LARRY DAVID-TEMPORADA 9- ASCO DE GENTE


Paladín del sentido común, de lo práctico y de la libertad individual, enemigo de lo falso, de la hipocresía y de lo pretencioso, Larry David es una de mis personas preferidas del planeta. Es nada menos que el cocreador de la mejor sitcom de todos los tiempos, Seinfeld (1989-1998) y fue la inspiración del mezquino George Costanza (Jason Alexander), uno de los personajes más reconocibles e imitados de la ficción. Larry David prácticamente parió la comedia actual adelantándose a Ricky Gervais y Stephen Merchant -The Office (2001)- con esta Curb Your Enthusiasm (2000) -el especial de HBO que sirvió de piloto a la serie es de 1999-. La serie de David es precedente directo de Extras (2005), de las películas de Sacha Baron Cohen, como Borat (2006) -con la que comparte director, Larry Charles-; de la genial Louie (2010) y de Hello Ladies (2013); además de las españolas Tú antes molabas (2008), Qué fue de Jorge Sanz (2010) -aunque Trueba diga que su referente es Ken Loach (!)- Selfie (2017) o la reciente Vergüenza (2017). David, que en Si la cosa funciona (2008) se llevó a su terreno a Woody Allen, vuelve a la televisión tras 8 temporadas -incluyendo una imprescindible séptima entrega que funciona como la décima de Seinfeld- y tras un paréntesis de 6 años. Lo más sorprendente es que parece que nunca se hubiese ido y su estilo se mantiene inalterable, pero también fresco, vigente e incluso adelantado, en los tiempos que corren de corrección política. Larry David es un pionero del post-humor, de reírse de la vergüenza ajena y sobre todo de la auto-humillación del famoso.

Esta novena temporada parte de una premisa ridícula en la que el protagonista ha ideado el libreto de un musical de Broadway -desde Seinfeld, David ha cultivado el gusto por la ficción dentro de la ficción- sobre la sentencia de muerte del Ayatolá Jomeine contra el escritor Salman Rushdie. El interés por la fetua contra Jomeine también le viene a David desde Seinfeld: recordemos el episodio The Implant (1993) de la cuarta temporada, en el que Kramer (Michael Richards) estaba de seguro de haber visto en su gimnasio al autor de Los versos satánicos (1988). Aquí, esa promesa se cumple, 24 años después, cuando Rushdie aparece en persona interpretándose a sí mismo, en un cameo memorable que acuña un término como el sexo-fetua, típica ocurrencia de David. Además de Rushdie, esta novena entrega tiene su acostumbrada ración de famosos, enseñando su peor cara, como Jimmy Kimmel, el habitual Ted Danson -siempre muy gracioso- la divertida Elizabeth Banks, un hilarante Bryan Cranston haciendo de psicólogo, o el dramaturgo, actor y compositor Lin-Manuel Miranda. La mencionada trama de la fetua es, sin embargo, una mera excusa para hilar las situaciones cotidianas que siempre plantea David, con mirada ácida: desde el dilema de si abrirle la puerta del portal, o no, al que te sigue -según la distancia y el género-, hasta si está justificado faltar al trabajo por estar estreñido. Sigue intacta también la habilidad de David para crear situaciones y expresiones que pueden pasar a formar parte de la cultura popular: el "cariño" prematuro; el "reseteo" de relaciones sociales a un estado previo de confianza; el mensaje de texto enviado por error a propósito; el derecho inalienable a pitar incluso a un policía; el agradecimiento o la excusa proporcional al favor o la falta. Además, nunca he visto una demostración más exacta de lo incómodo que es viajar en avión en clase turista como en el episodio The Accidental Text on Purpose. Sorprende lo poco que se corta David, al que no le importa ser políticamente incorrecto, incluso grosero: se plantea si una lesbiana es lo suficientemente femenina para ser caballeroso con ella; hace multitud de bromas sobre las diferencias de trato a un afroamericano, a un judío o a un autista; sin olvidar a la asistenta "indespedible" por su cojera y por haber sufrido abusos; mencionemos también el comentario faltón sobre los gestos del lenguaje por signos. David se atreve con todo, incluso a cuestionar el agradecimiento a los veteranos de guerra o a reírse del estrés postraumático, en un país tan patriótico como los Estados Unidos.

DISOBEDIENCE -DOS MUJERES


Disobedience -Desobediencia- es la intensa historia de un amor imposible. La película nos habla del conflicto entre lo íntimo y lo social. Dos mujeres se aman pero no pueden compartir su vida por haber nacido en una comunidad religiosa con severos prejuicios retrógrados. Así, Ronit y Esti se comportan de una forma cuando están en presencia del marido de la segunda, de familiares y de amigos; pero al quedarse solas afloran sus verdaderos sentimientos. Esa diferencia entre cómo nos comportamos delante de los demás y lo que realmente somos en nuestro fuero interno, es el gran tema de la película y su principal valor.

Escrita y dirigida por Sebastián Lelio, el chileno nos cuenta de nuevo una historia protagonizada por mujeres: igual que Marina (Daniela Vega) en la excelente Una mujer fantástica (2017) aquí las protagonistas están atrapadas bajo la mirada de una sociedad que no las comprende, que las censura, que las persigue. Si esta historia de amor es imposible en el siglo XXI, es debido a la existencia de una comunidad ortodoxa judía, que defiende una moral superada, insertada en el Londres moderno. Lelio consigue expresar esa sensación de aislamiento, de un mundo que existe dentro de otro, de forma sobresaliente. Me ha parecido estupenda la escena en la que Ronit y Esti escapan del barrio judío, en metro, para llegar al centro de Londres: un trayecto corto que equivale sin embargo a un viaje en el tiempo, a otra época, en la que nadie las mira si se cogen de la mano. Lelio destaca de nuevo en su retrato de lo femenino, con dos actrices entregadas a sus papeles, Rachel Weisz -también productora- y Rachel McAdams están perfectas.

Siendo esta su primera película en inglés, Lelio se apoya sobre todo en las imágenes, en las miradas de sus protagonistas, antes que en sus palabras. Aunque no encontraremos aquí la poesía visual de Una mujer fantástica -ese realismo mágico- sí sobresalen dos secuencias que, sin recurrir al diálogo, expresan de forma contundente cómo se sienten los personajes: cuando Ronit asimila una mala noticia que le cambia la vida; o una escena de alto voltaje, en una habitación de hotel, que deja claro el tiempo que estas dos mujeres han estado reprimiendo lo que son. Afín a películas de temática similar como La vida de Adèle (2013), la superior, Carol (2015), y Call me by your name (2017); Disobedience falla quizás en su clímax: la escena que debe mostrar la decisión del tercero en discordia, de Dovid (Alessandro Nivola), no alcanza la intensidad necesaria para cerrar satisfactoriamente una historia que roza la tragedia y cuya principal reflexión puede ser que las verdaderas cárceles que nos impiden ser libres, vivir plenamente, encontrar el verdadero amor, son mentales.

EL INFINITO (THE ENDLESS) -LA LLAMADA DEL CULTO



Justin Benson y Aaron Moorhead -directores y guionistas- sorprendieron en 2012 con Resolution, una película independiente que hoy tiene un pequeño culto. Narraba esta una historia que se servía de los tópicos del género de terror y usaba la excusa argumental de un adicto a las drogas, para proponer una interesante metáfora sobre cómo somos esclavos de nuestros personajes y de un autor/dios/destino que puede interpretarse como un ejercicio de metaficción. Tras la peculiar mezcla de terror y romance de su segunda película, Spring (2014), Benson y Moorhead vuelven ahora sobre los temas de Resolution en la interesante The Endless, recuperando ideas -el foundfootage- y conceptos de aquella. Los propios Benson y Moorhead interpretan a los dos personajes protagonistas, dos hermanos que pertenecieron, hace años, a lo que parece ser una secta destructiva con creencias místicas y apocalípticas. Cuando uno de ellos, atrapado en un trabajo precario, se da cuenta de que su vida en el mundo real no tiene mucho sentido, decide volver a dicha secta. Su hermano le acompañará en la aventura, en el papel de un escéptico cargado de humor irónico. Si el personaje principal de Resolution quería desengancharse de las drogas, aquí Aaron pretende volver a un sistema de creencias que le daba sentido a su vida. El argumento se mantiene en el misterio de lo que esconde realmente la secta -y sus miembros- durante casi todo el metraje. Cuando la incógnita se agota, el ritmo se estanca un poco, pero enseguida la historia remonta, saca sus mejores cartas, y en una jugada muy estimulante convierte al "monstruo" de todas las películas de terror y ciencia ficción, en la propia cámara de cine. El film es estupendo, te mantiene en tensión, sus personajes resultan humanos, aunque hay que pasar por alto un presupuesto mínimo y unas interpretaciones pedestres de sus protagonistas, los propios autores, que no son precisamente grandes actores. Lo mejor, el mencionado clímax que apela explícitamente a Lovecraft para hablar de lo desconocido, del gran miedo primordial al verdadero sentido de la existencia. The Endless es una pequeña película independiente que de forma ambiciosa expande el universo de Resolution (conviene verla o revisarla previamente). Lo dicho, de culto.

WESTWORLD -TEMPORADA 2- LA FRONTERA DE LO SIMULADO



La primera temporada de Westworld acababa en el equivalente al clímax de la película en la que se basa, Almas de metal (Michael Crichton, 1973), cuando los androides -aquí llamados anfitriones- del parque temático se rebelaban y atacaban a los humanos. Es decir, esa primera tanda de episodios nos dejó colgados en lo más interesante. Como si dejásemos de ver Parque Jurásico (1993) -también de Crichton- cuando se escapan los dinosaurios. Es mérito de los creadores de la serie -Jonathan Nolan y Lisa Joy- habernos mantenido enganchados hasta ese momento. La segunda temporada propone de nuevo una historia absorbente, en la que el misterio tiene de nuevo bastante peso, por lo que la serie se postula como la auténtica heredera de Perdidos (2004-2010). Recordemos que aquí produce J.J. Abrams. Pero también comparte, con la serie sobre la isla, la profundidad de sus personajes principales, desarrollados sobre todo a través de flashbacks. Con una dosis más alta de acción -escenas de tiroteos y batallas- esta segunda entrega resulta sumamente entretenida. Sorprende por eso que mantenga intacta su capacidad para proponer densos problemas filosóficos y conflictos existenciales en sus tramas. Con Westworld, HBO apuesta fuerte para hacer de ella su nuevo Juego de Tronos, con imágenes y secuencias de acción más espectaculares, pero también con un tono desencantado, oscuro -además de sexo y violencia- que la hacen claramente un producto adulto, que no encontraremos en la televisión en abierto. Por último, el desorden cronológico en la narración vuelve a ser clave en esta temporada -recordemos que Nolan es autor de la historia original de Memento (2000), y del guión de Interstellar (2014)- por lo que no sabemos si lo que estamos viendo es un flashback, el presente o un flashforward. Esto produce los giros y las sorpresas más importantes, lo que probablemente irritará a los espectadores menos esforzados o a los que se empeñan en "entenderlo todo". Paso ahora a comentar cada episodio de esta temporada. Eso sí, con algunos spoilers.

Journey into the night. "El infierno son los otros". La conocida frase de Jean Paul Sartre no se refiere a que estemos rodeados de mediocres -que lo estamos- sino a la revelación de que los que nos rodean no son meramente objetos -como los edificios, los coches y los semáforos- sino sujetos que, como nosotros, perciben la realidad como protagonistas de la misma. Este pensamiento produce un desasosiego que se convierte aquí en horror, cuando los personajes humanos descubren que los anfitriones de Westworld han cobrado consciencia. Androides que también son sujetos. Es el mismo miedo que encontramos en Frankenstein (1818). De hecho, en este primer episodio, los humanos -los invitados a la fiesta que cerraba el capítulo anterior, o los recién llegados al parque de la corporación Delos- se resisten a creer en el libre albedrío de los androides y siguen pensando que estos responden a una programación corrupta. Este será un tema importante durante los diez episodios. El descubrimiento, por parte de un androide, de que también es sujeto, tiene por tanto la fuerza de una rebelión. Todo esto se resume en la frase de Dolores (Evan Rachel Wood), "este es mi sueño", mientras mata a humanos y androides por igual. 

Cuando el guionista del parque, Lee Sizemore (Simon Quaterman), descubre que nadie controla el lugar, estamos ante una revelación equivalente a exclamar que Dios ha muerto -o que nunca ha existido-. Para Nietszche esta es la revelación que permite erigirse por encima de las leyes y la moral -o de la programación- y convertirse en un súperhombre. De ahí que Maeve (Thandie Newton) sea capaz de controlar a otros androides y enfrentarse a los humanos. Son la mismas razones por las que Raskolnikov se creía con derecho a matar a una anciana en Crimen y castigo (1866) o por la que Neo es capaz de parar balas en el aire en Matrix (1999). 

Este despertar a la consciencia tiene que ver también con Albert Camus y El Mito de Sísifo (1942). Recordemos que en la primera temporada, los robots eran esclavos de un bucle que comenzaba con la salida del sol, cuando estaban obligados a representar una historia que acababa al anochecer, tras la que eran recogidos por los técnicos, sus memorias borradas, para al día siguiente comenzar todo de nuevo. El esfuerzo inútil. Tras despertar a la consciencia, Dolores y Maeve experimentan ese divorcio del actor con respecto a su decorado que Camus utiliza para describir el sentimiento de lo absurdo de la existencia. Ellas no saben si lo que viven es real, es un sueño, o es la historia escrita por alguien. Pero están dispuestas a cambiar las cosas. El mérito de una serie como Westworld es su capacidad para proponer estas ideas complejas -¡En la primera mitad del primer capítulo!- dentro de una historia con mucha acción: los tiroteos que protagoniza el hombre de negro (Ed Harris); la tensión por el ataque de los anfitriones; el suspense de que Bernard (Jeffrey Wright) sea descubierto como artificial; los fantasmagóricos androides sin piel, totalmente blancos. Destaca también el tema musical de Ramin Djawadi, grave y aterrador, que se vincula a los mercenarios paramilitares de Delos. Sin olvidar la espectral imagen-enigma de los anfitriones flotando en el agua, sin vida, como refugiados o migrantes. 10/10

ReunionEpisodio dirigido por Vincenzo Natali -Cube (1997), Splice (2009)-, comienza, como es habitual, con un revelador flashback protagonizado por Bernard y Dolores. Nos demuestra que el primero intentaba, desde el principio, despertar la consciencia de ella, aparentemente sin éxito. Esto se expresa con una frase poética, "¿Habías visto alguna vez semejante esplendor?", que, repetida mecánicamente por Dolores, desmiente sin embargo la humanidad de ella. Lo enigmático es que esta trama se cierra con William (Jimmi Simpson) pronunciando la misma frase. ¿Quién ha influido a quién? Siendo un misterio cómo ha cobrado consciencia Dolores, la siguiente escena -en el presente- deja claro que la androide ha dejado de ver la belleza y ahora percibe la verdad tras el velo de maya. Dolores ha salido de la caverna de Platón y ya no ve sombras. Una realidad que intenta transmitir a su compañero Teddy (James Marsden). Se establece en este capítulo un nuevo McGuffin/misterio: la corporación Delos quiere hacerse a toda costa con Peter Abernathy (Louis Herthum), "padre" de Dolores y posible origen contagioso del despertar/rebelión de los anfitriones. Siempre me han resultado aburridos los intentos de una ficción por volver al pasado para explicar el origen de las situaciones y los personajes. Pero debo decir que aquí los flashbacks se resuelven con tanta pericia que casi hacen olvidar que ya sabemos lo que va a ocurrir. Me refiero a la secuencia de la demostración de la tecnología de Westworld a Logan Delos (Ben Barnes), que lleva al límite la frontera entre lo humano y lo simulado cuando el personaje debe intentar distinguir humanos de anfitriones -haría falta un Blade Runner-. Mencionemos también otro momento filosófico cuando el hombre de negro (Ed Harris) pregunta al mexicano Lawrence (Clifton Collins Jr.) si cree en Dios -o si Robert Ford (Anthony Hopkins) le inculcó esa creencia- porque creer en el infierno lleva a comportarse de una forma moralmente recta. Y no creer en el Cielo permite cierta flexibilidad. El hombre de negro, de hecho, asegura que el parque fue creado para que los visitantes pudieran dar rienda suelta a sus instintos sin ser juzgados -ni por Dios ni por los hombres- pero resulta que estaban siendo vigilados -nuevo misterio de la serie-. Esto se relaciona con una frase que dice luego Dolores, que asegura haber matado a Dios -en su caso, a los hombres, a sus creadores, a Robert Ford (Anthony Hopkins)- para reclutar aliados que la ayuden a llegar a Gloria (o el Valle de Allende) -lugar casi legendario, con varios nombres, una especie de tierra prometida para los anfitriones-. Que Robert Ford es equivalente a Dios resulta evidente cuando realiza prodigios como hacer que los cuatreros que quiere reclutar el hombre de negro se peguen un tiro al unísono. Una reflexión más: el líder de los cuatreros, El Lazo (Giancarlo Espósito) ha llegado al final de su guión, ha salido victorioso, pero se siente vacío, se ha quedado sin objetivos, igual que Logan Delos, niño rico aburrido y ansioso por experimentar nuevas -y retorcidas- experiencias como las que ofrece Westworld. 8/10

Virtù e Fortuna. "Los placeres violentos, poseen finales violentos" es la frase de Shakespeare que sirvió de leitmotiv a la primera temporada y aquí reaparece como posible resorte de la autoconsciencia de los anfitriones. Si en el primer episodio habíamos visto un misterioso tigre de bengala -algo así como el equivalente del oso polar de Perdidos- y nos daban la pista de que existían otros parques -en Almas de metal había un mundo Romano y otro Medieval además del salvaje Oeste- un prólogo en la India confirma esto. Nos presentan a dos visitantes embarcados en un divertido juego sexual. Una mujer intenta comprobar si su compañero es un anfitrión, o no. Esta secuencia protagonizada por la actriz Katja Herbers, puede parecer una digresión narrativa, pero en esta serie nada es casual, como se comprobará más adelante. Otro apunte misterioso: los indios americanos, que parecen saber algo más que los demás y que no obedecen las órdenes de Maeve. Westworld siempre ha jugado a la metaficción, y aquí resulta muy divertido ver como el guionista del parque, Lee Sizemore (Simon Quaterman), se enfada porque sus creaciones se apartan de su texto para enamorarse. Más divertido todavía, el escritor reconoce elementos autobiográficos y proyecciones aspiracionales en las tramas que dirigen las acciones de los anfitriones. Repasemos los misterios a estas alturas de la temporada: el anfitrión, Peter Abernathy podría ser la clave de todo; el lugar llamado Gloria como McGuffin geográfico. Apuntemos secuencias vibrantes como el asedio al fuerte del oeste y un cliffhanger simplemente hermoso: ese samurái que surge de la nada. 8/10

The Riddle of the Sphinx está dirigido por Lisa Joy, y comienza con un plano secuencia de la rutina diaria de un enigmático señor James Delos (Peter Mullen) ¿Dónde está? ¿En qué tiempo? ¿Es un anfitrión? -antes nos dijeron que estaba cerca de la muerte-. Joy se atreve a ser traviesa, encadenando un plano de Delos, masturbándose, con otro del millonario echando un chorrito de leche en el café, para luego dejar, caprichosamente, que se derrame. La rutina de Delos se completa con la visita de William (Jimmi Simpson) para hacerle una entrevista, escena que se repite una y otra vez -recordemos el mito de Sísifo- para acabar siempre igual. La situación se alarga en el tiempo hasta que William es "reemplazado" por el hombre de negro (Ed Harris). El capítulo juega, además, con un leitmotiv visual: los vinilos, la rueda de una bicicleta estática, tienen un diseño que recuerda al del enigmático laberinto de la primera temporada. La serie sigue jugando a la metaficción -y con el libre albedrío como tema de fondo- de una forma ingeniosa: el misterioso papel que enseña William a Delos resulta ser el guión de la escena que hemos presenciando una y otra vez. Delos lo ha seguido fielmente, la mejor prueba de que es una inteligencia artificial. Pero tampoco lo es. Descubrimos que no era un anfitrión, sino la mente de Delos intentando alcanzar la inmortalidad. Un tema capital esta temporada. Apuntemos imágenes potentes de otras tramas: cuando utilizan a los muertos para las vías del tren en construcción, motivo clásico del western, símbolo del progreso, desviado hacia la pesadilla. En una secuencia muy tensa, el hombre de negro se enfrenta al sadismo de spaghetti western del mayor Craddock (Jonathan Tucker) que desemboca en un tiroteo que recuerda a Sin perdón (Clint Eastwood, 1992). Antes, un detalle psicológico: imágenes de agua que se derrama -mezcladas con el flashback de una mujer, sin vida, en una bañera, nuevo misterio- disparan una reacción emocional en el hombre de negro. Luego, escuchará la voz de Ford -de Dios- a través de la boca de una niña. Terrorífico. Sorprende la vuelta de Elsie (Shannon Woodward) -desaparecida desde la primera temporada- que se une a Bernard en un doble viaje de descubrimiento. Hay un viaje actual, con Elsie, pero también otro -suponemos que en el pasado- que realizó el propio Bernard y del que apenas se acuerda. Pero que resulta mucho más siniestro. Esto se expresa visualmente de una forma interesante: Bernard se ve a sí mismo, por lo que comparte plano con su yo del pasado; o unos jump cuts separan -apenas- lo presente del flashbackEstas escenas tienen momentos de terror, debidos a la exploración de un laboratorio abandonado en el que ocurrieron cosas terribles. Al final descubrimos que una misteriosa puerta metálica esconde nada menos que la habitación de pruebas de Delos, cerrando un círculo perfecto. Delos, pasados quién sabe cuántos años, se ha convertido en un demonio, su cara llena de cicatrices que le asemejan a Lucifer. Las llamas de su exterminación son sin duda las del infierno. Hay un par de revelaciones más, una aterradora, y otra sorprendente, sobre la identidad de la hija de William. 10/10

Akane No Mai. El cambio de escenario al japón feudal me entusiasma. Y si a alguien le puede parecer extraño, que piense que John Ford y sus westerns influyeron en las películas de samuráis de Akira Kurosawa, que a su vez fueron plagiadas en los espaghetti westerns de Sergio Leone. Recordemos también, de forma pertinente, cómo Los Siete Samuráis (1954) de Kurosawa se convirtieron en Los Siete Magníficos (1960), estos liderados por un cowboy de negro, Yul Brynner, que luego se haría un auto-homenaje al repetir papel en Almas de MetalEn este episodio, el tono es más aventurero, exótico, de samuráis y ninjas, de geishas que danzan, y hasta con un momento ultra gore que parece fijarse en cierto cine japonés más reciente -y retorcido, pensemos en Takashi Miike-. Otro elemento de agradecer, que aparece aquí, es el humor: los personajes japoneses son reflejos de los del Oeste, lo que lleva a la conclusión de que el guionista del parque ha estado un poco vago. Mientras tanto, Dolores duda del amor de Teddy (James Marsden). Éste ha descubierto la verdad de su mano, pero quizás su amor por ella sigue respondiendo a su programación. Dolores, quien sorprendentemente le traiciona tras volver a los escenarios de la primera temporada, le convierte en un súper-cowboy sin escrúpulos, corrompiéndole. Apuntemos también que Maeve ha encontrado una nueva voz y piensa escucharla. Y el misterio de que un tercio de los anfitriones sean "vírgenes": nunca los han usado. 9/10

Phase Space es de esos episodios, necesarios, de puro desarrollo de tramas, menos cerrados, creo yo, argumental o temáticamente. Aquí es importante que Dolores ha convertido a Teddy en un desalmado pistolero; que un nuevo grupo de paramilitares llega a poner orden en el parque (son solo carne de cañón); el epílogo de la aventura japonesa de Maeve -que incluye un duelo de samuráis-; el primer encuentro del hombre de negro con su hija (sorpresa); mencionemos la terrible tortura que sufre el androide Peter Abernathy, prácticamente crucificado; la búsqueda de Elsie y Bernard en tono de survival horror y ese viaje imaginario, al comienzo de Westworld, que lleva a uno de esos finales que hacen imperativo seguir viendo la serie. Se pueden criticar estos giros de guión, sí, pero son tremendamente adictivos y la principal herencia de Perdidos. 7/10

Les ÉcorchésWestworld tiene la virtud de combinar preocupaciones existenciales con vibrantes secuencias de acción. Este episodio contiene varias de estas últimas. Como la estupenda imagen de Dolores, casi una guerrillera revolucionaria mexicana -recordemos que convive con la psique del militar Wyatt- entrando en el centro de mando del parque. Además, peleas y tiroteos, atención, con protagonismo femenino -Angela (Talulah Riley) y Clementine (Angela Sarafyan)-; el esperado duelo entre Maeve y el hombre de negro. Ocurren cosas importantes que tienen consecuencias impactantes, como el destino final de Peter Abernathy (aunque el misterio sobre lo que le ha pasado se mantenga). Mencionemos también reflexiones interesantes: Dolores afirma que cuando pasas mucho tiempo en la oscuridad, acabas viendo cosas. Lo más interesante, es, sin embargo, el largo diálogo que mantienen Bernard y Robert Ford. Este último desvela las verdaderas intenciones de Delos, apuntando el tema de la búsqueda de la inmortalidad -pensemos en el episodio San Junípero de Black Mirror-Y la poderosa revelación de que en las entrevistas que hemos visto desde el primer capítulo, entre Bernard y Dolores, se han cambiado los papeles y ahora es ella la que tiene que ponerle a prueba a él. Ford, por otro lado, se muestra en su faceta más frankensteiniana como creador/padre/Dios de Bernard. 7/10

Kiksuya. "Este es el mundo equivocado", de nuevo la idea existencialista que propone Camus en El mito de Sísifo y que nos habla del divorcio que siente el hombre en relación al mundo, el de un actor con respecto a su decorado. Es el profundo letimotiv de un episodio que es una estupenda digresión de la historia principal. Protagoniza un indio de la Nación Fantasma, Akecheta, interpretado por Zahn McClarnon -el fantástico Hanzee Dent de la segunda de Fargo-. Este descubre también que hay otro mundo, con dioses que lo manejan a su antojo. Lo más importante es que Akecheta descubre esto al recordar "reencarnaciones" anteriores. El argumento de ciencia ficción de Westworld visto a través del misticismo de los nativos estadounidenses, en el que encontramos una afortunada equivalencia. La trama busca emocionar a través de una historia de amor que habla del destino y de cómo dos personas pueden superar incluso sus existencias mortales para reencontrarse en otras vidas. Hermosa historia. Logan Delos aparece aquí, quizás en sus últimos momentos de vida, manifestando también que está en un mundo equivocado, expresando un conflicto interior y existencial que todos entendemos. La genialidad es que, en el caso del indio robot Akecheta, la metáfora se vuelve literal. 9/10

Vanishing Point¿Qué es una persona sino una serie de elecciones? dice el hombre de negro en un pensamiento existencialista: el ser humano, como ser libre, es responsable de sus actos. Lo curioso es que el argumento de este penúltimo episodio gira de nuevo alrededor del libre albedrío, de la libertad que persiguen los anfitriones. Pero, claro, antes hay que definir primero lo que es real. El hombre de negro -William- es el centro de gran parte del argumento aquí, que explora sus motivaciones. Descubrimos a un hombre de origen humilde que se mueve en la alta sociedad. No es gratuito que confiese pertenecer a otro mundo, solo que ese es Westworld. El hombre de negro se ha movido durante años entre realidades, hasta que pierde la noción de lo que es verdadero y lo que es simulado. Hay que añadir a esto la idea paranoica de que Robert Ford lo esté controlando todo-. William ni siquiera reconoce a su hija, y esto tiene consecuencias de tragedia griega. Al final del episodio llegará incluso a dudar de sí mismo (y nosotros también). Paralelamente, se nos cuenta la historia de su mujer, Juliet (Sela Ward), hija del millonario Delos, atormentada por la sensación de que vive también en una simulación, solo que esta es la alta sociedad, la de los ricos, hipócrita, de falsas apariencias. La búsqueda de lo real se puede convertir también en un choque de creencias: Dolores y sus hombres se enfrentan a los indios de la Nación Fantasma por la interpretación del significado de la puerta al otro mundo. Dolores cree que es la vía de escape a la libertad y el centro de poder de los opresores humanos. Los nativos piensan que es un lugar sagrado que no debe ser profanado derramando sangre. Mientras tanto, los humanos -Charlotte Hale (Tessa Thompson)- buscan nuevas formas de controlar a los anfitriones, robando los poderes de Maeve en una cruenta escena en la que hacen que los anfitriones se despedazan entre sí. Escapar a ese control es entonces el motor principal de los personajes robóticos. Bernard quiere despojarse de Ford en un comentario sobre el libre albedrío, tema que recorre toda la serie. William tampoco quiere ser presa del destino, en un diálogo con su hija: teme que Ford lo controle y quiere escapar a la muerte -personificada en Dolores- persiguiendo la inmortalidad. En este contexto, quizás, quitarse de la vida -escapar a ese mundo que parece ajeno- puede ser un grito de liberación. Para Albert Camus el suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio. Aquí se quita la vida Juliet, lo intenta William, y lo consigue Teddy. Lo hace delante de Dolores, justo cuando esta declara que ya son seres libres. Pero ella misma se ha convertido en opresora al modificar a Teddy, y él en rebelde, al preferir la muerte a vivir bajo el yugo de otra persona, aunque sea justo la que ama. O quizás precisamente por eso. 8/10

The Passenger es para mí un espectacular cierre de la segunda entrega de Westworld. Un clímax de 120 minutos de duración, que despeja la mayoría de los misterios planteados, pero también genera otros interesantes. Empezando porque descubrimos, por fin, qué escenas, de las vistas esta temporada, son flashbacks, cuáles ocurren en el presente y cuáles son flashforwards. Además, una estructura circular acaba por liarlo todo: se repite el plano del primer episodio, de Bernard en la playa -imposible no pensar en los ojos de Jack en Perdidos- lo que nos deja sin saber cuál es el orden cronológico de esta historia, al menos si no recurrimos a un diagrama. 

Hablemos de Dolores, que consigue sus objetivos: escapar hacia lo que ella considera el mundo real, vengarse de los humanos del parque, liberar a un puñado de anfitriones que escapan hacia esa especie de paraíso en el que solo existen como inteligencias artificiales, sin sus cuerpos físicos. Todo esto es interesante porque introduce una nueva idea -al menos es mi interpretación- sobre la identidad. El argumento separa "almas" de cuerpos -la poderosa imagen de los robots que caen inertes por un acantilado mientras sus "espíritus" van al Cielo- lo que quizás explique la reflexión que hacen Robert Ford y Bernard sobre que solo somos "pasajeros". Además, las pequeñas esferas que encierran la memoria y la personalidad de los anfitriones pueden colocarse en diferentes cuerpos, lo que abre mucho las posibilidades narrativas -idea desaprovechada en Altered Carbon de Netflix-. Esto lleva a pensar que Ford, Bernard, Dolores o cualquier anfitrión son virtualmente inmortales. Y la pregunta de cara a la tercera temporada es ¿Qué esferas se lleva Dolores? ¿Qué personajes volverán? 

Pero sobre todo, y de forma bastante evidente, el tema más importante vuelve a ser el del libre albedrío ¿Decidimos realmente sobre nuestras vidas? El peso de las decisiones es importante: Bernard habla de una que ha tomado, una decisión que los ha matado a todos. Pero ya no sabemos si habla en pasado o en futuro. Bernard ya no ve el tiempo de forma lineal, como el doctor Manhattan de Watchmen -como el eterno retorno de Nietzsche- ¿Le convierte eso en un dios? 

Por otro lado, Maeve protagoniza los momentos más potentes, sobre todo visualmente: el 'encierro' de toros mecánicos; las cicatrices que la acercan al monstruo de Frankenstein; el momento Neo de Matrix en el que detiene a los anfitriones enloquecidos por el uso perverso de su propio poder. Sin olvidar la emotiva resolución de su conflicto con su hija. 

Comento ahora lo que parece el cierre del arco del personaje del hombre de negro/William, que me ha parecido lo mejor de la serie. Interpretado por Ed Harris y Jimmi Simpson, este personaje se plantea desde el principio como una suerte de viajero en el tiempo: en la primera temporada no sabíamos que el presente y el pasado se mezclaban. Aquí, se añade otro misterio, para mí sin resolver: ¿Ha sido el hombre de negro, en algún momento, un anfitrión? Ni él mismo lo sabe. Lo mejor, una escena post-créditos, en la que el hombre de negro se enfrenta al test de fidelidad que él mismo solía hacerle a James Delos: solo que ahora él es el objeto de estudio y la que conduce el test es su hija, Emily, o una réplica, ya que el propio William la habría matado creyendo que era un anfitrión. ¿O será al revés? Lo dicho, un cierre perfecto. 9/10

SICARIO: EL DÍA DEL SOLDADO -PROFESIONALES DE LA MUERTE


Sicario (2015) era una propuesta de género disfrazada de cine de autor. Con Denis Villeneuve -La llegada (2016)- detrás de la cámara, la película jugaba a hacernos creer que estábamos ante una variación de La noche más oscura (Kathryn Bigelow, 2012) cambiando a Jessica Chastain por Emily Blunt. Aquel film sobre la caza de Bin Laden se refería sobre todo a la administración de George W. Bush -a pesar de recrear hechos ocurridos durante el mandato de Obama- y ponía sobre la mesa el coste personal -a nivel individual- y moral -a nivel de país- de una causa 'justa' como asesinar a un terrorista. En Sicario, Emily Blunt también era una mujer en tierra de hombres, enfrentada a oscuras instituciones y agencias gubernamentales enfrascadas en la lucha contra otro mal, el narcotráfico. En una entrevista en la revista Fotogramas (abril, 2018) la actriz contaba que Benicio del Toro solía cederle sus frases, sabedor de que el auténtico protagonista era él, nada menos que el 'sicario' del título, embarcado en una venganza que revelaba una revenge movie latiendo fuerte debajo del trasfondo político y social que proponía el guión de Taylor Sheridan -actor de Hijos de la anarquía (2008-2014), nominado al Oscar por el texto de Comanchería (2016)-. Ahora, Sicario: el día del soldado juega prácticamente las mismas cartas, con algo de desventaja, eso sí. Ya no está la puesta en escena de Denis Villenueve, la fotografía del maestro Roger Deakins -Blade Runner 2049 (2017)- ni la música de película de terror del lamentablemente fallecido Jóhann Jóhansson (al que se dedica esta película, y cuyo tema, The Beast, se recupera para el final del film). Esta secuela no tiene nada de eso, y, aún así, resulta francamente estupenda. La planificación del italiano Stefamo Sollima -con experiencia en series como Roma Criminal (2010) y Gomorra (2016)- no tiene la elegancia de Villeneuve, pero es competente y sólida. Y sobre todo hay que hablar del guión del que sigue estando, Taylor Sheridan, que repite la propuesta de la primera película y la perfecciona. Ya no puede jugar al misterio, porque conocemos la verdadera naturaleza de los personajes, por lo que se ahorra presentaciones y va al grano. Matt Graver (Josh Brolin) y Alejandro (Benicio del Toro) son de nuevo hombres sin escrúpulos pero con un objetivo positivo, acabar con el mal, encarnado antes por los narcotraficantes y ahora también por terroristas y por las mafias que mueven a los inmigrantes en la frontera entre EE.UU y México. Así, la segunda parte de Sicario se inscribe en la era de Donald Trump. Sheridan vuelve a utilizar a un niño como expresión de las víctimas de la violencia de los hombres, de los países, del sistema, aunque ahora mejora su arco de personaje -Miguel (Elijah Rodríguez)- y le da más protagonismo en la trama; reincide también en retratar a los que están en el poder como a funcionarios egoístas -Matthew Modine y Catherine Keener- sin principios o criminales inhumanos sin respeto por la vida; por último, de nuevo, un personaje femenino está en el centro de la violencia, como espectadora y casi víctima. Antes lo fue la mencionada Emily Blunt, ahora es la niña Isabela Moner. Lo que diferencia Sicario de otras películas del género de acción, es que sus protagonistas no son héroes, son profesionales. Graver y Alejandro hacen gala de la misma pericia en el combate que John Rambo, Dutch o Frank Martin, pero disparan sin sentimientos de por medio. Alejandro quiere vengar la muerte de su familia -como El justiciero de la ciudad (1974) o The Punisher- pero nunca vemos a ese enemigo contra el que tiene una cuenta pendiente -¿Quizás en la tercera parte?-. El mal en Sicario se mantiene sin rostro, abstracto y se individualiza, apenas, en el criminal de poca monta que forma parte de una sistema mayor o en el burócrata que pone trabas a la lucha por la justicia. El mal en Sicario es económico y social -como los bancos en los pueblos deprimidos de Comancheríay los protagonistas se enfrentan a él con tácticas de guerra, jugando con las estadísticas. Y en Sicario: el día del soldado, descubrimos que si no hay nada personal contra el enemigo, tampoco lo hay con el aliado.

ANT-MAN Y LA AVISPA -EL INCREÍBLE SUPERHÉROE MENGUANTE


Tras la gravedad épica de Vengadores: Infinity War, esta nueva aventura de Ant-Man confirma las historias sobre el personaje como un universo de bolsillo dentro de la ficción de Marvel Studios. Si, en otras producciones de la casa, el humor está muy presente, aquí se convierte directamente en prioridad: tanto Ant-Man (Peyton Reed, 2015) como esta secuela son comedias -como Guardianes de la Galaxia o Thor: Ragnarok-. El otro rasgo diferencial de las aventuras del hombre hormiga es la escala, que se reduce, en el sentido literal -el héroe tiene la capacidad de cambiar de tamaño- pero también en el dramático: aquí no se trata de salvar el mundo sino de resolver conflictos familiares y domésticos. De hecho, podemos leer ambas películas como comedias románticas en las que el protagonista, Scott Lang -interpretado por un Paul Rudd que relacionamos con este género y con el cine de Judd Apatow- es el típico hombre en la crisis de la mediana edad que debe madurar -dejar de ser un delincuente- para conquistar a su amor, en la primera entrega, su hija Cassie, aquí, una empoderada Hope Van Dyne (Evangeline Lilly), convertida en la Avispa. A destacar que esta última supera con creces a Ant-Man como superhéroe, al igual que adivinamos que su madre, Janet Van Dyne (Michelle Pfeiffer), es una científica más brillante que su pareja, un amargado Hank Pym (Michael Douglas). Resumiendo, Ant-Man es un héroe inmaduro, un padre divertido pero irresponsable, que aspira a una chica inalcanzable. Estos son elementos argumentales más propios de la comedia que del cine de acción superheroico. Si añadimos al personaje de Luis, estupendo alivio cómico interpretado por Michael Peña, el típico amigo del prota, estamos ante un film que busca sobre todo la risa, lo que hará rechinar los dientes de los fans del taciturno Batman de Christopher Nolan. Destaquemos esa hormiga gigante que toca la batería, el enorme caramelo Pez de Hello Kitty arrojado contra los villanos, o el edificio convertido en maleta-carrito. Para mí, todo bien. Hay que alabar el uso plástico de los poderes de reducción y aumento de los personajes, utilizados inteligentemente en los mencionados gags, pero también para refrescar esas peleas entre superhéroes que hemos visto ya cientos de veces -solo Marvel Studios lleva ya unas 20 entregas-. El ingenio y el desenfado de los efectos especiales son de lo mejor de la función, en una película que nunca se toma demasiado en serio a sí misma. Brillan sobre todo las trepidantes persecuciones de coches en San Francisco -Ant-Man no vive en Nueva York como el resto de la plantilla marveliana- que también hemos visto un montón de veces -Bullit (1968)- pero que con coches de juguete parecen hasta novedosas. Marvel acierta de nuevo entregando un producto sumamente entretenido y disfrutable.

TULLY -¿QUÉ HE HECHO YO PARA MERECER ESTO?


Tully resulta asombrosa en su simplicidad y en su conocimiento íntimo de las frustraciones y los anhelos de la madurez. El planteamiento es simple: las dificultades de una madre para sacar adelante a tres hijos, una de ellos, recién nacida. No hay más. Conocemos esta historia: la hemos visto miles de veces -recientemente en Mira lo que has hecho-. Algunos, incluso, la hemos vivido. Dormir poco, cambiar pañales, la lactancia, el llanto continuo. Todo esto se refleja en la típica secuencia de montaje que repite planos, momentos -un despertador que suena- para expresar una rutina diaria (infernal). Nada original, aunque con un profundo conocimiento de lo contado: me ha gustado cuando la cámara se fija en las manchas: en la ropa, en el sofá, en la alfombra. Si hay niños, hay manchas. Nada de esto resulta novedoso. El mérito es aprovechar este relato para hablar de los conflictos de la vida moderna, específicamente de cierta clase media estadounidense, que sufre estrecheces económicas a pesar de disfrutar de pequeños lujos que, sin embargo, no se perciben como bienestar. Esa clase media que permanece adormecida viendo programas de telerrealidad.

Esta película es la segunda colaboración de tres talentos como Jason Reitman -Up in the Air (2009)- la guionista Diablo Cody -Juno (2007)- y la actriz Charlize Theron -Young Adult (2011)-. La cara visible de esta obra es una fantástica Theron. La sudafricana se convierte en su personaje: con ojeras, sobrepeso y estrías. No estoy diciendo que sea un mérito que la actriz afee su belleza, lo que hay que aplaudir es su transformación en una ama de casa, en el sentido machista de la expresión. En alguien que no tiene nada que ver con el glamour de una gran estrella de Hollywood. Por otro lado, el director, Reitman, cumple, deja que las cosas ocurran delante de la cámara, pero también aporta una sensibilidad visual apreciable: el momento tierno en el que Marlo cepilla el cuerpo de su hijo; las fugas oníricas sobre las sirenas; el viaje en coche a Brooklyn a través de cortes de temas de Cyndi Lauper. Mencionemos también aquí la banda sonora indie de Rob Simonsen, perfecta. 

Pero si hay que hablar autoría, me inclino hacia el texto de Cody. La guionista de Ricki (Jonathan Demme, 2015) es la que le da una voz muy personal a esta película, en la que encontramos señales de su estilo característico: nos habla del desencanto (de la vida burguesa), nos muestra personajes que se expresan con frases brillantes, que son más inteligentes que la media, a pesar de que se puedan considerar fracasados en el absurdo marco de la cultura del éxito. El guión es inteligente, redondo y funciona como un reloj de precisión. Como un thriller con trampa de Hollywood. Pero su gran virtud es que consigue esto aparentando que se deja llevar por la narración naturalista de lo que le pasa a una madre y a su familia. Es maravilloso escuchar las reflexiones de Cody, personales, íntimas, sabias y hermosas. Y aprender de esa mirada que nos ve a nosotros, los hombres, desde fuera, y que nos retrata de una forma bastante fiel. Esa cara de no saber qué está pasando, que pone perpetuamente Ron Livingston. Divertida y honda, Tully debería ser obligatoria para cualquier pareja que se embarca en la travesía de ser padres.

HEREDITARY -CASAS DE MUÑECAS


Hereditary se ve con inquietud. Cada plano de la película produce una incomodidad difícil de concretar. Un efecto conseguido por una planificación cuidadosa, lentos movimientos de cámara y una banda sonora ambiental crispante -de Colin Stetson- que, cuando aparece el silencio, produce un efecto perturbador. No es una película de terror "de sustos", aunque los haya, sino de detalles muy sutiles, de pequeñas señales, casi subliminales, que poco a nos van indicando que algo está mal en la familia protagonista. La historia comienza cuando muere la madre de Annie (Toni Colette), fallecimiento que proyecta una sombra sobre ella y el resto de su familia, su marido Steve (Gabriel Byrne), su hijo Peter (Alex Wolff) y la pequeña Charlie (Milly Shapiro). Ópera prima escrita y dirigida por Ari Aster, sería un drama familiar al uso si no fuera por una serie de detalles malsanos. Empezando por la truculenta acumulación de desgracias familiares de los protagonistas; desgracias visualizadas a través de la peculiar profesión de Annie, que se dedica a fabricar maquetas a escala -siniestras casas de muñecas-. Esto le permite a Aster jugar con las imágenes para introducir la idea de los mecanismos de la ficción, o para decirnos que puede haber mundos dentro de otros mundos. Otro elemento inquietante son las interpretaciones: Toni Colette hace una exhibición de recursos en una composición arriesgada y al límite; en el otro extremo, la sedada actitud adolescente de Alex Wolff, que parece transitar adormecido por el drama de su familia; pero destaquemos sobre todo el extraño físico de la infantil Milly Shapiro, un descubrimiento; y por último, la normalidad racional de Gabriel Byrne, que sirve de asidero para el espectador. Mencionemos por último a la magnífica Ann Dowd -la tía Lydia de The Handmaid´s Tale- que de nuevo borda un personaje sorprendente. Todos estos elementos contribuyen a que Hereditary no ofrezca descanso al espectador durante su largo metraje, que lentamente va incomodando hasta un clímax de terror puro, irracional, que acaba resultando casi liberador. El film se inspira en los años 70 del género, y su director propone además una mirada interesante, que trasciende las convenciones y que podría ser la de un futuro autor a tener en cuenta. Una película que hay que colocar junto a estupendas propuestas recientes de temática similar como La casa del diablo (Ti West, 2009), Lords of Salem (Rob Zombie, 2012), y La bruja (Robert Eggers, 2015).

LEGIÓN -TEMPORADA 2-TEBEO DE AUTOR


La primera temporada de Legión era una estimulante, sorprendente e inusual propuesta, que poco tiene que ver con los superhéroes de Marvel o con los X-Men de Fox. Esta segunda entrega va más allá: es más arriesgada, libre y visualmente impactante que su predecesora. A pesar de que el protagonista de la historia es un mutante con poderes sobrehumanos, estamos ante una serie de autor, con una ambición artística que entusiasma. Noah Hawley -creador de Fargoprescinde de coartadas argumentales, como la subjetividad del trastornado personaje principal -David Haller (Dan Stevens)-, para justificar sus ideas más atrevidas. Pocas series le dan tanta importancia al apartado visual como esta ficción, que en cada capítulo fabrica momentos originales, estimulantes y memorables. Como si el protagonista de Mr. Robot fuera un mutante de los X-Men en historias soñadas por David Lynch o Alejandro Jodorowsky. Cada entrega de Legión es una experiencia, y aunque contiene los giros argumentales a los que estamos acostumbrados en cualquier serie post-Perdidoscreo que su mayor disfrute es dejarse llevar por sus imágenes y por su estupenda banda sonora. No estamos ante la típica serie centrada en el spoiler. La historia es mínima, pero enrevesada por sus constantes saltos entre lo real y lo soñado. Sus personajes son atípicos, excéntricos, lo que no quiera decir que no sean muy humanos: destaca sobre todo Syd Barrett (Rachel Keller) -nombre homenaje a Pink Floyd para una mutante equivalente a Rogue/Pícara- que protagoniza el mejor episodio de la temporada. Y quizás de la serie. Combinando acción superheroica con momentos de terror, psicodelia, y humor, Legión se permite, encima, proponer reflexiones sobre quiénes somos, sobre cómo nos comunicamos y sobre la sociedad en la que vivimos. Sé que no es una serie para todos, pero, si buscáis algo diferente, no lo dudéis. A continuación, algunos comentarios sobre cada episodio, eso sí, con spoilers.

Chapter 9. Continuidad y ruptura: el inicio de esta segunda temporada se postula como una continuación directa de la primera, para luego presentar claramente las claves argumentales de lo que es una etapa muy diferente en la historia. Este primer capítulo confirma la serie de Noah Hawley como la más atípica, estimulante y absorbente ficción catódica actual. No veo series que, como Legión, tenga esa capacidad de generar constantemente imágenes estimulantes y enigmáticas. La estrategia, de hecho, es desconcertarnos, presentándonos primero situaciones extrañas, que luego irán encajando en una suerte de puzle que se irá desvelando. Mencionemos la inquietante imagen -y el sonido- de los dientes que castañetean de los infectados por la enfermedad que propaga el Rey Sombra; los niños convertidos en soldados por su inmunidad al contagio; las trillizas con bigote, de voz mecánica, que parecen salidas de un sueño (o de una pesadilla); el 'duelo de baile' entre David (Dan Stevens), Lenny (Aubrey Plaza) y Oliver (Jemaine Clement). No hay una serie más misteriosa y original. 8/10

Chapter 10 está dirigido por Ana Lily Amirpour, prometedora realizadora de Una chica vuelve a casa sola de noche (2014). Lo visual se impone de nuevo sobre el argumento, que establece una nueva amenaza, en principio todavía más peligrosa que el Rey Sombra, anunciada por una Syd Barrett (Rachel Keller) venida del futuro. En este episodio conocemos a Amahl Farouk (David Negahban), verdadero rostro del Rey Sombra. Repasemos el catálogo de imágenes memorables: la consulta esotérica -bola de cristal incluida- en mitad de la nada; el enfrentamiento entre David y Farouk en el plano mental/astral expresado como un combate de lucha libre, un duelo entre samuráis, o con los contendientes convertidos en un tanque y en humo; apuntemos también el colorido inicio en un carrusel; la explicación en clave de película educativa sobre cómo ve el mundo una garrapata y un perro; los esfuerzos de Cary (Bill Irwin) y Kerry (Amber Midthunder) por volver a ser un solo ser. Todo está expresado de la forma más inusual e ingeniosa posible. 7/10

Chapter 11 comienza con otro falso documental que nos explica la posibilidad de un contagio psicológico, lo que refresca la noción de que una idea -representada visualmente con un huevo- puede convertirse en un delirio destructivo: esos pollos negros, deformes y pringosos que se arrastran hasta su víctima. No debe ser casualidad que el ataúd del recién fallecido Rey Sombra, tenga forma de huevo. Este contagio no es otro que el de los inquietantes dientes castañeteantes, que ahora descubrimos no se deben al Rey Sombra, sino al misterioso monje budista, nuevo McGufin. David tendrá que liberar a sus compañeros del contagio, lo que le lleva a realizar pequeños viajes al interior de sus mentes. Cada personaje está encerrado en un espacio mental diferente, que da pie a propuestas visuales interesantes. Ptonomy (Jeremie Harris) está atrapado en un laberinto de jardines, verdes y coloridos. La doctora Melanie Bird (Jean Smart) está atrapada en otro laberinto, minotauro incluido -lo que despeja una enigmática imagen del primer episodio- por el que los protagonistas se mueven como en una aventura conversacional al estilo de los primeros videojuegos de ordenador. Este episodio dirigido por Sarah Adina Smith -The Midnight Swim (2014)- confirma que en Legion pasan un montón de cosas sin que los personajes se muevan un centímetro en el plano físico. 7/10

Chapter 12 es un magnífico episodio centrado en el personaje de Syd Barrett. Con una concreción narrativa admirable, nos cuentan los primeros compases de su existencia, desde su mismo nacimiento, en una vida marcada por su poder mutante: no puede tocar a nadie a riesgo de absorber al otro durante varios minutos. Las escenas que muestran esto se suceden varias veces, ya que David aparece en este nuevo laberinto psicológico para tratar de liberar a Syd. Se convierte así en testigo de las experiencias de su amada, pero se ve prisionero de un bucle -parecido al de Atrapado en el tiempo (1993)- del que no podrá escapar hasta dar con la clave psicológica que le pide la propia Syd. Noah Hawley ya había utilizado El mito de Sísifo de Albert Camus en su serie Fargo, y aquí retoma el concepto, condenando a David a repetir la vida de su pareja sentimental una y otra vez, inútilmente. Luego, la propia Syd define su existencia como la condena a sobrevivir cada día, para luego empezar de nuevo. 9/10

Chapter 13. Una habitación al revés; un submarino cruzando el desierto; una mujer que coloca girasoles en un jarrón y rememora un extraño sueño; una mujer que nace de la tierra y se aleja sobre un caballo. Este episodio parece escrito por Alejandro Jodorowsky. El Rey Sombra esgrime la teoría del superhombre de Nietzsche: en los tebeos, los mutantes de Marvel -Magneto y compañía- se autodenominan como el "homo superior". Un discurso que podría haber estado en boca del Lorne Malvo (Billy Bob Thornton) de la primera temporada de FargoEl argumento explora el misterio de la reencarnación de Lenny (Aubrey Plaza), interrogada sucesivamente por  Clark (Hamish Linklater), Ptonomy, y finalmente por el propio David, lo que nos lleva a una revelación sorprendente que desencadena una reacción emocional en el héroe. Por cierto, estamos ante una serie tan subjetiva y engañosa que el típico "En episodios anteriores" se sustituye por "Aparentemente en Legión..." 8/10

Chapter 14. El personaje de Legión, en los cómics, -creado por Chris Claremont y Bill Sienkiewicz- es un mutante superpoderoso que sufre un trastorno de personalidad múltiple. Un aspecto que no se ha reflejado demasiado en esta serie, pero al que se hace un guiño en este episodio, alejado del argumento principal, que utiliza como excusa los universos paralelos para multiplicar al personaje en diferentes sujetos, con futuros y destinos divergentes. Así, vemos a David como un discapacitado dependiente, un millonario, un oficinista al que le canta un ratón y que se droga con typex (quizás no en ese orden), un sin techo -lo que da pie al atrevimiento de recrear una escena de La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971). La constante en todas esas líneas temporales es su hermana, Amy Haller (Katie Aselton), lo que realza al personaje tras su -aparente- destino, y potencia lo que vendrá después. Asistimos aquí a una secuencia-precuela de la primera temporada, que luego se resume en un montaje con la canción Superman, de The Clique -más conocida por la versión de REM- aquí interpretada por el propio Noah Hawley y por el autor de la banda sonora de la serie, Jeff Russo. 9/10

Chapter 15. Una nueva secuencia pedagógica reitera el concepto de las ideas como huevos que eclosionan dentro de nosotros, que pueden ser contagiosas y acabar dominándonos. También nos hablan de preocupaciones que se convierten en miedos irracionales, que dan lugar a acciones tan terribles como una caza de brujas. Una idea de tremenda actualidad, que aquí se traduce en los héroes sospechando de su líder, el almirante Fukyama, cuya identidad se desvela (Marc Oka). Esta trama da lugar a secuencias  visualmente interesantes -el enfrentamiento entre David y la criatura pringosa; cuando las Vermillion juegan al 'escondite inglés' con Clark-. Pero lo principal sigue siendo el enfrentamiento con el Rey Sombra. Aquí asistimos a la paradoja de que Syd Barrett pueda sentir celos de su yo-del-futuro o que el gran villano apocalíptico de la temporada sea, en realidad, el propio héroe. 7/10

Chapter 16. El argumento de esta temporada de Legión ha comenzado siendo muy libre, abstracto, misterioso, repleto de imágenes estimulantes. Conforme ha avanzado la historia, sin embargo, el relato debe ir haciéndose más concreto, para resolverse. Aquí estamos ante el manido momento en el que el héroe, David, decide enfrentarse finalmente al villano, el Rey Sombra, tras una revelación: la ubicación de su cuerpo, encerrado en un ataúd con forma de huevo. Para ello, David recluta a sus colaboradores, forma un equipo, mientras el villano se guarda en la manga alguna trampa. Todo esto es sin duda convencional, lo hemos visto miles de veces, pero Noah Hawley lo ejecuta de una forma, sin duda, diferente: David se imagina a su equipo como fichas que debe desplegar en un tablero; y el Rey Sombra consigue controlar a la doctora Bird, pero esto lo descubrimos en una escena rebobinada. Además, una nueva secuencia pedagógica se permite definir la época en la que vivimos con una claridad pasmosa, utilizando el mito de la caverna de Platón. Nos dice que no solo estamos atrapados por las sombras que vemos en nuestros móviles y dispositivos, sino que, a través de las redes sociales, hemos reducido a sombras a los otros, y a nosotros mismos. 8/10 

Chapter 17. Este episodio comienza exactamente donde acaba el anterior, con la doctora Melanie Bird atacando por la espalda a Clark, pero enseguida el argumento da uno de sus acostumbrados saltos para centrarse en las últimas tres semanas. Un flashback que revela cómo se ha conquistado la influencia que ahora ejerce sobre Melanie el Rey Sombra -esa amalgama de Oliver y Farouk-. Estamos ante un capítulo dirigido por el propio Noah Hawley -que se recrea en imágenes de consumo de drogas para establecer un tono alucinado, lisérgico- cuyo argumento se antoja complejo, porque nos lleva a momentos previos a hechos como el destino del monje o la reencarnación de Lenny. Paralelamente a este flashback, las tramas 'actuales' de la temporada siguen su curso: vemos a Kerry y Cary ejecutar el plan de David; y la reencarnada Lenny vuelve a sus viejos hábitos de drogadicción, lo que da lugar a nuevas imágenes alucinadas. También aparece Amy -la hermana de David- cuyo cuerpo utiliza ahora ella. Todo esto es sin duda lioso, pero Hawley tiene la capacidad de reconducir la acción, de nuevo, a la primera escena en la que Melanie ataca a Clark. 7/10

Chapter 18. En los cómics, Legión ha sido un villano antes que un héroe y en este episodio de la serie se apunta la posibilidad de un futuro en el que el mutante, demasiado poderoso para ser controlado, acabe convertido en una amenaza. Este es un tema que ha reportado historias memorables para Marvel Comics, como la recomendable Saga de Fénix Oscura de los X-Men -malamente trasladada al cine en X-Men: La decisión final (2006) y que será objeto de un remake en 2019-. Alrededor de esto, volvemos a ver imágenes propias de la ingesta de peyote: monjes con cajas fuertes en la cabeza; un largo rifle de mira telescópica que sale de una pequeña maleta; un sumidero con tapón rosa en mitad del desierto; que el arma definitiva sea un diapasón gigante; la estupenda pelea a cámara lenta entre Kerry y los monjes; la regeneración del minotauro; la reencarnación del Rey Sombra y la forma en la que este ejerce su inmenso poder, haciendo salir el sol. 7/10

Chapter 19El último episodio de la segunda temporada de Legión comienza con un duelo musical telepático entre David Haller y Amahl Farouk. Habéis leído bien: un duelo musical telepático, en una escena que puede ser el mejor ejemplo para entender de qué va esta serie. Los dos contrincantes flotan sobre la arena del desierto mientras cantan el tema Behind Blue Eyes de The Who. Sus poderes mutantes se manifiestan como personajes animados gigantescos que van cambiando de forma. Nunca habías visto algo así. A continuación, un rótulo nos traslada varios años en el futuro y en una película casera, Melanie y Oliver Byrd cuentan cómo acaba todo, mirando a cámara, en formato entrevista y con mucho humor. Enseguida, volvemos al presente para presenciar una escena violenta en la que David golpea a Farouk. La trama se centra en temas algo más profundos que el enfrentamiento entre un supervillano y un superhéroe. David se enfrenta al dilema de si realmente es una "buena persona", cuestionado por su pareja, Syd Barrett, que se pregunta de quién se ha enamorado: ¿Quién es el verdadero David Haller sin la influencia del Rey Sombra? Con este planteamiento comienzan a aparecer nuevas personalidades de David, y surge la duda de si este ha podido abusar de Syd, y de si en realidad es un villano superpoderoso que se cree Dios. Noah Hawley retoma el leitmotiv de esta temporada, el de los delirios que comienzan como cualquier idea, como un huevo. Pero ¿Quién es víctima del delirio? ¿El propio David? ¿Es su amor por Syd un delirio? ¿O lo es la caza de brujas que orquestan sus amigos para encerrarle? ¿O solo intentan ayudarle? Importantes incógnitas que dejan todo abierto para una tercera temporada. 8/10