Ex machina es seguramente una de las películas del año. Probablemente ha pasado desapercibida para ti -su paso por los cines en España fue más bien efímero- pero la primera película de Alex Garland -experimentado guionista- confirma el buen momento de la ciencia ficción cinematográfica en los últimos años. Lo mejor del film es su habilidad para apoyarse en referentes clásicos -fácilmente reconocibles- para crear un sólido relato con una sensibilidad actual.
Que Ex machina busca inspiración en los clásicos se ve instantáneamente en los escenarios de la historia, claramente frankensteinianos: el refugio/laboratorio de Nathan (Oscar Isaac) se encuentra en un paraje solitario que bien podría ser la Suiza del Víctor Frankenstein original. El glaciar cercano al laboratorio recuerda a los hielos del Ártico en los que el científico y su criatura encuentran su destino final. La película se apoya obviamente en el arquetípico complejo de Frankenstein, el miedo a que las máquinas acaben por sustituirnos, el temor del científico a que su creación se rebele contra él. En este caso, el mad doctor es Nathan -enésimo reflejo cinematográfico de Steve Jobs/Mar Zuckerberg- que naturalmente se cree un dios. Y aunque el referente es el famoso doctor de Mary Shelley, en algún momento, la actitud y el aislamiento de Nathan -también la estructura de esta historia- recuerdan al doctor Moreau de H.G. Wells. Por otro lado, se puede decir que Ex machina se salta El doctor Frankenstein (James Whale, 1931) para referirse directamente a su secuela, esa obra maestra que es La novia de Frankenstein (James Whale, 1935). Allí está la clave de esta película.
El otro referente clásico de Ex machina es un reflejo contemporáneo de Frankenstein: Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Como si Alex Garland hubiera decidido hacer una película con la escena en la que Rick Deckard (Harrison Ford) debe descubrir si la hermosa Rachael (Sean Young) es una replicante. Surgen entonces las mismas interrogantes sobre la existencia que se plantea Roy Batty (Rutger Hauer) en la película de Scott, aunque aquí sean un argumento secundario para establecer el vínculo emocional entre el espectador y la robótica Ava (Alicia Vikander), cuyo nombre, pronunciado en inglés, suena igual que "Eva" dicho en español. Me gustaría recordar que el monstruo de Frankenstein se autobautizaba "Adán" en la novela original y rescatar una película española de temática muy similar, Eva (Kike Maíllo, 2011). Hay que decir que, además, Ava es la encarnación del mito de la caverna de Platón. Volviendo a Blade Runner, recordemos la gran duda que planeará siempre sobre ella ¿era Deckard un replicante? En Ex machina se plantea una duda similar sobre la identidad de su protagonista, que lleva a una de las escenas más potentes de la película -que incluye, como Frankenstein, momentos auténticamente terroríficos- inspirada en otro clásico: Terminator (James Cameron, 1984).
Por debajo de los mencionados arquetipos clásicos de Frankenstein y Blade Runner, Ex machina esconde una duda -de naturaleza cyberpunk- muy actual: ¿quiénes somos realmente? La inquietante idea de que nuestra esencia pueda ser reducida a una suma de las cosas a las que hemos otorgado un "Me gusta" en la multitud de perfiles de redes sociales que han sustituido a nuestra identidad como seres humanos. Así, Ex machina tiene mucho que ver con los planteamientos paranoicos de Person of Interest (2011), pero sobre todo con la ciencia ficción intimista de Her (Spike Jonze, 2013) y debe mucho sin duda al episodio Be right Back (2013) de la serie Black Mirror, con la que esta película comparte intérprete. De hecho, aquí, el actor Domhnall Gleeson acomete un rol, -el de Caleb- inverso al de Ash, que encarnaba en la ficción británica de Charlie Broker, en la que una empresa recreaba al novio fallecido de Martha (Hayley Atwell).
Así llegamos a la pregunta esencial que esconde Ex machina: ¿Me quiere? Esa es la duda que ha cruzado alguna vez la mente de todos los hombres con respecto al ser amado (femenino). Alex Garland utiliza un argumento de ciencia ficción para plantear la incapacidad del solitario hombre moderno -falsamente- conectado a su entorno gracias a las nuevas tecnologías -redes sociales, compras por internet, pornografía online- que ya no sabe ejercer su rol masculino. Tanto Caleb como Nathan son incapaces de mantener una relación humana con una mujer. Para ellos, el misterio femenino resulta indescifrable a pesar de sus privilegiados intelectos. Las pausas incómodas de Ava, las miradas esquivas, el striptease inverso que la convierte en una fantasía sexual, la emoción de una complicidad clandestina, todo eso seduce irremediablemente a Caleb. Pero a pesar de todas las pruebas, no puede evitar tener esa gran duda, ¿Me quiere o me está utilizando?
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