WHEN THEY SEE US -BUENAS INTENCIONES

Con la mejor de las intenciones parece hecha When They See Us, disponible en Netflix y producida por gente tan políticamente activa como Robert De Niro y Oprah Winfrey. Escribe y dirige Ava Duvernay -nominada al Emmy en ambas categorías- directora de una obra reivindicativa y estimable como Selma (2014). La cuestión racial en Estados Unidos es claramente el motor de esta miniserie de cuatro capítulos de más de una hora de duración. La historia, el caso real de cinco adolescentes -Kevin, Antron, Yusef, Raymond y Korey- acusados de la violación de una mujer blanca en Central Park. Acusados injustamente, claro. La indignación es la principal emoción que sostiene esta, por otro lado, irregular producción. El primer episodio nos presenta a los protagonistas y sus respectivos entornos, interpretados por adolescentes: Assante Blackk (nominado al Emmy), Caleel Harris, Ethan Herisse, Marquis Rodriguez y Jharrel Jerome, el único que luego se interpreta a sí mismo de adulto en una actuación asombrosa, nominada justamente al Emmy. La primera entrega de la serie juega a partes iguales con la nostalgia -los hechos ocurren en 1989- y con la tensión de ver a los protagonistas dirigirse inconscientemente a su destino aciago. Se trata de un relato sobre la pérdida de la inocencia, de la fe en la justicia y en el sistema. Cuando la acción pasa a la comisaría donde se producen los interrogatorios, la cámara se centra en transmitir el horror de los brutales métodos de los polícias durante una noche terrible. Salvando las distancias, el tono es similar al de la durísima Detroit (Kathryn Bigelow, 2017). Las intenciones políticas de los autores y productores detrás de When They See Us quedan claras cuando se aprovecha un material de archivo en el que aparece Donald Trump -entonces un empresario millonario sin aspiraciones políticas- pidiendo la pena de muerte para los adolescentes acusados y demostrando que ya en aquellos años tenía aprendido el discurso populista y racista con el que lamentablemente ha llegado a la Casa Blanca.

La segunda entrega de la miniserie es, en mi opinión, la más interesante dramáticamente, al ocuparse del juicio contra los acusados. Tiene sin embargo algunos problemas. Los personajes de los padres de los muchachos no están demasiado bien desarrollados, ni evolucionan satisfactoriamente -a pesar de estar encarnados por actores como Michael K. Williams, John Leguizamo, Niecy Nash, Aunjuane Ellis y Marsha Stephanie Blake, todos nominados a premios Emmy-. Tampoco están demasiado bien personajes importantes como la investigadora del caso, la fiscal asignada o los abogados de la defensa. Todos defendidos por actores contrastados que hacen lo mejor que pueden: Felicity Huffman mantiene durante toda la serie una única postura sin fisuras ni matices: que los chicos son culpables; Vera Farmiga, como actriz, parece enfrentarse a un problema similar al de su personaje, no tiene pruebas suficientes para acusar a los sospechosos, increíble que esté nominada a un Emmy por un rol tan endeble; el abogado defensor al que da vida Joshua Jackson podría haber dado mucho más de sí. Llegados al tercer episodio, se relata la reclusión y luego el retorno a la sociedad de los personajes principales. Pero los actores que representan a los personajes como adultos no tienen la misma fuerza que sus contrapartidas adolescentes. Mención aparte merece la cuarta y última entrega. El paso por la prisión de Korey Wise, encarnado por el ya mencionado Jharrel Jerome y secundado por un estupendo Logan Marshall-Green -de nuevo, en un papel limitado- es el segmento más interesante, más libre y visualmente más logrado de esta producción -nominada al Emmy a la mejor miniserie- que, como ya he dicho, es antes un instrumento político -con el que evidentemente estamos de acuerdo- que una expresión audiovisual artística.

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