TENET -EN BUSCA DEL TIEMPO INVERTIDO


Christopher Nolan se ha ganado a pulso el calificativo de 'visionario': cada uno de sus
films contiene un elemento distintivo que los separa de los demás. Sin ocultar sus fuentes de inspiración, Nolan hace películas que son al mismo tiempo grandes producciones comerciales y algo que no habíamos visto antes. ¿Qué es Tenet? Un film de espías repleto de acción y también una propuesta de ciencia ficción que ofrece un giro diferente sobre el tema que más preocupa al autor de Memento: la percepción del tiempo. Es complicado hablar de esta película sin desvelar los secretos de su argumento, así que os propongo un comentario aséptico en estas primeras líneas, y un análisis a posteriori, sobre el que avisaré adecuadamente. Tenet es una película magnífica. Una cinta de James Bond con grandes secuencias de acción que se benefician de la elegante puesta en escena de Nolan, y de cómo ha ido perfeccionando sus set pieces tras cada película: aquí, por ejemplo, el asalto inicial a la ópera, es soberbio. El look de la película es espectacular, la fotografía de Hoyte Van Hoytema saca un partido tremendo de unos escenarios que verdaderamente aportan al sentido de la película, cuyas imágenes son hipnóticas, y la música de Ludwig Göransson potencia cada momento. Como producción, Tenet vale cada euro de tu entrada. Nolan se suele apoyar en estrellas y, desde luego, John David Washington lo parece, es puro carisma. Le secundan nada menos que Kenneth Branagh -estupendo villano nihilista-, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Aaron Taylor-Johnson y no puede haber una peli de Nolan sin Michael Caine. Estos actores consiguen trascender sus personajes, que funcionan como arquetipos del cine de espías. Con estos elementos, Nolan tendría suficiente para hacer una película taquillera. Pero entonces hay que hablar del elemento de ciencia ficción que introduce, verdaderamente sugestivo, que coloca a esta obra un peldaño por encima del típico blockbuster del verano. Y empezamos ya con los spoilers. La idea de que los supuestos 'villanos' de la película puedan moverse atrás en el tiempo es el gran distintivo de Tenet. Visualmente, estamos ante otra obre de Nolan que deja huella. Las imágenes de los personajes 'rebobinándose', en 'tiempo invertido', aportan espectacularidad, pero también misterio y sentido de la maravilla. Nolan consigue inyectar el alma de una cinta de ciencia ficción europea, low cost, en su aparatoso artefacto pirotécnico de Hollywood, creando una mitología propia de posibilidades infinitas, convirtiendo el clásico film de espías en un bucle muy loco que se acaba cerrando sobre sí mismo. Nolan tiene, además, un discurso de metaficción: su héroe se autodenomina el 'protagonista', y el hecho de que tenga que volver sobre sus pasos es, simplemente, hermoso. Nolan nos descubre que, en realidad, el agente 007 -o Batman- han estado luchando siempre contra ellos mismos, llevando al extremo una idea presente en toda su filmografía: la del doble. Todos esos héroes de todas las películas de acción solo buscaban retrasar unos minutos, el fin del mundo. Una idea irresistible, un gran hallazgo en una obra que converge sobre sí misma, idea presente en la filmografía del autor desde Origen: inolvidable como París acababa encorvándose sobre sí misma. Y aunque el director de Interstellar peca, como siempre, de ser quizás demasiado explicativo, de cargar demasiado de diálogo el metraje, también se puede decir que, quizás por primera vez, deja en el misterio gran parte de su película, que se presta a múltiples interpretaciones. Hay que ver Tenet.

LA BODA DE ROSA -TODO QUEDA EN FAMILIA

Siempre he pensado que lo más complicado del mundo, lo que más talento y oficio requiere es la sencillez. Contar una historia, sin más, sin complicarse la vida, sin recurrir a giros dramáticos exagerados, sin pretensiones. Contar una historia con personajes humanos sobre sentimientos con los que podemos sentirnos identificados. La historia de La boda de Rosa no puede ser más sencilla: una mujer decide dejar de vivir para los demás y empezar a preocuparse de sí misma. Para conseguirlo, en lugar de mandar a la mierda a todos los que se aprovechan de su generosidad -su padre, sus hermanos, su hija- Rosa decide casarse consigo misma. Una idea que puede parecer descabellada, pero, como suele ocurrir con todo lo que parece descabellado en la pantalla, ha ocurrido en la vida real. Esta es la premisa para que la directora Icíar Bollaín construya una película que acaba ganando nuestra simpatía planteando situaciones en las que nos reconocemos. Porque todos tenemos una familia, con sus conflictos, sus alegrías y sus miserias. Aquí, el clan protagonista está muy bien representado por los actores Candela Peña, Sergi López, Nathalie Poza, Ramón Barea y Paula Usero, todos convincentes en sus papeles de seres humanos con defectos y problemas. Y no hace falta nada más. Buenas interpretaciones y un guión firmado por Bollaín y Alicia Luna con un oído muy fino para el diálogo. Todo se conjuga para que sus 99 minutos pasen volando entre sonrisas y ojos húmedos, algo que puede parecer sencillo pero es tremendamente difícil de conseguir.

MOFFIE -MASCULINIDAD TÓXICA

Siempre he evitado la camaradería masculina, esos grupos de 'amigos' -ahora son chats- en los que se habla mal y pronto, en los que se suelen escuchar comentarios y bromas machistas, homófobas y racistas. Como si lo políticamente correcto estuviese prohibido, los corrillos de hombres muchas veces se convierten en un 'quién dice la mayor burrada' y en mirar de reojo preguntándose si el chiste esconde una convicción real más que reprobable. De esa masculinidad tóxica, llevada al extremo, nos habla Moffie -término traducible como 'maricón' en afrikáans- una película dirigida por Oliver Hermanus, cineasta nacido en Ciudad del Cabo, que nos habla del servicio militar en África del Sudoeste Alemana -hoy Namibia-. En los años 80, los jóvenes reclutados en ese país, eran sometidos a un riguroso entrenamiento, que conllevaba los típicos abusos de autoridad. Los militares imponían a los soldados un código basado en la supremacía blanca -el Apartheid- y el desprecio de la raza negra. Además, se castigaba la homosexualidad y todo lo que oliera a comunismo. En resumen, un credo del odio, inculcado a base de torturas a unos jóvenes desorientados y asustados, que intentaban sobrevivir, en el mejor de los casos, y en el peor de ellos, acababan sufriendo brutales tratamientos psiquiátricos. La mayoría acababa uniéndose a un sistema autoritario, violento, irracionalmente cruel, cuyo único propósito es mantener el poder. En este ambiente infernal conocemos a Nicholas (Kai Luke Brummer), un joven que apenas parece estar descubriendo su homosexualidad cuando es obligado a convivir con los peores defectos de la masculinidad. Nicholas tendrá que sobrevivir a vejaciones, agresiones y ejercer él mismo una violencia que va contra su propia naturaleza, mientras se ve obligado a ocultar su verdadero yo. Al final comprobará que nadie sale indemne del fascismo, y también será testigo del fracaso de esa masculinidad, que crea hombres incapaces de conectar con sus propios sentimientos. Bien dirigida por Hermanus, que adapta las memorias de André Carl van der Merwe, con estupendos actores jóvenes, a Moffie le falta algo de intensidad en su devastador clímax y quizás la presencia de algún actor maduro con mayor capacidad de dejar huella. A pesar de estos defectos, estamos ante una película notable.

ADORATION -PARAÍSO PERDIDO


El despertar a la vida adulta y la pérdida de la inocencia son la materia prima de una buena parte de la ficción, en cualquier formato. Una temática que ha dado varias obras importantes y que sigue aportando variaciones de interés. Hay incluso un término anglosajón para denominar un subgénero dedicado al tema, el coming of age. En la película que nos ocupa, el director belga Fabrice du Welz firma en Adoration un drama sobre el descubrimiento del mundo adulto, pero lo hace desde una perspectiva original que acerca su film, de estética naturalista, al cine de textura Fantástica e incluso de terror. Paul es un adolescente -interpretado por un magnífico Thomas Gioria -Custodia compartida (2017)- cuya vida cambia cuando conoce a Gloria -también fantástica Fantine Hardin- una chica ingresada en la clínica psiquiátrica en la que vive Paul con su madre. Gloria, que sufre un delirio paranoico de puro terror psicológico, hará partícipe a Paul de su fantasía alucinada y lo embarcará en una fuga hacia ninguna parte. Du Welz fabrica con una cámara de 16 mm hermosas imágenes de cómo los dos niños se enfrentan a la supervivencia, a la naturaleza, a la muerte, al sexo. El director representa el mundo adulto como una serie de coordenadas inamovibles, que entendemos desde nuestra perspectiva, pero que también comprendemos desde la inocencia de los adolescentes, que sienten auténtico terror, como Hansel y Gretel, ante las realidades de la madurez. Utilizando el agua como elemento simbólico -ríos, lagos, la lluvia- Du Welz habla de libertad y del amor incondicional. Tan emocionante y profunda como triste y terrorífica, Adoration es una excelente aportación a un subgénero transitado ya por muchos y grandes autores. 

UNORTHODOX -IN THE GHETTO


Cuando aparece en pantalla Shira Haas, pocas pegas se le pueden poner a Unorthodox. Su personaje de Esther Shapiro es una joven que pertenece a una comunidad judía ortodoxa que vive en una especie de burbuja, en Brooklyn. A través de Esther conocemos la idea machista que tienen estos fanáticos religiosos, que rechazan parecerse, en nada, a nosotros. No estudian, viven sin utilizar la tecnología, y dedican su vida a rezar, a evitar cualquier tentación de 'pecado'. El asfixiante conjunto de reglas que deben seguir y el trato que dan a la mujer hace pensar en otra ficción reciente, The Handmaid´s Tale, sin llegar, claro, a los excesos de crueldad de la distopía protagonizada por Elisabeth Moss. Pero es verdad que para crear su aterradora Gilead, Margaret Atwood se obligó a someter a su protagonista, Defred, solo a vejaciones que han sufrido las mujeres en la vida real, en alguna cultura, en algún momento. El universo cerrado en el que vive Esther Shapiro puede parecer una distopía incrustada en nuestro siglo XXI, justo en la modernidad, la libertad -y el 'libertinaje'- de Nueva York. Para establecer el contraste entre la vida de Esther y nuestra sociedad occidental -más o menos- igualitaria, el argumento establece dos líneas temporales: en la primera, Esther ya ha escapado -al menos geográficamente- y en la segunda, en el pasado, vemos cómo era esa vida en la que no podía tomar ninguna decisión. Creada por Anna Winger, guionista alemana, basándose en la autobiografía de Deborah Feldman -que actualmente vive en Berlín- y dirigida por la también alemana Maria Schrader, esta miniserie de Netflix brilla en la descripción de las injusticias con las que tiene que luchar Esther. Interesa sobre todo en la descripción costumbrista de las tradiciones judías, pero fracasa en la construcción dramática de los momentos importantes de las trama, que parecen gratuitos. La peripecia de la protagonista parece quedarse corta, en solo 4 episodios, cuando quizás merecía un desarrollo mayor en algunas subtramas, especialmente la de la afición musical de Esther, tan importante en la historia, que permanece siempre en un segundo plano, cuando no es directamente obviada mediante la elipsis. Unorthodox peca, además, de algunos excesos melodramáticos; o de dejarse cabos sueltos; o de cierto maniqueísmo en el retrato de los dos mundos que contrapone: si el de Esther parece un infierno, el 'nuestro' parece integrado exclusivamente por personas receptivas a los problemas de los demás, solidarias y dispuestas a darle cobijo a cualquiera. Ojalá fuera cierto.

EL SITIO DE OTTO -HACERSE ADULTO


El sitio de Otto
es el estimulante debut de Oriol Puig en el largometraje, que elige un drama juvenil para su primera película. En el guión, encontramos un esfuerzo colectivo que incluye a los actores del film, Iñaki Mur, Artur Busquets y Joana Vilapuig. Nos cuentan la historia de Otto -interpretado por Mur- un joven que acaba de perder a su padre y que se encuentra de repente sin rumbo en la vida, atrapado en un pequeño pueblo, sumido en un enigmático silencio que oculta el dolor por la pérdida, frustraciones y desorientación. El rostro de Mur refleja un conflicto interno pero no da demasiadas pistas sobre por dónde va a tirar sus personaje. Son sus acciones, sin embargo, las que revelan los cambios que se están operando en el alma del joven. Otto comienza a ver a sus amigos de toda la vida con cierta distancia, a no compartir sus proyectos o sus formas de matar el tiempo. Otto se acercará a dos personajes ajenos al pueblo que le aportarán otras perspectivas y otras filosofías de vida que pondrán en duda lo que hasta entonces eran certezas no demasiado caviladas. Con buen pulso narrativo y sensibilidad, El sitio de Otto capta las emociones de este momento vital de una forma fresca honesta.

NORMAL PEOPLE -EL GRAN AMOR


¿Qué puede impedir que dos personas que se quieren no estén juntos? Como toda historia romántica, la dinámica de Normal People se basa en mantener separados a sus protagonistas, a pesar del amor que se profesan. Nada nuevo. Pero lo que hace muy bien esta serie producida por la BBC y Hulu, es mantener los motivos de la separación dentro del terreno de lo plausible. Marianne y Connell no están juntos por razones que vemos diariamente, por decisiones que se toman continuamente, porque el amor no es lo más importante en el mundo real. Basada en la novela de Sally Rooney, lo que hace especial esta ficción es el cuidado que se ha tenido en el diseño de sus personajes, interpretados por los carismáticos Paul Mescal y Daisy Edgar-Jones. Él es alto y atlético, pero consigue hacernos creer que puede ser brillante. Ella, a medio camino entre Audrey Hepburn y Anne Hathaway construye a una chica más inteligente de lo deseable si vives en un pequeño pueblo de paletos. Una pareja absolutamente ideal, de la que nos enamoramos viendo la serie, pero bajo cuya fachada se esconden dos seres humanos corrientes, atenazados por las inseguridades y los traumas. Si algo hace bien Normal People es mostrarnos la evolución de unos jóvenes inocentes en adultos desencantados, frustrados, que han incorporado elementos muy oscuros a sus personalidades en ese proceso que llamamos madurez. Esta evolución es fascinante y encima está narrada en episodios de 25 minutos, de asombrosa concreción narrativa. Cada capítulo hace avanzar la historia del amor entre Marianne y Connell, claro, pero también mantienen una unidad narrativa que se cierra de forma satisfactoria para el espectador. Lo mejor de Normal People pueden ser sus guiones, firmados por la propia Rooney, pero también por Alice Birch -guionista de Lady Macbeth (2016) y Succession-. Son guiones que dependen muy poco de los diálogos, algo raro en una serie de televisión y todavía más extraño en una ficción de corte romántico, en la que las escenas 'emocionantes' suelen ser sinónimo del lacrimógeno monólogo de un actor expresando los sentimientos de su personaje. Aquí los protagonistas son enigmas, se mantienen en el misterio, tanto entre ellos mismos, como para el espectador. Un enigma apasionante que se va resolviendo poco a poco y que, si lo pensáis bien, forma parte del juego del amor: eso que escondemos para parecer más atractivos, eso que escondemos para que no nos hagan daño. La narrativa de la serie es eminentemente visual, debemos estar atentos a las miradas, a los ojos que buscan el suelo por timidez, a una mano que no se atreve a coger la del otro. Nada menos que Lenny Abrahamson -La habitación (2015)- y Hettie McDonald -con amplia experiencia televisiva, como Doctor Who- son los encargados de un apartado visual elegante, que embellece los escenarios sin restarles cotidianidad, capaz de hacernos recordar a la magnífica Call Me By Your Name (2017), en un episodio situado en Italia. Esta serie está repleta de planos que no son narrativos, pero sí expresivos: de la nuca de Marianne con el pelo recogido, de sus hombros, de sus manos, de los labios de Connell, de su sudor tras jugar un partido de rugby. Normal People busca lo sensorial, evocar el tacto, el sabor de un polo chupado en una tarde de verano. Y por supuesto, el sexo. Hay muchas escenas de sexo en esta serie, pero como pocas veces nos las han presentado. No son un aliciente para el espectador caliente, sino momentos de comunión entre los protagonistas, en los que expresan de verdad el amor que sienten. Porque Connel y Marianne no hablan demasiado, y cuando lo hacen, no se entienden. Bajo las sábanas, piel con piel, sí que hay comunicación. Normal People pone cachondo, pero también, oprime el estómago en los momentos tristes, y llena de aire los pulmones en los instantes de felicidad. Es una serie que hace sentir y quizás, la mejor del año.

LAST AND FIRST MEN -SINFONÍA DEL ESPACIO


Inspirada explícitamente en la obra maestra 2001: Un odisea del espacio (1968), Last and First Men propone también la evolución de la humanidad como motor del misterio de la existencia. La película es el testamento fílmico del conocido compositor islandés Jóhann Jóhannsson, fallecido poco después de completar la cinta, conocido por las bandas sonoras de films, sobre todo, dirigidos por Denis Villeneuve, como Sicario (2015) y La llegada (2016). Jóhannsson adapta una novela de Olaf Stapledon en su primer y último largometraje, en el que solo vemos imágenes en blanco y negro de extrañas construcciones de cemento o piedra, que de alguna forman ilustran la narración en off de la actriz Tilda Swinton, quien desde la perspectiva de la raza humana del futuro, tan evolucionada que se ha convertido para nosotros en una especie alienígena, nos lanza un mensaje de advertencia sobre sucesivas extinciones que, sin embargo, no acabarán con la humanidad, lanzada a la conquista del espacio. La gran protagonista de esta curiosa propuesta es, claro, la música, atmósferica, envolvente, del propio Jóhannsson, que invita a dejarnos llevar por una experiencia sensorial y a imaginar los escenarios fantásticos que dibuja la voz de Swinton.

GRETEL & HANSEL -TODAS SOMOS BRUJAS


El cine de terror bien podría ser el sucesor natural de los viejos cuentos infantiles clásicos, despojados estos de sus contenidos más perturbadores para preservar el sueño inocente de nuestros hijos. En aquellas historias para niños, los villanos recurrentes suelen ser el lobo y la bruja, personaje éste último que, en el cine de horror de los últimos años ha ido cobrando protagonismo en títulos como, obviamente, La bruja (2015) o The Lords of Salem (2013) y el remake de Suspiria (2018). En estas cintas, la figura de la hechicera se convierte en un símbolo del poder de lo femenino. No es casualidad, por tanto, que en Gretel & Hansel encontremos cambiado el orden de los nombres del cuento de los Hermanos Grimm. Gretel -estupenda Sophia Lillis- es el centro de la historia y su enfrentamiento con la malvada bruja -Alice Krige- tiene connotaciones muy diferentes a las que conocemos. La historia de Gretel es la de una liberación: el guión de Rob Hayes utiliza la represión de una difusa Edad Media para convertirla en poco más que una esclava, en peligro de ser violada o asesinada por los hombres, y que sobre todo tiene que cargar con el peso de servir a los hombres, en este caso, su hermano pequeño Hansel, niño empeñado en demostrar su masculinidad con un hacha. Por suerte, para contar esto, detrás de la cámara tenemos a Oz Perkins, capaz de fabricar atmósferas de cuento terroríficas, apoyándose en un cuidado diseño de producción que convierte la famosa casa de caramelo en una estilizada mansión encantada de líneas expresionistas. El relato está trufado de guiños esotéricos y de apariciones inquietantes que llevan a un clímax fiel al cuento original, pero completamente diferente. Estupenda película de terror que comete un solo pecado: el de explicarse, quizás, demasiado.

BLANCO EN BLANCO -EL FOTÓGRAFO


Blanco en blanco es una áspera película situada en el fin del mundo. En la Tierra del Fuego, donde no hay nada, Pedro (Alfredo Castro), con su cámara, es contratado para retratar a un poderoso terrateniente, a punto de casarse con una niña. Este es el primer apunte perturbador de una película de personajes al límite, brutos desterrados a una tierra salvaje, en los que no queda casi humanidad. Dirigida por el chileno Théo Court, éste plantea de fondo la matanza indiscriminada de los indios a finales del siglo XIX y principios del XX, a los que se les cortaban orejas como prueba de su eliminación. En la película, el espectador no encontrará asidero moral en ningún personaje. El protagonista, Pedro, es de nuevo una incómoda composición del gran actor que es Alfredo Castro, especializado en dar vida a monstruos de voz dulce y buenos modales. Junto a él, veremos a una sombría empleada (Lola Rubio) que facilita los deseos pervertidos de Pedro, a un capataz ambicioso y borracho (Lars Rudolph), y a matones sin piedad, además de los indios, que en aquella época eran vistos como poco más que animales salvajes. Sobre todos ellos, la figura del terrateniente, Mr. Porter, una especie de Dios terrible que rige los destinos de todos, sin estar presente. Court aprovecha al máximo unos escenarios inhóspitos, utilizando una fotografía a base de luz natural y velas. Ganadora del premio FIPRESCI en el pasado Festival de Venecia, Blanco en blanco parece cine primitivo, sobre todo cuando adopta la perspectiva de la cámara de placas de Pedro, encargado de retratar la barbarie, pero empeñado en hacer de ella una experiencia estética.