Me perdonaréis que hable de forma personal -más que de costumbre- sobre una película como En las estrellas. El segundo film de Zoe Berriatúa -Los héroes del mal (2015)- conecta de una forma muy directa con mis sueños, mis miedos, mis películas, mi forma de entender la vida como padre y hasta con mis juguetes. Este film es la historia de un director de cine arruinado, Víctor, que utiliza la fantasía para evitar que su hijo, Ingmar, tenga que enfrentarse a la dura realidad de su situación económica. Estas historias que el padre cuenta a su hijo están representadas en la pantalla de formas muy imaginativas, como decorados teatrales, el lenguaje del cine mudo, la técnica del stop motion o la animación. Y es que Víctor e Ingmar aman el cine, como se ve que lo ama Berriatúa, que vuelca sus referencias al séptimo arte, desde el padre de todo que es George Méliès y su famoso Viaje a la Luna (1902), pasando por Griffith, Lang, Disney, Fellini, Kubrick, Coppola y George Lucas. Pero el homenaje más presente en la película es el de la octava maravilla del mundo, ese monstruo que es puro cine, el King Kong (1933) de Willis O´Brien. No estamos ante un pastiche, ni ante un cóctel de guiños, sino que estas citas están digeridas, integradas y justificadas. Porque los protagonistas no tienen para comer, pero se alimentan de películas, de libros, de robots de juguete, de fantasía. Lo que ha condenado a Víctor es, en parte, esa pasión cinéfila que le impide integrarse en el sistema y tener una "vida normal". Pero esa imaginación también es lo que le ha salvado la vida a él, a su hijo y a esta historia de ser el auténtico drama que esconde. Todo funciona en una película tan modesta como coherente, porque su historia es sencilla, como un cuento, pero está bien narrado, con creatividad e ingenio. Un cuento, además, recreado en la pantalla con una estética preciosa y cuidada. Y si esta fantasía no se queda en las nubes es porque ambos personajes están interpretados por dos actores de una humanidad entrañable: Luis Callejo y el niño Jorge Andreu, este último, de una madurez sorprendente. Ambos hacen de carne y hueso a sus personajes. La dinámica entre ellos es el otro punto fuerte de En las estrellas. La fantasía desbocada de Víctor le hace comportarse como un niño -¿No lo son todos los directores de cine?- y a veces obliga a su hijo a convertirse en padre: Ingmar llama "Víctor" a su progenitor cuando necesita alejarle de una botella de vodka. Les acompaña Macarena Gómez, que aporta sus peculiares rasgos para imprimir un toque fantástico en cada una de sus apariciones. En las estrellas es una película maravillosa, para mí el descubrimiento, la gran sorpresa, de lo que va de año.
ATLANTA -THIS IS AMERICA
La principal fuerza creativa detrás de Atlanta, una serie cuya calidad y ambición se ha visto recompensada por varios premios Emmy y Globos de Oro, es el guionista y actor Donald Glover -Community, Spider-Man: Homecoming- conocido también por su faceta musical como Childish Gambino. Estamos ante una ficción de autor: Glover escribe, protagoniza e incluso dirige algunos episodios. Le acompañan estrechos colaboradores, como su hermano Stephen Glover, rapero y guionista, o el realizador Hiro Murai, junto al que ha hecho mucho ruido gracias al videoclip This is America. Esta conexión musical hace que no sea de extrañar que Atlanta tenga una estética y una banda sonora muy cuidadas, lo primero que llama la atención sobre esta serie. Lo segundo, es que sea una comedia, que podemos calificar de atípica: su humor es poco complaciente -nada de risas enlatadas-. Por último, apuntemos un tercer factor definitorio, como la voluntad de meterse en temas sociales incómodos. Pero además, esta ficción se permite el lujo de introducir fugas surrealistas en su relato, que denotan una ambición artística. Atlanta no parece hecha para grandes audiencias y se centra decididamente en la comunidad afroamericana estadounidense, pero ojo, no como un target comercial, sino con la intención de afrontar, desde un punto de vista crítico, los problemas más complejos -no necesariamente los más obvios- de esta minoría racial. Y aún así, los conflictos existenciales de los personajes, la crítica feroz al sistema capitalista y al estado de las cosas, el que vivamos en una cultura globalizada en la que los referentes son los mismos para todos, hace que esta serie tenga un alcance universal. En su segunda temporada Atlanta es todavía más arriesgada y por tanto interesante, proponiendo episodios autoconclusivos que dinamitan la continuidad narrativa que esperamos de las series actuales y permitiéndose una mayor libertad en cada capítulo.
Atlanta propone a dos protagonistas afroamericanos, que viven en un barrio de clase media-baja en la ciudad que da título a la serie. Ambos sobreviven ciertamente marginados, no por el simple hecho de ser negros -que también- sino por su situación económica, derivada, en gran parte, de su pertenencia a una minoría que lo tiene muy difícil para progresar. Alfred ‘Paper Boi’ Miles (Brian Tyree Henry) se define como un tío que “le da miedo a la gente en los cajeros automáticos” por lo que tiene claro que su única forma de sobrevivir es dedicarse a las actividades que marca el estereotipo para los afroamericanos: el rap o vender drogas. Alfred, al que de vez en cuando veremos en un sofá situado en mitad de un descampado -lo que nos lleva al Baltimore de The Wire- utiliza el dinero de sus trapicheos para tener una casa, y para dedicar su ocio a los videojuegos y a fumar porros; pero además, con los beneficios de la droga puede pagarse los ensayos y las sesiones de estudio para grabar su música. Alfred está siempre al borde de atravesar la frontera que le separa de un mundo diferente: hacia abajo está la cárcel (o la muerte) por vender drogas; pero hacia arriba, hay dinero, fama y privilegios, gracias a su carrera musical. Es interesante cómo ambos mundos se comunican: su participación en un tiroteo en el primer episodio, hace crecer su fama.
La situación del primo de Alfred, Earn -el propio Donald Glover- es bastante peor. El auténtico protagonista de esta serie vive al límite de la pobreza. Earn es el que permite la identificación con el espectador, ya que en apariencia es un joven “normal”, con una familia corriente, que pudo estudiar una carrera universitaria -la abandonó- y que tiene una exmujer y una hija pequeña. Pero la estrechez económica que sufre Earn hace que se tornen borrosas las fronteras de su mundo “normal” con los submundos del crimen. Ya hemos dicho que en el primer capítulo de la primera temporada, titulado The Big Bang, Earn entra en contacto con la violencia callejera -está clara la proliferación de las armas en la serie, todo el mundo tiene una- y se ve envuelto en un tiroteo junto a su primo, aunque su perspectiva sobre esto sea casi irreal: la escena tiene la textura de un sueño o de una alucinación. Tras el tiroteo, Earn pasa el siguiente episodio, Streets on Lock, en comisaría. Curiosamente, su primo, el autor del disparo, sale antes en libertad, porque tiene dinero para pagar la fianza, y porque, a diferencia de Earn, “ya está en el sistema”, se entiende que porque ha cometido delitos previamente. Atlanta juega a llevar al límite la situación de los menos favorecidos en el sistema capitalista, utilizando situaciones tan cotidianas como originales: cuando le impiden a Earn comprar un menú infantil -que es más barato- en una cadena de comida rápida; cuando, para conseguir dinero, acude a las tiendas de segunda mano, en The Streissand Effect; o cuando aprovecha una confusión para hacerse pasar por un representante de famosos con carrera. Earn se mueve, también, entre dos mundos: lo mismo asiste a una fiesta de ricos, que persigue a un empresario de la noche para cobrarle por un bolo de 'Paper Boi'.
Pero como he dicho antes, el aspecto más sorprendente, diferente y ambicioso de la serie, son esas fugas surrealistas que aparecen de vez en cuando en los episodios. En el comentado primer episodio, el montaje narrativo juega con la idea de que el tiroteo pueda ser un sueño, una alucinación o incluso una premonición. Pero hay más momentos que se apartan de lo cotidiano: el detenido desequilibrado en la comisaría de policía que bebe agua del WC; el delincuente que corre por el bosque mientras un narco le dispara con un rifle de mira telescópica en Go for Broke; la diana con el dibujo de un perro que utiliza Darius (Lakeith Stanfield) en una práctica de tiro; el que Justin Bieber sea de raza negra (Austin Crute) en Nobody Beats the Biebs; el niño de mirada inquietante que aparece en la clase de Vanessa, con la cara pintada de blanco; el hombre de traje que le ofrece a Earn un bocadillo de nutella y que luego aparece como una especie de consultor espiritual en la parodia de un anuncio de televisión. Precisamente, el episodio -B.A.N- sorprende al ser una parodia de la emisión de una cadena de televisión para espectadores afroamericanos, anuncios incluidos. Prescinde de un argumento narrativo, recrea un programa de entrevistas, ‘Montague’, en el que se abordan los prejuicios de la comunidad afroamericana con respecto al colectivo LGTBI, con un humor paródico similar al de Saturday Night Live.
Por otro lado, uno de los mejores episodios de la primera temporada, Value, hace a un lado a los primos protagonistas y se centra en Vanessa (Zazie Beetz), madre casi soltera, educadora en un instituto público, que se reúne con una vieja amiga en un restaurante de lujo. Hay una gran diferencia económica entre ambas: Vanessa está atrapada en un trabajo mal pagado, con una hija y un ex fracasado -Earn- mientras su amiga vuela a Nueva York y a París en aviones privados. Pero la causa del éxito de esta, es que se dedica a la prostitución de lujo. Más tarde, por fumarse un porro, Vanessa descubre la hipocresía del sistema en cuanto al consumo de drogas y a las posibilidades de éxito de un afroamericano en la educación pública.
Tras esto, la serie aborda, en The Club, la cultura los locales nocturnos, con sus vips, su corte de aprovechados, el juego de las apariencias, las chicas guapas como reclamo, una bartender sabia, y empresarios que no quieren pagar: aquí el tío es tan esquivo que incluso tiene una trampilla para eludir a sus acreedores.
Otro estupendo capítulo, Juneteenth, se refiere a la celebración de la emancipación afroamericana, y puede resumir el espíritu de la serie. Earn y Vanessa asisten a una fiesta que ofrece una adinerada pareja interracial. Ella es una vieja amiga de Vanessa. Él, de raza blanca, admira la cultura afroamericana con una condescendencia que recuerda a la película Déjame salir (2017). Vanessa quiere hacer contactos para encontrar trabajo y mejorar su situación y le pide a Earn que finja de cara a sus anfitriones. Atlanta nos habla en gran medida de la cultura del éxito y del juego de las apariencias. Desde una mirada crítica propone que estamos obligados a crear un personaje para acceder a ciertos círculos, sociales, económicos e incluso artísticos (o criminales). Los protagonistas de Atlanta, sin embargo, siempre acaban fracasando en este juego, porque su verdadera esencia se revela por accidente o por un impulso autodestructivo. Esto es un mecanismo habitual en la comedia: el protagonista intenta algo que acaba saliendo mal y eso nos hace reír, pero aquí ese fracaso, además de humorístico, tiene que ver con la integridad moral.
El último capítulo de la primera temporada, The Jacket, reincide en este tema. El argumento se centra en la búsqueda de una chaqueta perdida en una noche de juerga, de la que Earn no recuerda nada. Como un detective, el protagonista intenta la reconstrucción de lo ocurrido la noche anterior, por ejemplo, a través de los vídeos subidos a la efímera red social Snapchat. La obsesión de Earn por la prenda, que le lleva a actuar de forma inusual, tiene efectos cómicos. No entendemos la importancia de la chaqueta, cuyo valor Alfred cree adivinar -y resolver- en lo más parecido a un momento emotivo de toda la serie. Pero la verdadera razón es diferente, y desvela una decisión vital de Earn que habla, de nuevo, de integridad y de evitar atajos, como vender drogas o vivir a costa de Vanessa.
Tras esto, la serie aborda, en The Club, la cultura los locales nocturnos, con sus vips, su corte de aprovechados, el juego de las apariencias, las chicas guapas como reclamo, una bartender sabia, y empresarios que no quieren pagar: aquí el tío es tan esquivo que incluso tiene una trampilla para eludir a sus acreedores.
Otro estupendo capítulo, Juneteenth, se refiere a la celebración de la emancipación afroamericana, y puede resumir el espíritu de la serie. Earn y Vanessa asisten a una fiesta que ofrece una adinerada pareja interracial. Ella es una vieja amiga de Vanessa. Él, de raza blanca, admira la cultura afroamericana con una condescendencia que recuerda a la película Déjame salir (2017). Vanessa quiere hacer contactos para encontrar trabajo y mejorar su situación y le pide a Earn que finja de cara a sus anfitriones. Atlanta nos habla en gran medida de la cultura del éxito y del juego de las apariencias. Desde una mirada crítica propone que estamos obligados a crear un personaje para acceder a ciertos círculos, sociales, económicos e incluso artísticos (o criminales). Los protagonistas de Atlanta, sin embargo, siempre acaban fracasando en este juego, porque su verdadera esencia se revela por accidente o por un impulso autodestructivo. Esto es un mecanismo habitual en la comedia: el protagonista intenta algo que acaba saliendo mal y eso nos hace reír, pero aquí ese fracaso, además de humorístico, tiene que ver con la integridad moral.
El último capítulo de la primera temporada, The Jacket, reincide en este tema. El argumento se centra en la búsqueda de una chaqueta perdida en una noche de juerga, de la que Earn no recuerda nada. Como un detective, el protagonista intenta la reconstrucción de lo ocurrido la noche anterior, por ejemplo, a través de los vídeos subidos a la efímera red social Snapchat. La obsesión de Earn por la prenda, que le lleva a actuar de forma inusual, tiene efectos cómicos. No entendemos la importancia de la chaqueta, cuyo valor Alfred cree adivinar -y resolver- en lo más parecido a un momento emotivo de toda la serie. Pero la verdadera razón es diferente, y desvela una decisión vital de Earn que habla, de nuevo, de integridad y de evitar atajos, como vender drogas o vivir a costa de Vanessa.
La segunda temporada de Atlanta, con el subtítulo de Robbin Season, reincide en los temas de la primera entrega: en el episodio inicial, Alligator Man, el prólogo nos coloca de nuevo en el submundo criminal. Earn, prácticamente un sintecho, se enfrenta a una serie de situaciones que rozan el absurdo, pero que también son realistas: interactúa con personajes excéntricos que viven al borde de la criminalidad, y se enfrenta a temas como la violencia doméstica, las drogas y las armas, siempre abordados, eso sí, sin carga moral. Todo esto lleva al inevitable encontronazo con la policía. Pero también aparecen en la historia una leyenda urbana, la de Florida Man, en clave de humor (negro) y la posible presencia de un cocodrilo dentro de una vivienda, elementos que aportan un tono surrealista. 7/10
En la segunda entrega, Sportin Waves, la doble faceta de Alfred provoca contrastes: primero le vemos como vendedor de drogas, siendo robado por su proveedor. Luego asiste a una moderna empresa tecnológica con aires de Silicon Valley, interesada por su música como 'Paper Boi'. Alfred mira con la misma cara de desaprobación al camello que le roba faltando a una suerte de ética profesional entre criminales y a los millennials que, en aras de lo cool, han prescindido de las unidades de lectura de cd y son incapaces de escuchar el nuevo trabajo del rapero. Un nuevo personaje, Tracy (Khris Davis), se burla del capitalismo aprovechándose de sus propias reglas: tarjetas-regalo y políticas de no persecución a los que roban en las tiendas. Pero todo esto solo sirve para un consumismo sin sentido. La verdadera intención de Tracy es vestir como los blancos e impresionarles. Tracy intenta “entrar en el sistema” mediante una entrevista de trabajo, pero fracasa y culpa de ello al racismo. Paradójico. 7/10
Money Bag Shawty cambia las reglas del juego: Earn consigue dinero, por fin, como representante de ‘Paper Boi’, pero, significativamente, su nueva capacidad económica no le convierte automáticamente en un ganador. La sociedad sigue sin respetarle como cuando no tenía un solo céntimo. El argumento expresa estas ideas a través de un billete de 100 dólares que Earn no consigue que nadie acepte, por ser demasiado grande, supuestamente falso, o por ser él afroamericano. Alfred es el encargado de verbalizar la moraleja de la historia, refiriéndose de nuevo al juego de las apariencias y a la hipocresía social. Lo importante no es tener dinero, sino comportarse como alguien que se cree mejor que los demás. 7/10
Helen, dirigido por Amy Seimetz y escrito por Taofik Kolade, parece una entrega algo más convencional de la serie -aunque no por ello de menor calidad- que juega, otra vez, con las cuestiones raciales y las apariencias. El escenario es una fiesta alemana, el Oktoberfest, al que Vanessa lleva a Earn. Ella está en su mundo -al parecer vivió un tiempo en Alemania- y le pide a él que participe. Hay extrañas reglas sociales, máscaras y juegos en los que Earn, como afroamericano, se siente incómodo. Pero el peso del conflicto aquí es de pareja y no de identidad racial. El guión habla de los peajes que debemos pagar para compartir la vida con otra persona, pero la serie ya ha establecido que Earn no es un personaje dispuesto a transigir. 8/10
Barbershop le da el protagonismo a Alfred, y el planteamiento es tan sencillo como que el rapero decide cortarse el pelo. Escrito por Stefani Robinson y dirigido por Donald Glover, el capítulo se siente como un ejercicio de comedia pura, en el que una situación lleva a la otra para desesperación de Alfred, dejando de lado la carga social de la serie, más allá de que Bibby (Robert Powell), el barbero y personaje central del argumento, sea un afroamericano con tres trabajos para mantener a su hijo, y esté metido en varios negocios ilegales, chanchullos y estafas. 7/10
En el mismo sentido, Teddy Perkins propone un argumento aislado, una historia autoconclusiva, centrada en Darius, al que vemos, sorprendentemente, conduciendo un camión de mudanza. Se dirige a la mansión de Teddy Perkins, ficticio artista musical, personaje de caracterización chanante, atrapado en su propio Xanadú, que reúne elementos biográficos de artistas como Michael Jackson: un padre abusivo, el blanqueamiento de su piel -buscad en Google “Sammy Sosa Hat”- y una vida adulta excéntrica. Este personaje, interpretado por el mismo Donald Glover bajo el citado maquillaje chanante, introduce a Darius en una historia que hace pensar en El crepúsculo de los dioses (1950) y sobre todo en ¿Qué fue de Baby Jane? (1962). 10/10
Champagne Papi tiene una premisa cotidiana -una noche de chicas- en un escenario extraordinario, la mansión del famoso rapero Drake, personaje principal de un episodio en el que cada una de las amigas de Vanessa vive su propio 'descenso a los infiernos' tras tomarse una droga sintética con forma de osito de gominola -conocida como 'la Bomba'-. Así, Van se pierde en la mansión del cantante; Candice (Adriyan Rae) se pira a otra fiesta; Tami (Danielle Deadwyler) se raya con una pareja interracial; y Nadine (Gail Bean) alucina y se pone filosófica con Darius. Pero sobre todo el episodio habla de las redes sociales y critica la falsedad de esa vida que nos fabricamos en Instagram (sobre todo cuando crees que tu expareja está mirando). 7/10
Woods reincide en ese mismo tema, cuando Ciara (Angela Wildflower) intenta que Alfred, como 'Paper Boi', participe en el juego de la fama en las redes sociales: monetizar, promocionar y conseguir cosas gratis. Cuando Alfred expresa que prefiere mantenerse 'real' se embarca en una aventura terrorífica, dirigida por Hiro Murai, en la que su fama se convierte en una pesadilla y acaba perdido en el bosque que da título al episodio. 8/10
Sorprendente y lleno de emociones es North of the Border, con un sentido de la comedia similar al de Jo, ¡Qué noche! (Martin Scorsese, 1985). Todo va mal, a pesar de partir de una premisa lógica: Earn convence a un reticente Alfred para actuar en una gala benéfica universitaria. A partir de ahí, todo es raro: se hospedan en la casa de una instagramer fanática de 'Paper Boi'; Tracy se toma su papel de guardaespaldas demasiado en serio; en la gala en cuestión artistas y espectadores van en pijama; etc. Más cosas pasan en una noche loca que acaba con una nota de mal rollo en esta mini-película dirigida, de nuevo, por Hiro Murai, que vuelve a demostrar su capacidad para crear atmósferas extrañas. 9/10
Fubu retrocede a la infancia de Earn y Alfred para hablar seriamente del acoso escolar. Dirigido por Donald Glover, lo mejor del episodio es cómo refleja el terror constante que se puede sentir en un instituto y cómo ese universo adolescente está totalmente desconectado del de los adultos. La premisa es brillante: dos niños acuden a clase con camisetas prácticamente iguales, y pequeñas diferencias entre ambas hacen pensar al resto de los chavales que una de las prendas es una falsificación. Descubrir al poseedor de dicha camiseta y castigarle se convierte en la obsesión de esa pequeña -y represora- sociedad paralela. 10/10
Por último, Crabs in a Barrel reflexiona con humor pesimista sobre la discriminación racial: los afroamericanos tienen menos oportunidades que, por ejemplo, los judíos. El propio Alfred no se fía de un letrado negro y pide a Earn uno hebreo. La hija de Earn, al destacar en el colegio, obtiene la oportunidad de estudiar en un centro escolar de calidad, en un colegio de blancos. Pero atención a la mirada critica del episodio sobre el varón afroamericano: los empleados de mudanza que no dan palo al agua, o cómo Alfred y Darius parecen incapaces de estar a tiempo en el aeropuerto o de tener el pasaporte vigente. Darius lo dice claramente: los negros no tienen derecho a fallar. El incidente que está a punto de sufrir Earn en el aeropuerto, habla de cómo su origen social persigue a los afroamericanos: la pistola dorada de Alligator Man, del primer capítulo, aparece en el peor momento. La moraleja es dura: los afroamericanos deben esforzarse más -y ser capaces de cualquier cosa- para salir adelante. 8/10
En la segunda entrega, Sportin Waves, la doble faceta de Alfred provoca contrastes: primero le vemos como vendedor de drogas, siendo robado por su proveedor. Luego asiste a una moderna empresa tecnológica con aires de Silicon Valley, interesada por su música como 'Paper Boi'. Alfred mira con la misma cara de desaprobación al camello que le roba faltando a una suerte de ética profesional entre criminales y a los millennials que, en aras de lo cool, han prescindido de las unidades de lectura de cd y son incapaces de escuchar el nuevo trabajo del rapero. Un nuevo personaje, Tracy (Khris Davis), se burla del capitalismo aprovechándose de sus propias reglas: tarjetas-regalo y políticas de no persecución a los que roban en las tiendas. Pero todo esto solo sirve para un consumismo sin sentido. La verdadera intención de Tracy es vestir como los blancos e impresionarles. Tracy intenta “entrar en el sistema” mediante una entrevista de trabajo, pero fracasa y culpa de ello al racismo. Paradójico. 7/10
Money Bag Shawty cambia las reglas del juego: Earn consigue dinero, por fin, como representante de ‘Paper Boi’, pero, significativamente, su nueva capacidad económica no le convierte automáticamente en un ganador. La sociedad sigue sin respetarle como cuando no tenía un solo céntimo. El argumento expresa estas ideas a través de un billete de 100 dólares que Earn no consigue que nadie acepte, por ser demasiado grande, supuestamente falso, o por ser él afroamericano. Alfred es el encargado de verbalizar la moraleja de la historia, refiriéndose de nuevo al juego de las apariencias y a la hipocresía social. Lo importante no es tener dinero, sino comportarse como alguien que se cree mejor que los demás. 7/10
Helen, dirigido por Amy Seimetz y escrito por Taofik Kolade, parece una entrega algo más convencional de la serie -aunque no por ello de menor calidad- que juega, otra vez, con las cuestiones raciales y las apariencias. El escenario es una fiesta alemana, el Oktoberfest, al que Vanessa lleva a Earn. Ella está en su mundo -al parecer vivió un tiempo en Alemania- y le pide a él que participe. Hay extrañas reglas sociales, máscaras y juegos en los que Earn, como afroamericano, se siente incómodo. Pero el peso del conflicto aquí es de pareja y no de identidad racial. El guión habla de los peajes que debemos pagar para compartir la vida con otra persona, pero la serie ya ha establecido que Earn no es un personaje dispuesto a transigir. 8/10
Barbershop le da el protagonismo a Alfred, y el planteamiento es tan sencillo como que el rapero decide cortarse el pelo. Escrito por Stefani Robinson y dirigido por Donald Glover, el capítulo se siente como un ejercicio de comedia pura, en el que una situación lleva a la otra para desesperación de Alfred, dejando de lado la carga social de la serie, más allá de que Bibby (Robert Powell), el barbero y personaje central del argumento, sea un afroamericano con tres trabajos para mantener a su hijo, y esté metido en varios negocios ilegales, chanchullos y estafas. 7/10
En el mismo sentido, Teddy Perkins propone un argumento aislado, una historia autoconclusiva, centrada en Darius, al que vemos, sorprendentemente, conduciendo un camión de mudanza. Se dirige a la mansión de Teddy Perkins, ficticio artista musical, personaje de caracterización chanante, atrapado en su propio Xanadú, que reúne elementos biográficos de artistas como Michael Jackson: un padre abusivo, el blanqueamiento de su piel -buscad en Google “Sammy Sosa Hat”- y una vida adulta excéntrica. Este personaje, interpretado por el mismo Donald Glover bajo el citado maquillaje chanante, introduce a Darius en una historia que hace pensar en El crepúsculo de los dioses (1950) y sobre todo en ¿Qué fue de Baby Jane? (1962). 10/10
Champagne Papi tiene una premisa cotidiana -una noche de chicas- en un escenario extraordinario, la mansión del famoso rapero Drake, personaje principal de un episodio en el que cada una de las amigas de Vanessa vive su propio 'descenso a los infiernos' tras tomarse una droga sintética con forma de osito de gominola -conocida como 'la Bomba'-. Así, Van se pierde en la mansión del cantante; Candice (Adriyan Rae) se pira a otra fiesta; Tami (Danielle Deadwyler) se raya con una pareja interracial; y Nadine (Gail Bean) alucina y se pone filosófica con Darius. Pero sobre todo el episodio habla de las redes sociales y critica la falsedad de esa vida que nos fabricamos en Instagram (sobre todo cuando crees que tu expareja está mirando). 7/10
Woods reincide en ese mismo tema, cuando Ciara (Angela Wildflower) intenta que Alfred, como 'Paper Boi', participe en el juego de la fama en las redes sociales: monetizar, promocionar y conseguir cosas gratis. Cuando Alfred expresa que prefiere mantenerse 'real' se embarca en una aventura terrorífica, dirigida por Hiro Murai, en la que su fama se convierte en una pesadilla y acaba perdido en el bosque que da título al episodio. 8/10
Sorprendente y lleno de emociones es North of the Border, con un sentido de la comedia similar al de Jo, ¡Qué noche! (Martin Scorsese, 1985). Todo va mal, a pesar de partir de una premisa lógica: Earn convence a un reticente Alfred para actuar en una gala benéfica universitaria. A partir de ahí, todo es raro: se hospedan en la casa de una instagramer fanática de 'Paper Boi'; Tracy se toma su papel de guardaespaldas demasiado en serio; en la gala en cuestión artistas y espectadores van en pijama; etc. Más cosas pasan en una noche loca que acaba con una nota de mal rollo en esta mini-película dirigida, de nuevo, por Hiro Murai, que vuelve a demostrar su capacidad para crear atmósferas extrañas. 9/10
Fubu retrocede a la infancia de Earn y Alfred para hablar seriamente del acoso escolar. Dirigido por Donald Glover, lo mejor del episodio es cómo refleja el terror constante que se puede sentir en un instituto y cómo ese universo adolescente está totalmente desconectado del de los adultos. La premisa es brillante: dos niños acuden a clase con camisetas prácticamente iguales, y pequeñas diferencias entre ambas hacen pensar al resto de los chavales que una de las prendas es una falsificación. Descubrir al poseedor de dicha camiseta y castigarle se convierte en la obsesión de esa pequeña -y represora- sociedad paralela. 10/10
Por último, Crabs in a Barrel reflexiona con humor pesimista sobre la discriminación racial: los afroamericanos tienen menos oportunidades que, por ejemplo, los judíos. El propio Alfred no se fía de un letrado negro y pide a Earn uno hebreo. La hija de Earn, al destacar en el colegio, obtiene la oportunidad de estudiar en un centro escolar de calidad, en un colegio de blancos. Pero atención a la mirada critica del episodio sobre el varón afroamericano: los empleados de mudanza que no dan palo al agua, o cómo Alfred y Darius parecen incapaces de estar a tiempo en el aeropuerto o de tener el pasaporte vigente. Darius lo dice claramente: los negros no tienen derecho a fallar. El incidente que está a punto de sufrir Earn en el aeropuerto, habla de cómo su origen social persigue a los afroamericanos: la pistola dorada de Alligator Man, del primer capítulo, aparece en el peor momento. La moraleja es dura: los afroamericanos deben esforzarse más -y ser capaces de cualquier cosa- para salir adelante. 8/10
BARRY -MATAR O NO MATAR, ESA ES LA CUESTIÓN
Un asesino a sueldo que descubre su vocación como actor en Los Angeles. La premisa de Barry, serie disponible en HBO, es simplemente irresistible. El cómico Bill Hader -lo conoceréis de Saturday Night Live o de Y de repente tú- lo hace prácticamente todo: es el creador de la serie -junto a Alec Berg de Silicon Valley- escribe guiones, dirige varios episodios y protagoniza. Y lo hace muy bien. Su gran acierto es mantener la historia sencilla. Hader confía en ese punto entrañable que tiene como actor, para que su personaje, una sorprendente máquina de matar, pueda ser al mismo tiempo inseguro, depresivo y solitario. El argumento se apoya en el choque de dos mundos: el criminal, al que Barry accede de la mano de su tío Monroe Fuches (Stephen Root), que le consigue un contrato con la mafia chechena; y el de un grupo de actores amateur, cuyos ensayos dan vergüenza ajena, dirigidos por un profesor, Gene Cousineau (Henry Winkler), que claramente hace negocio con sus estudiantes. Los dos mundos tienen en común el estar habitados por personas mediocres, sin talento, chapuceras, en definitiva, por idiotas. Como la vida misma.
Si Breaking Bad es un drama que esconde una comedia, Barry es justo lo contrario. Hay chistes directos y obvios, pero también situaciones que no buscan la carcajada, que requieren que hagamos un esfuerzo mayor. Y detrás de todos esos gags, hay, además, una intención temática, la de decirnos, con una carga tremenda de ironía, que, en realidad, todos interpretamos papeles en la vida. Por ejemplo, cuando Barry aprende, con ayuda de Sally (Sarah Goldberg), en la clase de teatro, cómo reaccionar espontáneamente: justo en ese momento les comunican la muerte de un compañero, lo que obliga al asesino a fingir sorpresa, pero de verdad. En otro momento de humor absurdo, la mujer de un capo checheno interrumpe la cruel tortura que perpetran los mafiosos, porque están haciendo demasiado ruido. Ellos dejan de 'interpretar' al momento el papel de criminales, convirtiéndose en marido, primos, y cuñados, que obedecen para no molestar. Recordemos también al torturador checheno que lleva un delantal de carnicero, para acojonar. La serie extrae la comicidad, continuamente, de lo que hay detrás de esas fachadas que todos fabricamos. El humor está presente en lo chapuceros que son los policías -el agente que llora porque acaba de separarse, los informáticos pasotas que intentan desencriptar una cámara de vídeo digital-; mencionemos también a los mafiosos que envían mensajes por whatsapp para encargar un asesinato, y luego piden a Barry que los borre. Todos hacemos el ridículo, en cierta manera, y eso es evidente en otra secuencia de vergüenza ajena, en la que los estudiantes de teatro hacen pequeños números musicales o monólogos, para homenajear a un compañero fallecido. Cuando aparece el padre del muerto, toda la fachada y la palabrería se derrumban ante sentimientos reales, los mismos que, irónicamente, pretende reproducir sobre el escenario el profesor de teatro, o los que, irónicamente, Sally pide a Barry que utilice como herramienta interpretativa, porque eso es "ser humano".
La idea de las apariencias en contraposición a la esencia, está en la mayoría de los episodios de Barry: el legendario asesino a sueldo checheno, Stovka (Larry Hankin), que en realidad está deprimido por haber dedicado su vida a la muerte; la ocurrencia del mafioso Noho Hank -un divertido Anthony Carrigan- de enviar por correo una bala al hombre que ha encargado matar, lo que retrasa el auténtico asesinato; la amiga que humilla a Sally proponiéndola en un casting para interpretar a su madre, cuando son de la misma edad. Destaquemos también el episodio dedicado a la incapacidad de Barry, en un ejercicio teatral, para imaginarse en una situación tan cotidiana como estar en un supermercado por ser víctima de un bloqueo creativo que se resuelve matando o haciendo el amor, dos acciones que son pura verdad. Ese contraste entre realidad y ficción funciona especialmente bien en el tramo final de la primera temporada: en los ensayos de Macbeth, se habla de la muerte de una forma que a Barry le parece superficial y eso le enfurece: él es un veterano de guerra. Las mejores escenas ocurren cuando las emociones de la vida se suben al escenario sobre el que sueñan esos aspirantes a estrella de Hollywood, no demasiado talentosos. Ese diálogo entre realidad y ficción es potente, trágico y a la vez, cómico.
Hay otro elemento que hermana a Barry con una serie como Breaking Bad -o su derivación, Better Call Saul- y es que el argumento no avanza tanto por acciones dramáticas y sus consecuencias, sino por decisiones morales. Matar o no matar y hacer lo que haga falta para cumplir los sueños. El personaje de Barry comienza siendo un asesino eficaz, pero va humanizándose mientras intenta adaptarse a la vida de actor. Paralelamente, su compañera Sally irá frustrándose, ante las dificultades de una carrera en Hollywood, y su personalidad se irá envileciendo. Durante este proceso, la serie se vuelve más oscura e incómoda, sin dejar de ser divertida. Barry es una comedia inteligente, diferente, que en esta primera temporada brilla, pero que promete todavía más.
SILICON VALLEY -IDIOCRACIA
Cada temporada de Silicon Valley recuerda al mito de Sísifo. Los protagonistas, jóvenes informáticos, empujan una pesada roca cuesta arriba para alcanzar el éxito y cuando lo consiguen, esta vuelve a caer por la colina de un gráfico financiero hacia la bancarrota. La serie creada por Mike Judge -padre de Beavis and Butt-Head- es una de las mejores comedias recientes. Judge crea situaciones de humor nerd, ya que en el escenario de su ficción, los empollones de La revancha de los novatos (1984) se han quedado sin enemigos naturales. Todos son frikis en Silicon Valley, porque el mundo está en manos de los Steve Jobs, Bill Gates y sus descendientes como Mark Zuckerberg. Judge se ha dado cuenta de que, si quiere hacer una sátira del capitalismo, debe apuntar a estos genios informáticos y olvidarse de los ejecutivos de la bolsa representados en Wall Street (1987) o en El Lobo de Wall Street (2013). Silicon Valley es una de las críticas más rotundas, desde el humor, que se pueden hacer del sistema capitalista, de la cultura del éxito y del sueño americano. En cada episodio sus personajes triunfan y sucumben en un juego en el que las fortunas de hacen y deshacen porque no existen realmente: son acciones, meras cifras en un ordenador.
Judge y su equipo de guionistas han conseguido en 5 temporadas emocionarnos con temas tan estériles como las finanzas, la letra pequeña de un contrato o la gestión empresarial. Judge, que ya nos habló de la trituradora de sueños que es el ambiente laboral en Trabajo basura (1999), aquí apunta más alto, a esos ejecutivos que no tienen ni idea y que hacen y deshacen como pollos sin cabeza. El mejor representante de esto es un gran personaje, Gavin Belson (Matt Ross), trasunto de Steve Jobs, que se cree un dios a pesar de estar lleno de defectos demasiado humanos. Mike Judge propone una visión desencantada de un grupo de personajes, en el que absolutamente todos -protagonistas y antagonistas- tienen fallos vergonzosos. Los informáticos soñadores como Richard Hendricks (Thomas Middleditch), Dinesh -Kumail Nanjiani de La gran enfermedad del amor- y su media naranja, el satanista Gilfoyle (Martin Starr), son los "buenos", pero tan egoístas y traicioneros como el peor. Salvemos de la quema al caricaturesco, pero puro de corazón, Jared (Zach Woods) y a Monica (Amanda Crew), algo menos malintencionada. El resto del elenco está formado por personajes ciertamente detestables, por mucho que puedan parecernos simpáticos. El fumeta Erlich Bachman -el problemático T.J. Miller ya no está en la serie- y su sidekick Jian-Yang (Jimmy O. Yang) son los descerebrados que se creen con derecho a la fortuna y el lujo, sin talento ni esfuerzo. Mencionemos también al millonario imbécil Russ Hanneman (Chris Diamantopoulos) y al ejecutivo agresivo Jack Barker (Stephen Tobolowsky) y su gráfico con la fórmula de la productividad (que se enseña en las universidades). Toda esta fauna, y alguno más, dibujan una suerte de distopía en la actualidad que no deja títere con cabeza: recordemos que Mike Judge ya nos advirtió a todos que, si seguimos así, acabaremos siendo idiotas en la aterradora Idiocracia (2006). Silicon Valley es una de las mejores comedias televisivas de los últimos años y no tiene rival en su mirada despiadada sobre la gran farsa que es el capitalismo.
En la quinta temporada, las constantes temáticas de la serie se mantienen. Pero se prescinde de la dinámica de colocar constantemente a los personajes al borde del precipicio del fracaso y muy cerca de la cima del éxito, seguramente por creerla agotada. Esto reduce la tensión argumental y es vedad que los capítulos no resultan tan adictivos. A cambio, la serie propone ideas nuevas, explora otros territorios y adopta una estructura de múltiples tramas divergentes al estilo de las clásicas Friends y Seinfeld. Paso a comentar cada capítulo.
En Grow Fast or Die Slow los trabajadores, los curritos, se convierten en peones de la lucha entre Gavin Belson -que vuelve como gran enemigo a batir- y la empresa de Richard Hendricks. Una masa laboral que estas empresas -sumemos a Hooli y Pied Piper, una nueva y absurda startup que vende pizzas- contrata y despide como meras cifras. Pero en un detalle genial, cuando Richard se enfrenta a la realidad física de estos trabajadores, a las caras de estas personas, sufre un ataque de pánico. 7/10
Reorientation gira precisamente en torno a esos empleados que finalmente trabajan en Pied Piper ¿Qué necesitan para motivarse? El guión se ríe de las charlas orientativas, de los discursos motivacionales de los supuestos líderes iluminados, de las fiestas ridículas o los privilegios absurdos -como poder llevar tu perro al curro- y utiliza la torpeza social de Richard para hacerle sufrir varias humillaciones -estrategia habitual en esta serie- y establecer, finalmente, que quizás la gente seguiría a los líderes que dan el ejemplo. Algo completamente utópico en la vida real. 8/10
Chief operating officer reincide en la ausencia de herramientas sociales de los protagonistas de la serie, especialmente de Richard, pero también del empresario medio en Silicon Valley. En la trama, Richard es presentado a un posible amigo, Dana (Dan Mintz), pero en realidad se siente atraído hacia otro, Ben Burkhardt (Ben Koldyke), con el que establece el equivalente laboral a una infidelidad, lo que le coloca en terreno pantanoso con sus compañeros, Jared y Gilfoyle. Además, Dinesh encuentra un compañero de piso, Jeff (Armen Weitzman) que tiene algo que ocultar. Todo esto funciona, sorprendentemente, como una estupenda comedia romántica, entre tíos. Entre tíos nerds. 8/10
Tech Evangelist tiene una premisa brillante: en Silicon Valley ser gay está muy bien visto, pero ser cristiano puede significar ser discriminado. La comparación se complementa con la historia del equipo de Gavin Belson, que se enfrasca en la interpretación de una frase suya, que se toman tan en serio como los apóstoles los evangelios. El guión se permite ser un comentario sobre cómo todo tipo de creencias -absurdas- han reemplazado a las religiones tradicionales en aras del "progreso". 8/10
Facial recognition acumula ideas afortunadas: que Jared sea mejor orador que Richard -y que haga un mejor trabajo explicando su revolucionaria idea-; la reacción de Gavin Belson al éxito de Pied Piper, que encuentra todo, absolutamente todo, absurdo; el miedo de Gilfoyle a un futuro en plan Skynet. Pero lo mejor y lo más inteligente es cómo se disfraza una historia de machismo y acoso sexual laboral bajo la apariencia de un argumento de ciencia ficción sobre inteligencia artificial, que utiliza el complejo de Frankenstein y recuerda a Ex Machina (2014). Un episodio tan inquietante como gracioso. 9/10
Artificial Emotional Intelligence tiene la curiosa propuesta de establecer un paralelismo entre un personaje recurrente, la ejecutiva Laurie Bream (Suzanne Cryer) cuyo comportamiento es tan profesional que resulta robótico; con una auténtica inteligencia artificial, Fiona (Suzanne Lenz), que por contra resulta más humana. El que Jared se enamore de ella era esperable, pero el desenlace final, no. La aventura de Gavin Belson en China es divertida, pero quizás no funciona darle tanto protagonismo a un personaje que necesita de la mirada de un tipo normal para resultar gracioso en su excentricidad. Más convencional es el enfrentamiento entre Dinesh y Gilfoyle. 7/10
Initial Coin Offering es el episodio más completo de la temporada por hacer sátira de temas de actualidad -en Estados Unidos- como el de las famosas criptomonedas, que aquí se convierten en una suerte de pasaporte a la libertad -la serie Mr. Robot hablaba del tema en un sentido similar-. Además, Gavin Belson protagoniza una subtrama muy relacionada con la administración Trump: la de devolver a suelo estadounidenses esas fábricas que se habían ido a China -cuando escribo estas líneas, Trump presiona a Apple para que haga justo eso-. Una tercera trama, con Dinesh en el papel principal, convierte el ecológico y futurista coche Tesla en un símbolo de estatus capitalista. Completa el episodio un running gag menor, tan divertido como absurdo: el becario Holden (Aaron Sanders) le tiene un miedo cerval al buenazo de Jared. 9/10
La quinta temporada de Silicon Valley se cierra con un capítulo, Fifty-One Percent, que recupera las esencias de la serie volviendo a colocar a los personajes entre el éxito absoluto y la ruina. El clímax busca la tensión, e implica a Gavin Belson, Laurie Bream y sus socios chinos, que intentan eliminar del mercado a Pied Piper. Todo ocurre delante de pantallas, lo que me ha traído a la memoria un film de culto nerd como Juegos de guerra (John Badham, 1983). 8/10
Suscribirse a:
Entradas (Atom)