SLAXX -PANTALONES DE MUERTE


Presentada en nuestro país en el Festival de Sitges -y nominada a mejor película en la sección Midnight X-treme- la canadiense
Slaxx es un buen ejemplo de película 'festivalera' que se disfruta en una sala de cine entre risas y aplausos de los fans del género. Lamentablemente, un visionado más serio, en solitario ahora que se estrena en Filmin, tiene pocos alicientes. La película parte de una premisa tan absurda como atractiva: un par de pantalones asesinos que tienen la capacidad de ajustarse muy bien al cuerpo. A cualquier cuerpo, ya sea masculino o femenino. A partir de esta idea, en realidad, Slaxx se desarrolla como una comedia que critica el consumismo y el sistema capitalista. El escenario es una tienda de ropa -tan colorida que hace pensar en Benetton- creada por un gurú a lo Steve Jobs que se dedica a soltar estúpidos eslóganes supuestamente inspiradores. Slaxx satiriza acertadamente la cultura del éxito, las políticas empresariales, pero sobre todo el aborregamiento de sus trabajadores: el villano deviene en el robótico gerente de la tienda, Craig (Brett Donahue) quien, siempre con un pinganillo en la oreja, elige defender los intereses de la compañía -y un posible ascenso- incluso cuando se están perdiendo vidas humanas. Mi problema es que los personajes de Slaxx acaban siendo caricaturas, lo que resta consistencia a una trama que luego se convierte en una suerte de slasher: los odiosos empleados de la tienda de ropa van cayendo asesinados uno a uno. Pero no hay tensión en las secuencias de las muertes, que no están bien resueltas, ni son originales, ni graciosas, ni tienen gore suficienteSlaxx quiere ser simpática, quiere ser disfrutada entre amigos, pero al mismo tiempo propone temas serios de fondo -la máquina explotadora del capitalismo- sobre los que no aporta nada realmente nuevo. Tampoco brilla en sus momentos cómicos ni consigue inquietar en los terroríficos, y parece una versión low cost de la superior In Fabric (2018) -comentada también en Indienauta-. Lo mejor: esos pantalones caminando solos. Pero poco más.

LA VIDA DE LOS DEMÁS -VARIACIONES SOBRE UN MISMO TEMA


Un rótulo, antes de comenzar a ver La vida de los demás, nos informa de que su director, Mohammad Rasoulof está siendo juzgado por hacer propaganda contra el régimen iraní. Un dato que, sin duda, pone al espectador en situación antes de ver esta película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín. Lo que transmite este film soberbio es una sensación de malestar continuo por la opresión de un sistema político injusto. La película se compone de cuatro historias independientes, pero unidas temáticamente como un decisivo alegato contra la pena de muerte. Los personajes protagonistas de cada relato se enfrentan, de una manera u otra, al conflicto moral que supone un Estado que se cree con la capacidad de elegir sobre la vida y la muerte de los ciudadanos. Ante esta realidad, cada personaje tiene una actitud diferente: resignación, rebeldía, culpa y sacrificio. Pero para todos ellos -y los que les rodean- la pena capital supone un peso en sus conciencias y en sus almas. Creo que lo que dice Rasoulof es algo tan sencillo como que no se puede ser feliz, al menos no completamente, mientras se vive en un sistema injusto. Los cuatro personajes y sus familias, claro, tienen momentos felices, pero en su fuero interno se adivina un malestar insuperable. Cada relato se presenta en términos realistas y cotidianos, pero también esconde un giro dramático que supone una revelación que ilumina su pertinencia dentro del esquema de la película y su relación con el tema principal. Y a pesar del mensaje político y del realismo de las situaciones, hay lugar para lo poético. Rasoulof convierte el escenario en un personaje más -aunque esto sea un tópico-: la agresividad del entorno urbano de la primera historia, el agobio de la prisión del segundo episodio, la humedad del bosque del tercer relato y sobre todo, el árido desierto amarillo del último segmento. De ritmo pausado, Rasoulof se permite diálogos diáfanos que describen los sentimientos de sus personajes, que expresan cómo rechazar un sistema injusto les ha modificado la vida. Pero también hay momentos soberbios, como ya he dicho, poéticos, que se presentan sin subrayados y que elevan esta película a otro nivel: me refiero, por ejemplo, al zorro que se asoma de vez en cuando dentro del encuadre, contándolo todo sobre el protagonista de la última historia, sin necesidad de decir una sola palabra.

SOLOS -LO QUE NOS SEPARA Y LO QUE NOS UNE


La inabarcable cantidad de series que hay actualmente y sobre todo el éxito de las mismas está permitiendo la aparición de propuestas diferentes, atípicas, arriesgadas, como Solos, producida por Amazon Prime Video. Esta ficción, creada por David Weil -Hunters (2020)- propone el monólogo como principal recurso para contar historias. La primera temporada se compone de siete entregas, cada una con el nombre de un personaje diferente -Leah, Tom, Peg, Sasha, Jenny, Nera y Stuart- que nos contará su vida. Un único personaje, en un único escenario. Lo más parecido a la experiencia teatral, con los recursos -y efectos especiales- de una gran producción televisiva. Contar historias así permite disfrutar de la interpretación de una forma posible solo en el teatro y eso en Solos es un lujo por el reparto elegido: Anne Hathaway, Athony Mackie, Helen Mirren, Uzo Aduba, Constance Wu, Nicole Beharie, Dan Stevens y Morgan Freeman. Cada uno de ellos está soberbio gracias a un texto y a una planificación que les permiten lucirse delante de la cámara y ser el centro de atención absoluto. Cada uno de estos intérpretes tiene que darle vida a las historias que propone el guión -independientes, aunque descubriréis alguna conexión sorprendente entre ellas- y es increíble cómo la trama se va desarrollando sobre el rostro de actores y actrices con su planteamiento, su clímax y el pertinente desenlace. Todos están magníficos, pero me atrevería a destacar el trabajo de Constance Wu -Estafadoras de Wall Street (2019)- cuya interpretación en Jenny va del humor a la tragedia de una forma convincente y absorbente en un impresionante tour de force. Como indica su título, Solos presenta a cada personaje en una situación de soledad o de aislamiento, en un claro reflejo de lo que hemos vivido recientemente durante la pandemia. Un planteamiento argumental que sirve para estudiar conflictos universales como el miedo a la muerte y a la vejez, la culpa y la soledad, o esa gran preocupación actual sobre el mundo que dejaremos a nuestros hijos. Cada guión propone una historia de ciencia ficción, con temas que van desde el coronavirus hasta reflexiones cercanas al miedo tecnológico de Black Mirror. Cada historia se cuenta a través de un solo personaje principal, sí, pero además aparecen otros recursos, bastante ingeniosos, que permiten que el monólogo se disfrace, incluso, de diálogo. Hay diversidad de tonos: ciencia ficción, terror, humor o el drama existencialista, pero todos estos registros acaban apelando a las emociones y los sentimientos humanos. Solos es una serie diferente que gustará sobre todo a los que disfruten con el trabajo de los actores, que aquí encontrarán excelentes interpretaciones.

UN LUGAR TRANQUILO 2 -NARRATIVA VISUAL


Un lugar tranquilo (2018) supuso una grata sorpresa: aunque no inventaba nada en el cine de terror y ciencia ficción, su gran hallazgo era el silencio. Los monstruos extraterrestres que acosan a los protagonistas en un mundo apocalíptico son una mezcla de la criatura de Monstruoso (2008) y Stranger Things (2016), con elementos de Venom (2018), todos ellos variaciones del xenomorfo de Alien (1979); pero tienen una característica peculiar: son ciegos y se guían por el sonido -a la manera de Tiburón (1975), de Temblores (1990) o incluso como los zombies de The Walking Dead (2010) que también suelen ser atraídos por el ruido-. Este rasgo biológico obliga a los seres humanos a evitar hacer cualquier ruido para no ser detectados y este elemento argumental convertía Un lugar tranquilo en una película casi sin diálogos, que apostaba por una narrativa puramente visual, por los gestos de los actores y por un cuidado diseño de sonido. La secuela que llega ahora a los cines, Un lugar tranquilo 2, no se esfuerza mínimamente en continuar la historia de la primera entrega, tampoco desarrolla a sus personajes, y se propone como un puro ejercicio de tensión. Nos encontramos de nuevo con la familia Abbott, interpretada por Emily Blunt, Millicent Simmonds, Noah Jupe y un John Krasinski recuperado vía flashback, que además vuelve a ejercer de autor total -director y guionista- en esta cinta producida por Michael Bay. Al elenco original se une el siempre estupendo Cillian Murphy, además de Djimon Hounsou y Scoot McNairy en papeles casi anecdóticos. Y como he dicho antes, Un lugar tranquilo 2 no se preocupa por desarrollar su historia o sus personajes, y apenas expande el universo en el que ocurre la historia. La película transcurre en cambio a través de set pieces en las que los personajes están constantemente en peligro. La puesta en escena de Krasinski es efectiva, los actores cumplen con sus cometidos, los efectos especiales están muy logrados, pero sobre todo es el diseño del sonido el que producirá el efecto deseado en el espectador: ponerle de los nervios. Además de varios jump scares, los ruidos y sobre todo la ausencia de ellos crean un clima de tensión constante. Un lugar tranquilo 2 tiene un mínimo comentario sobre la solidaridad entre las personas, sobre la familia y la pérdida, pero es, ante todo, puro entretenimiento cinematográfico.

LUCA -DOBLE NATURALEZA


Parece claro que Luca, la nueva película de Pixar que se estrena directamente en Disney Plus, es una metáfora sobre la discriminación de la comunidad LGTBI: el protagonista (Jacob Tremblay) es una criatura marina que descubre el mundo de la superficie y que puede camuflarse entre los humanos para mezclarse entre ellos. Luca experimentará el descubrimiento de un nuevo mundo junto a su amigo Alberto (Jack Dylan Grazer), aparentemente conocedor de la cultura de los humanos y vivirá, más o menos, todas las fases que probablemente experimenta un gay o una lesbiana: el tener que ocultar su realidad a sus padres, los momentos de euforia al irse atreviendo a explorar su verdadera naturaleza, la necesidad de llevar una doble vida y hasta la inevitable salida del armario. Pero no nos engañemos: Luca no es un Call me by your name (2017) infantil. La lectura queer puede venirle muy bien a Pixar/Disney como herramienta de marketing, para cimentar una imagen progresista y para obtener titulares de la crítica, pero lo cierto es que Luca es un monstruo -una criatura anfibia, pensemos, por ejemplo, en La forma del agua (2017)- y en el cine fantástico el monstruo casi siempre es sinónimo del diferente y del marginado. Ahí está, por ejemplo, la filmografía entera de Tim Burton. El mensaje de la película se puede aplicar a cualquiera que se haya sentido rechazado, que haya sufrido acoso o que no haya encontrado su sitio en la sociedad. En este sentido, Luca no es diferente de la mayoría de las producciones animadas, dirigidas a un público familiar, que suelen transmitir un mensaje o una moraleja. Aquí se cargan las tintas sobre todo contra la intolerancia, representada en el personaje abusón de Ercole (Saverio Raimondo). Y ese mensaje es necesario. Dicho esto, Luca es una delicia, sobre todo visualmente. La ambientación mediterránea; el mundo submarino -creo que deudor de Ghibli y de Ponyo en el acantilado (2008)-; los mínimos guiños a Lovecraft y sus criaturas anfibias; el homenaje a la Italia de los años 50 -la de Vacaciones en Roma (1953)- (aunque lleno de clichés y eso que dirige un italiano, Enrico Casarosa); la banda sonora de canciones italianas; todo esto da lugar a una película luminosa, ligera, divertida, con un estupendo sabor refrescante a verano y a sal marina. Sin la ambición de Soul (2020), pero también sin la emoción de Coco (2017), Luca puede ser considerada una película menor en el catálogo de Pixar, pero resulta complicado hacer una afirmación así dada la apabullante calidad de su animación, el ingenio de sus infinitos recursos visuales y el cariño que despiertan sus entrañables personajes.

EL CUENTO DE LA CRIADA -CUARTA TEMPORADA -LA VÍCTIMA CUESTIONADA


El cuento de la criada (2017) comenzó siendo una fiel adaptación de la novela de Margaret Atwood en la que conocíamos a June (Elisabeth Moss) -entonces DeFred- en unos distópicos Estados Unidos regidos por una dictadura de extremistas religiosos que consideraban a la mujer como poco más que una esclava. Tanto la novela original como la serie nos sometían a la macabra idea de Atwood de mostrarnos maltratos, discriminaciones y vejaciones que las mujeres sufren realmente en algún lugar del mundo actual. Aquella soberbia primera temporada era un ejercicio claustrofóbico -casi toda la acción ocurría dentro de la casa en la que la protagonista vivía con el comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes) y su mujer, Serena Joy (Yvonne Strahovski)- y un ejemplo de rigor con respecto al punto de vista narrativo. Solo veíamos y conocíamos lo que June experimentaba de primera mano, y eso mantenía fuera de campo todo lo que ocurría en el amenazador mundo de Gilead. El primer plano de June es la imagen más representativa de los inicios de esta serie.

Terminada la primera temporada, esta dinámica, obviamente, no podía mantenerse durante muchos episodios sin agotar el argumento (y al espectador). Así, June fue saliendo poco a poco de la casa de los horrores para mostrarnos el resto de Gilead. El argumento se fue interesando por otros personajes y aunque los guionistas intentaron devolver a su heroína a las coordenadas de la primera entrega -devolviendo a June a la casa de los Waterson o adjudicándola como criada al comandante Lawrence (Bradley Whitford)- en la actual cuarta temporada hemos visto cambios de escenario en casi cada episodio. Durante la serie, June ha pasado de ser una esclava prisionera, a una fugitiva e incluso ha llegado a tomar la iniciativa con acciones revolucionarias -como rescatar a 86 niños y sacarlos de Gilead- y a convertirse en una suerte de heroína de su causa. Debido a todo esto, podemos decir que, aunque El cuento de la criada sigue teniendo altos niveles de producción, buenos guiones, una estupenda realización y fotografía y sobre todo un alto nivel interpretativo, la serie en su cuarta entrega es muy diferente a aquella primera temporada. Diferente, que no necesariamente, peor.

De hecho, esta ficción sigue fiel a muchas de sus constantes, como la denuncia del machismo y la desigualdad de género; seguimos emocionándonos con dolorosas separaciones y reencuentros; se siguen explotando miedos femeninos sobre la maternidad -o la dificultad para engendrar- o sobre la posible pérdida de los hijos. Pero además se añaden temas de ficción política, como el enfrentamiento entre esos distópicos Estados Unidos y Canadá; se desarrollan temas sociales como el de los refugiados de Gilead, o la dificultad de criadas y martas -caso de Rita (Amanda Brugel) en el episodio Nightshade- para adaptarse a la vida en libertad. Nuevos asuntos que tienen un claro reflejo en la actualidad política de Estados Unidos e internacional y que buscan revitalizar un argumento desgastado, pero ¿Lo consiguen?

A partir de ahora paso al análisis breve, con spoilers, de cada episodio. La temporada se inicia con Pigs y con la reunión de dos actrices de la recordada Mad Men: Elisabeth Moss comparte escena con Mckenna Grace, que aquí interpreta a un personaje interesante pero algo extremo. En The Crossing -dirigido por Elisabeth Moss- la serie da un giro de 360 grados: June es capturada y escapa para volver a ser una fugitiva. Este capítulo recrea además momentos ya vistos, por ejemplo, en la segunda temporada, con nuevas escenas de tortura, y recupera a esa gran villana que es la tía Lydia (Ann Dowd). June sigue siendo una fugitiva en Milk, adoptando la trama aires más aventureros. El episodio Chicago tiene varios pasajes interesantes: presenta a un grupo de resistencia en el que Janine (Madeline Brewer) parece adaptarse a una nueva realidad, aparentemente más libre -aunque sin liberarse del todo de sus obsesiones-. 

Vows y Home representan un verdadero cambio en la trama, que coloca a June en un estatus completamente diferente y la hacen afrontar nuevos conflictos fuera de Gilead, donde debe comenzar a afrontar todo lo que ha vivido, sin haber resuelto aún la pérdida de su hija, Hannah, a la que no ha podido rescatar. La transformación del personaje se completa en el episodio Testimony, dirigido también por Elisabeth Moss, en el que June se muestra obsesionada por vengarse de sus torturadores. Su monólogo, mirando a cámara, en un plano sostenido, relatando todo lo que ha sufrido, es tremendo. Su violento enfrentamiento con Fred y Serena seguramente había sido muy esperado. Esa sed de venganza es una interesante reflexión sobre las víctimas -de agresiones sexuales, del terrorismo, de dictaduras- y quizás un reflejo de la etapa post Trump que vive Estados Unidos, planteando una disyuntiva entre venganza y reconciliación. Otro apunte interesante es cómo Fred y Serena, a pesar de todos sus crímenes, encuentran apoyos y simpatizantes: vivimos en una época en la que hasta los peores crímenes pueden ser justificados. Seguimos con el episodio Progress, también dirigido por Moss, quien con ironía convierte una comida de 'tías' en la última cena cristiana, con la tía Lydia en el papel de Jesús. La trama se centra en el conflicto emocional de June, dividida entre Luke (O-T Fagbenle) y Nick (Max Minghella), o lo que es lo mismo, sufriendo por el divorcio entre la que era su vida anterior normal -en un estado de bienestar- y la víctima/superviviente en la que se ha convertido tras todo lo sufrido en Gilead. El guión coordinado por Bruce Miller coloca al espectador ante el dilema de seguir identificándose con June tras convertirse en una persona llena de rencor y deseo de venganza, un ejercicio interesante ¿Estamos dispuestos a perdonar ese odio que lógicamente siente tras haber sufrido lo indecible?

Convertidos definitivamente June y Fred en víctima y violador, en el episodio final de la cuarta temporada, The Wilderness, ella toma una decisión que desde luego, merece una reflexión. La protagonista apuesta por la venganza. Al parecer, incluso renuncia al rescate de su hija Hannah, con el fin de vengarse personalmente de Fred Waterford en un clímax polémico, discutible y violento, aunque contenido, que no se recrea especialmente en el final del comandante. El cuento de la criada otorga a las mujeres una venganza que pocas veces ocurre en la vida real. No estamos hablando de justicia -¿O sí?- sino de un ajuste de cuentas primitivo y catártico que debería dar mucho que hablar. Un final, por cierto, que recuerda al de un dictador linchado por su propio pueblo -pensemos, por ejemplo, en Muadar El Gadafi, ajusticiado en Libia-. No se trata de un final festivo, como, por ejemplo, el de Death Proof (2007) de Quentin Tarantino, en el que también un grupo de mujeres se toma la justicia por su mano. Aquí, la violencia pasa factura, psicológica y personalmente a June, como demuestra la mirada de horror de Luke y la mancha de sangre en el moflete de su hija, la bebé Nicole. Una mancha que, además, expresa las razones por las que June ha hecho lo que ha hecho: para que la siguiente generación no vuelva a sufrir la discriminación y la violencia contra la mujer.

EL INOCENTE -EL ENIGMA EN LA FICCIÓN


El inocente
es una buena muestra de la calidad de las series españolas de los últimos años. Destaquemos, primero, que está muy bien dirigida por el realizador Oriol Paulo -Durante la tormenta (2018)- que también es show runner junto al guionista Jordi Vallejo -No matarás (2020)-. Paulo dirige este thriller con buen pulso, manteniendo la tensión durante 8 capítulos de una hora de duración, lo que no es sencillo. La serie tiene un empaque muy potentes, con un cuidado diseño de producción. Mención aparte merece el montaje -de Alberto Guitérrez- sobre todo en las soberbias secuencias que presentan a los personajes, saltando de un punto de vista a otro, descolocando al espectador. Estas pequeñas historias dentro de cada capítulo son lo mejor de la serie, estupendos ejercicios de economía narrativa, con imágenes sintéticas, magnífico montaje y una música perfecta. Hay que sumar a las virtudes de El inocente un elenco de actores que son de lo mejor del cine español: Mario Casas, José Coronado, Alexandra Jiménez, Aura Garrido, Juana Acosta, Susi Sánchez, Ana Wagener, Gonzalo de Castro o la argentina Martina Gusman. 

Dicho esto, hablemos del argumento, que adapta la novela del estadounidense Harlan Coben, y que se muestra muy atrevido al proponer una serie de enigmas sucesivos que enganchan sin remedio al espectador. La historia comienza con un trágico accidente que llevará al protagonista, Mateo Vidal (Mario Casas) a la cárcel, por homicidio. Pero eso es solo el principio, porque si algo tiene El inocente es un ritmo narrativo tremendo, que no deja respiro y que, de hecho, le acaba pasando factura, ya que los dos últimos episodios deben pagar el precio de esta estimulante apuesta: el espectador puede perderse con tanto giro de guión, y para aclarar el desenlace hace falta una buena cantidad de diálogos explicativos. Estamos ante un whodunit en el que debemos descubrir quién está detrás de todo lo que está pasando -imposible resumir todos los vericuetos argumentales- pero también ante una interesante idea temática: todo el mundo esconde algo, todo el mundo tiene un pasado, pecados ocultos, y todo el mundo merece una segunda oportunidad. O quizás no. En su primera mitad la miniserie es una huida hacia adelante en la que se plantean constantes incógnitas, pero en su segunda parte, estos misterios se van resolviendo poco a poco, lo que, lógicamente, resta interés al relato. 

La ficción televisiva reciente se ha dedicado a evitar el síndrome del final de Perdidos, esmerándose en resolver todos sus misterios para que nadie acuse a los guionistas de perezosos o de falta de profesionalidad. Pero eso no es necesariamente bueno. En su empeño en dejar todos los cabos bien atados -secuencia post créditos incluida- El inocente renuncia a la ambigüedad y a darle margen a la imaginación del espectador, perdiendo poder de sugerencia. Además, las explicaciones y las identidades de los culpables -si es que hay alguien inocente aquí- acaban resultando algo forzadas, un mal, sin duda, menor. También podemos achacarle a esta ficción cierta tendencia al cliché, sobre todo cuando se describen ambientes de cine negro como comisarías de policía, prostíbulos o en la descripción de personajes, que van desde los narcotraficantes hasta una monja. Pero esto debe perdonarse porque lo que importante es el argumento, el enigma, las ganas de contar y en eso, El inocente, es brillante.

POSSESOR UNCUT -IDENTIDAD LÍQUIDA


Al menos a mí me resulta imposible ver la segunda película dirigida por Brandon Cronenberg, Possesor, sin pensar en la sombra alargada de su padre. En esta película encuentro equivalencias sobre todo con la estupenda eXistenZ (1999), por el uso de implantes tecnológicos en el cuerpo humano y por la presencia de la magnífica actriz Jennifer Jason Leigh en ambas cintas. Ganadora en el Festival de Sitges de premios a la mejor película y al mejor director, el argumento de Possesor propone a una asesina corporativa que se infiltra en los cuerpos de otras personas mediante implantes cerebrales para acercarse a sus objetivos. El alma humana se convierte en un software que se puede instalar en cualquier dispositivo/cuerpo y acaba siendo algo parecido a un virus destructivo. 
Este argumento de serie B no deja de ser una mera excusa para sumergirnos en una pesadilla de imágenes virtuales, de recuerdos soñados, en los que la identidad se diluye y la existencia pierde su sentido para los personajes. Me atrevo a decir que si David Cronenberg es tremendamente riguroso, cerebral y hasta frío en el planteamiento de sus argumentos -y en su puesta en escena-, su hijo Brandon fabrica imágenes muy potentes desde planteamientos más emocionales: los personajes experimentarán estallidos de furia que llevan a explosiones de violencia extrema -el inolvidable grito de rabia de la protagonista en el clímax, por ejemplo-. Tasya Vos (Andrea Riseborough) es una asesina a sueldo con una doble vida como esposa y madre, dos realidades incompatibles de las que intentará escapar incluso cambiando de género, al poseer el cuerpo de un niño pijo, mantenido, que trafica con drogas, Colin -estupendo Christopher Abbott-. Estos dos personajes acabarán fundiéndose en un estudio inquietante sobre la identidad que se expresa, como ya he dicho, sobre todo por la fuerza de las imágenes que fabrica Cronenberg: cuando Colin se pone una grotesca máscara de Tasya; los momentos de 'nueva carne' que parecen salidos de un cuadro de Francis Bacon; o la imagen final de dos cuerpos que intentan tocarse mientras los charcos de su sangre se unen, que recuerda a esa mariposa disecada que sirve como recuerdo para Tasya de quién es realmente.

PSYCHO GOREMAN -GOMAESPUMA SANGRIENTA


No podemos vivir solo de -supuestas- obras maestras -ni aunque quisiéramos- y por eso no está mal reivindicar pequeñas obras como Psycho Goreman, estrenada directamente en Movistar Plus tras su paso por el Festival de Sitges. La película de Steven Kostanski -The Void (2016)- es un puro divertimento de cine
trash. Y con esto no quiero ser peyorativo, todo lo contrario. Estamos ante una comedia de humor negro con un argumento imposible: dos niños desentierran una gema extraterrestre capaz de controlar a un monstruo con el poder -y la sana intención- de destruir el universo. Dicha criatura, sin embargo, es perseguida por un pintoresco grupo de aliens que intenta evitar el apocalipsis. Psycho Goreman parece un cruce imposible entre una película infantil -que puede recordar a los Power Rangers en más de un momento- con el humor de serie Z de la productora Troma -El Vengador Tóxico (1984)- con grandes dosis de gore exagerado y mala leche. Una mezcla simpática que, a pesar de sus carencias -no estamos ante una comedia brillante, ni ante las mejores interpretaciones y la puesta en escena es meramente funcional- y de su look intencionadamente desaliñado, tiene elementos muy interesantes, como que la niña protagonista, Mimi (Nita-Josee Hanna), sea una malcriada y la auténtica villana de la función, eclipsando a su hermano -cuyo nombre es incapaz de recordar Psycho Goreman- quien se convierte en la parodia del niño bueno -y soso- protagonista de tantas y tantas películas de los 80. Por otro lado, la gran cantidad de criaturas y disfraces absurdos de látex, además de algunos efectos cutres con stop motion, son una recompensa estimable para el espectador aficionado a los aparatosos trajes de gomaespuma de monstruos gigantes y series de televisión japonesas. Los flashbacks en los que Psycho Goreman narra sus aventuras pasadas en extraños mundos son tan divertidas y ridículas como capaces de despertar la imaginación y las fantasías más descabelladas sobre mundos imposibles. Ya estamos esperando la secuela. 

EXPEDIENTE WARREN: OBLIGADO POR EL DEMONIO -INVESTIGACIÓN PARANORMAL


Creador de la saga Saw (2004), de Insidious (2010) y el cerebro detrás de la franquicia Expediente Warren (2013), James Wan es algo así como el rey Midas del cine de terror, un tipo con un olfato comercial indiscutible que cuenta sus proyectos por éxitos. La esperada tercera entrega de Expediente Warren -que también cuenta con múltiples spin off como Annabelle (2014) y sus secuelas, La monja (2018) y La Llorona (2019)- tiene todos los ingredientes para ser un nuevo triunfo. La estupenda pareja de actores que forman Vera Farmiga y Patrick Wilson -como los investigadores paranormales de la vida real, Lorraine y Ed Warren- se enfrentan de nuevo a lo demoníaco, pero esta vez no estamos ante una casa encantada, sino ante una investigación judicial sobre un sórdido crimen, que lleva al matrimonio a enfrentarse a varias situaciones terroríficas en escenarios inéditos en la serie: comisarías, escenas del crimen y hasta una morgue. Este cambio de subgénero es una innovación muy inteligente, ya que tras la cámara no está un genio como Wan, que convirtió las casas embrujadas de The Conjuring (2013) y El caso Enfield (2016) en divertidísimos trenes de la bruja. Aquí dirige un competente Michael Chaves -La Llorona (2019)-, que no tiene la misma pericia que Wan para crear la expectativa previa al susto -pero es que quizás nadie la tiene- pero que sí cuenta con recursos suficientes para mantener la tensión durante todo el metraje y aporta algunas estupendas ideas visuales para las apariciones espectrales. La película tiene mucho a su favor: posesiones violentas y espectaculares -como Sam Raimi con esteroides-; posesos contorsionistas; la música del habitual Joseph Bishara a tope; mencionemos también al actor Jon Noble, inquietante como un experto en satanismo; y un matrimonio Warren que recuerda a unos Mulder y Scully de lo satánico -sólo que aquí él tiene fe y ella sabe que hay algo más allá-. Expediente Warren: Obligado por el demonio es una sólida secuela -ya quisieran muchas franquicias una trilogía de tanta calidad- que ningún fan del terror debería perderse en cines.

SWEAT -HUMANIDAD VS. REDES SOCIALES

 


Sweat ataca frontalmente la idea de esa doble vida que casi todos llevamos debido a las redes sociales. Nuestra imagen pública se ha expandido y multiplicado gracias a los numerosos perfiles que tenemos en Internet, en los que volcamos nuestras experiencias, pensamientos y aficiones a través de vídeos, fotos y textos. ¿Es un reflejo real de lo que somos esa imagen que construimos -creo que sin darnos cuenta- en las redes? Obviamente no. Como un moderno álbum de fotos, subimos a las redes nuestros momentos más afortunados, nuestras alegrías, todo aquello de lo que podamos estar orgullosos. Por contra, pocas veces expondremos nuestras debilidades. Nuestras miserias y ruindades -todos las tenemos- solo aparecerán en los momentos más bajos -como peticiones de auxilio o para llamar la atención- o quizás por error. En esta película escrita y dirigida por el sueco Magnus Von Horn, Sylwia (Magdalena Kolesnik) es una instagramer dedicada al fitness cuyo principal logro -lo escucharemos varias veces durante la película- es tener más de 600.000 seguidores, nuevo índice del éxito personal en los tiempos que corren. Von Horn sigue de forma casi documental el día a día de Sylwia mostrándonos su relación con sus fans, con su representante, con su familia y sobre todo con su smartphone, del que no se separa ni un momento y con el que registra casi cada minuto de su vida. El supuesto éxito profesional de Sylwia, la admiración que parecen sentir por ella 600.000 personas y la felicidad y el optimismo que transmite, contrastan radicalmente con una soledad tremenda, que se refleja claramente en una reunión familiar que muestra los conflictos internos de la protagonista y la falta de comprensión que adolece. Hábilmente, la película presenta otro personaje que está del otro lado de la experiencia de las redes con respecto a Sylwia: un  hombre que representa al seguidor -al follower-, ese espectador que no utiliza las redes para generar contenido, sino para consumirlo, ese que vive de ver lo que hacen los demás, que llena el vacío de su vida con la ficción construida por los influencers. Sweat nos muestra las dos caras de las redes sociales y lo peor de cada una de ellas.

MARE OF EASTTOWN -LA COMEDIA HUMANA


Si nos atenemos a su premisa argumental, una detective debe resolver la desaparición de una joven en un pequeño pueblo, Mare of Easttown no propone nada nuevo. Es interesante analizar entonces por qué estamos ante una de las series del año. Lo primero que destacaría en esta ficción -disponible en HBO España- son sus personajes. El creador de la serie, el guionista Brad Ingelsby -The Way Back (2020)- conjuga el relato detectivesco con sus acostumbrados giros -estamos ante un whodunit- con una fabulosa construcción de personajes. El relato no sufre por detenerse a retratar hasta el más insignificante de los vecinos de Easttown, un pueblo que, como indica el título, es tan importante como la protagonista. Este hábil retrato de todos los habitantes de la comunidad dota de vida el universo por el que se mueve la heroína, Mare Sheehan, desde su hogar familiar, pasando por su lugar de trabajo en la comisaría, y hasta los bares, la iglesia o los ambientes juveniles. Cada personaje es importante y esconde su pequeña tragedia, lo que consigue que todos sean más o menos importantes. Sobre todo porque no estamos ante un relato de 'buenos y malos', sino de seres humanos con defectos, empezando por la propia Mare, un fantástico personaje maravillosamente interpretado por una Kate Winslet a la que no le interesa el glamour. Sin maquillar, despeinada y con algo de sobrepeso -al menos para los estándares de las estrellas de Hollywood- Winslet se pasea cansadamente por el pueblo, hablando con todos -porque los conoce a todos- cargando sobre sus hombros con la responsabilidad de arreglar el mundo, ocupándose de los problemas de su familia, de su trabajo policial y hasta del yonqui del pueblo. Problemas que no podrá resolver con una varita mágica, que le harán equivocarse y que le granjearán, paradójicamente, la antipatía de todos. Es imposible no sentirse identificado con esta mujer y detective, madre de familia ¡Y abuela! en un estupendo, novedoso y fresco retrato que se aleja del gastado cliché del detective quemado y con traumas. Winslet solo necesita hacer una pregunta casual o fijarse en un objeto escondido en un cajón, para hacernos saber que su personaje ha descubierto algo que le dará un vuelco a su investigación. Alrededor de Winslet, un estupendo elenco: Jean Smart como la madre sabia que aporta el toque de humor; Angourie Rice como la hija adolescente y rebelde que no resulta insoportable; Guy Pearce como el ineludible interés romántico, que evita lo cursi de forma brillante y madura; Evan Peters, como el detective joven e inocente, perfecto en el papel. Todos brillan gracias a un altísimo nivel de escritura e interpretación que me recuerda nada menos que a David Simon y The Wire, con la que comparte una mirada humanista y compasiva sobre la mayoría de los personajes. Palabras mayores.

Ya he dicho que Mare of Easttown conjuga un argumento policial trepidante con el retrato costumbrista de seres humanos que llegamos a entender y querer. Pero hay más. Porque debajo de todo eso subyace un tema principal, que, de forma subterránea eleva el conflicto emocional hasta niveles que llegan a ser insoportables en alguna escenas -y especialmente en el episodio final-. Ese tema es el de la paternidad irresponsable. Si prestáis atención, todos los personajes de la serie pertenecen a dos grupos. Primero están los padres que han sido incompetentes, de alguna manera, en el cuidado de sus hijos, que no han podido educarlos adecuadamente o protegerlos de los males del mundo. Que no han podido evitar que cometan errores fatales. Padres que lo han sido demasiado pronto y que no han podido afrontar la exigencia de traer una vida al mundo. Y por otro lado están esos hijos, decepcionados y enfadados, que no han recibido de sus padres la atención y el amor que deseaban. Esa reflexión que coloca sobre los hombros de los padres el origen de todos los males del mundo y que convierte a los hijos en las víctimas de sus pecados, es también lo que hace de Mare of Easttown una serie diferente y una de las mejores de los últimos años.