-AVISO SPOILERS-
En Prisioneros hay una
imagen que se repite constantemente: un coche aparca delante de la fachada de
una casa. Una y otra vez se nos muestra la parte exterior de esas
viviendas familiares. Poco a poco vamos descubriendo que esas casas,
aparentemente normales, ocultan sótanos. Habitaciones bajo el subsuelo que
guardan los miedos y las obsesiones de unos personajes que comparten una misma
religión: una fe que promete la supervivencia al Apocalipsis. Pero
cuando llega el verdadero "fin de su mundo", todos y cada uno de esos
"creyentes" se derrumban y se convierten en demonios. Por eso no
hay un psicópata inhumano en Prisioneros,
sino víctimas que se desmoronan hasta perder su humanidad; hasta convertirse en
ruinas como la vieja casa de Keller Dover (Hugh Jackman): él se niega a
reformarla porque no ha superado el suicidio -la pérdida de fe- de su padre. Porque
en Prisioneros todos han perdido la
fe, pero prefieren mantener en pie una fachada de normalidad y
armonía. Por eso, si en su superficie estamos ante un whodunit, para
descubrir al culpable de los secuestros sólo hay que estar atento a la única
persona que deja ver su sótano bien abierto: a la única que confiesa que ya no
puede creer en nada.
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