LA ESTRELLA AZUL -LA REVELACIÓN DEL AÑO


Ya lo sabéis: la ópera prima de Javier Macipe, La estrella azul (2024), es la revelación del año. Una película que aborda la historia de Mauricio Aznar, artista zaragozano y líder del grupo de rock Más birras, de corta carrera entre los años 80 y 90. Sin embargo, Macipe se aleja todo lo posible del biopic al uso para hacer un relato que se nos antoja muy personal. El relato arranca presentándonos a Mauricio -estupendo Pepe Lorente- en plena crisis existencial sobre el escenario de un concierto de su grupo. Esa primera escena -tras un breve prólogo que nos muestra pistas que se revelarán más adelante- nos introduce de lleno en la atmósfera del relato a través del plano secuencia, figura de estilo que Macipe volverá a utilizar durante la película en los momentos clave de la trama. Con soltura, ambición y virtuosismo, la cámara nos traslada del conflicto como artista de Mauricio a sus problemas como ser humano con su pareja, Ana (Bruna Cusí). Es entonces cuando Mauricio emprende la huida a Argentina para buscarse a sí mismo en las raíces de la música folclórica de ese país sudamericano. Tras las huellas de Atahualpa Yupanqui, Mauricio encuentra a un nuevo maestro que la cambiará la vida. La estrella azul es un fantástico viaje que se mueve con una soltura tremenda entre el documental y el cine de ficción, mezclando el costumbrismo con la música y el drama existencial. Hay momentos que entusiasman por su vitalidad y honestidad, pero también está el descenso a los infiernos -una de las figuras visuales que utiliza la película es la de un ascensor- provocado por los fantasmas de la depresión, las drogas y la fama. Macipe habla del eterno conflicto entre la libertad artística y las leyes del mercado, y de cómo esa sensibilidad que hace grande a un autor puede ser la misma que lo condene. Con muchos puntos comunes con la estupenda Segundo premio (2024), La estrella azul es una declaración de principios sobre el arte, la música, la vida y el propio cine.

DEL REVÉS 2 -¿NUEVAS EMOCIONES?


La segunda parte de la redonda Del revés (2015) de Pete Docter nos presenta una nueva emoción, Ansiedad (Maya Hawke) que amenaza con reemplazar a Alegría (Amy Poehler) en el liderazgo para dirigir la vida de la ahora adolescente Riley (Kensington Tallman). El público adulto de Del revés 2 (2024), sabe, de hecho, que efectivamente la ansiedad reemplaza a la alegría en cuanto dejamos atrás la infancia. Pero oye, estamos ante una colorida ficción de Pixar que, esperamos, nos engañará al respecto por lo menos durante hora y media. Esta primera película del animador Kelsey Mann contiene los habituales y excelentes ingredientes de una película de Pixar: la calidad técnica de la animación es soberbia -especialmente en lo correspondiente al mundo 'real', cada vez más perfecto en sus texturas, efectos de iluminación y sombras-; el guión es perfecto -aunque la pueda faltar inspiración- y los personajes tienen una comicidad que funciona de forma inmejorable -los diálogos están llenos de chistes y réplicas ingeniosas costumbristas-. Un entretenimiento impecable. El universo de la película, que traslada las emociones y el mundo interior de la psique humana a la pantalla de forma visual es, de nuevo, lo mejor de la función. El esfuerzo de traducir en imágenes sentimientos, miedos, emociones reprimidas, y recuerdos olvidados es fantástico -especialmente atinados en cuanto a recordarnos los peores videojuegos de nuestra infancia o parodiar la didáctica y tembile La casa de Mickey Mouse (2006)-. Pero en esta secuela se nota un esfuerzo algo desmedido por hacer que la película sea entretenida de una forma más espectacular -y superficial- con peripecias físicas equiparables al cine de aventuras y acción. Se juega sobre seguro. Y en el fondo, lo que nos cuenta Del revés 2 sobre la adolescencia no es nada que no nos hayan contado mucho antes esas películas adolescentes de los 80 -hoy denostadas- como, por poner un ejemplo, Teen Wolf (De pelo en pecho) (1985) -cambiando el baloncesto por el hockey-. Si tenemos en cuenta que Pixar ya se fijó en Doc Hollywood (1991) para hacer Cars (2006), estamos ante la segunda película de Michael J. Fox que encuentra un extraño equivalente en una cinta de estos genios de la animación.

RIPLEY -DEL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES

 

El guionista Steven Zaillian -ganó el Óscar por La lista de Schindler (1994)- se pone detrás de la cámara como director en Ripley para adaptar a la escritora Patricia Highsmith y a su personaje más popular: Tom Ripley, protagonista de cinco novelas, algunas de ellas llevadas ya al cine en conocidas adaptaciones. Zaillan produce esta miniserie para Netflix eligiendo al estupendo actor Andrew Scott como su Ripley, intérprete británico con carisma y capaz de transmitir un amplio espectro de emociones con un solo gesto, manteniendo siempre una ambigüedad, una duda, muy necesaria para el personaje. No es la primera experiencia como director de Zaillan -debutó en 1993 con En busca de Bobby Fischer- pero no deja de resultar curioso que su guión limite al máximo los diálogos y se apoye en una depurada narrativa visual que nos cuenta (casi) todo con imágenes y rehuye las explicaciones innecesarias. Esto es, Ripley requiere que prestemos atención a lo que ocurre, para interpretar las acciones del protagonista. Esta decisión artística ayuda, claro, a que el personaje se mantenga siempre en el misterio ¿Quién es realmente Ripley? ¿Qué persigue? Zaillian utiliza una cantidad casi desmesurada de planos para contarnos esta historia. Y cada plano es una maravilla. La fotografía de Robert Elswit -colaborador habitual de Paul Thomas Anderson- es prodigiosa. Tanto, que dan ganas de congelar la imagen para disfrutar de la composición, la luz de la costa italiana, y del cuidado con el que se han elegido y diseñado los escenarios en los que ocurre la historia. Dispuestos los elementos y personajes en el primer episodio, la serie se desarrolla en 8 capítulos más bien expansivos, pero deliciosos. Como ya he dicho, Ripley es un misterio, pero enseguida quedan claros sus métodos: es un vividor y sobre todo un manipulador. Para conseguir sus fines, debe conocer bien a los que lo rodean, y el guión juega a desvelar las debilidades de cada personaje. Dickie Greenleaf (Johnny Flynn) es un niño rico que se aburre, inocente y no demasiado listo, con aspiraciones artísticas: la escena en la que Ripley contempla sus cuadros es muy divertida -y un cruel running gag durante los 8 capítulos-. Marge (Dakota Fanning), la novia de Dickie, parece más inteligente y desconfiada, por lo que lo interesante es ver cómo Ripley se maneja también para ganársela. El subtexto está claro: estamos ante una sátira de los privilegiados, de los ricos y poderosos, cuyos hijos malcriados intentan escapar de la superficialidad de sus vidas buscando algo auténtico en un país exótico, en una aspiración artística aunque no tengan talento, en mezclarse con la gente corriente aunque estos sigan siendo, claro, sus sirvientes. Ripley es un parásito encantador, y su ambigüedad es lo que sostiene la trama ¿Qué busca realmente? ¿Es gay? ¿Tiene sentimientos humanos? Esas preguntas nos mantienen interesados y, aunque sospechamos que nuestro héroe es un psicópata, el que sus víctimas sean ‘hijos de papá’ acaba por conquistarnos. 


Hay dos secuencias, en dos capítulos diferentes, que destacan en esta miniserie y que pueden resumir su espíritu -atención spoiilers-. Se trata de dos asesinatos perpetrados por el protagonista. El primero ocurre en el mar, en el episodio Sommerso, sobre una barca. Es una secuencia brutal en la que vemos por primera vez la fría violencia de la que es capaz Ripley. Pero enseguida, Zaillian nos muestra todo lo que tiene que hacer el asesino para borrar las pruebas de su crimen. La escena dura unos 20 minutos, no tiene diálogos e, inevitablemente, coloca al espectador del lado de Ripley: no queremos que sea descubierto aún sabiendo que lo que ha hecho es terrible. El mecanismo es análogo a la escena posterior a la famosa ducha de Psicosis (1960) en la que Alfred Hitchcock se atreve a matar a su heroína (Janet Leigh) y deja al espectador sin asidero emocional, huérfano de su punto de vista, obligado a contemplar cómo el inquietante Norman Bates (Anthony Perkins) limpia la escena del crimen, para acabar deseando que se salga con la suya -incluso el corazón nos da un vuelco cuando el coche de la víctima no se hunde del todo en el pantano-. La escena del bote en Ripley, realizada a través de efectos digitales para simular el escenario, de noche, tiene una atmósfera irreal, casi onírica, de hermosa pesadilla que conecta con el clásico La noche del cazador (1955). La otra escena que quiero comentar ocurre en el quinto episodio, Lucio. Ripley comete un nuevo asesinato, que anticipamos desde el momento en el que compra un sólido cenicero en una tienda de decoración. El momento de la muerte es seco, violento, algo sangriento, pero también frío y mecánico. Y, una vez más, Zaillian se dedica a mostrarnos los difícil que es ocultar las pruebas de un crimen. Estamos ante otra larga secuencia, casi sin diálogos, con un terrible humor negro, en el que Ripley realiza varias idas y venidas con el cuerpo de su víctima. El subir y bajar de un ascensor antiguo marca el ritmo y se convierte en una suerte de leitmotiv del horror. Y la tensión, el suspense, viene dado por la posibilidad de que Ripley sea descubierto. Una vez más: en el fondo no queremos que esto ocurra. ¿En qué nos convierte eso?


Hay un elemento que me fascina de Ripley: su forma de narrar a través de los objetos. El protagonista se comporta de forma fetichista con sus posesiones y la serie nos lo muestra organizando su escritorio metódicamente, haciendo su maleta en varias ocasiones, decorando las viviendas y habitaciones de hotel que va ocupando sucesivamente. Hay elementos que aprendemos a relacionar con Ripley, como su máquina de escribir. Pero hay más. La forma en la que el personaje se apropia de la identidad de sus víctimas es a través de sus objetos personales: el pasaporte, un anillo, una pluma, una pitillera, una cámara, los materiales para pintar, las camisas, los zapatos, una maleta. Son objetos que incluso ponen en peligro a Ripley ante la persecución de las autoridades, pero que no puede resistirse a utilizar. Hay momentos en que los objetos en la serie parecen cobrar vida: ya he mencionado ese cenicero robusto y pesado que Ripley compra en una tienda de decoración, nada más verlo, sabemos que se convertirá en un arma homicida. Y Zaillian sigue jugando con ese cenicero cuando el inspector Pietro Ravini (Maurizio Lombardi) lo utiliza cuando fuma durante el interrogatorio. Un personaje, el del inspector de policía, que identificamos también con un objeto, esa pequeña libreta en la que recoge todas las pistas del crimen que intenta resolver. 


Por último, hay que hablar de Caravaggio, misterioso referente argumental -más que estético- con el que se trazan paralelismos entre la vida del artista y la de Ripley; cuya obra marca el itinerario del protagonista, que va recorriendo Italia en busca de sus pinturas. Ripley es, en definitiva, un ser de oscuridad y parece que su alma intenta capturar la luz que conseguía recrear el artista italiano con efectos dramáticos en su cuadros, efectos que el personaje identifica con los recovecos de su alma. En la escena más importante y arriesgada de esta miniserie, Zaillian hace que Ripley recree la luz de Caravaggio en el salón de su morada para recibir al inquisitivo inspector Ravini. Antes, Zaillian se ha atrevido a recrear la época de Caravaggio y el homicidio que presuntamente cometió. Ripley adoptará para esta escena su disfraz definitivo. Él sí, y no Dickie ni Marge, será capaz de crear una obra de arte.

MEMORY -UNA HISTORIA INOLVIDABLE


Dice el director mexicano Michel Franco que la semilla de
Memory (2024) es una escena misteriosa: tras el reencuentro de ex alumnos de un instituto, un hombre sigue a una mujer hasta su casa y pasa la noche delante de la fachada. ¿Quiénes son esos personajes? Lo que une a Sylvia (Jessica Chastain) y a Saul (Peter Sarsgaard) es su relación con la memoria. Ella está atrapada en su pasado, es incapaz de olvidar y por lo tanto no consigue superar sus traumas y miedos, que proyecta sobre su hija adolescente (Brooke Timber). Él, por el contrario, tiene problemas para recordar lo que que ha vivido y se está buscando a sí mismo. A partir de esa premisa, dice Franco que se embarcó en el proceso creativo de revelar quiénes son sus protagonistas, una sensación que se traslada a la película cuya clave narrativa es descubrir también qué mueve a Sylvia y Saul, fantásticamente interpretados por Chastain y Sarsgaard -este último, ganador del premio a la mejor interpretación en el Festival de Venecia-. La narración se compone de pequeños momentos íntimos y de grandes elipsis que obligan al espectador a estar en guardia en todo momento. Las revelaciones constantes nos hacen replantearnos la historia a cada instante. Memory es un drama emocionante, con momentos preciosos, que toca temas sociales importantes, pero que sobre todo dibuja el conflicto entre el individuo y el grupo social. Saul y Sylvia chocan con sus respectivos entornos familiares, un tema recurrente en los últimos films de Franco -Nuevo orden (2020) y Sundown (2021)- en los que el drama personal produce fricciones con las expectativas familiares y de clase. En este sentido destacan los personajes de reparto interpretados por Jessica Harper y Merritt Wever, ambas estupendas. La gran virtud de Memory es la sencillez de su planteamiento como película y cómo nos introduce en las vidas de estos personajes sin excesos dramáticos ni grandes despliegues. Franco prefiere plantar las semillas en la mente del espectador y que estas germinen luego en nuestras cabezas.

HIT MAN -¿PODEMOS CAMBIAR QUIÉNES SOMOS?


¿Quiénes somos realmente? Richard Linklater se inspira -muy libremente- en una historia real para construir una comedia deliciosa y aparentemente ligera, Hit Man (2024), que nos dice que nuestras personalidades, inclinaciones y principios morales no son más que una construcción, personal y social, un relato que nos inventamos sobre nosotros mismos y que proyectamos a los demás. Esta idea, que parece sacada de un manual de autoayuda, resulta tremendamente eficaz y hasta entusiasma al ser presentada por Linklater en esta estupenda película. La historia nos presenta a un profesor de filosofía, Gary (Glen Powell) que, en su tiempo libre, se dedica a ayudar a la policía a detener a cualquiera que se le ocurra contratar a un asesino a sueldo. Gary, un tipo gris, aburrido, divorciado y un poco friki, se verá obligado a interpretar el papel del falso asesino que sirve de gancho a los policías y eso desbloqueará su verdadero potencial como persona. Hit Man es una comedia en la que vemos a Gary interpretando diversos papeles y conociendo a personajes de lo más variopintos, hasta que conoce a una atractiva mujer (Adria Arjona) que quiere contratar a alguien que la libere de su marido maltratador. Es entonces cuando la película muta de una comedia de humor negro sobre el submundo criminal a una comedia romántica que funciona de maravilla gracias al tremendo atractivo de sus protagonistas, Powell y Arjona, que tienen una explosiva química y que provocan una tensión erótica tremenda. Luego, el relato se hace más oscuro -pero no demasiado- y nos lleva a terrenos filosóficos pantanosos, pero Linklater consigue que la luminosidad de su historia no se pierda en ningún momento. De una forma muy original, Gary, como profesor, expone diferentes ideas a sus alumnos, o a su exmujer, que luego se traducen en la historia que nos cuenta la película. ¿Podemos cambiar y convertirnos en otra persona? ¿Se puede justificar un crimen si la persona eliminada es realmente dañina? No es que Linklater justifique la pena de muerte, pero, tal vez sí lo hace. Sea como sea -que cada uno saque sus propias conclusiones- una de las ideas más divertidas de Hit Man es cómo Gary crea una nueva personalidad, Ron, que es algo así como la fantasía masculina por excelencia: un tipo duro, guaperas, que se carga a quien se le ponga por delante y ante cuyo atractivo las mujeres caen rendidas. Básicamente, James Bond. Y una de las mejores cosas de esta película es cómo Glen Powell es capaz de pasar de ser el remilgado Gary al tiarrón de Ron, delante del objetivo de la cámara. Original, divertida y realizada con talento, Hit Man es una de las películas del año.

LOS PEORES -EL OJO DE LA CÁMARA


Romane Gueret y Lise Akoka debutan como directoras con el largometraje Los peores (2022), estrenado directamente en Movistar Plus. La propuesta de la película parte de un tema social: el retrato de un barrio desfavorecido de París, en este caso, la barriada de Picasso, epicentro de los disturbios de 2023. Esa película ya la hemos visto antes, casi siempre con un rabioso estilo documental, nos muestra a los desfavorecidos, sobre todo a mujeres y niños, haciendo hincapié en problemas como la inmigración y las diferencias culturales. El giro que Gueret y Akoka le dan a su película, para alejarse de esto, consiste en que la historia de los personajes de este barrio se cuenta a través del rodaje de una película que es, precisamente, esa cinta de tintes sociales que ya hemos visto en repetidas ocasiones. El doble juego entre el realismo y la ficción que proponen las directoras es complicado: exige hacer creíbles a los actores como personas reales que intentan interpretar delante de una cámara de cine a personajes de ficción que los reflejen. Esto desnuda los mecanismos de la ficción para fabricar una supuesta realidad dentro de la pantalla. ¿Qué hay de verdadero en la primera escena que nos muestran de un niño, Ryan (Timéo Mahaut), entrando en su casa, para encontrarse con su madre adolescente, Lily (Mallory Wanecque)? Lo que vemos es el hogar de una familia sumida en el caos, en el desorden y la suciedad, pero no sabemos si esa imagen refleja la realidad o es, en el fondo, un cliché, aunque más tarde se nos diga que la casa pertenece realmente a los padres de una de las actrices naturales (Mélina Vanderplancke) que participan en el rodaje. El proceso de dramatización al que se someten los jóvenes y niños para interpretar papeles parecidos a sus propias vidas revela sus conflictos y las dinámicas de su día a día: sus miedos con respecto a su futuro, su papel dentro del grupo social al que pertenecen, sus dudas con respecto al amor y al sexo, sus tremendos problemas familiares. De hecho, el casting que se ha realizado para la película ha consistido en elegir, se nos dice, a los 'peores' del barrio, a los más conflictivos. Al mismo tiempo, la excusa del rodaje de la película permite establecer un interesante contraste entre los desfavorecidos y los privilegiados del equipo técnico, sobre todo el director, Gabriel (Johan Heldenbergh) cuya figura queda cuestionada. ¿Se justifica defender apasionadamente un compromiso artístico cuando se está delante de problemáticas sociales mucho más importantes? El director hace un esfuerzo tremendo por sacar 'verdad' de actores y situaciones reales, que se empeña en convertir en ficción, en lugar de reflejarlas directamente, tal como son. A la película le falta músculo dramático y desarrollar más y mejor a los tres personajes principales, Ryan, Lily y Gabriel. Sin embargo, los actores que interpretan a los dos primeros personajes mencionados, son lo mejor de la película. El pequeño Mahaut tiene una fuerza incontenible, es imposible ser más natural, y ese plano que cierra la película, en el que este actor infantil consigue transmitir todos los conflictos de su personaje, eleva el film por encima de sus defectos.

LOS VIGILANTES -DE TAL PALO


No hay que ser un genio para reconocer quién es el padre de Ishana Night Shyamalan, que estrena su primer largometraje como directora, Los vigilantes (2024). Tampoco aporta demasiado decir que la hija sigue los pasos del padre, algo, por otro lado, que resulta comprensible y natural. Estamos ante una película de misterio y terror en el que una persona corriente, Mina (Dakota Fanning) se enfrenta a una situación extraordinaria. Tras la presentación de la protagonista, una empleada de una tienda aves con una vida gris -y un trauma a descubrir-, la heroína se interna en un bosque y se queda atrapada en él. Es el arranque de esta película lo más endeble del argumento: no sabemos si Shyamalan quiere plantear un engima anclado en la realidad a lo Perdidos (2004-2010) o si pretende un argumento surrealista, más abstracto, en la línea de El prisionero (1967-1968). En ambos casos, el planteamiento me parece fallido, se queda en tierra de nadie y eso acaba lastrando el resultado final. Los vigilantes comienza a interesar cuando Mina se encuentra con un misterioso grupo de personajes, atrapados como ella en el bosque. Es entonces cuando la película comienza a operar bajo una serie de reglas, aparantemente arbitráreas pero interesantes, que obligan a los personajes a actuar de cierta manera para salvar la vida ante una amenaza desconocida. Con esta mecánica se desarrolla la mayor parte de un film entretenido, con varios momentos inquietantes, con una puesta en escena elegante y creativa, y un diseño de producción sólido que disbuja un mundo oscuro, de atmósfera terrorífica y fantástica. Una pena que el guión haga demasiado evidente la metáfora de su planteamiento: los personajes ven, en un viejo televisor, un reality show de los 90 que parece reflejar irónicamente su propia situación. Siguiendo la estela de su padre, Ishana Night Shyamalan no revela qué película estamos viendo hasta el último tercio del metraje, cuando se dedica a desarrollar una mitología que puede ser lo más estimulante de Los vigilantes y que deja una sensación más satisfactoria al salir de la sala del cine, que la mala impresión que experimentamos en los primeros compases de su película.

FEUD: CAPOTE VS. THE SWANS -REALIDAD Y FICCIÓN


El director Gus Van Sant -El indomable Will Hunting (1987)- dirige seis de los ocho episodios de la segunda temporada de Feud (2024), titulada Capote vs. The Swans, producida por Ryan Murphy, showrunner detrás de American Horror Story (2011) y Pose (2018-2021) entre muchas otras. La miniserie está escrita por el dramaturgo y guionista Jon Robin Baitz, que utiliza la figura del escritor Truman Capote para desmitificarla, pero también para jugar a demoler la élite social y económica de Estados Unidos en los años 60 y 70. El primer episodio, Piloto, nos presenta a Capote -interpretado por un mimético y magnético Tom Hollander- en tres momentos de su vida: cuando era un joven escritor, desconocido, que comenzaba a trepar en la escala social haciéndose amigo de las mujeres de los millonarios y empresarios más importantes del país; cuando Capote ya es una estrella, por encima del bien y del mal, el autor de moda gracias a A sangre fría (1967); y por último, el período de decadencia del escritor, alcoholizado y adicto a las pastillas, incapaz de acabar su novela -Plegarias atendidas- y que decide, para salir del bache, contar todo lo que sabe sobre la jet set, iniciando una guerra contra sus amigas, contra los llamados cisnes. Esas mujeres están interpretadas por un reparto tan eficiente como divertido: Naomi Watts, Diane Lane, Chloë Sevigny, Calista Flockhart, Demi Moore y Molly Ringwald. Todas son las esposas de hombres ricos y poderosos -mencionemos como homenaje al personaje encarnado por Treat Williams, fallecido durante la emisión de la serie- lo que les garantiza todo tipo de privilegios, pero también frustraciones: su papel en la vida es organizar fiestas y aguantar desprecios e infidelidades. La serie nos cuenta los chismes más sabrosos y escabrosos de la rumorología de entonces, mezclados con la fantasía de Capote, que, como narrador, construye un relato -primero oral, luego escrito- de las vidas de sus cisnes, con consecuencias devastadoras -atención spoilers a partir de ahora- como el suicidio del personaje de Demi Moore -la actriz Ann Woodward-. Siendo Truman Capote algo así como el ‘padre’ del True Crime, género visitado en varias ocasiones por las series de Ryan Murphy desde una perspectiva crítica, no resulta descabellado decir que la tesis del primer episodio de la miniserie versa sobre la responsabilidad del escritor que convierte en ficción unos hechos -supuestamente- verídicos y cómo pueden salir malparados los verdaderos protagonistas en la vida real. Como en gran parte de las ficciones producidas por Murphy, estos temas sociales, aparecen de fondo para sostener el desarrollo de los personajes. Feud es realmente la historia de la amistad, rota, entre Capote y Babe Paley (Naomi Watts), una mujer rica frustrada y traicionada -por su marido, amigas y por el propio escritor- que se asoma al abismo de la muerte tras serle diagnosticado un cáncer. La serie adopta un tono decididamente crepuscular a través de estos dos personajes principales que intentan encontrarle sentido a sus vidas cuando ya no les queda tiempo: Capote no completará nunca su novela, Babe no podrá vencer la enfermedad. Como suele ocurrir en las series de Murphy, cada capítulo se aproxima al tema central desde una perspectiva diferente. El quinto episodio, por ejemplo -dirigido por Max Winkler-, titulado La vida secreta de los cisnes, cambia el paso cuando se presenta un nuevo personaje, basado en el escritor James Baldwin (Chris Chalk), que confronta a Capote reprochándole su alcoholismo y que haya dejado de escribir, pero también animándole a retomar su novela. Baldwin arroja una nueva luz sobre el retrato de los cisnes que ha empezado a hacer Capote, destacando su importancia como una necesaria crítica social de un grupo de mujeres privilegiadas. ¿Es Capote un chismoso cruel que explota la vida privada de sus amigas o un cronista que expone los pecados de los poderosos? El sexto capítulo desvela otra de las claves de esta miniserie, y de la mayoría de las series producidas por Murphy: cada episodio muestra una faceta de los personajes o del tema a tratar, y no necesariamente hace avanzar la trama. Sombreros, guantes y homosexuales amanerados -dirigido por Gus Van Sant- es un precioso relato, casi independiente, en el que Capote se enfrenta al paso del tiempo y al envejecimiento. Lo hace principalmente a través de dos nuevos personajes, Kate Harrington (Ella Beatty), una joven a la que Capote intenta convertir en una modelo, aunque enseguida se dé cuenta de que su estilo, su gusto y sus consejos están pasados de moda; y Rick (Vito Schnabel), un guapo 'manitas' que Truman consigue enamorar -a pesar de ser heterosexual- y con el que mantiene una breve relación hasta comprender que su tiempo ha pasado definitivamente, pero ¿Qué más da? El episodio se cierra con el Perfect Day de Velvet Underground. La siguiente entrega de la miniserie, Beautiful Babe, resulta complementaria con lo que acabo de exponer: ahora es Babe (Naomi Watts) la que se enfrenta a la muerte, en un capítulo que rompe el realismo para difuminar la frontera entre la vida y la muerte con imágenes simbólicas: un cisne reposa sobre una bañera ante una deslumbrada Babe, que sigue a Capote como si fuera su guía al inframundo y que entiende que ya no está -del todo- viva. La directora de este episodio, Jennifer Lynch, imprime una atmósfera de cine fantástico en estas escenas y logra un poderoso contraste cuando descubre, por corte directo, por medio del montaje, a una Babe moribunda en su lecho de muerte. El capítulo muta luego para contarnos también los últimos días de Capote, diciéndonos que su vida era indisoiluble de la de Babe. El panegírico funerario de Truman a Babe resulta emocionante, interpretado de forma magnífica por Hollander, casi de espaldas a la cámara; la escena del funeral en el que ni el marido de Babe ni el resto de los cisnes la echan de menos dice mucho sobre la hipocresía y la falta de humanidad de la alta sociedad. Tras la agonía de Capote, el argumento se cierra con la frase que da título al episodio, que cobra un significado muy emotivo. Pero todavía no ha llegado el final. ¿Qué se puede contar en una serie tras la muerte de sus dos personajes principales? Gus Van Sant dirige un epílogo que vuelve atrás en el tiempo -a 1984- y se centra en la escritura de la última novela de Capoite en la que el escritor exorciza sus demonios, pide perdón y se redime mediante la ficción, retomando momentos de su infancia y haciendo un retrato de su madre -Jessica Lange, actriz fetiche de las series de Murphy- que explica y justifica las relaciones del autor con los cisnes. Feud: Capote vs. The Swans es una estupenda serie adulta, con altísimos niveles de calidad en todos sus aspectos, fantásticos diálogos, interpretaciones memorables, un diseño de producción y vestuario que recrea maravillosamente una época, y, además, es una reflexión sobre la amistad, sobre el amor, sobre la marginación y la homosexualidad; sobre el capitalismo y la sociedad estadounidense; sobre el arte y la creación como formas de enfrentar el dolor y la soledad que suponen estar vivos esperando la muerte.

EL ÚLTIMO LATE NIGHT -LA PANTALLA DEMONIACA



Es una idea brillante la de utilizar el lenguaje televisivo para intentar provocar el miedo al espectador y eso es lo que hace El último Late Night, de los australianos Cameron y Colin Cairnes. El planteamiento es hacer un falso documental sobre un presentador de televisión, Jack Delroy -estupendo David Dastmalchian- que intenta triunfar en el disputado mundo de las audiencias. La introducción del documental -algo excesivo- sirve para situarnos en el momento histórico, convulso, de los Estados Unidos: la era post-hippie, Vietnam, los conflictos sociales, los crímenes brutales como los de la familia Manson y el llamado pánico satánico de los años 70 y 80. En este contexto se nos dice que vamos a presenciar la grabación del último programa en directo de Delroy, por lo que se puede inscribir la película en el subgénero del found footage. El último Late Night se presenta como un programa en directo, en el que Delroy y  su equipo intentan apelar al sensacionalismo de lo oculto para enganchar a la audiencia. No es un spoiler señalar que la cosa sale mal. El argumento va planteando situaciones que primero son de comedia y que poco a poco van aumentando la inquietud en el espectador. Un mentalista de pacotilla (Fayssal Bazzi), un ex mago escéptico (Ian Bliss), y una parapsicóloga (Laura Gordon) se van sucediendo de forma natural como invitados del programa, que se convierte en un contenedor de temas del cine de terror: poderes mentales, mensajes del más allá, fenómenos extraños y finalmente, posesiones, demonios y apariciones. ¿Es real lo que ocurre o parte del montaje? Lo mejor de la película, en mi opinión, es que no abandona la mecánica de un programa de televisión, los personajes se siguen comportando con la lógica del directo y del espectáculo, lo que resulta muy divertido. El otro punto a favor es la tensión que se genera a la espera de que algo aterrador ocurra. Y el desenlace es una satisfactoria fiesta de momentos terroríficos y sangrientos, que aprovecha muy bien la textura del vídeo analógico para diferenciarse de otras películas similares. El último Late Night es divertida, tiene algún susto efectivo, y se atreve a aportar una imaginería fantástica interesante, pero, sobre todo, apuesta por algo diferente, aunque sea para contar lo mismo de siempre.