VENENO -TELEVISIÓN DE AUTOR


¿Por qué hacer una serie sobre la 'Veneno'? Es una pregunta a la que solo pueden responder Javier Ambrossi y Javier Calvo, creadores de esta ficción sobre la mujer trans que se hizo famosa en los años 90 gracias a la llamada 'telebasura'. Durante los meses previos al estreno de la serie en AtresPlayer Premium escuché más de una vez que se trata de un personaje sin interés. Más allá de los gustos personales y más allá de que creo que todo ser humano tiene una historia digna de ser contada, por pura solidaridad, decir que la 'Veneno' no tiene interés esconde un desprecio que es, precisamente, lo que la propia serie busca combatir. La historia de Cristina Ortiz merecía contarse. Primero, tiene un interés obvio: morbo, sexo, nostalgia y sensacionalismo. Pero de esto, los 'javis' huyen proponiendo una trama inteligente que supone un paso más en la obra de dos autores que están demostrando una mirada humanista digna de alabanza que se empeña en dignificar a los diferentes, y a los marginados. Sí, la 'Veneno' fue una 'friki' televisiva que alimentó audiencias hambrientas de morbo chabacano, pero también fue un ser humano y sobre todo, pertenece a un sector que puede ser el más olvidado y rechazado del colectivo LGTBI. No me da miedo decir, por todo esto, que Veneno es una serie importante.

Fijarse en un personaje como Cristina Ortiz es pura reivindicación. Y hacerlo desde una serie mainstream, en una plataforma que busca hacerse un hueco en un mercado audiovisual tan competido, tiene mucho mérito. Personajes como la 'Veneno' son puro underground y nos remiten al cine de John Waters o del primer Pedro Almodóvar. Los 'javis' reflejan ese mundo tan sórdido de operaciones de cambio de sexo clandestinas, de silicona y bótox, de prostitución y drogas, de telebasura y papel cuché, con una dignidad y un cariño, que nos debería reconciliar con unos referentes a los que es muy fácil hacer ascos, pero que también son España. El primer episodio -y el único que veremos, lamentablemente, mientras estemos confinados- es una obra redonda y posiblemente una de las mejores cosas que se han hecho en la televisión de este país. Los 'javis' escapan del biopic -no sé si los siguientes episodios seguirán otros derroteros- y cuentan su historia en dos tramas paralelas, en dos momentos distintos de la vida de Cristina Ortiz que, más que protagonista, es el personaje principal que modifica las vidas de una reportera televisiva -estupenda Lola Dueñas- y de una joven cuyo sexo no se corresponde con su identidad de género -Valeria (Lola Rodríguez)- y que tiene, en la 'Veneno' a su único referente. Con estas tramas, el guión nos habla de transexualidad, de periodismo, de televisión, de cómo somos los españoles. Con un oído finísimo para los diálogos, que definen muy bien a los personajes, sacando interpretaciones estupendas de actores no profesionales, y con una gran capacidad de llenar el relato de detalles y guiños enciclopédicos, los 'javis' triunfan en su retrato de una época -de los 90- y sobre todo, de los ambientes en los que ocurre la acción. Tampoco intentan ser realistas y con ello consiguen engancharnos a su historia en una obra coherente con sus trabajos anteriores: Paquita Salas, desde el humor, ya nos hablaba de los marginados y La llamada desde la música, se empeñaba también en un mensaje radical de inclusión y buen rollo. También hay que decir que Veneno paga los peajes, necesarios en un producto comercial, del sentimentalismo, haciendo explícito su mensaje en determinados momentos -me refiero a la metáfora sobre el juego del Snake- y asegurándose de que todo el mundo entienda lo que se quiere decir. Pero es un defecto menor en una serie estupendamente dirigida, diseñada, producida e interpretada. Veneno es uno de los productos audiovisuales patrios más logrados de los últimos tiempos y, diría yo, un visionado obligatorio por su mensaje. No dejéis de verla.

STAR TREK: PICARD -LA VIEJA GENERACIÓN


El momento definitorio de Star Trek: Picard puede ser cuando el protagonista, un retirado Jean-Luc Picard (Patrick Stewart), acude a la Federación Estelar y no es reconocido por la recepcionista, una chica joven que no tiene noticia de las hazañas pasadas del que fue capitán de la USS Enterprise en Star Trek: La nueva generación (1987-1994). Es quizás un aviso a navegantes: si no conoces al personaje, quizás, esta serie, no es la mejor forma de iniciarse. Aquella 'nueva generación' ahora es una vieja serie para los millennials nacidos con Perdidos, Fringe, HéroesJuego de Tronos y Netflix. Eso por no hablar de la serie clásica, Star Trek (1966-1969) creada por Gene Roddenberry, que ya ha sido 'reseteada' en tres películas producidas por J.J. Abrams, Robert Orci y Alex Kurtzman -trío detrás de Alias y Fringe- que rejuvenecen a los protagonistas clásicos -Kirk, Spock y McCoy- en una nueva historia para que los espectadores no necesiten ningún conocimiento previo. Algo similar sucede con la serie de Netflix, Discovery, que también permite a los nuevos seguidores de la franquicia apuntarse a nuevas aventuras, sin necesidad de un conocimiento enciclopédico. Nada que ver con esta Picard que, aún reconociendo que su protagonista es un héroe olvidado -como he apuntado antes- plantea sus conflictos atendiendo a la historia pasada del personaje en La nueva generación, en las películas protagonizadas por aquella tripulación e incluso en otras series de la franquicia, como Voyager. Siendo un aficionado 'casual' de Star Trek -no he visto ninguna serie al completo, ni todas las películas- puedo decir que al ver esta nueva ficción -disponible en Amazon Prime Video- se tiene la sensación de estar perdiéndonos detalles por desconocer -o por no tener frescas- todas esas historias del pasado. ¿Impide esto el disfrute de Picard? No necesariamente. Pero hay que reconocer que la serie gana interés según van pasando los episodios y vamos conociendo mejor a los nuevos personajes. También es verdad que Picard puede despertar la curiosidad de indagar en el pasado de Star Trek: todas las series están en Netflix, mientras que las películas se pueden encontrar en Amazon Prime Video.

Al frente de Picard está un novelista como Michael Chabon, ganador del Pulitzer con Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (2001), que ha participado también en el argumento de films como Spiderman 2 (2004) de Sam Raimi. Le acompañan el mencionado Alex Kurtzman y Akiva Goldsman -ganador del Oscar por el guión de Una mente maravillosa (2002)- y Kirsten Beyer, que ha dedicado su carrera como guionista al universo de Star Trek. La serie nos presenta a un Picard retirado, al que una misteriosa joven (Isa Briones) pide ayuda. Jean-Luc tendrá que investigar, primero, un misterio relacionado con su viejo amigo, Data (Brent Spiner), en una trama que parece inspirada en Blade Runner (1982) y que plantea una catástrofe traumática en la línea de un 11-S en clave sci-fi, que implica una rebelión de hombres sintéticos, tras la cual se oculta una conspiración. Poco a poco, Picard irá reclutando personajes para formar una nueva 'tripulación': la científica Agnes Jurati (Alison Pill), la ex compañera de la flota Raffi (Michelle Hurd), el piloto Cristóbal Rios (Santiago Cabrera), o el guerrero Elnor (Evan Evagora). Y también nuevos enemigos, los romulanos, y específicamente, una orden secreta de esa raza extraterrestre, quizás menos conocida que los Klingon, emparentada con los vulcanos: Narissa (Peyton List) y Narek (Harry Treadaway). También aparecen, viejos enemigos, los Borg, raza cibernética que nos llevará a rebuscar en determinados episodios de La nueva generación -en Internet es fácil encontrar artículos sobre los imprescindibles- para entender el trauma pasado de Picard con esta siniestra especie. Hay que decir que, quizás, Picard comienza de forma algo lenta, algo coherente con la edad de su protagonista. Es a partir del viaje al espacio de los protagonistas cuando la historia coge impulso y acaba por engancharnos, sobre todo por la constante aparición de personajes -nuevos y antiguos-, cuyas historias personales acaban siendo lo más interesante. Los fans de La nueva generación tienen una cita obligada, sobre todo en el episodio Nepenthe, que supone la reaparición de miembros importantes de aquella tripulación. A partir de ese momento, la acción gana brío en el episodio Broken Pieces, espectacular. Cierra la primera temporada el doble episodio Et in Arcadia Ego, que resuelve los misterios abiertos y recupera una de las constantes de la serie original, la exploración de un planeta desconocido, el primer contacto con una civilización extraterrestre, que pone en cuestión a la propia raza humana. Luego, una espectacular batalla espacial se resuelve con diplomacia, en lugar de combatiendo. Puro Star Trek.

MATTHIAS & MAXIME -EL BESO


Xavier Dolan -Mommy (2014)- escribe, dirige y protagoniza Matthias & Maxime, drama social e historia romántica a partes iguales, sobre los dos amigos del título, interpretados por el propio Dolan y por Gabriel D'Almeida Freitas. Estos amigos de la infancia se ven obligados a besarse para ayudar a una amiga a rodar un cortometraje. Ese beso, lo cambia todo. Dolan cuenta lo que ocurre en el interior de los dos personajes tras ese beso, prácticamente sin contar nada. Sus vidas transcurren de forma natural y cotidiana, porque lo importante es todo lo que pasa alrededor. El valor de esta película es cómo su autor refleja su percepción de la sociedad -en este caso, canadiense, pero equiparable a la mayoría de los países occidentales- y cómo ese subtexto es el tema principal de la cinta. Dolan dibuja una cultura en la que la norma, el conformismo y el machismo, están presentes de una forma aplastante, casi ofensiva, impidiendo cualquier resquicio de libertad individual, borrando cualquier conducta diferente. En este mundo viven individuos frustrados, solitarios, con pequeños vicios para consolarse: observen la atención que Dolan presta a los cigarrillos durante su film. En ese mundo los hombres gritan, se ríen, se juntan para beber y se dicen las verdades en tono de broma, para no ofender. En ese mundo las mujeres permanecen en segundo plano, como novias, amigas y sobre todo, como madres. Es un mundo más gay de lo que pueda parecer: la cámara de Dolan nos hace sospechar de las miradas en un autobús, de los roces de camaradería masculina, de un guaperas misógino que va escuchando Always on My Mind según los Pet Shop Boys. Un mundo invisible, negado siempre, como Dolan prescinde de la imagen del beso desencadenante del conflicto. Los dos personajes protagonistas intentan continuar con sus vidas a pesar de sus dudas: Matthias parece peor definido, hundido por la cultura del éxito; Máxime es el ya clásico personaje dolaniano, un joven de clase obrera, al borde de la exclusión, con una madre conflictiva con la que debe lidiar, y sobre todo, un joven ansioso por escapar de todo, que recuerda al protagonista de Solo el fin del mundo (2016), que hacía, precisamente, el viaje de vuelta. Matthias & Maxime es crítica con el mundo, pero también personal y sumamente romántica, una pequeña historia de un talentoso director que sigue nutriendo una filmografía, sobre todo, emocionante.

LA DAMA Y EL VAGABUNDO -VIDA DE PERROS


Disney + aterriza en España de la mano del estreno de La dama y el vagabundo, nuevo remake de un clásico en imagen real. Está claro que no estamos ante un peso pesado como Aladdin, pero la importancia de la película original variará según la memoria sentimental -y la generación- de cada uno. De entrada debo decir que no he apreciado ni una sola de estas recreaciones que está haciendo Disney de sus clásicos -Dumbo, La cenicienta, etc.- en mi opinión, demasiado fieles al film clásico. En esta película dirigida por  Charlie Bean -La Lego Ninja película y Tron: La resistencia- curiosamente con experiencia en el campo de la animación, lo primero que me llama la atención es que los perros son reales. Esto es importante porque creo que aporta calidez al film, una cualidad de la que carecen -en mi opinión- las frías imágenes digitales de las dos películas dirigidas por Jon Favreau -El libro de la selva y El rey león-. Y muy importante, al menos mis hijos se han quedado pegados a la pantalla de la tele que mostraba a esos perros reales corriendo y saltando, perseguidos por el malvado perrero (Adrian Martínez). A favor de esta adaptación de la que debe ser la historia más romántica de Disney -recordemos la imagen icónica de los dos perros comiendo pasta- está un diseño de producción precioso, que recrea los primeros años del siglo XX, con coches y edificios de la época. Un detalle curioso es el 'blanqueo' histórico: en la película vemos numerosos afroamericanos y la pareja protagonista es interracial -Thomas Mann y Kiersey Clemons- en una época en la que el racismo no permitiría semejante integración. En contra, mencionemos los efectos digitales utilizados para hacer hablar a los perros -con las voces de Tessa Thompson y Justin Theroux- que no consiguen, ni de lejos, la expresividad de los genios de la animación tradicional que trabajaron en el clásico de 1955. Pero las comparaciones son odiosas. La dama y el vagabundo es un eficaz producto para toda la familia, diseñado para entretener, para no ofender, que posiblemente será borrado en poco tiempo por la memoria del espectador.

HOGAR -NIVEL DE VIDA


Hogar es capaz de producir una tensión, en algunos momentos, insoportable. Lo que al principio parece un retrato de la crisis económica -y moral- de nuestros tiempos, y del despiadado mercado laboral, se convierte enseguida en una intriga protagonizada por Javier Muñoz -el siempre estupendo e inquietante Javier Gutiérrez- que sin darnos respiro va tejiendo una tela de araña alrededor de una familia -formada por Mario Casas, Bruna Cusí y la niña Iris Vallés Torres-. Veremos a Javier -no es casualidad que se dedique a la publicidad- realizando una serie de acciones cuyas motivaciones, alcance y consecuencias no conoceremos hasta un final de difícil digestión. La cinta se sostiene casi entera sobre la interpretación de Gutiérrez, pero hay que destacar también la puesta en escena de David y Àlex Pastor, elegante, eficaz y de planos sostenidos para generar esa tensión que he mencionado al principio, que acaba crispando los nervios más templados. Es difícil soportar las mentiras del protagonista, planteadas desde una perspectiva bastante realista. Curiosamente, tememos tanto que se derrumbe el castillo de naipes que construye Javier, como el destino de las personas que le rodean. En ese sentido, quizás, es el guión el punto más débil de la película, cuya historia ve comprometida su credibilidad en algunos momentos, sobre todo en lo referido a la subtrama que concierne al jardinero, que nos sumerge en unas oscuridades, que, es mi opinión, distraen. Thriller social eficaz, Hogar, disponible en Netflix y que iba a ser estrenada en el Festival de Málaga, habla del miedo natural a perder lo que tenemos, de la fragilidad de nuestra posición social y económica, de cómo la vivienda se ha convertido en un lujo y símbolo de status, y sobre todo de la cultura del éxito y de la personalidad necesaria para conseguirlo. De cómo ciertos individuos sin alma, sin escrúpulos, pueden funcionar perfectamente en nuestra sociedad y hasta ocupar los lugares privilegiados que todos deseamos. Solo hace falta sacrificar nuestra humanidad.

GUNS AKIMBO -HARRY PISTOLAS


Miles es un programador de videojuegos y un troll de las redes sociales que un mal día se despierta con dos pistolas atornilladas a las manos. No sé vosotros, pero yo no necesito saber nada más para ver Guns Akimbo, disponible en Amazon Prime Video. Protagoniza Daniel Radcliffe, ese actor que no está haciendo pasar unos ratos buenísimos tratando de que olvidemos que fue Harry Potter. Aquí, como en Swiss Army Man (2016), encarna a un personaje imposible, en una película que puede ser la primera adaptación no oficial del Fortnite. Escribe y dirige Jason Lei Howden -Deathgasm (2015)- que utiliza una narrativa contaminada por el lenguaje de los videojuegos, una sucesión de escenas de acción pasadísimas de rosca. La película, más que desarrollo, acumula situaciones y excesos -violencia, drogas, chistes de mal gusto- con un montaje que desaconseja el parpadeo, al ritmo de una machacona y espídica música electrónica, sin olvidar los ya manidos ralentizados que marcan los momentos álgidos. La narrativa sufre además continuas intrusiones de espectadores que ven lo que ocurre en la acción a través de las redes sociales, comentando en chats, reaccionando en webcams, y con una narración deportiva de lo que vemos: un festín para el déficit de atención. Todo esto y además, continuas rupturas de la cuarta pared. Entre Crank (2006) y Deadpool (2015), la película se beneficia de una antagonista como Nix, interpretada por la muy weird Samara Weaving, que aporta personalidad y coolness a lo que podría haber sido un villano sin interés. Y aunque Guns Akimbo es pura chorrada, algunas ideas, salpicadas aquí y allá, aportan algo de alma al conjunto -ese breve flashback que aporta hondura a Nix-. Por suerte la cosa nunca se pone demasiado seria, y la historia se desarrolla con un argumento de tebeo: concretamente uno de Punisher (contra Jigsaw). Y aunque seguramente Guns Akimbo agota su premisa antes del final y apuesta por la ironía para enmascarar que en el fondo quiere ser un tebeo de superhéroes, resulta un producto francamente simpático si conectas con sus referentes.

VAMPIRES -PARÍS SIGLO XXI



Netflix acaba de estrenar la serie francesa Vampires, y lo primero que llama la atención es que su protagonista, Doina Radescu (Oulaya Amamra) personifica todo lo que no es Drácula. El conde de Bram Stoker, como su antecesor directo, Lord Ruthven -de la seminal creación de John William Polidori, El Vampiro (1819)- representa un orden antiguo, aristocrático, un maligno depredador que se alimenta de campesinos, de pueblerinos -de la clase obrera- y que se enfrenta a la burguesía -agentes inmobiliarios, doctores- y al progreso de los avances científicos -la ciencia del profesor Van Helsing-. Esta oposición se traslada también al ciclo protagonizado -casi siempre- por Christopher Lee en las películas de la Hammer. En ellas, la figura del vampiro no solo representa a la vieja aristocracia, sino también un elemento transgresor de la moral conservadora, que con su sexualidad corrompe a las mujeres, liberándolas de compromisos y matrimonios. Como decía, Doina Radescu no es nada de eso, sino todo lo contrario. Representa a la inmigrante, sin papeles, desfavorecida, marginada, víctima de acoso escolar. También a la chica que vuelve a casa sola. Doina es una adolescente y no una criatura con miles de años a sus espaldas, que encontrará en la sangre su camino a la madurez, en clara referencia a la menstruación, o al pequeño sangrado que supone la pérdida de la virginidad, convertido aquí en abundante fluido hemoglobínico. 

En lo que sí se parece Doina a Drácula es en que es una extranjera, un elemento venido de fuera -cambiemos Transilvania por Argelia- que produce rechazo y miedo. El mayor hallazgo de la serie de Benjamin Dupas e Isaure Pisane-Ferry es situar la historia en París, en la actualidad. En ese París de tensiones sociales, raciales y religiosas. Un escenario interesante para contar, esencialmente, una historia ya conocida en series y películas sobre vampiros. El mundo que dibuja esta ficción tiene mucho de las reglas de True Blood (2008) y aquí, la protagonista, como Sookie Stackhouse (Anna Paquin) o Bella Swan (Kristen Stewart) de Crepúsculo (2008), está dividida entre dos amores. Aquí los pretendientes de Doina representan los dos mundos -el ordinario y el fantástico- entre los que se mueve la heroína, que, por cierto, comparte con Blade su naturaleza mestiza. Tampoco las explicaciones de ciencia ficción sobre la genética de la contaminación vampírica que aparecen en una subtrama de la serie, parecen nuevas. Así, Vampires acumula referentes y transita por lo ya visto: vampiros cool, vampiros de fiesta que bailan a cámara lenta al ritmo de la música electrónica, o la sed de sangre vista como una adicción a las drogas. La serie ganaría enteros si se decidiera a apostar por lo que parecen sus verdaderas intenciones: centrarse en una familia disfuncional, perseguida por la comunidad sobrenatural de no muertos que debería acogerles, y temidos por los seres humanos, ignorantes de su existencia. Pero el guión de Dupas y Pisane-Ferry no acaba de apostar por el tema de la familia, ni por plasmar su cotidianidad. El escenario 'realista' y de contenido social que abre los primeros capítulos de la serie, va dejando paso a giros argumentales cada vez más pulp -algo coherente con la naturaleza del vampiro en la ficción-, quizás más divertidos, más capaces de enganchar al espectador, pero decididamente menos interesantes y originales. 

Los seis episodios de Vampires no aciertan a construir unos personajes atractivos que nos inviten a seguir sus peripecias futuras. Destaquemos el papel de esa madre vampira, que se viste de ninja para salir a al luz del sol, Martha Radescu, interpretada por Suzanne Clément, que quizás habría sido una protagonista más estimulante que la enésima adolescente con problemas. No se puede decir que Vampires sea mala, pero desde luego dista bastante de ser buena.

RABID -CULTO AL CUERPO



En Rabid, las hermanas Soska -American Mary (2012)- se inspiran en la película del mismo nombre dirigida por David Cronenberg -Rabia (1977)- y llevan a cabo un remake que actualiza los temas de aquella película, ofrece una perspectiva feminista y conecta con situaciones tan actuales como el omnipresente coronavirus. El argumento presenta a Rose (Laura Vandervoort), un ‘patito feo’ que trabaja en la vacua industria de la moda, rodeada de modelos, incluida su mejor amiga Chelsea (Hanneke Talbot). Rose sufre un accidente que la deja terriblemente desfigurada y que la convierte en el conejillo de indias de un experimento genético. Pero so es solo el principio. La historia que manejan las hermanas Soska -Jen y Sylvia- acumula tonos, temas y líneas argumentales hasta que acaba perdiendo consistencia. Con una base melodramática, Rose se transforma en una suerte de vampira, pero sus víctimas se convierten en una especie de ‘infectados’ rabiosos. Las dos líneas argumentales se desarrollan de forma paralela, pero lamentablemente parecen pertenecer a dos películas distintas. La cinta critica el culto a la belleza, se despacha contra la industria de la moda, pero lo hace de una forma que parece superficial, apelando al cliché: Rose no puede entrar en un club exclusivo aunque ella misma ha confeccionado la lista de admisión, pero tras su transformación se le abrirán todas las puertas. Las ramas que salen de este tronco argumental deberían ser escenas de terror, pero creo que Rabid no consigue inquietar, ni perturbar, a pesar de la sangre, el gore, y el recurso a la ‘nueva carne’, que brinda mutantes y apéndices extraños. El desatado ‘doctor Frankenstein’ que aparece al final, y un desenlace pretencioso, dejan en evidencia que las Soska, quizás es pedir demasiado, no tienen el rigor en la puesta en escena de Cronenberg, quien ajeno a presupuestos y géneros, conseguía en cada película plasmar su mirada como autor.

SYNCHRONIC -EL SENTIDO DEL TIEMPO


Justin Benson y Aaron Moorhead firman la que puede ser su mejor película en Synchronic, tras un puñado de obras muy interesantes como Resolution (2012), Spring (2014) y The Endless (2017), siempre dentro de las coordenadas de la ciencia ficción low cost. Aquí, los dos directores consiguen su obra más redonda, con un acabado más pulido, que les permite proponer una puesta en escena más sofisticada -el agobiante plano secuencia de la llegada de los paramédicos a la primera llamada de emergencia- y sobre todo evitan las interpretaciones amateur -ellos mismos protagonizaron The Endless en un ejercicio de metaficción- que lastraban la credibilidad y el alcance de sus propuestas anteriores. Aquí, Benson y Moorhead apuestan por alcanzar una mayor repercusión contando con actores reconocidos como Anthony Mackie -popular como El Halcón de los Vengadores de Marvel- y Jamie Dorman -nada menos que Christian Grey-. Esta 'concesión' es realizada sin renunciar a las características autorales de las obras anteriores. En Synchronic, Steve y Dennis son dos técnicos de urgencias que en sus rondas nocturnas se encuentran con extraños incidentes inexplicables. Como siempre en la obra de Benson y Moorhead, la incógnita sobre lo que ocurre es en gran medida el motor del argumento, que aquí desarrolla una trama interesante que le da la vuelta a un concepto clásico de la ciencia ficción. Con un uso muy inteligente de los efectos especiales, los dos directores consiguen imágenes de cine fantástico muy potentes, que disparan la imaginación. Y en el corazón de la trama, como es habitual en su filmografía, una amistad masculina enfrentada a las inseguridades y debilidades masculinas: la paternidad, las relaciones de pareja, la soledad y hasta el sentido de la existencia. Synchronic es absorbente, inteligente y tiene momentos estupendos y emocionantes que llevan al espectador hacia terrenos también habituales en la obra de Moorhead y Benson, los de esa ciencia ficción que se atreve a indagar en lo trascendental.

LAS VIDAS DE MARONA -EL ARTE DE LA ANIMACIÓN


Las vidas de Marona es una de las películas más bonitas que podrás ver este año. Cuenta la historia de una perrita que va pasando de dueño en dueño, cambiando de vida y de circunstancias, sin demasiado control sobre su existencia. Veremos el mundo desde su perspectiva canina, cómo incluso sus nombres se van modificando según el antojo de sus diferentes propietarios. Esa perspectiva no solo marca la narración, sino que permite una tremenda libertad estética a esta película animada. Por ejemplo, para Marona, los otros perros tienen rasgos muy definidos, mientras que los seres humanos se desdibujan a sus ojos, convirtiéndose en formas abstractas, surrealistas, representados a veces por sus características externas: un sombrero, o un puro humeante sin rostro. Lo que nos deja claro esta película de animación francesa, es que para la protagonista la raza humana es egoísta y está siempre insatisfecha. Escrita y dirigida por Anca Damian, de origen rumano, que se estrena en la animación tras films de acción real y documentales, esta película nominada a los Premios del Cine Europeo, despliega una cantidad infinita de estilos pictóricos, de técnicas y estéticas, de ideas narrativas, para contar una historia aprovechando todas las posibilidades de la animación entendida como arte. En Las vidas de Marona hay momentos felices y muy bonitos, pero también la constatación de que la vida puede ser muy dura. Los momentos tristes de la existencia de Marona llegan mucho más hondo de lo esperado, en una película 'de dibujos' que habla de temas poco habituales, y quizás necesarios, en el cine 'infantil'.

FIRST LOVE -GÉNERO DE AUTOR


Takashi Miike, director japonés, ha cultivado una filmografía inabarcable en la que cada estreno es su penúltima película, dinamitando el concepto de autoría en el cine. De alguna manera, el tipo detrás de Audition (1999) o Ichi The Killer (2001) ha conseguido mantener la productividad de un artesano eficaz en su oficio -suele firmar dos cintas al año, en 2007, por ejemplo, dirigió cuatro- y sin embargo, a pesar de aceptar todo tipo de encargos y moverse en cualquier género, Miike tiene un sello reconocible casi siempre. En First Love, Miike vuelve a un subgénero que conoce bien, el cine de mafias, de tríadas y yakuzas, con un protagonista de cine negro, un boxeador implicado por azar en un ‘vuelco’ entre narcos. Con un ritmo narrativo bestial, de pausas justas, con los planos mínimos, haciendo gala de una economía narrativa que refleja su experiencia, Miike nos embarca en una montaña rusa que tiene absolutamente de todo: combates de boxeo, chicas traumatizadas que alucinan, personajes al límite de la caricatura, humor pasado de rosca, persecuciones, tiroteos y peleas con catanas, amén de amputaciones, decapitaciones, algún momento trascendental y un clímax que repite la jugada de Miike en Dead or Alive (1999). Espero que decir esto no sea spoiler. Miike pasa de las reglas del género y de las convenciones del cine, para entregar una película muy entretenida, absolutamente excesiva, que no dejará indiferente. Estáis avisados.

THE COLOR OUT OF SPACE -LA ISLA DE RICHARD STANLEY



En 1990 Richard Stanley se convertía en uno de esos directores que llamamos 'visionarios' con Hardware, cinta de ciencia ficción que puede recordar a Terminator (1984) y que ha acabado convertida en film 'de culto'. Eso que prometía Stanley tenía que confirmarse en una adaptación de la novela de H.G. Wells, La isla del doctor Moreau (1996), una película de estudio, con estrellas como Val Kilmer y Marlon Brando, que acabó siendo un completo desastre. Stanley fue despedido como director -sustituido por John Frankenheimer- y la mejor anécdota es que volvió al rodaje, mezclándose entre los numerosos extras y apareciendo en la película, sin que nadie lo supiese, caracterizado como uno de los hombres bestia del desquiciado doctor, según se cuenta en el documental Lost Soul (2015) -disponible en Filmin-. Casi 30 años después de su debut, Stanley vuelve al cine, por fin, con The Color Out of Space -El color que cayó del cielo- adaptación del famoso relato de H.P Lovecraft, con nada menos que Nicolas Cage encabezando el reparto. Lo primero que sorprende del film es su tono y su puesta en escena del cine de los ochenta y noventa: este retrato de una familia que tendrá que enfrentarse a una amenaza desconocida podría haberlo firmado cualquier director de aquella época, como Joe Dante, Fred Dekker o Tom Holland, que seguían la estela de Steven Spielberg, pero sin la necesidad comercial de ser 'aptos' para todos los públicos. En la película que nos ocupa, los personajes pueden parecer los de cualquier familia corriente, aunque, sin duda, son algo más excéntricos que la media: la joven que realiza rituales de brujería, Lavina (Madeleine Arthur); el chaval acusado de vago y 'porreta', Benny (Brendan Meyer); un niño algo más callado de lo habitual, Jack (Julian Hilliard); la madre que ha sobrevivido a una grave enfermedad, Theresa (Joely Richardson); un 'abuelo' hippie, fumado, conspiranoico, Ezra -nada menos que Tommy Chong, mitad del dúo Cheech & Chong-; y un padre de familia que... bueno, que interpreta Nicolas Cage. Hay que sumar un héroe, nada menos que un hidrólogo, de nombre Ward Phillips (Elliot Knight) que siempre lleva una camiseta de la universidad de Miskatonic. Sorprende también que la película se toma su tiempo en desarrollar a estos personajes y en mostrar la irrupción de ese 'color venido del espacio' que amenazará sus vidas y que da pie a un festival de imágenes psicodélicas y mutaciones al estilo de La cosa (John Carpenter, 1982). Stanley ofrece un film de ciencia ficción sólido, no brilla especialmente en el manejo de la tensión, ni en las escenas de terror, pero se guarda todas sus cartas para un clímax que contiene imágenes potentes, sense of wonder y una apreciable atmósfera  FantastiqueQuizás Stanley, en 2020, no puede ser el visionario que prometía en 1990, cuando hemos visto -¡en Netflix!- cosas como Aniquilación (2018) de Alex Garland. Pero The Color Out of Space es un buen film, de un autor interesante que demuestra amor por el género y que esconde una trama subterránea sobre los lazos familiares y las raíces que nos atan a un lugar, condenándonos a no progresar. ¿O sí?

ONWARD -FANTASÍA DE ANDAR POR CASA


Desde su posición como estudio referente en la animación mundial, Pixar sigue explorando la pérdida como la emoción rectora de nuestras vidas. La muerte, de una u otra forma, es la clave de películas recientes como Coco (2017), pero el paso del tiempo y las separaciones que conlleva también ha estado presente en Toy Story 4 (2019), Cars 3 (2017) y hasta Del revés (2015), y remontándonos hasta Toy Story 3 (2010). En Onward, la muerte del padre de los protagonistas imprime un tono melancólico en una historia de aventuras y fantasía. La idea del film surge de la vivencia real del director Dan Scanlon -Monsters University (2013)- y el resultado es una cinta con un fuerte componente emocional. Onward tiene, quizás, un problema y es que no se puede resumir en una frase. Su concepto es complejo porque requiere explicar el universo en el que ocurre la historia -un mundo como el nuestro, pero habitado por seres fantásticos como elfos, unicornios y trolls-; luego debe contarnos la historia de esos hermanos que han perdido a su progenitor y por último, lo más difícil, sostener el motor del argumento, que es decididamente peculiar: el padre de los protagonistas revivido solo en sus extremidades inferiores. Onward no se puede reducir a una idea reconocible como 'lo que hacen los juguetes cuando no los vemos'; o 'cómo serían nuestras emociones si fuesen personajes animados' o 'lo que pasa después de la muerte'. Pero aunque no hay un concepto claro, el talento y el oficio de Pixar hace que todo funcione. El mundo fantástico en el que ocurre la historia está resumido con una primera secuencia de ejemplar concreción narrativa, marca de la casa, y es una fuente constante de divertidos gags que reflejan el nuestro -¡Esas hadas moteros!- con un sentido del humor que recuerda a El desencanto en una versión apta para todos los públicos. El conflicto entre los hermanos, y el coming age del protagonista, Ian Lightfood (Tom Holland), es humano y honesto -aunque sencillo-. Las piernas del padre se convierten en otra fuente de chistes visuales -a lo Este muerto está muy vivo (1989)- pero también aportan momentos inspirados y emocionantes al mostrar cómo se comunica el padre con los pies. La magnífica y colorida animación, realmente espectacular pero también cálida, mantiene la cohesión del conjunto; el dinámico guión de estructura clásica -cumple a rajatabla los tres actos y los famosos puntos de giro- se mantiene sencillo y lineal, pero no deja puntada sin hilo. Unos personajes simpáticos, aunque quizás no memorables, cumplen su función de implicar al público emocionalmente. Lo mejor para mí, ese punto friki de fantasía, con referencias que van de las portadas de los discos de un grupo de Heavy Metal, pasando por Harryhausen y hasta los dragones y mazmorras de una partida de rol.

EL HOMBRE INVISIBLE -VIOLENCIA MACHISTA


Como actor, guionista y director Leigh Whannell es responsable de terrores recientes de gran éxito como Saw (2004) y sobre todo la saga Insidious (2010), cuya tercera entrega supuso su debut tras la cámara -Insidious: Capítulo 3 (2015)- y que ahora se atreve con un monstruo clásico al que ya se han enfrentado nada menos que James Whale, John Carpenter y Paul Verhoeven. La operación que efectúa Whannell, bajo el paraguas de la productora especializada en terror Blumhouse -Déjame salir (2017), Nosotros (2019)- es una actualización radical del monstruo creado por H.G. Wells en 1897 y no solo porque aparezcan aquí teléfonos móviles y porque la coartada de ciencia ficción sea prácticamente real. Whannell propone un terror lamentablemente cotidiano como la violencia machista y se vale del elemento fantástico como metáfora para expresar el terror de una mujer acosada por un maltratador. La idea de la invisibilidad es perfecta para visualizar la paranoia y el sinvivir que experimentan desgraciadamente muchas mujeres, cuyo final demasiadas veces acaba de una forma que parece inevitablemente trágica. El guión de Whannell es un thriller de giros imposibles pero aterradores que va aumentando la tensión progresivamente y que va acumulando todos los terrores de la violencia machista: el acoso, el aislamiento, la paranoia que impide descansar, los mensajes y la pérdida de la intimidad, el escepticismo social ante la gravedad de la amenaza, el peligro que corren los seres queridos de la víctima. Whannell plantea estas situaciones haciendo un uso muy eficaz del espacio vacío que se convierte en amenaza, del punto de vista que transforma a la propia cámara en el monstruo, y también de los efectos de sonido, al obligarnos a estar atentos a cualquier ruido. El director de la estupenda Upgrade (2018) demuestra que ya sabe manejarse con la cámara. Como en las películas de fantasmas que escribió para James Wan, Whannell nos pone en una tensión constante ante cada plano y en cada movimiento de cámara, generando momentos de terror que en algunos instantes alcanzan una estupenda atmósfera Fantastique. Y delante de esa cámara fantasma, una estupenda actriz como Elisabeth Moss, a la que ya relacionamos con la mujer que debe crecer ante la violencia machista -en The Handmaid’s Tale-. La efectividad del terror que fabrican Whannell y Moss es innegable, y cuando parece que la película va a ser demasiado obvia en su mensaje, un giro final imprime una ambigüedad moral que hace más interesante un producto de entretenimiento puro.