LA ESTRELLA AZUL -LA REVELACIÓN DEL AÑO
DEL REVÉS 2 -¿NUEVAS EMOCIONES?
RIPLEY -DEL ASESINATO CONSIDERADO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES
El guionista Steven Zaillian -ganó el Óscar por La lista de Schindler (1994)- se pone detrás de la cámara como director en Ripley para adaptar a la escritora Patricia Highsmith y a su personaje más popular: Tom Ripley, protagonista de cinco novelas, algunas de ellas llevadas ya al cine en conocidas adaptaciones. Zaillan produce esta miniserie para Netflix eligiendo al estupendo actor Andrew Scott como su Ripley, intérprete británico con carisma y capaz de transmitir un amplio espectro de emociones con un solo gesto, manteniendo siempre una ambigüedad, una duda, muy necesaria para el personaje. No es la primera experiencia como director de Zaillan -debutó en 1993 con En busca de Bobby Fischer- pero no deja de resultar curioso que su guión limite al máximo los diálogos y se apoye en una depurada narrativa visual que nos cuenta (casi) todo con imágenes y rehuye las explicaciones innecesarias. Esto es, Ripley requiere que prestemos atención a lo que ocurre, para interpretar las acciones del protagonista. Esta decisión artística ayuda, claro, a que el personaje se mantenga siempre en el misterio ¿Quién es realmente Ripley? ¿Qué persigue? Zaillian utiliza una cantidad casi desmesurada de planos para contarnos esta historia. Y cada plano es una maravilla. La fotografía de Robert Elswit -colaborador habitual de Paul Thomas Anderson- es prodigiosa. Tanto, que dan ganas de congelar la imagen para disfrutar de la composición, la luz de la costa italiana, y del cuidado con el que se han elegido y diseñado los escenarios en los que ocurre la historia. Dispuestos los elementos y personajes en el primer episodio, la serie se desarrolla en 8 capítulos más bien expansivos, pero deliciosos. Como ya he dicho, Ripley es un misterio, pero enseguida quedan claros sus métodos: es un vividor y sobre todo un manipulador. Para conseguir sus fines, debe conocer bien a los que lo rodean, y el guión juega a desvelar las debilidades de cada personaje. Dickie Greenleaf (Johnny Flynn) es un niño rico que se aburre, inocente y no demasiado listo, con aspiraciones artísticas: la escena en la que Ripley contempla sus cuadros es muy divertida -y un cruel running gag durante los 8 capítulos-. Marge (Dakota Fanning), la novia de Dickie, parece más inteligente y desconfiada, por lo que lo interesante es ver cómo Ripley se maneja también para ganársela. El subtexto está claro: estamos ante una sátira de los privilegiados, de los ricos y poderosos, cuyos hijos malcriados intentan escapar de la superficialidad de sus vidas buscando algo auténtico en un país exótico, en una aspiración artística aunque no tengan talento, en mezclarse con la gente corriente aunque estos sigan siendo, claro, sus sirvientes. Ripley es un parásito encantador, y su ambigüedad es lo que sostiene la trama ¿Qué busca realmente? ¿Es gay? ¿Tiene sentimientos humanos? Esas preguntas nos mantienen interesados y, aunque sospechamos que nuestro héroe es un psicópata, el que sus víctimas sean ‘hijos de papá’ acaba por conquistarnos.
Hay dos secuencias, en dos capítulos diferentes, que destacan en esta miniserie y que pueden resumir su espíritu -atención spoiilers-. Se trata de dos asesinatos perpetrados por el protagonista. El primero ocurre en el mar, en el episodio Sommerso, sobre una barca. Es una secuencia brutal en la que vemos por primera vez la fría violencia de la que es capaz Ripley. Pero enseguida, Zaillian nos muestra todo lo que tiene que hacer el asesino para borrar las pruebas de su crimen. La escena dura unos 20 minutos, no tiene diálogos e, inevitablemente, coloca al espectador del lado de Ripley: no queremos que sea descubierto aún sabiendo que lo que ha hecho es terrible. El mecanismo es análogo a la escena posterior a la famosa ducha de Psicosis (1960) en la que Alfred Hitchcock se atreve a matar a su heroína (Janet Leigh) y deja al espectador sin asidero emocional, huérfano de su punto de vista, obligado a contemplar cómo el inquietante Norman Bates (Anthony Perkins) limpia la escena del crimen, para acabar deseando que se salga con la suya -incluso el corazón nos da un vuelco cuando el coche de la víctima no se hunde del todo en el pantano-. La escena del bote en Ripley, realizada a través de efectos digitales para simular el escenario, de noche, tiene una atmósfera irreal, casi onírica, de hermosa pesadilla que conecta con el clásico La noche del cazador (1955). La otra escena que quiero comentar ocurre en el quinto episodio, Lucio. Ripley comete un nuevo asesinato, que anticipamos desde el momento en el que compra un sólido cenicero en una tienda de decoración. El momento de la muerte es seco, violento, algo sangriento, pero también frío y mecánico. Y, una vez más, Zaillian se dedica a mostrarnos los difícil que es ocultar las pruebas de un crimen. Estamos ante otra larga secuencia, casi sin diálogos, con un terrible humor negro, en el que Ripley realiza varias idas y venidas con el cuerpo de su víctima. El subir y bajar de un ascensor antiguo marca el ritmo y se convierte en una suerte de leitmotiv del horror. Y la tensión, el suspense, viene dado por la posibilidad de que Ripley sea descubierto. Una vez más: en el fondo no queremos que esto ocurra. ¿En qué nos convierte eso?
Hay un elemento que me fascina de Ripley: su forma de narrar a través de los objetos. El protagonista se comporta de forma fetichista con sus posesiones y la serie nos lo muestra organizando su escritorio metódicamente, haciendo su maleta en varias ocasiones, decorando las viviendas y habitaciones de hotel que va ocupando sucesivamente. Hay elementos que aprendemos a relacionar con Ripley, como su máquina de escribir. Pero hay más. La forma en la que el personaje se apropia de la identidad de sus víctimas es a través de sus objetos personales: el pasaporte, un anillo, una pluma, una pitillera, una cámara, los materiales para pintar, las camisas, los zapatos, una maleta. Son objetos que incluso ponen en peligro a Ripley ante la persecución de las autoridades, pero que no puede resistirse a utilizar. Hay momentos en que los objetos en la serie parecen cobrar vida: ya he mencionado ese cenicero robusto y pesado que Ripley compra en una tienda de decoración, nada más verlo, sabemos que se convertirá en un arma homicida. Y Zaillian sigue jugando con ese cenicero cuando el inspector Pietro Ravini (Maurizio Lombardi) lo utiliza cuando fuma durante el interrogatorio. Un personaje, el del inspector de policía, que identificamos también con un objeto, esa pequeña libreta en la que recoge todas las pistas del crimen que intenta resolver.
Por último, hay que hablar de Caravaggio, misterioso referente argumental -más que estético- con el que se trazan paralelismos entre la vida del artista y la de Ripley; cuya obra marca el itinerario del protagonista, que va recorriendo Italia en busca de sus pinturas. Ripley es, en definitiva, un ser de oscuridad y parece que su alma intenta capturar la luz que conseguía recrear el artista italiano con efectos dramáticos en su cuadros, efectos que el personaje identifica con los recovecos de su alma. En la escena más importante y arriesgada de esta miniserie, Zaillian hace que Ripley recree la luz de Caravaggio en el salón de su morada para recibir al inquisitivo inspector Ravini. Antes, Zaillian se ha atrevido a recrear la época de Caravaggio y el homicidio que presuntamente cometió. Ripley adoptará para esta escena su disfraz definitivo. Él sí, y no Dickie ni Marge, será capaz de crear una obra de arte.
MEMORY -UNA HISTORIA INOLVIDABLE
Dice el director mexicano Michel Franco que la semilla de Memory (2024) es una escena misteriosa: tras el reencuentro de ex alumnos de un instituto, un hombre sigue a una mujer hasta su casa y pasa la noche delante de la fachada. ¿Quiénes son esos personajes? Lo que une a Sylvia (Jessica Chastain) y a Saul (Peter Sarsgaard) es su relación con la memoria. Ella está atrapada en su pasado, es incapaz de olvidar y por lo tanto no consigue superar sus traumas y miedos, que proyecta sobre su hija adolescente (Brooke Timber). Él, por el contrario, tiene problemas para recordar lo que que ha vivido y se está buscando a sí mismo. A partir de esa premisa, dice Franco que se embarcó en el proceso creativo de revelar quiénes son sus protagonistas, una sensación que se traslada a la película cuya clave narrativa es descubrir también qué mueve a Sylvia y Saul, fantásticamente interpretados por Chastain y Sarsgaard -este último, ganador del premio a la mejor interpretación en el Festival de Venecia-. La narración se compone de pequeños momentos íntimos y de grandes elipsis que obligan al espectador a estar en guardia en todo momento. Las revelaciones constantes nos hacen replantearnos la historia a cada instante. Memory es un drama emocionante, con momentos preciosos, que toca temas sociales importantes, pero que sobre todo dibuja el conflicto entre el individuo y el grupo social. Saul y Sylvia chocan con sus respectivos entornos familiares, un tema recurrente en los últimos films de Franco -Nuevo orden (2020) y Sundown (2021)- en los que el drama personal produce fricciones con las expectativas familiares y de clase. En este sentido destacan los personajes de reparto interpretados por Jessica Harper y Merritt Wever, ambas estupendas. La gran virtud de Memory es la sencillez de su planteamiento como película y cómo nos introduce en las vidas de estos personajes sin excesos dramáticos ni grandes despliegues. Franco prefiere plantar las semillas en la mente del espectador y que estas germinen luego en nuestras cabezas.
HIT MAN -¿PODEMOS CAMBIAR QUIÉNES SOMOS?
LOS PEORES -EL OJO DE LA CÁMARA
LOS VIGILANTES -DE TAL PALO
No hay que ser un genio para reconocer quién es el padre de Ishana Night Shyamalan, que estrena su primer largometraje como directora, Los vigilantes (2024). Tampoco aporta demasiado decir que la hija sigue los pasos del padre, algo, por otro lado, que resulta comprensible y natural. Estamos ante una película de misterio y terror en el que una persona corriente, Mina (Dakota Fanning) se enfrenta a una situación extraordinaria. Tras la presentación de la protagonista, una empleada de una tienda aves con una vida gris -y un trauma a descubrir-, la heroína se interna en un bosque y se queda atrapada en él. Es el arranque de esta película lo más endeble del argumento: no sabemos si Shyamalan quiere plantear un engima anclado en la realidad a lo Perdidos (2004-2010) o si pretende un argumento surrealista, más abstracto, en la línea de El prisionero (1967-1968). En ambos casos, el planteamiento me parece fallido, se queda en tierra de nadie y eso acaba lastrando el resultado final. Los vigilantes comienza a interesar cuando Mina se encuentra con un misterioso grupo de personajes, atrapados como ella en el bosque. Es entonces cuando la película comienza a operar bajo una serie de reglas, aparantemente arbitráreas pero interesantes, que obligan a los personajes a actuar de cierta manera para salvar la vida ante una amenaza desconocida. Con esta mecánica se desarrolla la mayor parte de un film entretenido, con varios momentos inquietantes, con una puesta en escena elegante y creativa, y un diseño de producción sólido que disbuja un mundo oscuro, de atmósfera terrorífica y fantástica. Una pena que el guión haga demasiado evidente la metáfora de su planteamiento: los personajes ven, en un viejo televisor, un reality show de los 90 que parece reflejar irónicamente su propia situación. Siguiendo la estela de su padre, Ishana Night Shyamalan no revela qué película estamos viendo hasta el último tercio del metraje, cuando se dedica a desarrollar una mitología que puede ser lo más estimulante de Los vigilantes y que deja una sensación más satisfactoria al salir de la sala del cine, que la mala impresión que experimentamos en los primeros compases de su película.
FEUD: CAPOTE VS. THE SWANS -REALIDAD Y FICCIÓN
EL ÚLTIMO LATE NIGHT -LA PANTALLA DEMONIACA
Es una idea brillante la de utilizar el lenguaje televisivo para intentar provocar el miedo al espectador y eso es lo que hace El último Late Night, de los australianos Cameron y Colin Cairnes. El planteamiento es hacer un falso documental sobre un presentador de televisión, Jack Delroy -estupendo David Dastmalchian- que intenta triunfar en el disputado mundo de las audiencias. La introducción del documental -algo excesivo- sirve para situarnos en el momento histórico, convulso, de los Estados Unidos: la era post-hippie, Vietnam, los conflictos sociales, los crímenes brutales como los de la familia Manson y el llamado pánico satánico de los años 70 y 80. En este contexto se nos dice que vamos a presenciar la grabación del último programa en directo de Delroy, por lo que se puede inscribir la película en el subgénero del found footage. El último Late Night se presenta como un programa en directo, en el que Delroy y su equipo intentan apelar al sensacionalismo de lo oculto para enganchar a la audiencia. No es un spoiler señalar que la cosa sale mal. El argumento va planteando situaciones que primero son de comedia y que poco a poco van aumentando la inquietud en el espectador. Un mentalista de pacotilla (Fayssal Bazzi), un ex mago escéptico (Ian Bliss), y una parapsicóloga (Laura Gordon) se van sucediendo de forma natural como invitados del programa, que se convierte en un contenedor de temas del cine de terror: poderes mentales, mensajes del más allá, fenómenos extraños y finalmente, posesiones, demonios y apariciones. ¿Es real lo que ocurre o parte del montaje? Lo mejor de la película, en mi opinión, es que no abandona la mecánica de un programa de televisión, los personajes se siguen comportando con la lógica del directo y del espectáculo, lo que resulta muy divertido. El otro punto a favor es la tensión que se genera a la espera de que algo aterrador ocurra. Y el desenlace es una satisfactoria fiesta de momentos terroríficos y sangrientos, que aprovecha muy bien la textura del vídeo analógico para diferenciarse de otras películas similares. El último Late Night es divertida, tiene algún susto efectivo, y se atreve a aportar una imaginería fantástica interesante, pero, sobre todo, apuesta por algo diferente, aunque sea para contar lo mismo de siempre.