VENTAJAS DE VIAJAR EN TREN -FICCIÓN DENTRO DE LA FICCIÓN


Siempre que veo personas salir de una sala de cine durante una película pienso que estoy ante una obra interesante. Ventajas de viajar en tren es una rareza, sobre todo en el cine español. Presenta una historia alucinada, con elementos surrealistas y hasta de género fantástico. Su historia comienza con el encuentro en un tren entre una mujer, Helga Pato (Pilar Castro), que acaba de dejar a su marido en un psiquiátrico, con un extraño personaje, Ángel Sanagustín (Ernesto Alterio). Pero tras esto, la estructura narrativa no lleva a ningún lado porque aquí el relato es un fin en sí mismo. Sí a estos elementos sumamos una voluntad de retar al espectador con situaciones crueles, grotescas, terroríficas y hasta una escena que puede ser lo más gore visto en el cine español, tenemos una cinta estupenda con la sana capacidad de echar a algunos de la sala. Con vocación de película de culto, despista su elenco coral de primeras espadas del cine español: Luis Tosar, Quim Gutiérrez, Belén Cuesta, Macarena García, Alberto San Juan y varios más. También engaña su cuidado diseño de producción, una película tan incómoda, lo habitual, es que sea un producto low cost, que tenga un look trash. ¿De dónde sale Ventajas de viajar en tren? Se trata de la adaptación de la novela de Antonio Orejudo Utrilla llevada a cabo por el guionista Javier Gullón -escribió nada menos que Enemy (2013)- que se convierte en un material extraño y explosivo, convertido en imágenes alucinantes por el debutante Aritz Moreno, que demuestra inventiva visual y sentirse muy cómodo en las atmósferas casi oníricas de la película. Ventajas de viajar en tren puede engañar también por su tono de comedia y un look que recuerda al cine de Wes Anderson, pero, como ya he dicho, la crueldad de las situaciones que plantea la convierten en otra cosa. El reparto coral no da vida a personajes, sino a narradores que se van sucediendo durante el relato para contar historias dentro de historias. La misma película se define en varías ocasiones: narraciones superpuestas en "capas como una cebolla", o como "muñecas rusas", pero lo cierto es que estamos ante una ficción sobre la ficción. Todos los personajes viven dentro de una fantasía: paranoica, o creada a costa de engañar a otros, o a sí mismos, o por una forma distorsionada de entender la realidad. No podemos fiarnos de nada de lo que nos cuentan y desde luego, la película nos obliga a decidir quiénes somos ¿Somos espectadores dispuestos a jugar con unas reglas diferentes o somos de los que abandonan la sala cuando no encontramos lo que esperamos?

ESTAFADORAS DE WALL STREET -LA CRISIS FINANCIERA


Las intenciones de una película como Estafadoras de Wall Street -engañoso título en castellano- se hacen evidentes cuando entre sus créditos descubrimos que Adam McKay y Will Ferrell aparecen como productores del proyecto. El director y el actor han colaborado en una serie de títulos empeñados en denunciar el desolador panorama social, económico y moral de su país, unos Estados Unidos en los que cuando el capitalismo va bien todos se apuntan a la fiesta, pero cuando aparece una crisis -como la financiera de 2008-, todos corren para salvar sus culos. Tras La gran apuesta (2015), El vicio del poder (2018) y la serie Succession, McKay y Ferrell aparecen detrás de esta película, que parece conjugar Showgirls (1985) y El lobo de Wall Street (2013) desde la óptica femenina que imprime la directora y guionista Lorene Scafaria, que debuta con la historia -real- de Destiny (Constance Wu) una mujer que, en busca de la independencia -económica- se convierte primero en stripper y luego en estafadora. Hay una cuarta personalidad que marca este film, la de una estrella como Jennifer López, que a sus 50 años luce estupenda y que busca aquí un papel con enjundia que, sin duda, se beneficia de su experiencia y de su carisma. Estafadoras de Wall Street es una crítica del capitalismo, sí, pero cargada de feminismo. Hay algo de venganza en la labor de las protagonistas, que como Robin Hood roban a los ricos que, además de corredores de bolsa sin escrúpulos, son tíos babosos que utilizan a las mujeres como objetos para demostrar su poder, su dinero y en definitiva, su virilidad. No hay un solo retrato masculino que salga favorecido en esta cinta, en cuyo corazón late la amistad entre sus mujeres protagonistas, que deciden ayudarse y defenderse de una sociedad tan hostil como machista.

INTEMPERIE -DUELO AL SOL


Con aires de polvoriento western, Benito Zambrano adapta la novela de Jesús Carrasco en Intemperie, relato de personajes de pocas palabras y por tanto, de sugerencias. El escenario de la España de 1946 -siete años después de la Guerra Civil- es apocalíptico, una tierra sin agua ni alimentos, castigada por un sol inclemente, un paisaje sin fin -fotografiado por Pau Esteve Birba- que es, en realidad, el verdadero enemigo de un puñado de personajes que luchan por sobrevivir. Hay enfrentamientos entre ellos, a pesar de haber sido despojados del escenario -ideológico- de sus viejas batallas. El capataz es el villano de esta función, muy bien interpretado por Luis Callejo, que con tono contenido esconde una violencia tremenda, esa voluntad de oprimir a los otros que es la definición del fascismo con todas sus sombras inconfesables. Su víctima es el niño, fantástico Jaime López, que apunta a prodigio precoz dando vida a un personaje muy puro, que no puede ser otra cosa que la búsqueda de la libertad, el deseo de escapar de una situación sin salida. Por último, el hombre sin nombre, el pastor, el 'moro', un siempre eficiente Luis Tosar como un héroe de antiguas batallas, metamorfoseado en ermitaño, el único capaz de realizar hazañas. Un Ulises que nunca pudo volver a Ítaca. Decía Sergio Leone que el primero en hacer westerns fue Homero. Estos seres perdidos le sirven a Zambrano para hablar del odio. Un rencor que permanece incluso cuando ya no queda nada por lo que luchar, cuando lo construido es ruina, la esperanza es hambre, la humanidad es barbarie y los ideales, polvo. A pesar de las buenas intenciones, quizás le falta a Intemperie algo de brío en la travesía por el desierto de los personajes, algo de tragedia en sus enfrentamientos, y quizás, un poco más de inspiración para conmovernos con sus destinos demasiado anunciados.

YO SOY DOLEMITE -ÉRASE UNA VEZ EN EL GHETTO


Dentro de la corriente nostálgica que parece imperante se sitúa Yo soy Dolemite, un biopic ubicado en los años 70, que como Érase una vez en Hollywood, intenta recrear una época de la industria del entretenimiento, en este caso, un fenómeno específico de la cultura afroamericana, como es el éxito del show man Rudy Ray Moore, comediante, precursor del rap y estrella de cine de serie B, cuando triunfaban las llamadas películas blaxploitation. Los films de este señor eran burdas producciones cinematográficas, que, sin embargo, entendían bien a su público, al que ofrecían lo que este esperaba: acción, persecuciones, peleas de kung fu, humor zafio, algo de picante y sobre todo, una sana actitud de no tomarse nada demasiado en serio. Eddie Murphy interpreta al protagonista, al que conocemos a través de sus esfuerzos para conseguir el éxito, sin demasiado talento, pero con una perseverancia digna de elogio. Acompañan a Murphy actores como Da´Vine Joy Randolph, Keegan-Michael Key, Craig Robinson, Tituss Burgess y sobre todo, un pasadísimo Wesley Snipes, además de cameos de Chris Rock y Snoop Dog -que contó con el verdadero Rudy Ray Moore para uno de sus videoclips-. Esta troupe de artistas chapuceros pero bienintencionados puede recordar a los frikis de Ed Wood (1994), y no por casualidad: firman el guión Scott Alexander y Larry Karaszewski, responsables también del texto del film de Tim Burton. El guión, sin embargo, no profundiza en sus personajes, que apenas presentan conflictos y a los que, francamente, todo les sale demasiado bien. La película plantea la subjetividad el arte y si en realidad juzgamos la calidad de una obra desde una supuesta altura intelectual que no es más que pretenciosidad. De hecho, esta cinta disponible en Netflix, tiene algunos puntos en común con The Disaster Artist (2017). "¿Es una comedia?" preguntan a Rudy Ray Moore sobre su película durante el estreno, a lo que este responde: "claro que lo es, la gente se está riendo". No demasiado lejos de lo que diría el inclasificable Tommy Wiseau. Dirigida por Craig Brewer -Black Snake Moan (2006)- hay que decir que la personalidad de Murphy marca el tono de la cinta y que si no te gusta su humor, no te gustará Yo soy Dolemite. Pero está claro que Murphy se identifica con su personaje: véase el monólogo sobre la crítica cinematográfica a la que acusa de no entender lo que quiere el espectador. Un claro ajuste de cuentas de Murphy, muy taquillero en sus mejores tiempos, pero siempre despreciado por la prensa especializada.

LOS MISERABLES -SIN FUTURO


Ladj Ly, de origen maliense, se compró una cámara y comenzó a grabar lo que pasaba en su barrio, uno de los suburbios desfavorecidos de París. Grabó lo que ocurría cuando Francia celebró el campeonato mundial de fútbol en 2018, pero también cuando ocurrieron las revueltas de 2005. Grabó y grabó, incluso, un episodio de brutalidad policial. Con esos materiales compuso un par de documentales -365 días en Clichy-Montfermeil y 365 días en Malique colgó gratuitamente en Internet. Con esas experiencias, miles de horas grabadas de la vida real, ha rodado Los miserables, su primer largometraje de ficción, que le ha valido el Premio del Jurado en Cannes y que aspira a representar a Francia en los Oscar. Lo que vemos en esta primera película de Ladj Ly tiene vocación de verdad y de denuncia. Pero sobre todo tiene rabia. Tres policías de un cuerpo especial son nuestros guías en un barrio del que conoceremos a sus habitantes y sobre todo el balance de poder entre ellos. La ley que representan los policías, los narcos, los islámicos -que no terroristas-, el ‘alcalde’, los gitanos de un circo itinerante, los comerciantes de un mercadillo, y los más importantes del relato, los niños. Estos olvidados y sin futuro acaban siendo los oprimidos de esta microsociedad. Los oprimidos de los oprimidos. Los personajes principales son tres policías: Stephane Ruiz (Dammien Bonnard) es lo poco que queda de sentido común en el mundo; Chris (Alexis Manenti) es el miedo y la rabia, su sola presencia imprime tensión a cada escena; y Gwada (Djibril Zonga) está atrapado entre dos mundos. Hay que mencionar además al pequeño Issa (Issa Perica), ni mala hierba, ni hombre malo. Ladj Ly construye con estos actores un relato tenso, realista, pero que busca trascender lo concreto, apelando al clásico de Víctor Hugo. Su mensaje social sorprende porque no pacta, aunque humanice a todos los que intervienen en el conflicto, evitando hablar de buenos y malos. Ladj Ly advierte de la posible venganza de los que no tienen ningún futuro.

MI PRIMER FESTIVAL DE CINE -SEXTA EDICIÓN


¿Cuál fue la primera película que visteis de niños? En mi caso se trata de una vieja producción Disney en imagen real, hecha a rebufo de Star Wars, titulada El abismo negro (1979). Nunca la he vuelto a ver, pero la recuerdo perfectamente, a pesar de que pueden haber pasado casi 40 años. Como padre suelo preguntarme cada día qué les estoy dejando a mis hijos. Me refiero a transmitirles algo -además de los valores básicos, la educación, el interés por la lectura o el deporte- que me diferencie de los demás. Se trata de saber quién eres y reflejarlo en tus hijos. Que te conozcan. Si me habéis leído alguna vez en Indienauta habréis detectado que el cine es uno de mis grandes intereses. No he leído ningún estudio que recomiende el cine como herramienta educativa para la vida. Pero debería haberlo. Por eso, desde muy pequeños, he intentado fomentar en mis dos hijos -6 y 3 años- el amor por el cine, que entiendan su lenguaje, que aprendan a disfrutar de la experiencia de ver una película en una sala, en una pantalla grande. No me refiero a ir con ellos a ver cada estreno de Disney o Pixar, ni a ver los dibujos de la tele. Me refiero a ver el cine como arte, como forma de expresión y método de aprendizaje sobre el mundo y sobre la vida. No es fácil. Estarse quieto durante 90 minutos en una butaca, en una sala oscura, es lo contrario al impulso natural de un niño de dos o tres años, cuyo cuerpo le pide a gritos moverse constantemente y a toda velocidad. Y lo normal es que tras pagar las entradas y las palomitas, resulte decepcionante que tu hijo no haga caso a la película, no mire siquiera a la pantalla, y prefiera correr por el pasillo escaleras arriba, escaleras abajo. Tras una experiencia así ¿Quién quiere repetir? Por esto os quiero hablar de Mi Primer Festival de Cine, que se celebra cada año, por estas fechas, en Madrid y Barcelona. El festival consiste en sesiones de cortos de animación, para niños a partir de dos años. El formato de estas sesiones de varios cortometrajes permite que los más pequeños no se aburran, ya que las películas van variando cada poco minutos. Además, ya que en la sala todos son niños, nadie molesta a nadie. Una animadora infantil -Doña Claqueta- enseña a los pequeños el ritual de cada sesión cinematográfica: el apagado de las luces, el encendido del proyector, los aplausos cuando lo que has visto te ha gustado. Además, los críos reciben un programa con la información de cada corto -o película- y una papeleta para votar, como en un verdadero festival de cine. Los organizadores se esmeran en traer cortos inéditos, de diferentes países, estilos, técnicas y estéticas. Esto para mí tiene una gran importancia para enseñar a los niños a que no todo es Disney, Pixar y la animación que viene de Hollywood o Japón. En esta edición, por ejemplo, el país invitado es Rusia y los cortos proyectados de este país, tienen una sensibilidad y una narrativa inusual, que los niños, libres de prejuicios, aceptan sin problemas. 

El festival ofrece, además, sesiones para diferentes edades, entre los 2 y los 12 años, para que los padres podamos presentar a nuestros hijos contenidos adecuados a su edad. Sobre todo para una primera inmersión, lo que ofrece este evento me parece sumamente valioso. Mis hijos han ido creciendo con el festival, que va por su sexta edición, y poco a poco hemos ido accediendo a sesiones más avanzadas. Hay largometrajes en preestreno, como la noruega Solan & Eri, misión a la Luna -a la que había que asistir en pijama por una causa solidaria-; la japonesa The Wonderland; cintas de imagen real, como la holandesa Mi semana extraordinaria con Tess, que ha pasado por el festival de Berlín; y también la francesa nominada a los premios del cine europeo, Las vidas de Marona, que clausura la edición. Mencionemos también sesiones de cortos de Buster Keaton con música en directo, de animadores españoles, de mini documentales en los que los niños son los protagonistas, o el cine espectáculo, cortos animados con acompañamiento musical en directo, a cargo de Marc Parrot y Dani FerrerOtra cosa que me gusta mucho es que la organización se esmera en invitar a los creadores de las películas para que hablen con los niños, que aprenden lo que hacen directores, guionistas y productores. Por último se organizan paralelamente estupendos talleres, de sombras chinescas, animación tradicional, y hasta de cómo hacer nuestra propia película.

Mi Primer Festival de Cine ofrece la mejor oportunidad de iniciar a tus hijos en el séptimo arte. Ahora que estamos (mal)acostumbrados a consumir vídeos de internet cortísimos, que vemos series y películas en tablets y móviles, que Cuarón y Scorsese lamentan que veamos sus películas en Netflix, creo que llevar a nuestros hijos al cine es una las mejores formas de compartir una experiencia cultural, artística, de entretenimiento y sobre todo colectiva, en peligro de extinción. ¿Cuál quieres que sea la primera película que vea tu hija?

LE MANS '66 -EL COCHE PERFECTO


Le Mans ’66  nos transporta en el tiempo no solo a los años 60 en los que transcurre esta película sobre la famosa carrera en 24 horas, sino a un cine clásico, de personajes de una pieza, de momentos emocionantes y con la clara voluntad de entretener. Como una vieja película de Steve McQueen. Una fórmula anticuada, seguramente, que aquí funciona, sin embargo, estupendamente, porque todos los elementos de la cinta -como las piezas mecánicas de los coches que aparecen en la pantalla- están ejecutados con pericia. La dirección firme y vibrante de James Mangold -el neo western de superhéroes, Logan (2017)-; el sólido guión firmado por los hermanos Jez y John-Henry Butterworth y Jason Keller; un diseño de producción fantástico que recrea la época y los coches en cuestión; y por supuesto, buenas interpretaciones. Todo es perfecto, limpio y quizás cómodo, en una película cuyo mensaje ataca claramente la mentalidad corporativa para ensalzar el individualismo, el riesgo, el genio. Algo así como el discurso de Martin Scorsese sobre las películas de Marvel. Esta idea está personificada en el protagonista, el piloto Ken Miles que interpreta Christian Bale, en otra de esas grandes actuaciones a las que ya nos tiene acostumbrados. Bale, siempre camaleónico -vuelve a perder mucho peso para este rol- se transforma en un tipo peculiar, entre heroico y ridículo, de personalidad y temperamento fuertes, de cerrado acento británico, con la capacidad y la obsesión de ser uno con la máquina cuando vuela sobre el asfalto de la pista. Bale en la piel de Ken Miles es el espíritu de la película, lo único que sorprende y destaca por encima de un producto impecable. Un personaje salvaje, humanizado a través de la entrañable y manida relación con su hijo Peter (Noah Jupe). Además, Matt Damon está perfecto como el expiloto Carroll Shelby, contrapunto del protagonista; Josh Lucas parece solo correcto como el odioso ejecutivo sin matices. Es esta una película de hombres, en el que el único personaje femenino es una esposa y madre que apoya a su marido en su obsesión por ser el más rápido. No es esto un defecto, en una cinta sobre un mundo, el del motor, en el que habría pocas mujeres en aquella época. Aunque intenta evitar la épica con un anticlímax, estamos ante una historia de superación, de la búsqueda de un sueño -enmarcado en la lucha de Ford por superar a Ferrari en el circuito- que desemboca en la carrera del título, rodada de forma sobresaliente por Mangold, con coches reales y utilizando los efectos especiales digitales solo como un recurso más. El gran logro de esta cinta es que consigue meternos dentro de uno de estos bólidos de competición. Le Mans ’66 es el cine de siempre, sí, pero brillantemente ejecutado y la mejor excusa para volver a las salas. No esperéis a verla en casa.

MADRE -LA PELÍCULA EN TU CABEZA


Madre me parece una nueva muestra de la pericia como narrador de Rodrigo Sorogoyen -El reino (2018)- y de su inteligencia para manipular al espectador. La película parte del electrizante y aterrador cortometraje del mismo título, que aquí funciona como prólogo, revelando su verdadera función como obra incompleta. No se puede decir que la historia de Madre, el corto, continúe estrictamente en Madre, el largometraje, sino que funciona como una premisa, prácticamente aislada, que da pie a un drama que consigue mantener la desazón de su planteamiento. Con un protagonismo absoluto de Marta Nieto -ganadora de los premios a la mejor actriz en los festivales de Venecia y Sevilla- la historia se desarrolla como un doloroso estudio sobre la pérdida, sobre la ausencia y sobre los mecanismos para superarla, o no. La inteligencia a la que me refería antes, la demuestra Sorogoyen en la ambigüedad de lo que nos cuenta. Una incertidumbre que nos lleva a lugares muy incómodos y que nos hace dudar de si hemos visto efectivamente un drama realista o un thriller de giros imposibles, o las dos cosas. El director, y la guionista Isabel Peña, dejan que sea el espectador el que decida. Sea como sea, creo que hay que aplaudir el riesgo de una de las películas españolas más sorprendentes del año. Y si me permiten ustedes un apunte personal, ciertos elementos de esta cinta, como el tema de la maternidad, el padre irresponsable, o su estética, el uso de los grandes angulares y la profundidad de campo, y hasta el ruido de las olas, me hacen pensar en Roma (2018) ¿Puede ser Madre una hija espiritual de la película de Cuarón?

EL IRLANDÉS -EL HOMBRE QUE MATÓ A JIMMY HOFFA



Lo que hace Martin Scorsese (77 años) en El irlandés es probablemente único. El autor de un puñado de las mejores películas de la historia del cine, cierra una parte importante de su obra, la dedicada al subgénero gansteril, escribiendo su epílogo, su testamento cinematográfico, en sus propios términos. Una temática que comenzó con los gamberros de poca monta de Malas calles (1973) y luego perfeccionada en su mejor película -en mi opinión- Uno de los nuestros (1990). Si en la primera los problemas existenciales, la religión y la culpa -casi autobiográficos- eran más importantes que el submundo criminal, en la segunda, Scorsese se atreve a proponer el crimen organizado como el lado oscuro del sueño americano, de la tierra de las oportunidades. Luego, en Casino (1995), el director de Taxi Driver (1974) expandía el poder de la mafia más allá de Nueva York, hacia las Vegas; y en Gangs of New York (2002) buscaba los orígenes de la violencia en la fundación misma de los Estados Unidos, su propio nacimiento de una nación (criminal). Ahora, Scorsese recupera el esquema y los intérpretes de Uno de los nuestros -Robert De Niro (76 años) y un Joe Pesci (76 años) recuperado del retiro, además de Harvey Keitel (80 años)- para enfrentar a sus gánsteres a la historia reciente de los Estados Unidos: la guerra fría, la revolución cubana, el asesinato de JFK -lo que permite que imágenes documentales y de noticiarios se cuelen en la ficción- y por supuesto, el auge y caída del sindicalista Jimmy Hoffa, al que da vida Al Pacino (79 años). Scorsese sitúa el momento clave de su historia en el tiempo justo en el que Estados Unidos pierde la inocencia, precisamente los años en los que ‘nace’ Scorsese: el movimiento hippie, Woodstock y el nuevo Hollywood. La mirada no puede ser otra cosa que nostálgica. Scorsese no es aquí el renovador desbocado de sus mejores obras, no hay rastro del excocainómano que te golpeaba con la fuerza del montaje -que sigue corriendo a cargo de su incondicional Thelma Schoonmaker- y se convierte en un maestro sabio y reposado que se toma su tiempo para narrar, con un ritmo más cercano a la magistral Silencio (2016) que a Jo qué noche (1985). Un ritmo que hace pensar que estamos viendo Uno de los nuestros a cámara lenta, en el que el vibrante rock & roll de los Rolling Stones no aparece, sustituido por música de los años 50, por la banda sonora de Robbie Robertson (76 años) -amigo del director desde The Last Waltz (1978)-, y sobre todo por el silencio, que se apodera de los momentos finales del film. Algo significativo, este uso del silencio, por parte del director que mejor ha sabido utilizar la música popular en sus películas. Un silencio sepulcral que invita a recibir las imágenes con respeto religioso. El ritmo lento, la cámara más reposada, permite que los inmensos actores nos den una lección interpretativa. Al Pacino casi eclipsa a sus compañeros gracias a su expansivo personaje. Sus extensos intercambios con De Niro nos dejan con ganas de más. Pero son los momentos entre Pesci y De Niro los más emocionantes. Eso sí, los efectos digitales para rejuvenecer a los protagonistas son horrendos. Poco importa, porque al final de las tres horas y media que dura este film, Scorsese te habrá conquistado. Porque te cuenta por primera vez lo que pasa después de que sus gánsteres asciendan hasta lo más alto y caigan. Lo que pasa cuando se acerca el final de la vida y cuando se tiene la sensación de ser el último pistolero, el único que puede contar lo que ha pasado y que debe elegir entre la fea verdad y la leyenda. Robert De Niro -vuelve a ser un irlandés entre italianos como en Uno de los nuestros- como Frank Sheeran, es el clásico (anti)héroe de Scorsese, hecho a sí mismo, que elige el crimen para buscarse la vida y se deja llevar por el camino de la violencia. Enfrentado a la culpa, a la mirada acusadora de su hija Peggy (Anna Paquin), buscará el perdón y el consuelo, lo que introduce otro tema scorsesiano, la fe (católica) ante el final inevitable que todos sabremos sobrevendrá.

VIOLETA NO COGE EL ASCENSOR -LA CUARTA PARED



En el momento clave, para el que esto escribe, de Violeta no coge el ascensor, la directora de la película, la debutante Mamen Díaz, interviene en una escena cuando su protagonista, Violeta (Violeta Rodríguez), se queda sola en una habitación. La voz en off de la realizadora le recuerda a la actriz un estado de ánimo -aquella vez que salían de ver una película de Haneke- para enfocar desde allí la emoción de su personaje. Esa breve intromisión es la película. Definida como un cover, low cost, de Hannah Takes the Stairs (2007), esta cinta presentada en el Festival de Sevilla lleva a Madrid el llamado mumblecore, subgénero indie en el que jóvenes de entre 20 y 30 años expresan sus conflictos existenciales hablando, hablando y hablando. El resultado de este trasplante es sorprendente por su frescura y su cercanía. El esquema argumental 'prestado' de aquella película de Joe Swanberg sirve para expresar una preocupación, la de una generación en España, que, como no se cansan de expresar los personajes, busca siempre algo más. Una generación insatisfecha, de jóvenes que han abandonado, antes de los 30, el sueño de convertirse en estrella de rock -como Miguel (Fernando Delgado Hierro)-; que no encuentran ilusión en sus profesiones -o en sus trabajos- y mucho menos en las relaciones sentimentales. Lo que hace interesante este retrato de juventud es que no hay amargura, no hay drama impostado. No estamos ante el pretencioso retrato de niños del primer mundo, atormentados: Violeta sonríe siempre. Aunque pensemos que esa sonrisa puede ser una máscara, aunque en su interior esté llena de dudas y frustraciones, la vida sigue para Violeta. Sigue asistiendo a fiestas, sigue trabajando y sigue enamorándose. Sigue intentando arreglar su mundo en largas conversaciones con su compañera de piso. En Violeta no coge el ascensor hay pocos personajes, que hablan mucho, en diálogos, la mayoría, afortunados. Personajes ingeniosos y divertidos en la complicada tarea de interesar al espectador cuando la historia no es más que la vida cotidiana. Los tiempos muertos de la Nouvelle Vague son la materia dramática de la película. Y si al principio hay que superar los prejuicios hacia una producción absolutamente low cost, poco a poco vamos entrando en la vida de estos jóvenes -me resisto a hablar de millennials-. Entramos en sus casas, en su lugar de trabajo, hasta sentirlos cercanos. Como si en cualquier momento pudieran llamarnos por el telefonillo. Sobre todo hay que destacar el trabajo de Violeta Rodríguez, ya hemos hablado de su sonrisa, pero hay que mencionar una pasmosa naturalidad que la hace parecer incluso tímida delante de la cámara. Sus monólogos, importantes durante la cinta, son sencillos pero brillantes en sus reflexiones. Pero como he dicho antes, es en la comunión entre actriz y directora -las dos asumen la autoría del film- donde encuentro el auténtico valor de esta obra. Cuando en la escena que he citado al principio interviene la realizadora, apelando a una relación personal, a una experiencia compartida del pasado, de un plumazo se borra la línea entre ficción y realidad, así como la distancia entre actriz y personaje, entre lo que expresa la película, y lo que sienten sus responsables.

THE FAREWELL -BASADA EN UNA MENTIRA REAL


The Farewell está llena de algo tan sencillo como sentimientos humanos. La segunda película de la estadounidense de origen chino, Lulu Wang, funciona porque esta directora y guionista habla de lo que conoce. Su relato autobiográfico recrea su propia experiencia, cuando su abuela fue diagnosticada con una enfermedad terminal y su familia decidió ocultarle la verdad para evitarle el sufrimiento y el miedo de la inminencia de la muerte. Esta actitud es solo el primer elemento del choque cultural que experimentará la protagonista, Billi (Awkwafina) nacida en China pero criada en Estados Unidos. Su regreso a sus orígenes coincide con una crisis vital que la lleva a cuestionar la mentira orquestada para aliviar a su abuela Nai Nai (Zhao Shuzhen), aunque la propia Billi también miente a su familia sobre su propia vida. Este conflicto mantiene en tensión toda la película hasta un final emotivo. Rodada con rigor, sin caer en un solo exceso lacrimógeno -creo que no era fácil conseguirlo- The Farewell es una comedia agridulce -perdonen ustedes el pésimo chiste- que habla del individualismo occidental y compara con las tradiciones y los valores familiares asiáticos, sin eludir la realidad de la gran cantidad de chinos que deciden emigrar a otros países. La soledad, la desorientación existencial y la falta de raíces de la protagonista expresan muy bien el pequeño drama de cualquier inmigrante, que viene a ser, en el fondo, una expresión de la insatisfacción permanente en la que vivimos casi todos en la sociedad actual. The Farewell puede recordar a Goodbye Lenin! (2003) en su mezcla de drama familiar, comedia del absurdo, costumbrismo, y comentario social/político. Es también el equivalente de este año de la estupenda La gran enfermedad del amor (2017) y un retrato de unos Estados Unidos de inmigrantes de segunda generación que poco tiene que ver con la América blanca de Trump.

EN LA HIERBA ALTA -HORROR VEGETAL



El canadiense Vincenzo Natali recupera el misterio y la claustrofobia de la que quizás sigue siendo su obra más conocida, Cube (1997), en En la hierba alta, adaptación para Netflix, nada menos que de una novela corta de Stephen King y de su hijo Joe Hill. Debo decir que me sigue resultando asombrosa la capacidad de King para idear premisas atractivas, sencillas, originales y aterradoras. Aquí, los protagonistas se encuentran atrapados por una misteriosa razón en un campo de hierba. Con un planteamiento tan simple, es una suerte tener detrás de la cámara a Natali, al que los aficionados al fantástico conocemos de sobra -Splice (2009)- y que consigue una atmósfera sobrenatural, inquietante y sugerente, fijándose sobre todo en el horror de la propia naturaleza y su despiadado ciclo vital. En definitiva, el miedo a la muerte que oculta cualquier historia de terror. Protagonizan actores poco conocidos como Laysla de Olivera, Avery Whitted y Harrison Gilbertson, apoyados por un veterano del cine de horror como Patrick Wilson. Estamos ante una historia de género compacta, bien llevada por director y actores, con una base literaria que vuelve a presentar los temas recurrentes de King: una historia ubicada en la América profunda, lo macabro que puede ser el inocente mundo infantil (Will Buie Jr.), cierta crueldad propia del autor de Misery (1990), una concepción de lo fantástico anclada en lo cotidiano, en lo que nos podría pasar a cualquiera de nosotros -el uso siniestro de una canción pop como The Midnight Special de Creedence Clearwater Revival-, ciertos apuntes religiosos y sobre todo la certeza de que los verdaderos monstruos, los que son realmente terroríficos, se esconden en nuestros corazones humanos. Hay que añadir también sugerentes apuntes al horror cósmico de H.P. Lovecraft, que suele aparecer en el trasfondo de algunas obras de King -sin ir más lejos, la popular It-. Con un clímax de terror puro, irracional, y un desenlace paradójico, En la hierba alta, film quinaugurara el festival de Sitges en 2019, es una opción recomendable para los fans del género.

DOCTOR SUEÑO -FANTASMAS DEL PASADO


En su ya famosa y polémica crítica de las películas de Marvel Studios, Martin Scorsese las describe como parques de atracciones, incapaces de expresar verdaderos sentimientos o de sorprendernos, conmovernos, desafiarnos. Sin necesidad de estar de acuerdo con esta opinión de un maestro indiscutible del cine, al ver Doctor sueño me he acordado de su compañero de generación, Steven Spielberg, cuyo cine muchas veces recuerda a un parque de atracciones -sin ir más lejos, Parque Jurásico (1993)-. Spielberg efectuó un ejercicio de nostalgia y veneración hacia Stanley Kubrick cuando revisitó literalmente El resplandor (1980) dentro de una secuencia en la estupenda Ready Player One (2018). Por cierto, es entrañable y revela su edad que Scorsese compare el cine de entretenimiento con parques y no con videojuegos. Digo todo esto porque Doctor Sueño hace una operación similar a la de Spielberg. Mike Flanagan, uno de los directores de cine de terror más en forma -La maldición de Hill House de Netflix- adapta la novela de Stephen King que se atreve a continuar su propio clásico -ya adaptó Flanagan a King en El juego de Gerald- pero al mismo tiempo, juega a recrear la película de Kubrick, que, por cierto, el autor de Carrie (1974) siempre detestó. Así, ante la tarea imposible de convertir a Danny Terrance (Danny Lloyd) en Ewan Mcgregor -más cercano aquí a Obi-Wan Kenobi-, Flanagan propone dos películas en una. Primero, una historia de corte fantástico que parece una versión mejorada de aquellas adaptaciones de King de los 90, divertidas pero insuficientes. Al menos el look y el sombrero de Rebecca Ferguson parecen de aquella época. Esto, que es el plato fuerte del film, resulta muy entretenido y está bien narrado. Pero además, Flanagan realiza una serie de guiños a la película de Kubrick, que poco a poco van creciendo hasta sumergirnos, sin coartadas, directamente, dentro de esa obra maestra del cine de terror. Ante esto está justificado preguntarse ¿No es mejor volver a ver el clásico protagonizado por Jack Nicholson? La respuesta depende de cada espectador, pero debo decir que Flanagan tiene ideas estupendas en esta película, unos cuantos sustos muy inquietantes, expande satisfactoriamente la misteriosa mitología de la primera parte y regresa a esta de una forma convincente. Aunque ¿Qué diría Martin Scorsese?

TERMINATOR: DESTINO OSCURO -VIEJAS GLORIAS


Más que la innecesaria quinta secuela de Terminator (1984), Terminator: Destino oscuro es el remake de la película original y de Terminator 2 (1991) con la vista puesta en contar una ‘nueva’ historia, reiniciando la franquicia y eliminando de la continuidad Terminator 3 (2003), Terminator Salvation (2009) y Terminator: Génesis (2016). La estrategia no es nueva, se proponen personajes jóvenes, Dani Ramos (Natalia Reyes), Grace (Mackenzie Davis) y un nuevo Terminator, el Rev-9 (Gabriel Luna) y se mantienen a los personajes clásicos como secundarios, como garantía de autenticidad: véanse la nueva trilogía de Star Wars, las últimas entregas cinematográficas de Star Trek o la futura Cazafantasmas 3. Aquí, Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger retoman unos roles que ya son iconos del cine y de la ciencia ficción, y ellos son lo mejor de la película y por lo que vale la pena pagar la entrada (si eres fan de la saga). La nueva generación cumple sin más, MacKenzie Davis está bastante bien y Natalia Reyes hace lo mejor que puede. Detrás de la historia está nada menos que James Cameron, que plantea que el futuro y la esperanza de la raza humana está al sur del muro de Donald Trump; y que se ríe con su amigo Arnold convirtiéndolo en un fanático del rifle de Texas, de esos que esperan el Apocalipsis (aunque esta vez, con razón). Por si fueran pocos estos apuntes políticos, a las frases recurrentes de la saga, como 'volveré' y 'ven conmigo si quieres vivir', se suma un 'yes you can' en el clímax, dicho con morriña por Obama. Los guionistas respetan el esquema argumental del 'viaje del héroe', del que se suele valerse Cameron en sus películas y plantean, además, que las nuevas tecnologías -móviles, redes, GPS- son el verdadero enemigo, recordándonos que esto empezó en tiempos analógicos, con un cyborg asesino buscando el nombre de su víctima, Sarah Connor, en la guía telefónica. Todo esto habría dado para una buena película pero la gran decepción -para mí- es el director, Tim Miller. Si en Deadpool (2016) se mostraba imaginativo y gamberro, aquí resulta soso, torpe en el manejo de la tensión, y sobre todo pedestre en las escenas de acción que parecen intercambiables con las de cualquier blockbuster de efectos digitales de hoy en día. Una pena.

LA TRINCHERA INFINITA -LA MIRADA


En una metáfora perfecta del fascismo, Higinio (Antonio de la Torre) debe ocultarse en un hueco en su propia casa, tras perder su bando la Guerra Civil. Oculto, no podrá salir a la calle, ni asomarse por la puerta o la ventana, ni hablar demasiado alto con su mujer, Rosa (Belén Cuesta). Se verá obligado a dejar de existir, privado de todas sus libertades. La trinchera infinita nos cuenta de forma sorprendente y magnífica cómo se puede alargar esa situación imposible. Sabiamente narrada por sus tres directores, Aitor Arregi, Jon Garaño -responsables estos de Handia (2017)- y Jose Mari Goenaga, la película pasa del drama histórico al thriller, con momentos de muchísima tensión cuando el escondite de Higinio corre peligro de ser descubierto. Es además, un estudio profundo de sus personajes, del amor y las relaciones de pareja, una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre la política y la lucha ideológica. En definitiva, una reflexión sobre la vida, claro. Es la historia de España vista desde una ventana con las cortinas cerradas, desde una puerta entreabierta. Con un trabajo impresionante de sus protagonistas -De la Torre y Cuesta estarán en los Goya- el desarrollo de sus personajes es interesantísimo, por lo humano y lo poco idealizado: son personas normales, con defectos y debilidades, ante una situación extraordinaria que les afecta y les cambia. Sobre Higinio planea una duda que sitúa la historia en una zona moralmente gris, tan incómoda como digna de aplauso, que evita que hablemos de 'buenos' y 'malos'. La reflexión en La trinchera infinita sobre si vale la pena o no sacrificarse por una idea, es probablemente necesaria en los tiempos que corren. Su última imagen, el contraplano de toda la película, desde el rencor y la penumbra, es de los mejores finales que he visto. Emotiva, terrorífica, muy entretenida y con la capacidad de hacer pensar al espectador, probablemente sea la cinta española del año.