Hay una diabólica tendencia en el Hollywood actual de reclutar a jóvenes directores prometedores del cine independiente, para ponerles al frente de sus aparatosas franquicias. La idea es maquiavélica, ya que intenta producir un éxito de taquilla sirviéndose de una fórmula supuestamente probada, pero al mismo tiempo reconoce la necesidad de un toque humano mínimo en el producto para poder conectar con el público. Lo malo es que en este intento de los ejecutivos de inyectarle alma a sus blockbusters, la joven promesa puede acabar perdiendo la suya. Marc Webb, se dio a conocer con la romántica y fresca (500) días juntos (2009), en la que convertía a Zooey Deschanel en la prototípica manic pixie dream girl. Tras este éxito, parecía lógico que se encargarse de hacer lo mismo con una Emma Stone pre-La La Land (2016) encargada de dar vida nada menos que a Gwen Stacy, eterna novia de Peter Parker, en el díptico formado por The Amazing Spiderman (2012) y The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro (2014). Si bien Webb consiguió plasmar con acierto el romance pop de los cómics de Stan Lee y John Romita, fracasó finalmente por sobrepoblación de villanos en su segunda película -lo mismo le pasó a Sam Raimi en Spiderman 3 (2007)-. Fue entonces cuando el mencionado Hollywood demostró su cara más voraz al cancelar las futuras películas sobre el superhéroe arácnido, dejando a Webb en el paro y sometiéndonos a un nuevo reboot -el tercero en 15 años- con el inminente estreno de Spiderman: Homecoming. Pero esa es otra historia. La pregunta relevante aquí es si Marc Webb ha perdido su alma tras dos superproducciones o incluso si alguna vez la tuvo como artista. La respuesta es esta Un don excepcional, una pequeña y conmovedora historia humana sobre una niña superdotada y su conflictiva familia. Eso sí, Webb juega ya en otra liga: protagoniza un convincente Chris Evans, a pesar de sus músculos de Capitán América, apoyado por Octavia Spencer, nominada a un Oscar por Figuras ocultas (2016). Con estas estrellas y un guión de Tom Flynn, Webb despliega una puesta en escena francamente convencional, siempre al servicio de la historia, pero también muy efectiva. El director consigue dotar de una gran humanidad a sus personajes, confirmando lo conseguido en sus películas anteriores, incluyendo las de Spiderman. Todos los actores están estupendos, especialmente la niña protagonista, Mckenna Grace, adorable a pesar de buscar nuestra lágrima, creíble como infante aunque demuestre ser capaz de resolver ecuaciones matemáticas imposibles. Un don excepcional es un drama humano que adquiere en cierto momento la forma de un film de género judicial, lo que le permite estructurar sus conflictos familiares. Pero en definitiva, la película nos habla de educación. Todos sus personajes son educadores. ¿Debemos criar a nuestros hijos para ser exitosos o simplemente felices? Esta pregunta se explora sin caer en respuestas fáciles y es un gran mérito del guión el equilibrar la propuesta más demagoga, la del hombre común que disfruta de las cosas sencillas, sin demonizar una postura más elitista de sacrificio privilegiado por un posible legado. Todos tienen su parte de razón, lo que hace que el film mantenga siempre el interés. Y en algún momento de la película, como en la escena de la sala de espera del paritorio, Marc Webb consigue construir un instante verdaderamente emocionante. Quizás, después de todo, el director ha conseguido salvaguardar su alma.
UN DON EXCEPCIONAL: CÓMO EDUCAR A UN GENIO
Hay una diabólica tendencia en el Hollywood actual de reclutar a jóvenes directores prometedores del cine independiente, para ponerles al frente de sus aparatosas franquicias. La idea es maquiavélica, ya que intenta producir un éxito de taquilla sirviéndose de una fórmula supuestamente probada, pero al mismo tiempo reconoce la necesidad de un toque humano mínimo en el producto para poder conectar con el público. Lo malo es que en este intento de los ejecutivos de inyectarle alma a sus blockbusters, la joven promesa puede acabar perdiendo la suya. Marc Webb, se dio a conocer con la romántica y fresca (500) días juntos (2009), en la que convertía a Zooey Deschanel en la prototípica manic pixie dream girl. Tras este éxito, parecía lógico que se encargarse de hacer lo mismo con una Emma Stone pre-La La Land (2016) encargada de dar vida nada menos que a Gwen Stacy, eterna novia de Peter Parker, en el díptico formado por The Amazing Spiderman (2012) y The Amazing Spiderman 2: El poder de Electro (2014). Si bien Webb consiguió plasmar con acierto el romance pop de los cómics de Stan Lee y John Romita, fracasó finalmente por sobrepoblación de villanos en su segunda película -lo mismo le pasó a Sam Raimi en Spiderman 3 (2007)-. Fue entonces cuando el mencionado Hollywood demostró su cara más voraz al cancelar las futuras películas sobre el superhéroe arácnido, dejando a Webb en el paro y sometiéndonos a un nuevo reboot -el tercero en 15 años- con el inminente estreno de Spiderman: Homecoming. Pero esa es otra historia. La pregunta relevante aquí es si Marc Webb ha perdido su alma tras dos superproducciones o incluso si alguna vez la tuvo como artista. La respuesta es esta Un don excepcional, una pequeña y conmovedora historia humana sobre una niña superdotada y su conflictiva familia. Eso sí, Webb juega ya en otra liga: protagoniza un convincente Chris Evans, a pesar de sus músculos de Capitán América, apoyado por Octavia Spencer, nominada a un Oscar por Figuras ocultas (2016). Con estas estrellas y un guión de Tom Flynn, Webb despliega una puesta en escena francamente convencional, siempre al servicio de la historia, pero también muy efectiva. El director consigue dotar de una gran humanidad a sus personajes, confirmando lo conseguido en sus películas anteriores, incluyendo las de Spiderman. Todos los actores están estupendos, especialmente la niña protagonista, Mckenna Grace, adorable a pesar de buscar nuestra lágrima, creíble como infante aunque demuestre ser capaz de resolver ecuaciones matemáticas imposibles. Un don excepcional es un drama humano que adquiere en cierto momento la forma de un film de género judicial, lo que le permite estructurar sus conflictos familiares. Pero en definitiva, la película nos habla de educación. Todos sus personajes son educadores. ¿Debemos criar a nuestros hijos para ser exitosos o simplemente felices? Esta pregunta se explora sin caer en respuestas fáciles y es un gran mérito del guión el equilibrar la propuesta más demagoga, la del hombre común que disfruta de las cosas sencillas, sin demonizar una postura más elitista de sacrificio privilegiado por un posible legado. Todos tienen su parte de razón, lo que hace que el film mantenga siempre el interés. Y en algún momento de la película, como en la escena de la sala de espera del paritorio, Marc Webb consigue construir un instante verdaderamente emocionante. Quizás, después de todo, el director ha conseguido salvaguardar su alma.
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