Siempre he temido que Wes Anderson acabe por convertirse en un director 'cupcake', en el que una empalagosa estética domine su vocación narrativa. No digo que este sea el caso de la, muy bonita, Isla de perros, pero sí me atrevo a afirmar que en ella la tendencia esteticista predomina sobre lo contado. Para mí, Anderson hace últimamente un cine de "casa de muñecas", en el que cada plano está primorosamente cuidado en términos de encuadre, fotografía, decorado y vestuario. Quizás por ello, el director de Academia Rushmore (1998) prefiere que los personajes se muevan dentro del encuadre antes que desplazar la cámara para seguirlos. Para esta concepción estética, la animación es el medio perfecto: el director tiene control absoluto para colocar a voluntad todos los elementos que conforman el plano, sobre todo si hablamos de la técnica de stop motion, que utiliza muñecos y elementos reales -en miniatura- que aportan texturas y fisicidad.
Isla de perros parte de un idea atípica: en Japón, los perros han sido desterrados a una isla por el gobierno. El argumento es sencillo y prácticamente lineal, a pesar de algunos flashbacks que, sin romper demasiado el relato, ponen en contexto a algunos personajes. Pocas sorpresas depara, por tanto, la historia. Lo interesante es, entonces, la apabullante estética antes que la narración, a diferencia de la anterior cinta del director, la maravillosa El Gran Hotel Budapest (2014), quizás autentica cima del cine de su autor, en la que una historia contenía otra, que a su vez revelaba otra y otra más, en una deliciosa estructura de muñecas rusas.
El film que nos ocupa, de todos modos, contiene los elementos característicos de la obra de Anderson: el choque generacional, esos adultos fuera de lugar -perros domésticos obligados a ser callejeros que, sin embargo, siguen discriminando al chucho- el sabor literario, aquí, inevitablemente, de cuento para niños. Eso sí, esta es quizás la historia más claramente política del autor de Fantástico señor Fox (2009), en la que los malos son los adultos, como siempre, pero ahora también son unos gobernantes corruptos, que orquestan oscuras conspiraciones. No podía faltar el peculiar humor de Anderson y amigos -Roman Coppola y Jason Schwartzman- entre inocente y negrísimo, lo que evita que esto sea un producto estrictamente para niños. En el mismo sentido, destaquemos el efecto distanciador de las voces de los perros animados, interpretados por actores de sobra conocidos, como Bryan Cranston, los habituales Edward Norton, Bill Murray, y Jeff Goldblum, o Greta Gerwig, Frances McDormand, Scarlett Johansson, Harvey Keitel y hasta Yoko Ono. Recomendable para amantes de la animación y del propio Wes Anderson.
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