BAIT -LOS INICIOS DEL CINE


El cineasta ruso Lev Kuleshov demostró en los años 20 que el sentido de un plano -un actor con la mirada perdida- cambia radicalmente dependiendo de con qué imagen la unamos mediante el montaje. Si juntamos el rostro de un actor con un plano de comida, de un ataúd o de una niña, el espectador percibirá diferentes sentidos y emociones a pesar de estar viendo siempre el mismo rostro neutro de un actor sin expresión. En Bait, el director Mark Jenkin -ganador del BAFTA al mejor debut- mezcla sus imágenes, rodadas en blanco y negro, en 16 mm, para generar nuevos significados que superan los límites de la historia que nos cuenta. El protagonista es Martin Ward (Edward Rowe) un pescador de Cornualles que ni siquiera tiene barco y que se enfrenta a la extinción del que es su oficio y el de su difunto padre. El antiguo pueblo pesquero de Martin está sucumbiendo ante las inversiones externas, ante el empresario burgués que pretende convertir el estilo de vida de los pescadores en un parque temático, ante el urbanita que quiere un lugar 'con encanto' para relajarse, y hasta por el turismo de borrachera. Esta historia sencilla, sobre el choque entre dos mundos, el de lo tradicional y el del capitalismo salvaje disfrazado de progreso, se desarrolla a través de un conflicto entre hermanos, y de un choque generacional, en el amor prohibido entre el sobrino de Martin y la hija de los 'clase media' que han convertido su casa familiar en un piso turístico. Pero lo más interesante de Bait es la forma en la que Jenkin nos cuenta esto, con primeros planos en formato cuadrado, que solo cobran vida narrativa mediante el montaje, arañados y rayados como si hubieran sido rescatados de una vieja película de cine mudo. Jenkin mezcla planos para generar nuevos significados, utiliza flashbacks, flashforwards, e incluso nos muestra los fantasmas del pasado de Martin, que pertenecen a un tiempo perdido, como ese cine primitivo que Jenkin consiguen resucitar.

CHARTER -SOLEDAD


La lucha por la custodia de los hijos es el tema central de películas tan diferentes como Custodia compartida (2017) o Historia de un matrimonio (2019). En Charter la directora noruega Amanda Kernell habla también este tema tan espinoso, pero con el riesgo añadido de plantear un secuestro parental, en este caso, el de una madre que busca recuperar a sus dos hijos ante la amenaza de un supuesto maltrato del padre. El asunto es complicado y lamentablemente el campo de batalla de la eterna batalla ideológica entre la (extrema) derecha y la izquierda (radical), enfrentadas en acusaciones de machismo o feminismo (radical). Un debate que poco aporta al drama real de las personas implicadas. Kernell nos muestra a su protagonista, Alice -estupenda Ane Dahl Torp- en planos generales, recortada sobre amplios paisajes, para expresar la soledad de este personaje que, en su lucha por proteger a sus niños, será cuestionada, perseguida, acusada de sufrir un desequilibrio mental. La batalla de Alice no será únicamente en contra de una sociedad que prefiere no implicarse, sino que también luchará para ganarse el cariño perdido de sus hijos, severamente dañados psicológicamente por un divorcio tóxico. Alice escapará de Noruega a Tenerife, pero incluso allí la perseguirán sus problemas. Drama doloroso sobre la fractura del amor de una familia, que en algunos momentos se convierte en un tenso thriller, Charter no justifica las acciones de su protagonista, pero tampoco la juzga, ni carga las tintas sobre los supuestos 'malos' de esta película. Un ejercicio cinematográfico emocionante sobre un drama humano cotidiano.

LA FAMILIA QUE TÚ ELIGES -BUEN ROLLO

Tan importante es en el cine eso de ‘sentirse bien’, que puede anular casi cualquier otro criterio. Existe incluso un género no oficial, las ‘feel good movies’ cuya apuesta principal es conseguir que el espectador salga de la sala con una sonrisa. La familia que tú eliges, título que menosprecia la inteligencia del público al sustituir al original, The Peanut Butter Falcon, no sobresale por su guión, ni por el trabajo tras la cámara, ni siquiera por unas interpretaciones especialmente brillantes. Pero el conjunto consigue algo quizás más difícil: caer simpático. La historia de amistad entre Zak, joven con síndrome de down que sueña con dedicarse al wrestling, Tyler, un pescador fracasado y Eleonor, la ‘cuidadora’ del primero, es una historia imposible, pero que consigue que quieras quedarte un rato más con estos personajes. Ayuda un reparto contrastado de secundarios: Bruce Dern, Thomas Hayden Church, John Hawkes y hasta Jake “The Snake” Johnson. Pero sobre todo lo hacen bien sus protagonistas, un Shia LaBeouf en un papel a su medida, con un personaje de tipo problemático y rebelde con buen corazón, en busca de redención; y una cálida Dakota Johnson dispuesta a olvidar lo guapa que es. La historia detrás de la película es quizás más interesante que la propia cinta: sus dos autores, Tyler Nilson y Michael Schwartz decidieron cumplir en su debut cinematográfico el sueño de su amigo Zack Gottsagen de convertirse en actor. Así, el arte copia a la realidad en una historia bonita, de género cercano a la Americana, que nos hará sentirnos optimistas y mejores personas, al menos unos 5 minutos tras salir de la sala.

LA ISLA DE LAS MENTIRAS -


La isla de las mentiras parte de un hecho real, el naufragio del Santa Isabel en 1921, en el que murieron cientos de personas. Una tragedia que, la verdad, solo sirve como detonante en la película de Paula Cons, mucho más interesada en hablar de las vidas de la gente de la isla de Sálvora, en A Coruña. Un lugar inhóspito que parece haber envilecido a sus pobladores, atrapados en la ignorancia más profunda y oprimidos por un sistema económico prácticamente feudal, de una injusticia social tremenda. Todos los habitantes de la isla esconden algún secreto -el título de la cinta no engaña- que la luz del faro no alcanza a iluminar, como tampoco servirá para evitar el naufragio. La película de Cons es visualmente hermosa, aprovechando al máximo la fotografía del rocoso paisaje de la isla y del propio mar. Pero su narrativa es, quizás, algo estática. La directora sí que saca buen partido de sus intérpretes, Nerea Barros está estupenda como una de las mujeres que encabeza el rescate de los náufragos y que se convertirá en heroína a su pesar; Dario Grandinetti cumple como es habitual en el rol de un periodista argentino que hace las veces de detective; Aitor Luna es el farero que, además, ilumina a los vecinos con algo de cultura. La isla de las mentiras es un estupendo drama de personajes sobre la culpa, la injusticia social, con algunos apuntes feministas, y sobre cómo la ignorancia oscurece el alma de las personas. Pero como pretendido thriller se queda corto, no genera la tensión necesaria. Quizás la historia debería haberse guardado algunas de sus cartas, que muestra desde el principio, y quizás habría sido más efectivo contar la historia de este pueblo desde fuera, desde los ojos del personaje de Grandinetti y desde sus averiguaciones. A pesar de estos defectos -es solo mi opinión- un film sólido de factura impecable.

EL COLAPSO -APOCALIPSIS VARIOS


Si algo nos ha enseñado la pandemia del coronavirus es que el fin del mundo no es una espectacular explosión hollywoodense, sino una progresiva pérdida de calidad de vida, de la que la mayoría no se da ni cuenta. La serie francesa El colapso, disponible en Filmin, llega en un momento extraño de nuestras vidas, tras la llegada de la covid-19, cuando la preocupación inmediata por el virus ha sustituido a la anterior ansiedad por una cercana pero todavía futura catástrofe climática. La serie se compone de 8 episodios, sin conexión argumental directa más allá de un escenario compartido de crisis. Cada entrega es una faceta diferente del Apocalipsis, con distintos personajes y situaciones: un supermercado -todos hemos vivido el desabastecimiento de ciertos productos ¿no?-, una gasolinera, el chalet de un millonario, una comunidad fundada por supervivientes, una central nuclear con ecos de Chernóbil, una residencia de ancianos -cuyo drama conocemos de sobra-, un velero en alta mar y un programa de televisión en directo. Creada por el colectivo Les Parasites, que escribe y dirige cada episodio, El colapso imagina las consecuencias de la catástrofe con bastante tino, resultando aterradora en su capacidad anticipatoria, como lamentablemente estamos comprobando en la crisis actual. En una decisión que creo afortunada, la forma elegida para contar estas historias es el plano secuencia. Un virtuoso trabajo de cámara que se pega a los protagonistas, obligando a una elaborada coreografía de personajes, situaciones y diálogos. Este recurso imprime inmediatez, realismo y sobre todo tensión a cada entrega. Las historias son sencillas, directas, pero contundentes, contadas en tiempo real y sin darnos tregua. Hay episodios visualmente espectaculares, como el del velero. Así, cada entrega es como un destello, que nos ciega, que nos impide ver que hay un conjunto. Poco a poco, los episodios se van complementando, algunas caras se van repitiendo de un capítulo a otro, de forma sutil, para hablarnos de una historia mayor. Sabiamente, nunca se nos muestra el 'colapso' que acaba con el mundo, sino que vemos sus consecuencias tras varios días, o incluso, los instantes previos. Pero al llegar a la octava entrega, todas las piezas encajarán en un contundente alegato ecologista que sin duda nos hace reflexionar. El mensaje subyacente de la serie es demoledor: somos nuestros propios enemigos y ante la catástrofe no tardaríamos en lanzarnos a la yugular del vecino. La desconfianza en el otro es el gran tema de El colapso. A pesar de algunas muestras de idealismo en episodios como La central y La residencia, el mensaje de Les Parasites no puede ser más pesimista, atreviéndose a proponer elementos de ciencia ficción conspiranoica, como el papel de los poderosos en el destino del mundo, en una combativa y estimulante postura ideológica. El colapso puede no ser agradable de ver en los tiempos que corren, cuando ya no hace falta imaginar el fin del mundo, pero en mi opinión está entre las series del año.

OZARK -TERCERA TEMPORADA


Perdonen ustedes el spoiler, espero que sea menor, pero hay un momento en la tercera temporada de Ozark en el que Marty Byrde (Jason Bateman) es interrogado por un peligroso narcotraficante. "¿Qué quieres?" es la pregunta que hace el criminal, incesantemente hasta que Marty acaba contestando: "Quiero que me des las gracias". Creo que son este tipo de conceptos los que consiguen que esta serie creada por Bill Dubuque y Mark Williams para Netflix conecte con el espectador. ¿Quién de nosotros no siente que merece un mayor reconocimiento? ¿Quién no espera unas palabras positivas de su jefe tras echar algunas horas de más en su trabajo? Como Marty, lo usual es que tengamos que enfrentar nuestros oficios en condiciones que distan de ser las ideales, pero nuestros superiores, por regla general, solo verán nuestros errores, sin tener en cuenta que ellos mismos nos han puesto en circunstancias complicadas. Se espera que Marty resuelva todos los problemas -aunque sean acciones delictivas- bajo una presión tremenda y él, encima, consigue sortear todos los obstáculos. ¿Alguien se lo agradece? No. Uno de los placeres sádicos de Ozark es ver cómo los guionistas siembran de trampas aparentemente irresolubles el camino de esos personajes que, al mismo tiempo, nos hacen querer. Uno de los mensajes más pesimistas de esta ficción, más oscura de lo que parece, es que todos estos esfuerzos no tendrán ninguna recompensa.

Lo que diferencia a Ozark de Breaking Bad, argumentalmente, es que la familia de Marty conoce su doble vida y participa de sus actividades criminales, incluidos los hijos: esta debe ser la única serie en la que los adolescentes no son insoportables. Mientras que Walter White (Bryan Cranston) corría constantemente el peligro de ser descubierto por sus parientes. Un efecto secundario de esa situación es que acabábamos sintiendo rechazo por Skyler (Anna Gunn), la mujer de Walter, que se acababa convirtiendo en un obstáculo más a la consecución de sus planes, que, paradójicamente, acabábamos deseando ver cumplidos a pesar de su criminalidad. En la tercera temporada de la estupenda serie que nos ocupa, crece el papel de la mujer de Marty, Wendy Byrde -una Laura Linney de premio-, que tras ponerle los cuernos y embarcarse en la empresa ilegal de Marty para blanquear dinero, comienza a tener sus propias iniciativas. Esto lo hace con la ayuda de uno de los personajes más complejos y atractivos de esta ficción, otra mujer, no por casualidad, la temible Helen Pierce (-estupenda Janet McTeer-. Así, Wendy, rompe el 'techo de cristal' y se erige en un personaje a la altura de Marty, quien claramente se siente amenazado por la independencia y la iniciativa de su mujer, por lo que comenzará a actuar a sus espaldas para desactivar sus iniciativas. Es interesante como en esta temporada, Ozark habla del matrimonio, amplificando los conflictos de cualquier pareja con el recurso de la ficción de los peligrosos narcos que dirigen y deciden el destino de nuestros protagonistas. Atención a los jueces de la pareja que establece el argumento: por un lado, la terapeuta Sue Shelby (MaryLouise Burke), divertido personaje que esconde un secreto y por otro, el peligroso criminal Omar Navarro (Félix Solís), que acaba convirtiéndose en un perverso vigilante del matrimonio de Marty y Wendy. 


La sensación más acuciada en esta tercera temporada de Ozark es la amenaza. Los personajes de la familia Byrde viven en un peligro constante. Los narcos para los que trabajan, los carteles rivales, la despiadada abogada Helen Pierce, el acoso de los agentes del FBI, la mafia de Kansas City y el impredecible niñato de Frank Cosgrove Jr. (Joseph Sikora). Pero los peligros acechan también desde dentro de la propia familia, sobre todo en el (nuevo) personaje más interesante de esta entrega, Ben Davis -Tom Pelphrey merece un Emmy-, un conflictivo pero noble personaje, en busca de la felicidad, que introduce el tema de las enfermedades mentales y cuya presencia nos mantiene en tensión a la espera de un brote violento. La sabiduría de los que creadores de esta serie no está en sorprendernos: sabemos lo que va a ocurrir, ya que se nos anuncia en varios momentos de lo que es capaz Ben. El acierto es elegir el momento en el que ocurre lo que tiene que pasar. Hay en esta ficción una sensación de destino ineludible que convierte la serie era una tragedia anunciada. El otro mérito es haber sabido convertir a Ben en un personaje estimable con cuyo sufrimiento nos identificamos, aunque comprendamos el problema que representa para los que le rodean. La tercera entrega de Ozark va de menos a más, pero acaba confirmándose como una gran serie.

LA PROFESORA DE PIANO -TODO EN UN DÍA


Es curioso que Jan-Ole Gerster no firme el guión de La profesora de piano teniendo en cuenta las coincidencias argumentales que tiene con la ópera prima de este director alemán. Si en Oh Boy (2012) seguíamos a Niko (Tom Schilling) durante una jornada en la que se topaba con todo tipo de personajes, ahora veremos a Lara -soberbia Corinna Harfouch- durante un día entero, en el que se va encontrando con diversas personas: policías, vecinos, la mujer que la sustituyó en su trabajo tras jubilarse, su exmarido, y su antiguo profesor de piano. Lara, persona complejo, antipático y fuerte, comparte con Niko su tabaquismo, e irá desvelándose poco a poco a través de estos encuentros con los otros, que nos revelarán los conflictos internos de un personaje, por otro lado, hermético. La dirección de Gerster, algo distante, puede hacer pensar en Michael Haneke y quizás son cosas del destino que Corinna Harfouch haya prestado su voz en alemán a Isabelle Huppert en el doblaje de La pianista (2001). Lo cierto es que seguimos los pasos de Lara con dos elementos muy presentes: la sombra de su hijo, pianista, interpretado por el mencionado Tom Schilling; y el miedo a las teclas de los instrumentos de cuerdas percutidas que ella se va encontrando durante la película. Film sobre el sacrificio que implica el arte, sobre las relaciones entre padres e hijos y sobre cómo proyectamos sobre ellos nuestros complejos, La profesora de piano parece un film más cerrado y redondo que Oh Boy, también menos libre y fresco, pero más decidido en cuando a lo que quiere contar y con un clímax potente, que nos lleva al final de ese día en la vida de Lara, que no debería haber existido. Nada menos que el de su cumpleaños.

DÓNDE ESTÁS, BERNADETTE -MUJER AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS


Richard Linklater -Antes del amanecer (1995) y Boyhood (2014)- se entrega al talento como actriz de Cate Blanchet en Dónde estás, Bernadette, en una interpretación por la que estuvo nominada como mejor actriz principal en los pasados Globos de Oro. Bernadette es un personaje inmenso, excesivo, que Blanchet encara con intensidad, siempre al borde de la caricatura, entre la tragedia y lo cómico. Se trata de una arquitecta genial, un mujer excéntrica y antisocial, pero también una madre ejemplar y la esposa de un exitoso informático al que da vida Billy Crudup. Las tensiones de todos esos roles en una sola mujer son la esencia del conflicto principal del personaje y de la trama. Todas estas facetas se van acumulando en una estructura algo episódica -estamos ante la adaptación de una novela de María Semple-, un torrente de historia que nos lleva a lugares insospechados -dramáticos, mentales y geográficos- mientras nos va presentando los problemas de Bernadette: la factura del éxito, la envidia de las otras madres del instituto de su hija: esa vecina que interpreta Kristen Wig, el sacrificio de cercenar su lado creativo, su genio, para dedicarse a su hija, mientras su marido se dedica a ganar dinero. Blanchet llena la pantalla y Linklater la acompaña, con su habitual pericia para dotar a sus personajes de humanidad: acabamos cogiéndole cariño a todos. Hay que dejarse llevar por la historia y por la desorientación vital de su protagonista, y aunque se puede decir que hay un exceso de elementos y subtramas, las emociones, lo más importante en cualquier película, están ahí.

LA VIEJA GUARDIA -GUERRERA INMORTAL


La vieja guardia no deja de ser una oportunidad perdida. La adaptación de un cómic del guionista Greg Rucka -luego hablaré de él- está llena de ideas sugerentes y con mucho potencial. Pero la traslación a la pantalla que estrena Netflix parece un film de acción más, con peleas y tiroteos intercambiables con los de cualquier otro film mediocre de estas características. La premisa es atractiva: un grupo de inmortales se dedica a ejercer su particular visión de la justicia, actuando como un escuadrón paramilitar en zonas de conflicto global. Otro punto a favor son los personajes, que no son los típicos Navy Seals, sino guerreros con mucha historia a sus espaldas, que lucharon en las Cruzadas o en las tropas de Napoleón. Estos combatientes serán el objetivo de los villanos de turno, en este caso, nada menos que una empresa farmacéutica, aparentemente, símbolo del mal en los tiempos que corren. La historia, adaptada por el propio Greg Rucka, tiene momentos excelentes, sobre todo los que se refieren al pasado histórico de los personajes, especialmente de la protagonista, Andy, a la que vemos en batallas históricas que parecen más interesantes que los mencionados tiroteos del mundo actual. Rucka, con experiencia en personajes femeninos -Wonder Woman- hace un gran trabajo con Andy, que se beneficia enormemente de la presencia de Charlize Theron, sin duda, lo mejor del film. Lo peor, creo yo, es la dirección de Gyna Prince-Bythewood, correcta pero plana, que no sobresale en las secuencias de acción y que no imprime la necesaria atmósfera fantástica en el relato. Prince-Bythewood es una realizadora de cine independiente, con experiencia en historias humanas y femeninas, virtudes que lucen aquí en las pinceladas feministas que tiene la historia, cuyo personaje principal es la recién llegada Nile (Kiki Layne). También hay que decir, la verdad, que el reparto se queda algo corto más allá de Theron y de Chiwetel Ejiofor. Una pena.

THE VAST OF NIGHT -EL SONIDO QUE VINO DEL ESPACIO


Para mí el cine es sobre todo imágenes, apoyadas, claro, en esa mezcla de música y efectos de sonido que es la banda sonora. No les extrañará entonces que mi película más querida sea 2001: Una odisea del espacio (1968) en la que Kubrick fabrica una obra perfecta que es pura emoción prescindiendo prácticamente de argumento y sobre todo, de diálogos. En las antípodas de esta obra maestra de la ciencia ficción se encuentra The Vast of Night, ópera prima del director Andrew Paterson, película sin embargo igual de misteriosa y paranoica sobre la existencia de vida extraterrestre, pero que se apoya en la palabra hablada. De hecho, este film independiente disponible en Amazon Prime Video podría 'escucharse' en la radio, como la famosa adaptación de La guerra de los mundos de H.G. Wells que hizo Orson Welles. No por casualidad, hay guiños en esta cinta a la famosa historia sobre la invasión de la Tierra. En The Vast of Night el protagonista es un locutor de radio, al que da vida Jake Horowitz, que se topa con un extraño sonido gracias a la telefonista interpretada por Sierra McCormick. Juntos intentarán resolver un misterio propio de Expediente X. El gran logro de este ejemplo óptimo de sci-fi low cost es construir su relato de la manera más sencilla posible, a través de largos diálogos, testimonios a veces incluso en off, de los personajes que van encontrando los protagonistas en su investigación. Ambientada en los años 50, The Vast of Night se beneficia de los temas que asociamos con aquella época: la inocencia de la sociedad, a punto de perderse, la moda de los OVNIS y el miedo al comunismo. El pulso narrativo de Paterson -que escribe el guión bajo seudónimo- es excelente y consigue sumergirnos en la historia evocando imágenes en nuestra mente, como lo haría un programa de radio o una antigua aventura conversacional de videojuego. Apelando claramente a la mítica serie The Twilight Zone de Rod Serling y sin evitar un pequeño apunte Spielbergiano, The Vast of Night es ya una película de culto que hace esperar con curiosidad el segundo trabajo de Andrew Paterson.

FAMILY ROMANCE, LLC -VIDAS SIMULADAS


El alemán Werner Herzog firma en Family Romance, LLC una película importante de ciencia ficción en el presente. Para ello, utiliza la estructura y la textura de un documental y sitúa su historia en un Japón alienígena, una sociedad de emociones contenidas, saludos separados por la distancia social y abrazos muy torpes. Inspirado en el caso real de una empresa japonesa que alquilan familiares para ceremonias como bodas o funerales, o simplemente como compañía, Herzog idea un protagonista, interpretado por Ishii Yuichi -el emprendedor real y fundador de la verdadera Family Romance- que presta sus servicios como actor para hacerse pasar, por ejemplo, por el padre que necesita una madre soltera para su hija; que se alquila para una novia que debe ser llevada al altar, o para la ganadora del premio de la lotería, que quiere revivir la inmensa alegría de un momento que sabe que nunca se va a repetir. Seguimos los pasos del protagonista en sus diferentes trabajos, y Herzog dibuja a su alrededor una sociedad de falsas apariencias, de emociones simuladas para las redes sociales, de hoteles manejados por robots, de funerarias que permiten que los clientes prueben sus ataúdes en vida. Una sociedad en la que las emociones reales ya no se distinguen de las fabricadas y en la que percibimos una inmensa soledad. El protagonista sufre la esquizofrenia de tener que interpretar diferentes papeles para sus clientes, hasta el extremo de que su propia identidad se desdibuja, y de hacerle dudar de si lo que le rodea es también una representación teatral orquestada. Un miedo que remite, claro, a Phillip K. Dick. ¿No actuamos todos, en alguna medida, para agradar a los demás, para fingir que somos felices, para evitar ponernos en vergüenza? ¿Cuándo somos 'verdaderos'? El contrato con Family Romance solo se romperá cuando surja un sentimiento genuino, y esa revelación resulta devastadora.