeres del destino (o de los caprichos del autor). Y si antes he dicho que la forma más tradicional de narrar una historia es contarnos primero quiénes son los personajes y luego lo que les pasa, Cesc Gay decide invertir esto. Solo al final sabremos realmente quién es Julia y veremos a Félix en su entorno habitual. Y esto se hace de una forma soberbia, con un talento poco habitual, en apenas un par de escenas contundentes. Mi gran duda es si no conocemos a estos personajes demasiado tarde, porque antes, nos han importando más bien poco y el desinterés puede adueñarse de algún espectador.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario