Tully resulta asombrosa en su simplicidad y en su conocimiento íntimo de las frustraciones y los anhelos de la madurez. El planteamiento es simple: las dificultades de una madre para sacar adelante a tres hijos, una de ellos, recién nacida. No hay más. Conocemos esta historia: la hemos visto miles de veces -recientemente en Mira lo que has hecho-. Algunos, incluso, la hemos vivido. Dormir poco, cambiar pañales, la lactancia, el llanto continuo. Todo esto se refleja en la típica secuencia de montaje que repite planos, momentos -un despertador que suena- para expresar una rutina diaria (infernal). Nada original, aunque con un profundo conocimiento de lo contado: me ha gustado cuando la cámara se fija en las manchas: en la ropa, en el sofá, en la alfombra. Si hay niños, hay manchas. Nada de esto resulta novedoso. El mérito es aprovechar este relato para hablar de los conflictos de la vida moderna, específicamente de cierta clase media estadounidense, que sufre estrecheces económicas a pesar de disfrutar de pequeños lujos que, sin embargo, no se perciben como bienestar. Esa clase media que permanece adormecida viendo programas de telerrealidad.
Esta película es la segunda colaboración de tres talentos como Jason Reitman -Up in the Air (2009)- la guionista Diablo Cody -Juno (2007)- y la actriz Charlize Theron -Young Adult (2011)-. La cara visible de esta obra es una fantástica Theron. La sudafricana se convierte en su personaje: con ojeras, sobrepeso y estrías. No estoy diciendo que sea un mérito que la actriz afee su belleza, lo que hay que aplaudir es su transformación en una ama de casa, en el sentido machista de la expresión. En alguien que no tiene nada que ver con el glamour de una gran estrella de Hollywood. Por otro lado, el director, Reitman, cumple, deja que las cosas ocurran delante de la cámara, pero también aporta una sensibilidad visual apreciable: el momento tierno en el que Marlo cepilla el cuerpo de su hijo; las fugas oníricas sobre las sirenas; el viaje en coche a Brooklyn a través de cortes de temas de Cyndi Lauper. Mencionemos también aquí la banda sonora indie de Rob Simonsen, perfecta.
Pero si hay que hablar autoría, me inclino hacia el texto de Cody. La guionista de Ricki (Jonathan Demme, 2015) es la que le da una voz muy personal a esta película, en la que encontramos señales de su estilo característico: nos habla del desencanto (de la vida burguesa), nos muestra personajes que se expresan con frases brillantes, que son más inteligentes que la media, a pesar de que se puedan considerar fracasados en el absurdo marco de la cultura del éxito. El guión es inteligente, redondo y funciona como un reloj de precisión. Como un thriller con trampa de Hollywood. Pero su gran virtud es que consigue esto aparentando que se deja llevar por la narración naturalista de lo que le pasa a una madre y a su familia. Es maravilloso escuchar las reflexiones de Cody, personales, íntimas, sabias y hermosas. Y aprender de esa mirada que nos ve a nosotros, los hombres, desde fuera, y que nos retrata de una forma bastante fiel. Esa cara de no saber qué está pasando, que pone perpetuamente Ron Livingston. Divertida y honda, Tully debería ser obligatoria para cualquier pareja que se embarca en la travesía de ser padres.
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