TÁR -MÁSCARAS


Tár
es de esas películas capaces de sumergirte en un mundo totalmente ajeno. El personaje protagonista, Lydia Tar, es una directora de orquesta de fama mundial y de su mano nos haremos una idea de cómo podría funcionar la filarmónica de Berlín. Veremos cómo Lydia prepara un importante concierto y su grabación, cómo se relaciona con los miembros de la orquesta, su funcionamiento interno, el juego político detrás de la elección de cada puesto, etc. Un escenario que convierte el film de Todd Field en un ejercicio de cine apasionante. Pero hay más. Porque Tár es la disección de un personaje. Desde la primera imagen de la película, en la que, no por casualidad, conoceremos a Lydia en su faceta pública, como genio de la música, iremos descubriendo capas y capas del personaje hasta llegar a lo más recóndito de su alma. Tampoco sorprende que una de las últimas secuencias del film nos lleve a la casa de su infancia. Una inmensa Cate Blanchett compone un personaje que quiere ser más grande que la vida, una mujer de éxito que le supone a la actriz interpretar a una persona histriónica, que esconde su verdadera naturaleza debajo de varias máscaras que irán cayendo, una a una, mientras se desarrolla esta película de generoso metraje -dos horas y casi 40 minutos-. Tár tiene referencias claras al movimiento Me Too, pero es sobre todo una reflexión sobre las relaciones de poder y los abusos -en una orquesta filarmónica de primer nivel o en un colegio infantil-; sobre si los grandes artistas están por encima del bien y del mal; sobre cómo pueden pervertirse los sueños de la infancia incluso cuando conseguimos alcanzarlos.

DECISION TO LEAVE -PUNTOS DE VISTA


El gran cineasta de la mirada, el maestro del punto de vista narrativo es Alfred Hitchcock, cuyos temas parecen marcar la película que nos ocupa, Decision to Leave del surcoreano Park Chan-wook. Un detective (Park Hae-il) obsesionado con su trabajo, se enamora de una mujer (Tang Wei) sospechosa de la muerte de su marido. Como la mayoría de los héroes -y heroínas- hitchcockianos, este detective dudará de la culpabilidad del objeto de su deseo -quien dice sentir vértigo en las alturas- y llevará a cabo una investigación mientras desarrolla una relación amorosa con la investigada. Con este esqueleto, el director de Oldboy (2003) construye un pequeño cuento, con elementos macabros y románticos -también con mucho humor- que trabaja con mimo desde la imagen. Los personajes se mueven como en una coreografía marcada por el ritmo del montaje, mientras la historia -algo confusa, eso sí- se mueve entre los recuerdos y la imaginación del detective sobre lo que pudo pasar. Más allá de lo argumental, Decision to Leave cuenta cosas a través de las imágenes. Si el cine es esa esa imagen que permanece en la retina, el detective protagonista no puede ser más que un reflejo del oficio de director. Su obsesión es poder ver lo último que percibieron las víctimas asesinadas, y así, los ojos se convierten en el leitmotiv visual de la película: los de los cadáveres o los de los pescados en un mercado, pero también los del propio investigador, que necesita mantenerlos húmedos con gotas de colirio que siempre acaban convertidas en algo muy parecido a las lágrimas. El otro, misterioso, motivo de la película es cómo la montaña se convierte en el símbolo de la muerte.

BABYLON -ARTE Y ESPECTÁCULO


El gran tema de la filmografía de Damien Chazelle -ya sea Whiplash (2014), La La Land (2016) o First Man (2018) - es el precio de los sueños. Los protagonistas de sus películas sacrifican el amor y arriesgan la vida para cumplir metas imposibles que van desde la creación artística hasta llegar a la Luna. En Babylon, Chazelle decide plasmar en la pantalla, quizás, su propio gran sueño (cumplido) haciendo un retrato de Hollywood, esa gigantesca máquina de fabricar sueños y de triturar vidas. Con esta idea, el director nos regala una película fantástica, construida alrededor de varias secuencias casi independientes -una fiesta salvaje, un rodaje todavía más salvaje, la presentación en sociedad de la protagonista o un descenso a los infiernos para buscar la salvación- que Chazelle rueda con un sentido del espectáculo entre el exceso de Hollywood, la sensibilidad de un número musical y el sentido del caos felliniano. Se nos proponen cuatro personajes, todos en busca del mismo sueño: un emprendedor mexicano -estupendo Diego Calvo, que aguanta el tipo delante de las estrellas-; una joven que quiere ser una estrella -una inmensa Margot Robbie-; un actor consagrado -Brad Pitt, que reitera registros tarantinianos, como el de Malditos bastardos (2009)-; y un talentoso músico afroamericano -Jovan Adepo, al que le toca encarnar el tema del racismo-. Son las diferentes caras de la industria del entretenimiento en Estados Unidos, sobre la que Chazelle quiere reflexionar, afrontando, sobre todo, el complejo de inferioridad del cine como arte (popular). La película va desde lo grotesco y lo escatológico hasta la belleza de la imagen fotográfica perfecta, mostrando lo peor y lo mejor que puede alcanzar el llamado séptimo arte. En el subtexto también se propone la evolución del cine desde el mudo hasta el Technicolor, pasando por la llegada del sonoro, que hizo retroceder un lenguaje que, siendo mudo, estaba alcanzando grandes cimas artísticas. La llegada del sonido hizo que las cámaras dejaran de volar, que el mensaje se hiciera más obvio y pueril. Lo que, curiosamente, es lo que lastra precisamente a Babylon impidiendo que sea una verdadera gran película. Chazelle construye su historia sobre su propia La La Land -la música de Justin Hurwitz entusiasma- y roba sin tapujos de Érase una vez en Hollywood (2019) para acabar diciéndonos que lo suyo es un remake de Cantando bajo la lluvia (1952). Si bien podemos perdonar la falta de originalidad, me parece injustificable la necesidad de dejar tan claro en la pantalla el homenaje, a la película de Gene Kelly y al cine en general, echando mano de imágenes que todos amamos, pero que convierten la propuesta en una obviedad. Una pena.

1976 -VIVIR COMO SI NADA


El miedo se esconde bajo las formas de la normalidad. En 1976, la actriz y directora Manuela Martelli crea la metáfora perfecta de una dictadura militar: cuando no pasa nada es porque las fuerzas del fascismo están operando en su máxima capacidad. La protagonista de esta estupenda ópera prima es Carmen (Aline Kuppenheim), una mujer de clase media-alta, casada con un exitoso médico. La vida de Carmen debería reducirse a ser feliz gracias a su situación acomodada: no necesita trabajar y puede dedicarse a disfrutar de sus nietos, tiene la ayuda que le presta su empleada doméstica, disfruta de una casa cerca de la costa y puede salir a navegar en el barco de sus amigos. A Carmen solo le falta una cosa: la libertad. Aunque puede moverse a su antojo, no puede dar un solo paso sin que su marido le pida explicaciones, sin sentirse cuestionada por los hombres -porque el fascismo opera también a través del machismo-, obligada a evitar los controles policiales y a volver a casa antes del toque de queda. Cuando Carmen acepta ayudar a un sacerdote que ha acogido a un joven disidente, la paranoia cotidiana se dispara en ella: ahora teme ser descubierta, vigilada, escuchada y perseguida. Cada escena de esta película chilena nominada al Goya a la mejor cinta Iberoamericana -curiosamente la segura ganadora es otro alegado contra una dictadura, la estupenda Argentina 1985- está cargada de tensión y del desasosiego de vivir atrapado en una sociedad que es pura fachada, en la que se vive como si no pasara nada. Está disponible en Filmin.

HOLY SPIDER -LIMPIAR LAS CALLES


Un asesino de mujeres que se prostituyen y un investigador que intenta detenerle es el argumento de Holy Spider resumido en una línea. Nada original si nos acordamos de los crímenes de Jack el destripador en Whitechapel en 1888. La ficción nos ha contado esta historia miles de veces, variaciones alrededor de una misma trama que cambia según la época y la moral de los tiempos. En la película de Ali Abbasi el giro novedoso es que la acción se sitúa en Irán, un estado represivo que limita los derechos de las mujeres, y el investigador es una mujer, una periodista que sufre en sus propias carnes la discriminación de género. Zar Amir Ebrahimi interpreta a esta mujer, Rahimi, y en la prensa encontraréis que varios puntos de su biografía real -vive en el exilio- coinciden con los de su personaje. Una mujer luchadora que se enfrenta a un mundo de hombres para salvar de la muerte a un grupo de mujeres explotadas que su país desprecia. Abbasi, director de la fantástica Border (2018) y emigrado a Dinamarca, mezcla el realismo social, que retrata la sociedad iraní de forma despiadada, con la estilización del cine de género: esos paseos nocturnos en moto del asesino (Mehdi Bajestani) con la subyugante música compuesta por Martin Dirkov y la expresiva fotografía de Nadim Carlsen nos sumergen en un interesante thriller. Como Travis Bickle en Taxi Driver (1976) y Rorschach en Watchmen (1986), el asesino de Holy Spider sueña con una lluvia celestial que limpie la suciedad de las calles de su ciudad: se cree en una misión divina. Ya he dicho que el argumento, la persecución del asesino, no ofrece nada demasiado nuevo, pero Holy Spider va más allá y plantea que esta 'Araña asesina' es un monstruo, sin duda, pero que la sociedad que le ha engendrado también es monstruosa -una idea similar a la que plantea la serie Dahmer- algo palpable sobre todo en la forma sórdida y enfermiza en la que se plantean las relaciones -sentimentales, sexuales- entre hombres y mujeres. Estas ideas permiten un desenlace terrible, que me parece un alegato tremendo que me ha recordado nada menos que a una obra maestra como M, el vampiro de Düsseldorf (1931).

LA NOVELISTA Y SU PELÍCULA -CREAR O NO CREAR


La novelista y su películ
a es un nuevo ejercicio minimalista del director Hong Sang-soo. Ya sabréis que el surcoreano tiene un estilo depurado, despojado de florituras, tanto en lo formal como en lo narrado. Su cámara no necesita moverse -casi nada- para captar las conversaciones de sus personajes, que de forma realista y cotidiana van construyendo una historia que evita el más mínimo efectismo. Personalmente, creo que el cine actual de Hong Sang-soo hay que afrontarlo con la calma de la contemplación y aceptando el reto de buscar en cada film la intención de su autor, nunca evidente, y disfrutando de las idiosincrasias de los personajes, que se descubren en los pequeños detalles. En esta nueva obra, la actriz Kim Min-hee, protagonista habitual del cine de Sang-soo, es una exitosa escritora que ha perdido el interés en la creación. Durante la película, tendrá encuentros con personajes que, de una manera u otra, se dedican a la creación artística -actrices, escritoras, un director de cine y un poeta- pero han perdido de alguna forma el interés o la pasión juveniles. Dichos personajes parecen funcionar -es mi interpretación- como expresiones de la idea de la creación artística como oficio, cuando no se trata simplemente de pura inspiración, sino de un esfuerzo que choca con el pragmatismo que se ha impuesto en la vida moderna, sobre todo con el imperativo económico que nos obliga, a todos, a trabajar para vivir. ¿Vale la pena seguir creando? La película incluye un breve fragmento del cortometraje que han realizado los protagonistas, significativamente, en color -cuando el resto de la cinta es en blanco y negro- que se puede interpretar como la respuesta de Hong Sang-soo al respecto.

LOS CRÍMENES DE LA ACADEMIA -EL CORAZÓN DELATOR


Con el perezoso y genérico título de Los crímenes de la academia se estrena en Netflix The Pale Blue Eye, nueva película del director Scott Cooper, quien estuviera detrás de la estupenda Black Mass (2015), protagonizada por Johnny Depp. Aquí, Scott se sirve de una estrella como Christian Bale, actor que siempre llena la pantalla y resulta interesante de ver, en el papel del atormentado detective Augustus Landor -creación literaria de Louis Bayard- cuyos servicios son solicitados en una academia militar para resolver un misterioso y sangriento crimen. El investigador reclutará a uno de los cadetes, nada menos que Edgar Allan Poe, interpretado por el peculiar Harry Melling, para ayudarle en el caso. El arranque del relato es prometedor y pronto estamos metidos en la historia, que se presenta como un whodunit en el que los sospechosos se van presentando uno detrás de otro, haciendo gala de un reparto muy interesante: Timothy Spall, Toby Jones, Simon McBurney, Charlotte Gainsbourg, Gillian Anderson y jóvenes como Lucy Boynton, Charlie Tahan y Fred Hechinger, además de un veterano legendario como Robert Duvall. Un reparto de lujo, lamentablemente desperdiciado porque este tipo de historias se apoyan antes en la trama, en las revelaciones y los giros sorpresa, que en el desarrollo de personajes. El uso de la figura de Poe es más que pertinente, ya que el autor es considerado el precedente directo de las novelas policíacas, pero el desarrollo de la investigación pierde interés al no proponer ninguna idea de fondo más allá de temas como la muerte, la pérdida y la venganza. La resolución es sorprendente, pero creo que insatisfactoria en una película que cuenta, como ya he dicho, con grandes actores y un cuidado diseño de producción para recrear el siglo XIX en Estados Unidos, pero que parece una oportunidad perdida.

R.M.N. -EUROPA 2022


El director rumano Cristian Mungiu nos introduce en la película R.M.N. -resonancia magnética nuclear- en una historia que pasa de lo individual a lo colectivo con la intención de hacer un retrato de Europa como sociedad. Para ello parte de un personaje, Matthias (Marin Grigori), un trabajador rumano, inmigrante en Alemania, donde es despreciado como un 'gitano'. Matthias, cansado de este trato discriminatorio, decide volver a su pueblo en Transilvania. Se trata de un personaje más bien negativo, ignorante, machista, violento y con una idea bastante cuestionable de cómo debe educar a su hijo. El argumento se genera a partir de las relaciones de Matthias con la madre de su hijo, con su padre enfermo y con una ex amante, Csilla (Judith State) una mujer culta, feminista, refinada, que dirige una empresa panadera y que toca el cello, que se propone como el polo opuesto al protagonista. Estas historias humanas se entrelazan de forma, quizás, azarosa, y con cierto misterio: ¿A qué le teme exactamente el hijo de Matthias en el bosque? La película arranca verdaderamente cuando la historia se convierte en un conflicto colectivo: los vecinos del pueblo se oponen a la llegada de tres trabajadores inmigrantes -de Sri Lanka- y deciden protestar hasta que sean expulsados. Mungiu retrata entonces los males de Europa: la ignorancia, el racismo y la xenofobia, las fake news, y en general, la intolerancia, el miedo al otro. En un pueblo en el que se mezclan los rumanos y los húngaros -la película es una ensalada idiomática-, las relaciones personales y hasta sentimentales -entre Matthias y Csilla- se envenenan por el odio, y resurgen las viejas tradiciones primitivas, encarnadas quizás en esos osos, casi míticos, los primeros habitantes de esa tierra que ahora se disputan las personas, cuyos fantasmas parecen volver para defender su territorio. R.M.N. es una obra compleja, con un mensaje claro en su conflicto central, pero con recovecos argumentales enigmáticos y una puesta en escena rigurosa y analítica -de planos fijos- que evita el más mínimo efectismo.

RUIDO DE FONDO -MIEDO A MORIR


¿Hay algo que debiera preocuparnos más que la idea de la muerte? En la novela Ruido de fondo, publicada en 1985 por Don DeLillo, cada capítulo gira alrededor del mismo tema: el miedo a dejar de existir. No resulta difícil entender por qué Noah Baumbach ha decidido adaptar esta historia, que ahora se estrena en Netflix: a pesar del paso de casi tres décadas, las desventuras de un padre de familia que dirige una cátedra sobre Hitler -aunque no sepa hablar alemán- en una universidad de Estados Unidos, de alguna manera, reflejan perfectamente las preocupaciones y la angustia del tiempo presente. Adam Driver es Jack Gladney, ese profesor y cabeza de familia, un poco ridículo, que se enfrenta a sus inseguridades, a su relación de pareja con Babette (Greta Gerwig) y a la crianza de sus hijos en un mundo que deja de parecer seguro y ordenado cuando se produce un accidente de tren que libera una nube de gas tóxico. Un evento que pone a los personajes del film cara a cara con esa idea que todos intentamos ignorar diariamente, la de nuestra propia mortalidad. Un evento apocalíptico que no puede más que recordarnos a la pandemia: los primeros instantes de negación, el pánico, las teorías de la conspiración, el exceso de información ¡Las mascarillas! Pero sobre todo, la posterior vuelta a una normalidad que ya nunca será la misma, como si se hubiese roto algo, como si hubiésemos dejado de creer en Papá Noel. Ruido blanco funciona como una parodia en su disección de la sociedad estadounidense -y por extensión de la occidental- con humor negro y esquinado. Sus absurdos protagonistas se humanizan gracias a la labor de sus dos actores principales: Driver y Gerwig están soberbios. Y si la familia, las relaciones de pareja y el paso del tiempo son una preocupación constante en la filmografía de Baumbach, en el apartado visual elige apartarse de su habitual estilo indie para proponer un cruce entre La guerra de los mundos (2005) de Steven Spielberg y la disección pop de la sociedad de consumo que hiciera el recientemente fallecido Jean-Luc Godard, con planos secuencia que remiten a Weekend (1967) -esa película que predijo el fin del cine- y a Todo va bien (1972), cuyo final erige el supermercado en el paradigma del consumismo, idea que se recoge aquí, pero convirtiéndolo también en un templo al que acudimos anestesiados para sentirnos seguros. ¿No fue el supermercado el primer lugar al que pudimos ir durante el confinamiento?