MIENTRAS DURE LA GUERRA -QUE VIENEN LOS FASCISTAS


Alejandro Amenábar aborda el drama histórico en Mientras dure la guerra para contarnos, por un lado, los últimos años de vida de Miguel de Unamuno, y por otro, la ascensión al poder de Francisco Franco. Con estas dos líneas argumentales, Amenábar construye un relato cuyo clímax es el discurso de Unamuno -venceréis, pero no convenceréis- en la Universidad de Salamanca. Así, el personaje principal, es el escritor y su transformación, el arco argumental más importante, ya que Unamuno, apoyó en un principio la sublevación. Pero el autor de Niebla no es el único punto de vista de la historia, que varía constantemente para mostrarnos la trayectoria de Franco y de otros personajes, como el fundador de la Legión, José Millán-Astray. Amenábar dirige de forma elegante y clásica, aunque apenas tiene ideas de puesta en escena: su objetivo es narrar de forma clara. El diseño de producción es impresionante y la película tiene un look potente. Los actores, conocidos de sobra, son sin duda solventes, encabezados por Karra Elejalde y Eduard Fernández. Todos estos elementos suman para que estemos ante una recreación histórica de calidad. Una película impecable.

Sin embargo, el principal defecto que se le puede achacar al film es su falta de sutileza. Los diálogos son diáfanos, revelan no solo lo que piensan y sienten los personajes, sino también el contexto histórico, para que nadie se pierda. La película tiene un tono, me atrevo a decir, casi didáctico: un rótulo final nos informa del año en el que se celebraron las primeras elecciones democráticas en España. Todo está muy claro en Mientras dure la guerra, que apenas aporta un par de ideas poéticas, como utilizar figuritas de papel -Unamuno fue aficionado a la papiroflexia- para ilustrar su relación con su nieto y para marcar un giro clave en el personaje. Encuentra el valor para enfrentarse a la injusticia cuando descubre cómo hacer un león de papel. Técnicamente perfecta, hay cierta frialdad en la película, en la que probablemente, sabiendo que el material que maneja puede herir sensibilidades, Amenábar evita cargar demasiado las tintas. Aún así, Franco es descrito como un tipo de pocas palabras y miradas herméticas; y sobre todo Millán-Astray es un exaltado de un nivel intelectual más bien pobre. Unamuno, entre los dos bandos, es el personaje más interesante, con sus contradicciones, sus errores de juicio y sobre todo, su muy humano miedo a los que se están haciendo con el poder. 

En el balance final, creo que Amenábar no consigue que el clímax para el que está construida la película sea verdaderamente emocionante: hay momentos más logrados, como cuando Unamuno lamenta no haberse despedido de un amigo represaliado. Tampoco consigue el director que que los militares del fascismo provoquen verdadero miedo cuando Unamuno decide enfrentarse a ellos: mucho más inquietante es la escena en la que la que se sustituye la bandera republicana y se entona el himno de España. Pero en el fondo creo que todo esto resulta secundario porque la verdadera intención del director es que hagamos una lectura de estos hechos históricos desde la actualidad. Obviamente. La gran virtud de Mientras dure la guerra es que Amenábar, aunque poco inspirado, es muy aplicado construyendo su radiografía de los tiempos que corren. Y no se puede decir que su constatación de estos temas no sea pertinente. Solo hace falta ver cómo están los ánimos con la exhumación de Franco, para comprender que el conflicto sigue lamentablemente vigente. Amenábar no se deja nada: habla de las dos Españas; de los clichés de la izquierda y la derecha; de la llegada al poder de líderes políticos poco capacitados que explotan el miedo y el odio; habla de Vox; de las fake news; de presos políticos; de Cataluña y del País Vasco; de los nacionalismos; del racismo y de cómo el fascismo puede instalarse en el poder sin que nos demos cuenta. Si Unamuno se equivocó, parece decir Amenábar ¿Cómo no nos va a pasar a nosotros?

THE HANDMAID´S TALE -TEMPORADA 3 -YO SOY LA REVOLUCIÓN


No hay más que mirar las noticias de los últimos meses para comprobar que el comprometido ejercicio de política ficción que hace The Handmaid's Tale es más real de lo que nos gustaría admitir. Mencionemos la ola regresiva sobre la ley del aborto, en varias regiones de Estados Unidos -la llamada ley del latido- o que el aborto siga siendo ilegal en Argentina, en 2019. Por no hablar de la mujer que se prendió fuego en Irán tras asistir a un estadio de fútbol, disfrazada de hombre. El miedo a la pérdida de derechos civiles que denuncia esta adaptación de la novela de Margaret Atwood debería ponernos en alerta, sobre todo porque esta ficción parece tener una temible capacidad anticipatoria. Hoy es fácil ver la iconografía de la serie en manifestaciones y protestas feministas. En su tercera temporada, El cuento de la criada ha creado un universo que peligra con quedarse reducido a la agobiante mansión del comandante Waterford (Joseph Phienes). Pero el primer episodio, Night, elimina ese riesgo de forma contundente, reduciendo a cenizas la vivienda en la que hemos estado encerrados con la protagonista, June (Elisabeth Moss) y despidiéndose de ese pequeño microcosmos integrado por Serena Joy (Yvone Strahovski), Nick (Max Minghella) y Rita (Amanda Brugel). Ya en la entrega anterior, la historia había ampliado su espectro para hablarnos de los refugiados en Canadá, Luke (O-T Fagbenle) y Moira (Samira Wiley), a los que se une ahora Emily (Alexis Bledel). Por otro lado, se abre una nueva vía narrativa con un personaje por descubrir, el ambiguo líder e ideólogo de Gilead, Joseph Lawrence -Bradley Whitford acaba de ganar un Emmy por este papel- que podría ayudar a June a descubrir dónde está su hija, Hannah (Jordana Blake). En el primer episodio, la ficción creada por Bruce Miller demuestra su capacidad para emocionar con momentos de altísimo voltaje. Destaquemos el rescate de las aguas de Emily, junto a la recién nacida hija de June, en una escena en la que el discurso del agente canadiense que le ofrece asilo, por ser una mujer en peligro -una refugiada-, se convierte en una emocionante oración. También los aplausos que recibe Emiliy al entrar con la bebé en el hospital, cuyo sonido se solapa con la imagen de June, que se ha quedado en el infierno de Gilead. 8/10

El segundo episodio, Mary and Martha, describe la resistencia clandestina de las 'martas'. Descubrimos una red oculta formada por estas mujeres que ocupan una clase intermedia entre las privilegiadas 'criadas' que pueden procrear y las prostitutas o las esclavas de las colonias. El capítulo desarrolla el planteamiento del episodio previo y nos cuenta una arriesgada misión cuyo objetivo es liberar a una 'marta', con conocimientos de química, lo que revela que la violencia es una opción para combatir al Estado opresor de Gilead, incluso con atentados terroristas. Por otro lado se explora la relación entre June y su nuevo señor, Joseph, personaje impredecible y por tanto, interesante. Una subtrama aporta emoción: Emily tiene problemas para aceptar que ha escapado del infierno y duda en contactar con su familia, con su pareja, Sylvia (Clea DuVall). 7/10

Useful se centra en la figura del ambiguo comandante Lawrence. Hay que decir que encontramos aquí el prematuro reencuentro entre June y Fred Waterford. Aunque es verdad que su presencia agrega tensión a la trama, que, de todos modos, se centra en un primer 'cara a cara' entre la criada y su nuevo comandante. La escena en la que Lawrence pide a June que le busque un libro acerca de la supuesta supremacía biológica del hombre sobre la mujer -nada menos que El descenso del hombre de Charles Darwin- es un momento tenso por la humillación que sufre ella, al estar prohibido que una mujer lea. Obviamente, Lawrence intenta llevar a June a su terreno y mostrarle la otra cara del poder, una idea interesante, la de mostrar un lado moderado de los líderes de Gilead, porque hasta ahora solo conocíamos a individuos fanáticos, débiles y sádicos, como Waterford. En la escena clave del episodio, Lawrence coloca a June ante una decisión digna de Oscar Schlinder, en un escenario similar al de esas terribles jaulas -que hemos vistos en las noticias- en las que el Gobierno de Estados Unidos coloca a los inmigrantes mexicanos. Este momento coloca a June ante un auténtico desafío moral y tiene un mensaje claro: por difíciles que sean las cosas, huir de la realidad, lamentarse y llorar, no sirve de nada. June acabará creciendo como personaje y comprometiéndose con las resistencia. La lección es que hay que sobrevivir y luego luchar. Parte de este crecimiento es tener la bondad de ayudar y consolar a Serena Joy, que en una trama paralela vive un auténtico descenso a los infiernos tras la pérdida de su 'hija', de la mano de una madre castradora (Laila Robins). 7/10

Episodio algo estático en términos narrativos, God Bless the Child, aborda dos temas principales, el de la religión y el de la maternidad. Lo primero se refiere a la religión organizada como forma de dominio social. Varios bautizos ocurren durante la trama: el de Hannah a través de un flashback, el de varios bebés de Gilead y finalmente, el de la segunda hija de June, en Canadá. En el primero, la madre de June, anticlerical, se queja de la Iglesia, discurso que se contrapone al de un verdadero Estado religioso, el de Gilead, absolutamente fascista y fundamentalista. Luego, un sacerdote canadiense estará dispuesto a bautizar a la bebé irregular de June al enterarse de sus circunstancias. Este nuevo bautizo reivindica el valor social y humano del rito del bautismo, y como una forma de dar gracias a un Dios que no necesita intermediarios. Luego, el tema de la maternidad, se proyecta en varios personajes que viven de forma dramática la separación con respecto a sus hijos. Principalmente, June, claro, pero también Serena Joy -con la que la protagonista sigue intentando crear una alianza feminista- además de Janine (Madeline Brewer), y el reencuentro de Emily con su hijo en Canadá, en una situación especialmente dolorosa. Luego está el reverso oscuro de la madre, la tía Lydia (Ann Dowd), que, como cualquiera que tenga poder, le da salida a sus frustraciones con los más débiles. Hay que fijarse bien en este episodio porque es una buena muestra de cómo The Handmaid's Tale puede ser la serie más cuidada visualmente: atención a la fotografía, la luz, los colores. 6/10

Unknown Caller evidencia un pequeño defecto argumental, al menos esa es mi opinión, en los primeros episodios de esta tercera temporada de The Handmaid's Tale. La decisión de destruir la casa de los Waterford y sacar de allí a June prometía un soplo de aire fresco a una ficción que se había caracterizado por ser claustrofóbica, pero también repetitiva. El problema es que tras separar a June de Fred y Serena, el guión no hace más que buscar excusas para reunirles de nuevo. Me parece innecesario. A pesar de este defecto de forma, los guionistas siguen ofreciendo situaciones muy emocionantes. Aquí Serena cobra protagonismo al convertirse prácticamente en una víctima -como June- del patriarcado fascista de Gilead. El dolor por la pérdida de su hija nos hace compadecernos con ella, a pesar de que podemos entender perfectamente el rencor que siente Luke hacia Serena. La escena que comparten estos dos personajes en el clímax del episodio es compleja, tensa y muy potente. Antes hemos visto cómo June y Serena se ayudan de nuevo; también se profundiza en la relación, todavía por explorar, entre Joseph y Eleanor (Julie Dretzin). El recurso de utilizar canciones pop dentro del universo sombrío de la serie es novedoso e interesante, lo que lleva a otro momento emocionalmente intenso, cuando Luke escucha el mensaje que ha conseguido hacerle llegar June a Canadá. El desenlace anuncia nuevos momentos de pesadilla fascista para ella. 8/10

Household es ciencia ficción o más bien, política ficción distópica en toda regla. Un viaje a Washington permite imágenes poderosas como la estatua de Lincoln decapitada o el obelisco convertido en una cruz que ni la del Valle de los Caídos, en una plaza emblemática de la historia política  estadounidense donde se han producido discursos importantes. Mencionemos también la imagen de cientos de criadas de rojo alineadas según la imaginería nazi. Hay también momentos terroríficos, como la llegada a la capital, con una fotografía oscura; o la revelación de esas criadas a las que han anillado la boca para silenciarlas. El guión expande nuestro conocimiento del mundo que dibuja la serie y aunque hasta ahora Canadá parecía un refugio progresista, aquí se revela que sus políticos, o los suizos, no están dispuestos a hacer nada para evitar la opresión en Gilead. Por otro lado, Nick vuelve a ser ese personaje misterioso del que no sabemos qué pensar. Y atención a los apuntes sobre el poder en Washington: los privilegios de tener sirvientas y muchos niños, o la hipocresía apuntada en las manos demasiado largas del líder George Winslow (Christopher Meloni). 9/10

Under His Eye habla de resistencia y supervivencia. El argumento se divide en tres tramas. En Gilead, June soporta a duras penas la represión de un Estado asesino que la obliga a participar en terribles ejecuciones. Debe enfrentarse además a una traidora, DeMatthew (Ashleigh LaThrop) fiel al régimen. June intentará, una vez más, ver a su hija Hannah. Pero el destino se muestra cruel con ella -resaltemos el momento en el que debe conformarse con escuchar las voces infantiles detrás de un muro- en una trama que parece pensada para llevar al personaje al límite: cuando explota y agrede a DeMatthew. La historia no progresa mucho pero sirve para profundizar en el personaje de Eleanor y en sus conflictos. Por otro lado, en Washington, Serena lucha por recuperar a su hija y para ello debe ascender en la jerarquía de Gilead, lo que da pie a conoce la otra parte de esta sociedad ficticia, la de los privilegiados y los poderosos, que se pavonean en una espectacular escena de baile que evoca la nobleza del pasado. Por último la trama internacional nos muestra que Emily puede ser vista como una criminal por resistirse al fascismo en Gilead. Pero ahora está en Canadá, donde, a pesar de las libertades, acabará en prisión junto a Moira (Samira Wiley) por hacerle un escrache a un ministro. 8/10

En Unfit, la temporada busca respirar de sus temas y escenarios habituales con un breve viaje al pasado vía flashbacks para conocer mejor a la tía Lydia. Sus antecedentes sorprenden -era una estupenda profesora- aunque encajan perfectamente con lo que sabemos de ella y con su papel a cargo de las criadas. Otros elementos de su personalidad anticipan, por supuesto, su futuro en Gilead: su religiosidad y sobre todo un trauma represivo que le impide ser feliz, que la condena a la soledad y que genera un rencor que la convierte en una pieza perfecta del engranaje opresor y delator del fascismo. La historia de Lydia se intercala con una divertida y cruel trama, cercana al humor negro en la que June lidera silenciosamente a las otras criadas para destruir a la chivata de DeMatthew. Una subtrama que goza de una realización dinámica firmada por Mike Barker con momentos estupendos como el rondo acusador de las criadas, hermosos como el plano cenital de las criadas consolando a la que acaba de perder un niño, y dignos de una película de acción como cuando a DeMatthew se le va la olla. 8/10

Heroic es lo que suele conocerse como un 'episodio embotellado', termino que se refiere a las entregas de una ficción que ocurren en un solo escenario. Según la leyenda, esto ocurría cuando los productores de una serie anunciaban a sus guionistas que se habían quedado sin presupuesto, y exigían a los escritores un episodio barato. Muchas series actuales suelen intercalar capítulos en los que se reducen escenarios y personajes, para invertir sus recursos en dos o tres entregas espectaculares. Pero creo que las series verdaderamente buenas afrontan los episodios 'embotellados' como un reto creativo en el que demostrar su calidad dramática. En Heroic, June no abandona nunca el hospital en el que mantienen con vida a DeMatthew, castigada por la tía Lydia a cuidar de su compañera de paseos. Esta penitencia -debe estar de rodillas- enloquece a June, lo que lleva a una mayor presencia de su voz en off y a un divertido juego, leitmotiv, con el tema Heaven Is a Place on Earth de Belinda Carlisle. El capítulo triunfa al llevar a la protagonista al límite de su cordura, para justificar una nueva decisión que puede tener una gran repercusión en la serie: la de salvar a todos los niños posibles. Pero el argumento peca de traer hasta June a otros personajes sin demasiada justificación: es lógico ver a la tía Lydia, pero que se pasen por ahí Serena Joy y Janine (Madeline Brewer) parece más forzado, aunque, en un giro ingenioso, intercambie roles con esta última. La fotografía, el diseño de producción y vestuario, vuelven a ser, como siempre, impresionantes. 7/10

Bear Witness es un episodio que aprovecha por fin el impulso de las líneas argumentales planteadas. Lo difícil en The Handmaid´s Tale era crear ese mundo terrible, fascista y machista en el que hemos estado durante 33 episodios. La descripción de ese futuro distópico es, en gran medida, la esencia de la serie. Luego está el desarrollo de los personajes, la evolución, por ejemplo, de June o de Serena Joy: sus actitudes han ido cambiando a lo largo de la trama. Esta temporada, además, se han planteado argumentos que ahora, finalmente, comienzan a desarrollarse. June está decidida a convertirse en una rebelde, incluso en una terrorista, y su esfuerzo ahora es liberar a los niños de Gilead. A todos los que pueda. Serena Joy desea recuperar a su hija, aunque eso signifique destruir Gilead. El comandante Waterford, en cambio, acumulaba cada vez más poder político y es ahora cuando descubrimos sus motivos: vengarse de June. El capítulo plantea la visita del comandante Winslow, de Waterford, Serena y la tía Lydia para supervisar que el comandante Lawrence cumple con su obligación de procrear con su criada. Es un momento de encrucijada para Lawrence y su desequilibrada mujer Eleanor. Un momento tenso que lleva a Lawrence a decidirse finalmente por la 'causa' de June. Bear Witness es un giro argumental que impulsa la historia hacia el desenlace de esta tercera temporada. 7/10

Liars funciona como una revenge movie. Se puede decir que es un revenge episode que recoge todas las frustraciones y vejaciones que ha sufrido June durante tres temporadas para hacerlas desembocar en un acto violento que solo podemos entender como justicia, primaria, sí, pero asumible moralmente desde la defensa propia. June evita ser violada, de nuevo, por el comandante Winslow, matándolo. Una acción que no tiene vuelta atrás. June se encuentra en un camino sin retorno, como demuestra ese plano final en el que recibe un arma del comandante Lawrence. El episodio planteaba una misión imposible o suicida para June: la de sacar de Gilead a 52 niños. Paralelamente, el espectador goza de otra venganza: cuando parece que el comandante Waterford va a recuperar el amor de Serena Joy -maravillosamente irónica la escena en la que permite que ella conduzca, clara demostración de su machismo- descubrimos que ha sido traicionado y que pagará en Canadá por sus actos criminales. 8/10

La esperanza es un elemento novedoso en la oscuridad que ha presentado The Handmaid´s Tale en sus tres temporadas. Aparece esta en Sacrifice, penúltimo capítulo que nos va preparando para el clímax y que nos hace pensar que June podrá escapar realmente con los niños de Gilead. Incluso un revés trágico como la muerte de Eleanor, se revela beneficioso para el éxito de la fuga. Lo que puede ser un comentario sobre el envilecimiento moral que debe sufrir June para conseguir su revolución y lograr la libertad -sobre todo de las mujeres-. La criada, hasta cierto punto, parece sentir alivio e incluso satisfacción por la muerte de la desequilibrada Eleanor. Además, el asesinato de Winslow no ha despertado sospechas y la detención de Lawrence en Canadá devuelve el poder perdido a Lawrence. Todo parece a favor de un final feliz. Incluso podemos llegar a pensar que Waterford será castigado en prisión y presenciamos el puñetazo de justicia que le propina Luke. Más compleja es la situación de Serena Joy, a la que comprendemos en su deseo de recuperar a su 'hija', pero también entendemos el odio con el que la recrimina Moira. 7/10

Mayday reincide en esta línea de esperanza ascendente y nos coloca en la incómoda situación de esperar que el plan de sacar a los 52 niños de Gilead fracase. El clímax de esta trama demuestra, una vez más, la capacidad de esta serie para provocar emociones en el espectador. Pero lo más importante es el desarrollo paralelo de los dos personajes que han compartido protagonismo esta temporada. Por un lado, el lado oscuro de Serena Joy pesa más en la balanza de la justicia y es castigada por las autoridades canadienses por sus pecados y abusos en Gilead, eso, a pesar de que sintamos pena por ella en su dolor como 'madre' que sufre la separación de su hija, por muy paradójico que esto pueda ser. En cuanto al personaje principal de The Handmaid´s Tale, se confirma la evolución como heroína, entre mártir y revolucionaria de June, que se convierte finalmente en la líder de criadas y 'martas'. Eso sí, el coste es grave: para conseguir sus objetivos, June debe ser implacable. Habrá que ver si las muertes en su conciencia -aunque justificables- le pasan factura en una progresión dramática que puede ser muy interesante. El relato acaba, completamente abierto, de cara a una cuarta temporada, que seguramente veremos. 8/10

AD ASTRA - EL VIAJE INTERIOR


El director James Gray convierte el viaje espacial en el marco infinito de una terapia psicológica en Ad Astra. Si la ciencia ficción clásica se planteaba siempre ‘qué pasaría si...’, el cine fantástico reciente ha tendido a utilizar un conflicto personal y emocional como motor de la historia -desde Interstellar (Christopher Nolan, 2014) a La llegada (Denis Villenueve, 2016)-. A Gray siempre le han interesado las relaciones familiares conflictivas -los hermanos enfrentados de La noche es nuestra (2007) y El sueño de Ellis (2013)- pero sobre todo en la maravillosa Z, la ciudad perdida (2016) proponía a un aventurero insaciable, Percy Fawcett (Charlie Hunnam), en la inexplorada selva amazónica de principios del siglo XX, que era finalmente seguido por su hijo -Jack (Tom Holland)- en una búsqueda que podría ser, más bien, una fuga. En Ad Astra, el astronauta que interpreta Brad Pitt, Roy McBride, viaja al espacio, esa última frontera, tras seguir durante toda su vida los pasos de su padre, H. Clifford McBride (Tommy Lee Jones). Pero quizás lo que busca el héroe de Gray al salir de la atmósfera terrestre es escapar de la gravedad y del peso de su apellido. Estamos ante una reflexión sobre el sentido de la vida que parece encontrar respuestas no en la religión, ni en la ciencia, sino en el relevo generacional. Una idea que quizás esté también en otra aventura espacial reciente, High Life (Claire Denis, 2018). Aquí, un Brad Pitt que suena a Oscar, se autoanaliza constantemente, interpelado por voces robóticas o autoritarias, en lo que podría ser una denuncia de la pérdida de humanidad que conlleva el progreso; en el coste que puede tener mostrar nuestras emociones. No solo nos dice Gray que da igual que viajemos al espacio, porque nos llevaremos nuestro problemas con nosotros, sino que esos conflictos son, de hecho, lo que nos empujará a superar todos los obstáculos. Progresivamente intimista e introspectiva, Ad Astra se puede ver también como una variación del viaje al corazón de las tinieblas de Willard (Martin Sheen) tras la pista del coronel Kurtz que inmortalizó Marlon Brando. James Gray marca las etapas del viaje de McBride con trepidantes escenas de acción, hermosas visualmente -magnífica la banda sonora de Max Richter- y con aires de sci-fi retro: el vértigo de una estación orbital; la persecución en la superficie de la Luna; la terrorífica sorpresa en una estación abandonaba. Por último, la inevitable sombra de 2001:Una odisea del espacio (1968), planea sobre la película aunque Gray se esfuerce por evitar la fría simetría de los planos perfectos de Kubrick. Creo que Ad Astra se une a una lista de recientes obras mayores sobre el viaje espacial -First Man (Damien Chazele, 2018), Gravity (Alfonso Cuarón, 2013)- y es una de las mejores películas que veremos este año.

BREXIT -EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS



Con un uso irónico de la novena sinfonía de Beethoven -forma parte del himno de la Unión Europea- Brexit, nominada al Emmy a la mejor película para televisión, producida por HBO y la BBC, afronta el reto de contar una historia reciente y sin final a corto plazo. El guionista James Graham plantea su relato apoyándose en un protagonista único, Dominic Cummings, estratega político y responsable de la campaña que dio la victoria a los que apoyaban la salida del Reino Unido de la Unión Europea en el referéndum de 2016. Cummings es interpretado por Benedict Cumberbatch, acostumbrado a ponerse en la piel de personajes tan brillantes como antipáticos, que deben vencer el obstáculo de la estupidez de los que le rodean para conseguir su objetivo. Así, el argumento de esta tv movie se centra en contarnos cómo, por primera vez, una campaña política se vale de recursos informáticos que utilizan nuestro comportamiento en las redes para conocernos y hacernos llegar los mensajes políticos personalizados que conseguirán convencernos. Como titiriteros sin ética, los responsables de la campaña a favor del Brexit manejaron a los votantes, apelando a sus emociones antes que a la razón, y despertando en ellos sentimientos como el odio y el miedo, dividiendo el país, seguramente, durante un par de generaciones. La cinta no duda en relacionar lo ocurrido en Reino Unido con la victoria electoral de Donald Trump, que se valió de los mismos recursos informáticos y de las mismas bajas pasiones para entrar en la Casa Blanca. Así, los medios están claros. Pero ¿Y el fin? La primera licencia de este film, que necesariamente debe resumir y simplificar para contarlo todo en 92 minutos, es la de obviar las motivaciones de los personajes. Se da por sobrentendido cuáles son las razones que impulsan a los dos bandos en disputa para estar a favor o en contra de la ruptura. Lo que no resulta tan obvio es por qué nuestro héroe -porque así lo describe este film- piensa que los británicos estarían mejor fuera de Europa. El caso es que da lo mismo. Porque según avanza la historia, descubrimos que lo que busca en realidad Cummings es un cambio, una revolución, si se quiere. Cummings dice escuchar un gruñido sísmico, como un ruido de tripas, bajo el suelo de su país, que le obliga a pegar la oreja a la tierra. Quiere escuchar bien en el espíritu de su nación. Y de eso va la película. Cummings se opone, en parte, a los payasos de ultraderecha que también quieren salir de la Unión Europea, como Nigel Farage (Paul Ryan) y el propio Boris Johnson (Richard Goulding), ambos parodiados sin piedad. Pero el verdadero antagonista de Cummings es Craig Oliver (Rory Kinnear), Director de Comunicaciones de David Cameron en ese momento, que lidera la campaña contra el Brexit, y que entiende la política como una serie de datos objetivos que definen lo que es mejor para la gente. Una escena define perfectamente a Oliver: cuando da de cenar a sus hijos mientras habla con el Primer Ministro, se esmera en que las tres niñas coman bien y se comporten, pero en cuanto les da la espalda, estas desaparecen. Oliver cree saber lo que es mejor para la gente, pero es incapaz de hacer llegar su mensaje. O quizás, lo 'mejor' no es lo que la gente quiere. Cummings se ha preocupado por llegar al corazón del británico -la escena en la que se reúne con un matrimonio en el paro, que asegura que ningún político se ha interesado por ellos jamás- y por entender lo que quiere. No piensa que sea un fallo de la democracia el que un referéndum se incline hacia una decisión que no es necesariamente la mejor opción. Lo que ha intentado es sacar a la luz la verdadera cara del británico, porque, una vez expuesto el 'problema', se podrá proceder a solucionarlo.

MI CENA CON HERVÉ -EL AVIÓN, EL AVIÓN


En España apenas se recordará al actor Hervé Villechaize como el pequeño doble de Felipe González. En el resto del mundo, donde la serie La isla de la fantasía (1977-1983) fue un éxito, el intérprete francés aquejado de enanismo era un rostro muy conocido, identificado sobre todo con aquel personaje, Tattoo. También se le recuerda como el divertido Nick Nack, sicario del español Scaramanga (Christopher Lee) en la mítica aventura del James Bond de Roger Moore, El hombre de la pistola de oro (1974). En la película para televisión producida por HBO, Mi cena con Hervé, el encuentro del actor con un periodista sirve para narrar la atípica historia de su vida. Nominada a un Emmy, esta tv movie se centra en la entrevista concedida por el actor a Sacha Gervasi en 1993, justo antes de suicidarse. Gervasi ahora escribe y dirige este biopic en el que sus propias experiencias como alcohólico inspiran el personaje protagonista, Danny Tate (Jamie Dornan). El argumento se centra en la entrevista, que revela pasajes de la vida de Villechaize: cómo superó su condición física para hacerse famoso y rico. Pero sobre todo, la película habla de personajes rotos y de autodestrucción. Danny y Hervé se reflejan el uno en el otro. Tienen todo para ser felices, pero, por alguna razón, se han dejado llevar por adicciones -alcohol y sexo- que derriban cualquier proyecto de vida. En Villechaize se adivina que el rechazo materno se esconde detrás de sus frustraciones, y de la continua búsqueda de afecto en los brazos de cualquier mujer que se le cruce por delante. Si bien la historia del famoso actor es interesante, morbosa y divertida, hay que decir que la del protagonista, trasunto del director, resulta predecible, parece un cliché y está resuelta de forma rápida y quizás, complaciente. No ayuda una realización plana y televisiva. Todo el interés del film radica, por tanto, en la impresionante interpretación de Peter Dinklage, que nos hace olvidar a Tyrion Lannister, y que compone un personaje que podría haberle llevado fácilmente a la caricatura y a la sobreactuación -mencionemos la voz aflautada y el acento francés del verdadero Villechaize- pero que el actor esquiva hábilmente hasta conseguir que su personaje sea creíble y despierte nuestra compasión como espectadores.

SORDO -EL ÚLTIMO INDIO


El cómic en el que se inspira Sordo, firmado por David Muñoz y Rayco Pulido, cuenta la historia de un miliciano republicano, Anselmo, en la frontera entre España y Francia, dedicado al sabotaje tras perder la Guerra Civil. Durante una incursión, Anselmo pierde la audición, por lo que se complica su lucha sobrevivir en la naturaleza y eludiendo a los guardias civiles del franquismo. Minimalista, intimista y expresionista, Sordo -la novela gráfica- está marcada en su narrativa por la ausencia del sonido. Esta interesante idea se convierte en un elemento más de la adaptación cinematográfica que aborda Alfonso Cortés-Cavanillas. Como guionista y director, este toma una serie de decisiones artísticas que acaban dejando atrás el material original. La sordera del protagonista -encarnado por un efectivo Asier Etxeandia- sirve como un recurso audiovisual que te mete dentro de la película, pero no hay un compromiso para contar la película desde esa premisa -como podría ser, por ejemplo, Un lugar tranquilo (2018)-. Lo primero que hay que decir es que estamos ante un western en toda regla, con sus paisajes inabarcables, hermosos y despiadados. También veremos caballos galopando y un villano -el Capitán Ramón Bosch (Aitor Luna)- que dice estar cazando al último 'indio'. Las referencias al cine del Oeste, sobre la pantalla, son claras, y van desde John Ford a Sergio Leone. Etxeandia puede recordar a Franco Nero con barba, sombrero y guardapolvo; los parajes nevados de los momentos finales, pueden transportarnos a El gran silencio (1968) de Sergio Corbucci. Y recordemos que el espaghetti western no es un subgénero ajeno al mensaje político: Yo soy la revolución (1966) o Vamos a matar compañeros (1970) son solo algunos en los que el fascismo también era el enemigo. Desde la banda sonora, Carlos Martín compone una música que tiene ecos de Ennio Morricone, para arropar las imágenes estupendamente fotografiadas por Adolpho Cañadas. Así, con un empaque visual tremendo, Cortés-Cavanillas construye una película que se compone sobre todo de set pieces que buscan generar tensión en el espectador. En este empeño el director consigue resultados desiguales. Por otro lado, los personajes se quedan a medio camino entre los arquetipos divertidos de un Sergio Leone y la profundidad dramática que los actores de la película pueden imprimir a sus roles -Imanol Arias, Marián Álvarez, Hugo Silva-. Creo que el impactante giro final que sufre el protagonista, se habría beneficiado de un desarrollo más trabajado para justificarse y resultar más satisfactorio. A pesar de estos problemas, Sordo es una obra ambiciosa, disfrutable, sorprendente y atrevida. Por último, hay que añadir que, si los milicianos que vemos en el inicio del film parecen salidos de Malditos bastardos (2009) la aparición del personaje de Darya Sergévich Vólkov (Olimpia Melinte) nos lleva al terreno de lo pulp y del pastiche a lo Quentin Tarantino.

OZARK -LA FAMILIA UNIDA


Ozark, muy recomendable ficción disponible en Netflix, nominada a la mejor serie dramática en los Emmy, es fácilmente comparable nada menos que con una de las mejores de todos los tiempos: Breaking Bad. Las coincidencias son obvias: en ambas historias un padre de familia, aparentemente convencional, se implica en el mundo criminal de la droga, arriesgando su vida y la de sus seres queridos. Pero aquí acaban las coincidencias. Si en la serie creada por Vince Gilligan asistíamos a la transformación de Walter White (Bryan Cranston) en un monstruo -Heisenberg-, en Ozark el proceso es el contrario. Bill Dubuque y Mark Williams nos proponen a un Martin 'Marty' Byrde, que aparenta ser el padre de familia perfecto de clase media: trabajador, ahorrativo, recto pero cariñoso con sus hijos. Pero enseguida descubrimos -cuidado spoilers- que Marty se dedica a 'lavar' el dinero de un peligroso cartel mexicano, encarnado en Del (Esai Morales). Tras esta primera revelación, Marty estará sentenciado a muerte por los narcos, a menos que consiga 'lavar' millones de dólares en unos pocos meses. Bajo esta amenaza se desarrolla la trama que lleva a Marty y a su familia de Chicago a los Ozarks, en Missouri, donde tendrá que encontrar negocios en quiebra para resucitarlos como tapadera. Uno de los grandes aciertos de la serie es su protagonista, un Jason Bateman -nominado al Emmy- al que relacionamos con papeles positivos, desde que sustituyera a Michael J. Fox en De pelo en pecho 2 (1987) hasta verle en multitud de comedias en las que encarna al hombre blanco de clase media, el estadounidense promedio, simpático, honesto pero también reprimido. En Ozark se convierte en un personaje completamente diferente, capaz de quebrantar la ley y de mentir descaradamente. Marty es un antihéroe interesante, que Bateman interpreta de forma sobresaliente. Primero en sus silencios, significativos, pero, paradójicamente, también cuando demuestra una verborrea sin escrúpulos capaz de embaucar a cualquiera y de sacarle de cualquier situación -de vida o muerte-. Bateman, que también demuestra ser un director más que solvente en media docena de episodios -lo que le ha valido ser nominado al Emmy por ello-, compone aquí, quizás, el personaje más interesante de su carrera, nada menos que un contable. 

Como Breaking Bad, Ozark nos habla del capitalismo, de nuestra sociedad y del dinero. Convierte la economía en una especie de juego despiadado, desvela sus dinámicas, sus reglas y sus trampas. Propone cínicamente a la droga como motor de la economía -con esto estaría de acuerdo David Simon- y como un elemento más del capitalismo salvaje, a pesar de su ilegalidad -el discurso del adolescente Jonah, que escandaliza en su colegio-. La serie, sobre todo, convierte el dinero en la diferencia entre la vida y la muerte, llevando al extremo el miedo que puede sentir cualquiera de nosotros ante la perspectiva de la pobreza, del desempleo, o del desahucio. Otra cosa que propone la serie es que el éxito capitalista conlleva, inevitablemente, renunciar a la moral y a la ética. Por otro lado, la amenaza de muerte del cartel mexicano -como el cáncer terminal que padecía Walter White- despierta a Marty de su relativo letargo burgués y le lleva a convertirse en un arriesgado emprendedor de la noche a la mañana. Si ambos personajes se parecen, es en que representan al hombre corriente enfrentado a poderes que pueden matarle -criminales y narcos- o acabar con su vida enviándole a prisión -policía y FBI-.

El otro gran tema de Ozark es, claramente, la familia. Marty es un marido y un padre que cumple con sus obligaciones, pero que en realidad permanece ausente. Su mujer, Wendy Byrde -estupenda Laura Linney nominada al Emmy- dista mucho de ser el ama de casa perfecta -ojo spoiler- infiel y capaz de dejar sin un duro a su marido, pero presa también de un sentimiento de culpa que la lleva a recorrer kilómetros para encontrar el helado de pistacho -orgánico- que desea su hija. Esta es una chica rebelde, Charlotte (Sofia Hublitz) protagonista de un relato coming of age: la pérdida de la inocencia hacia la madurez, expresada en el extravío accidental de su baúl de juguetes infantiles. Luego está el hermano pequeño, algo solitario e inadaptado, Jonah (Skylar Gaertner), que se presenta como un chico extraño, lleno de sorpresas. Un momento estupendo da señas de cómo es la relación entre Jonah y su padre. La idea de que la voz en off que abre el cuarto episodio, narrando cómo se 'lava' el dinero al más puro estilo Scorsese en Uno de los nuestros (1990) se convierta luego en un diálogo entre un padre y un hijo, entre Marty y Jonah. Este núcleo familiar, lejos de ser perfecto, constituye otra gran diferencia con respecto a Breaking Bad, al ser estos conocedores de la doble vida delictiva del padre y del peligro al que se enfrentan. Así, la primera idea de la serie es que, una familia corriente, con sus problemas y conflictos, que vive en la hipocresía del aparentar una normalidad, acaba uniéndose no solo por las dificultades y por estar amenazados de muerte, sino al compartir la criminalidad de Marty. Pero en esa reconciliación familiar y matrimonial hay también oscuridad y sordidez: la afortunada idea de planificación de encuadrar la reconciliación entre Marty y Wendy desde el mismo ángulo que el vídeo de la infidelidad de ella, con cuyo visionado se ha estado torturando él durante semanas.

Como contrapunto a los Byrde, hay otra familia, de rednecks o paletos de la América profunda, los Langmore, liderados por una adolescente listilla y desilusionada, Ruth -estupenda Julia Garner, también nominada al Emmy-, secundada por Wyatt (Charlie Tahan), capaz de leer a Ray Bradbury, pero sin ningún futuro; además de Three (Carson Holmes), Russ (Marc Menchaca) y Boyd (Christopher James Barker), primos y tíos, delincuentes comunes. Los Langmore son una familia completamente desestructurada, en exclusión social, pero con un instinto de supervivencia que los convertirá en un peligro para los protagonistas. El argumento irá desarrollando una relación casi paternal, pero incómoda, entre Marty y Ruth. Una relación que crecerá hacia momentos muy emocionantes que la obligarán a cuestionarse su lealtad hacia su familia. 

En el mismo sentido, la llegada de los Byrde a los Ozarks plantea también el enfrentamiento entre lo rural -las tradiciones, las raíces- y lo urbano -el progreso y la civilización- en la figura del patriarca criminal Jacob Snell (Peter Mullan) y su mujer Darlene -fantástica Lisa Emery-. Un matrimonio que representa también la América profunda, defensores de unos valores quizás perdidos, rencorosos, primitivos, amantes de las armas, racistas y recelosos del que viene de fuera. Los Snell son el enemigo presente, en contraposición al cartel mexicano, el mal sin rostro que permanece como amenaza oculta. Hay otro antagonista, cómo no, un agente de la ley, un inquietante Roy Petty (Jason Butler Harner), que, en un detalle quizás gratuito, resulta ser homosexual. En su desarrollo y en sus técnicas de vigilancia, es un personaje retorcido y desconcertante, evolucionando su historia -y la de Russ- por caminos sorprendentes. A la ecuación de capitalismo, crimen y sexo -el bar de striptis que compra Marty- pronto se agrega la religión. Mason Young (Michael Mosley), un personaje cuya principal característica es la fe inquebrantable en el sombrío mundo que dibuja Ozark. Protagoniza una pequeña subtrama que contiene una de las escenas más terroríficas que recuerdo, sin mostrar absolutamente ninguna violencia -cuando encuentra a su bebé sobre una mesa- y un momento final muy poderoso, que nos coloca en la duda de si estamos ante un bautizo o un asesinato. 

Hay que hablar especialmente del octavo episodio de la primera entrega de Ozark, porque parece una declaración de intenciones sobre la filosofía de la serie. Se trata de un flashback que se esfuerza en dejar claro que todo lo que hacen los personajes no es obra del destino, ni de las circunstancias, ni del azar, sino de decisiones morales que han tomado Marty y su mujer. Son culpables. Una idea que puede parecer en contradicción con ese destino ineludible que predicen los pequeños dibujos de objetos que vemos fugazmente dentro de la 'O' que aparece a principio de cada episodio, cuya aparición durante la historia vamos comprobando tensa y penosamente. La primera temporada de Ozark se cierra de forma emocionante y nos deja pidiendo más.

La segunda temporada continúa la historia, con un nuevo objetivo para los Byrde: construir un casino, un negocio legal que permita blanquear el dinero en grandes cantidades. Eso los llevará a enfrentarse a nuevos obstáculos y ampliar el escenario de la serie, que ya no se centrará únicamente en los Ozarks y se asoma al mundo exterior. Una nueva dinámica se establece entre la pareja protagonista: Marty y Wendy han arreglado sus problemas maritales y ahora actúan como un equipo, traspasando cada vez más barreras morales y éticas para conseguir sus objetivos -el chantaje a los políticos locales, como Charles Wilkes (Darren Goldstein)- para que se apruebe el casino-. Así, tras el comentario sobre la familia, la economía, el sexo y la religión de la primera temporada, entramos en el terreno de la política y sus sombras, de la mano de Wendy, simpatizante de Obama, pero dispuesta a todo dadas sus circunstancias. Mucha atención al crecimiento como personaje de Wendy, porque pasa de ser un personaje secundario, un obstáculo más para Marty, a compartir el protagonismo y el punto de vista narrativo con él. Al final de la segunda temporada, Wendy es un personaje tan complejo e interesante como Marty. O quizás más.

Tres antagonistas cobran relevancia en la continuación de Ozark. Por un lado, el agente del FBI, Roy Petty, pasa de la vigilancia a la acción directa -gran detalle que lo mueva también la venganza por la muerte de su amante, Russ- y pondrá en verdaderos aprietos a la familia Byrde. Menos interesante es el padre de Ruth, Cade (Trevor Long), que tras salir de prisión se convierte en el personaje más predecible de la serie: un criminal reincidente que, sabemos, intentará sacar tajada. Lo mejor de Cade es su conciencia de clase: no cree que haya otro futuro para su clan, los Langmore, más que el crimen. Como si estuvieran malditos. Por último, Darlene, la mujer del terrateniente Jacob Snell, es una adversaria temible y completamente impredecible cuya sola presencia nos mantiene en tensión.

La dinámica argumental de la segunda temporada mantiene el interés de la primera colocando constantemente problemas irresolubles, a vida o muerte, para Marty y los suyos: el tener que complacer al cartel mexicano -Helen Pierce (Janet McTeer)-, al clan de los Snell, a la mafia de Kansas City -Bobby Dean (Adam Boyer)- y evitar a la justicia. Eso coloca al espectador ante la interrogante constante de cómo saldrá el protagonista de un nuevo callejón sin salida -lo que me trae a la memoria, de nuevo, Breaking Bad-. Hay cierto ingenio en las soluciones que encuentra Marty -o Wendy- a cada conflicto, y una clara tendencia a su progresiva degradación moral. Sus crímenes, cada vez, serán más graves. Sobre todo, la serie plantea que cada acción inmoral tiene consecuencias negativas, principalmente, para los que rodean a Marty. Uno de los mejores personajes de la primera temporada, Mason Young, reaparece como un pecado del pasado que tendrá repercusiones, y que implica a su bebé, un inocente en esta historia de pecadores, expuesto a todo tipo de peligros. Luego están los hijos de Marty y Wendy. Muy interesante Charlotte, una rebelde con causa -a pesar de resultar antipática-; pero más interesante todavía es el hijo menor, Jonah, que decide adaptarse a su entorno en lugar de oponerse y busca, constantemente, figuras paternas. Una de las virtudes de esta serie es crear grandes personajes. Secundarios como Buddy Dieker protagonizan momentos francamente emocionantes, pero también hay pequeños papeles, casi anecdóticos, que con muy poco insinúan mucho, como el de Jim (Damian Young), el oscuro ayudante del político Wilkes. Vuelvo a mencionar a otro personaje importante, contradictorio, fuerte pero frágil, como es Ruth, que será sometida a conflictos tremendos al estar dividida entre su clan, los Langmore y la familia Byrde. El momento en el que Ruth desayuna con estos en su casa, es un fantástico ejemplo de lo que se puede contar sobre un personaje sin necesidad de recurrir a diálogos explícitos. Hay que hablar también del conflicto del primo de Ruth, Wyatt, cuya inteligencia y afición por la lectura de grandes autores americanos le permite un teórico futuro mejor, una carrera universitaria, pero al que una cuenta pendiente, la muerte sin resolver de su padre, Russ, le ata al pasado, a su familia, a la tierra de los Ozarks, poniendo en riesgo su oportunidad de trascender su origen de white trash.

Hay dos momentos clave que resumen el tema principal de esta estupenda serie, que podemos definir como la oposición entre la imagen pública y las transgresiones que casi todo el mundo oculta -tema común a Breaking Bad, Los Soprano o Mad Men-. Esa hipocresía social está expresada dramáticamente, de forma soberbia, en un par de episodios: primero, cuando los Byrde se presentan como la familia ideal para adoptar a un bebé mientras unos flashbacks nos los muestran al deshacerse de un cadáver; y en el capítulo que cierra la temporada, en la imagen final de esta segunda entrega, esa foto de familia en la que una sonrisa obligada oculta corrupción y negocios sucios, pero también la pérdida de libertad de Marty: al inicio de ese mismo último capítulo se había negado a sonreír al hacerse una foto para un pasaporte que le habría permitido escapar de todo.

IT: CAPÍTULO 2 -VUELVEN LOS PERDEDORES


It: Capítulo 2 no tenía que ser una segunda parte ni una secuela, sino la parte que faltaba. La estupenda novela de Stephen King narraba cómo 6 personajes se enfrentaban a una amenaza terrorífica -It/Eso- en dos tiempos distintos: durante su adolescencia y en su vida adulta. La extensión de la novela hacía -supuestamente- difícil una adaptación cinematográfica, por lo que parecía lógico que It (2017) contara primero lo referente a la aventura de los niños -Bill, Beverly, Richie, Mike, Ben, Stanley y Eddie- y esta segunda parte se centrara en los personajes en su madurez emprendiendo el regreso a Derry. Así lo hizo la miniserie televisiva de 1990. La sorpresa de esta segunda parte, que dirige de nuevo el argentino Andy Muschietti, es que los chavales de la primera entrega aparecen aquí casi tanto como sus contrapartidas adultas, interpretados por estrellas de primera como James McAvoy, Bill Hader -que aporta muchísima comedia- y Jessica Chastain -además de Isaiah Mustafa, Jay Ryan, Andy Bean y James Ransome-. En algún momento, el guionista Gary Dauberman se debió dar cuenta de que la historia de terror de King -que hace un cameo en el film al estilo de Stan Lee- es una metáfora sobre los miedos que todos tenemos y sobre el complicado proceso de madurar y hacerse mayor. Por ello, este segundo capítulo de It no podía contarse solo con los personajes adultos, lo que ha obligado a crear flashbacks con los Perdedores, de niños. Esto desactiva la necesidad de la primera película, ralentiza la acción en esta segunda entrega, debilita a los personajes adultos, provoca innecesariamente la creación de un montón de secuencias que no están en la novela y genera situaciones reiterativas, porque los miedos infantiles de la primera parte son los mismos que en esta segunda. Así, la primera It se antoja ahora una adaptación fiel y satisfactoria, a pesar de estar incompleta. ¿Qué podemos decir entonces de It: Capítulo 2? Primero, que demuestra que se podría haber hecho una adaptación total de la novela de King desde el principio: esta tiene una duración de 2 horas 49 minutos, cuando la miniserie de los 90 sumaba 3 horas 12 minutos. Segundo, que no hace falta refrescar la anterior para disfrutarla. De hecho, casi mejor no hacerlo para evitar la sensación de repetición. Con personajes menos agradecidos que aquellos entrañables chavales, el guión falla en explorar las frustraciones de la vida adulta con respecto a los sueños que teníamos de niños, en aquellos veranos interminables. Pero sí ofrece un auténtico festín de monstruos, criaturas de pesadilla, para el fan del terror, con un Muschietti muy activo detrás de la cámara fabricando sustos pero quizás algo más soso en las escenas dramáticas. Los terrores de esta película son puro fantástico, algunos incluso muy locos, pero creo que funcionan bastante bien y proponen al payaso Pennywise (Bill Skarsgard) como una versión actualizada de Freddy Krueger.

EL REY LEÓN -NATURALEZA DIGITAL


Llego tarde al Rey León, cuando ya es un éxito de taquilla y me sorprende que la película de Jon Favreau haya podido conectar con el espectador a tan gran escala. Como ya se sabe, estamos ante en un remake prácticamente idéntico del éxito de Disney de 1994, que fue la culminación de ese segundo período de esplendor del que gozó la productora de animación. El relato es el mismo, la historia de Simba (Donald Glover) desde su nacimiento y hasta su madurez, en la que sustituye a su padre cerrando el famoso círculo de la vida. Todo esto con un drama familiar shakespeariano de fondo, que recuerda a Hamlet, en la que el malvado Scar (Chiwetel Eijofor) se enfrenta a su hermano y rey, Mufasa -que vuelve a ser James Earl Jones-. Lo que, supuestamente, justifica contar de nuevo esta historia -¡con las mismas canciones!- es el uso de animación digital realista para recrear a los personajes, sustituyendo a la clásica animación en dos dimensiones que Disney dominó durante su larga trayectoria, iniciada con Blancanieves y los siete enanitos (1937). Estamos ante un ejercicio de nostalgia que además busca actualizar para nuevos públicos los clásicos animados en imagen real, como ha venido haciendo la compañía en los últimos años: Alicia, La cenicienta, Dumbo o Aladdin. La operación, de dudoso valor artístico, parece ser sin embargo un valor seguro en la taquilla. Pero hasta ahora, Disney no se había atrevido a convertir en imagen 'real' una historia completamente protagonizada por animales. En el remake de Dumbo, sin ir más lejos, se cambió la trama para añadir personajes humanos. Favreau, que ya había realizado El libro de la selva (2016) -que sí cuenta con un personaje humano, Mogwli- se encarga entonces de esta reimaginación, en mi opinión, absolutamente fallida. Sin entrar a analizar qué sentido puede tener rehacer una película, hay que hablar de la superioridad expresiva de la animación tradicional del original. Este nuevo Rey León digital es espectacular, sin duda, fotorrealista y visualmente deslumbrante. Pero la expresividad de los personajes/animales es completamente nula. Ver el rostro de un león, impasible, recitando sus diálogos -con las voces ya mencionadas- genera en mí una desconexión absoluta entre la imagen y el sonido, como si estuviera ante una voz en off. Un (d)efecto que se amplifica en las canciones, que parecen documentales de naturaleza musicalizados con canciones de Beyonce. Únicamente Timon (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen) salvan la película del completo desastre, gracias a unas voces algo más chispeantes y a que los animales representados son algo más expresivos por su propia fisonomía. Ante este panorama, perdida la caracterización de los personajes en favor del realismo de los animales recreados digitalmente, la temperatura de la película desciende hasta la frialdad absoluta, dejando al descubierto los saltos narrativos del original -sobre todo después del paso de Simba de cachorro a adulto- desconectándonos irremediablemente de una historia que, en realidad, conocemos de memoria.

LA VIRGEN DE AGOSTO -QUÉ HACER EN MADRID EN VERANO


Sigue cumpliendo Jonás Trueba en La virgen de agosto con los postulados de la Nouvelle Vague: cine sencillo, de personajes, cine cercano que usa las calles como decorado, en el que los sentimientos son lo más importante y que huye de las trampas de un argumento dramático convencional para mostrarnos los tiempos muertos de la vida. Esos que no se suelen ver en una pantalla de cine. Y nada mejor que el mes de agosto para hacerlo. Trueba fabrica su propio Cuento de verano con Itsaso Arana como protagonista -y coguionista-. Se dice que toda película es el documental de su propio rodaje, y esta es también un documental sobre Madrid -la calurosa pero viva, la de vasos de agua del grifo, la de tesoros escondidos en el museo arqueológico, de parques para echarse en el césped, salas de cine de arte y ensayo, cafeterías y verbenas- pero también es el documental de su actriz protagonista, a la que la cámara sigue fielmente, sin separarse nunca de ella: la geografía de su rostro es tan importante como las estampas de la capital. Eva, el personaje, es precisamente una actriz -o ya no lo es- que vaga sin rumbo por la vida y por la  ciudad, durante el estío. En ese deambular se irá cruzando con diferentes personajes: viejos y nuevos amigos, viejos y nuevos amores, turistas, desconocidos y fauna humana de todo tipo. Y con cada uno de estos personajes, Eva mantiene un diálogo que le sirve a Trueba para hablar de gran variedad de temas: de la vocación perdida, de la mierda que puede llegar a ser tu profesión, de la identidad, de ser inmigrante, de madurar, de tener hijos y de cuidarlos bien (o no), de mantener las amistades o pasar página, de que ya no se admira como antes, de religión y de misticismo. Trueba habla de la vida y para disfrutar de la película hay que dejarse llevar por esta historia sin historia, como en una tarde calurosa de agosto sin nada qué hacer. Viendo las imágenes, escuchando a Eva y a los que hablan con ella, creo que acabas preguntándote cuál es tu opinión sobre los temas que se discuten en la pantalla y, por tanto, inevitablemente acabas pensando en quién eres. ¿No es ese el principal cometido del cine/arte?

QUIEN A HIERRO MATA -A VIDA O MUERTE



Quien a hierro mata de Paco Plaza se plantea primero, quizás de forma engañosa, como un drama social de premisa irresistible: un narco histórico gallego -Antonio Padín (Xan Cejudo, fallecido poco después del rodaje)- sale de prisión para ser atendido en un centro de rehabilitación por un enfermero, Mario, que tiene cuentas pendientes con la heroína. Solo esto sería una estupenda película de personajes, con la crisis económica y la problemática social de la droga como trasfondo. Un drama apoyado en un Luis Tosar, como es habitual, tan creíble en el papel de sanitario entregado a sus pacientes, como en el de temible vengador de oscuro pasado. Porque enseguida esta película se convierte en una revenge movie absorbente, que se va desenrollando poco a poco, sorprendiendo al espectador con nuevos elementos que van cambiando la perspectiva de la historia. El entorno del enfermero, su mujer, Julia (María Vázquez), embarazada, parece, al principio, que aporta poco más que un vínculo emocional para entender a nuestro protagonista. Pero su presencia se descubre luego parte importante del juego cruel que plantea el film. Luego está la historia del propio narco, con sus hijos, Toño (Ismael Martínez) y Koke (Enric Auquer), implicados en una trama en la que se enfrentan a peligrosos colombianos y a mafiosos chinos, una subtrama que incluso parece chirriar en varios momentos. Pero según avanza el metraje, el argumento cuaja y Paco Plaza despliega su talento como realizador para fabricar secuencias visuales impactantes, imágenes potentes y momentos de tensión en un thriller trepidante. El desenlace contiene giros inesperados, imágenes que son pura verdad -la escena el parto es real- en un tramo final adrenalínico que también desvela los temas de la película: la relación entre vida y muerte, tan opuestas como inevitablemente unidas; y cómo el rencor puede enganchar y destrozar la vida tanto como la heroína. La escena final de Quien a hierro mata es un ejemplo fantástico de tensión y elegancia visual. El plano final, muy atrevido, se quedará en la retina durante mucho tiempo.