Paladín del sentido común, de lo práctico y de la libertad individual, enemigo de lo falso, de la hipocresía y de lo pretencioso, Larry David es una de mis personas preferidas del planeta. Es nada menos que el cocreador de la mejor sitcom de todos los tiempos, Seinfeld (1989-1998) y fue la inspiración del mezquino George Costanza (Jason Alexander), uno de los personajes más reconocibles e imitados de la ficción. Larry David prácticamente parió la comedia actual adelantándose a Ricky Gervais y Stephen Merchant -The Office (2001)- con esta Curb Your Enthusiasm (2000) -el especial de HBO que sirvió de piloto a la serie es de 1999-. La serie de David es precedente directo de Extras (2005), de las películas de Sacha Baron Cohen, como Borat (2006) -con la que comparte director, Larry Charles-; de la genial Louie (2010) y de Hello Ladies (2013); además de las españolas Tú antes molabas (2008), Qué fue de Jorge Sanz (2010) -aunque Trueba diga que su referente es Ken Loach (!)- Selfie (2017) o la reciente Vergüenza (2017). David, que en Si la cosa funciona (2008) se llevó a su terreno a Woody Allen, vuelve a la televisión tras 8 temporadas -incluyendo una imprescindible séptima entrega que funciona como la décima de Seinfeld- y tras un paréntesis de 6 años. Lo más sorprendente es que parece que nunca se hubiese ido y su estilo se mantiene inalterable, pero también fresco, vigente e incluso adelantado, en los tiempos que corren de corrección política. Larry David es un pionero del post-humor, de reírse de la vergüenza ajena y sobre todo de la auto-humillación del famoso.
Esta novena temporada parte de una premisa ridícula en la que el protagonista ha ideado el libreto de un musical de Broadway -desde Seinfeld, David ha cultivado el gusto por la ficción dentro de la ficción- sobre la sentencia de muerte del Ayatolá Jomeine contra el escritor Salman Rushdie. El interés por la fetua contra Jomeine también le viene a David desde Seinfeld: recordemos el episodio The Implant (1993) de la cuarta temporada, en el que Kramer (Michael Richards) estaba de seguro de haber visto en su gimnasio al autor de Los versos satánicos (1988). Aquí, esa promesa se cumple, 24 años después, cuando Rushdie aparece en persona interpretándose a sí mismo, en un cameo memorable que acuña un término como el sexo-fetua, típica ocurrencia de David. Además de Rushdie, esta novena entrega tiene su acostumbrada ración de famosos, enseñando su peor cara, como Jimmy Kimmel, el habitual Ted Danson -siempre muy gracioso- la divertida Elizabeth Banks, un hilarante Bryan Cranston haciendo de psicólogo, o el dramaturgo, actor y compositor Lin-Manuel Miranda. La mencionada trama de la fetua es, sin embargo, una mera excusa para hilar las situaciones cotidianas que siempre plantea David, con mirada ácida: desde el dilema de si abrirle la puerta del portal, o no, al que te sigue -según la distancia y el género-, hasta si está justificado faltar al trabajo por estar estreñido. Sigue intacta también la habilidad de David para crear situaciones y expresiones que pueden pasar a formar parte de la cultura popular: el "cariño" prematuro; el "reseteo" de relaciones sociales a un estado previo de confianza; el mensaje de texto enviado por error a propósito; el derecho inalienable a pitar incluso a un policía; el agradecimiento o la excusa proporcional al favor o la falta. Además, nunca he visto una demostración más exacta de lo incómodo que es viajar en avión en clase turista como en el episodio The Accidental Text on Purpose. Sorprende lo poco que se corta David, al que no le importa ser políticamente incorrecto, incluso grosero: se plantea si una lesbiana es lo suficientemente femenina para ser caballeroso con ella; hace multitud de bromas sobre las diferencias de trato a un afroamericano, a un judío o a un autista; sin olvidar a la asistenta "indespedible" por su cojera y por haber sufrido abusos; mencionemos también el comentario faltón sobre los gestos del lenguaje por signos. David se atreve con todo, incluso a cuestionar el agradecimiento a los veteranos de guerra o a reírse del estrés postraumático, en un país tan patriótico como los Estados Unidos.
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