FIRST COW -LOS ORÍGENES



First Cow es un maravilloso western firmado por Kelly Reichardt -Wendy and Lucy (2008)- cuya simplicidad te conquista desde el primer momento. Visualmente, la película utiliza el formato cuadrado para concentrar la atención del espectador, decisión que aporta la estética del cine primitivo, casi de metraje encontrado, alejándose del encuadre panorámico que relacionamos automáticamente con los grandes paisajes del género. Reichardt construye su película casi como un documental, en el que vemos no ya el día a día de los personajes, sino el minuto a minuto de los primeros años del siglo XIX, en el Oeste americano, en Oregón. La cámara registra cómo viven, cómo duermen y sobre todo, cómo se alimentan, cómo buscan comida constantemente. Tiene algo de mágico el ver cómo Cookie (John Magaro) se las apaña para preparar y hornear bollos en una época en la que, el poseedor de una vaca es, sin duda, rico. En estos Estados Unidos seminales que nos muestra Reichardt, las reglas del juego están claras desde el principio: hay privilegiados y desfavorecidos, y la famosa promesa de la tierra de las oportunidades es falsa desde el principio. Cookie y su amigo King-Lu (Orion Lee) conseguirán mejorar su vida, relativamente, hasta toparse con el terrateniente que interpreta el siempre estupendo Toby Jones. Basada en una novela de Jonathan Raymond, First Cow es también una historia sobre la amistad desinteresada, honesta y hasta el final. Un hermoso y reposado film que ha ganado el premio al mejor largometraje en la competición Albar en la 58 edición del festival de Gijón.

LA REINA DE LA MAGIA NEGRA -CINE DE GÉNERO



Asumiendo mi desconocimiento sobre el cine de terror producido en Indonesia, La reina de la magia negra me sorprendió completamente. La película dirigida por Kimo Stamboel y escrita por Joko Anwar -que además está inspirada en un título de los años 80- arranca como una película de género de la vieja escuela. Sólidamente narrada, tomándose en serio a sí misma y sin distancia irónica, la historia parece casi inocente, presentándonos a los personajes que, sabemos, pronto morirán. El argumento va cumpliendo todo los tópicos del terror: un escenario aislado, macabro -un orfanato- y una leyenda sobre una bruja que hizo cosas terribles. Lo que no me esperaba es que la esquemática caracterización de los personajes era una semilla que luego germina en la forma de terribles muertes relacionadas con sus miedos y debilidades, un poco al estilo de las películas de Freddy Krueger. La reina de la magia negra t
ambién se acuerda de The Ring (1998) en algunos momentos, pero lo importante es cómo se va oscureciendo, poco a poco, según avanza el metraje, presentando elementos cada vez más sórdidos, hasta explotar en un catálogo de escenas muy gores y asquerosas -como los vómitos de gusanos- que llevan a este film a alcanzar una crueldad que no me esperaba. El clímax es un festín de imágenes terroríficas, lo que redondea una película muy efectiva, muy divertida, a la que aporta mucho el exotismo de la imaginería propia de la cultura de indonesia.

PLANTA PERMANENTE -EL PUEBLO (DES)UNIDO


Planta permanente -ganadora en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva- es uno de los mejores retratos el ecosistema laboral que se hayan puesto en una pantalla de cine. El director argentino Ezequiel Radusky plantea una historia tan sencilla como efectiva, y sobre todo, reconocible. Las protagonistas son Lila y Marcela -interpretadas por Liliana Juárez y Rosario Bléfari- dos amigas que trabajan como limpiadoras en un edificio gubernamental cuya vida cambia con la llegada de una nueva regidora (Verónica Perrotta) que amenaza con ponerlo todo patas arriba. Peligran, por tanto, los contratos temporales y sobre todo la economía 'sumergida' con la que Lila y Marcela redondean su precario sueldo. Ambas gestionan un comedor en el edificio que funciona de forma irregular y del que se han hecho la vista gorda las administraciones precedentes. La clave de la película es cómo las dos amigas, de clase trabajadora, acaban enfrentándose en lugar de colaborar para "luchar" contra los supuestos enemigos que ocupan los puestos de poder. Planta permanente dibuja, con una mirada documental y utilizando el retrato costumbrista, una sociedad de curritos que sobreviven a duras penas y que lejos de apoyarse, evitan arriesgar su puesto y su pequeña parcela de poder para echar una mano. La película muestra también cómo el poder se resiste a cambiar de manos y cómo la burocracia funciona para evitar que los de abajo puedan subir ni siquiera un peldaño. Eso sin presentar a los de arriba como malas personas: simplemente son así. Asimismo, el sistema se sostiene por los defectos del alma humana, la falta de solidaridad, el rencor y la envidia, que permiten la perpetuación de la injusticia y la desigualdad.

HISTORIA DE LO OCULTO -BRUJERÍA Y TELEVISIÓN


Historia de lo oculto
es la demostración de que con imaginación y atrevimiento se pueden hacer películas muy interesantes con un presupuesto mínimo. La emisión de un programa de la televisión argentina, de evocador título '60 minutos antes de la medianoche' es el motor argumental de una historia sobre misterios, conspiraciones políticas, que entra en el terreno del fantástico desde la perspectiva realista del engaño y acaba jugando con brujos, rituales y dimensiones extrañas que harían las delicias de Borges, Sábato y Lovecraft. Los escenarios son mínimos: el plató del programa de televisión, el piso que reúne a los protagonistas del relato, y unos pocos exteriores, en un blanco y negro casi expresionista. Lo importante en la película escrita y dirigida por Cristian Jesús Ponce es la palabra -los diálogos son la forma principal para contar esta historia- y la atmósfera. Ponce imprime un sentido de lo extraño, pero también sabe conseguir la tensión necesaria para que nos mantengamos pendientes del relato. Estamos ante lo que podría ser una estupenda ficción radiofónica, lo que no implica que no haya varias imágenes inquietantes, bien colocadas, para estremecer al espectador. El amplio reparto cumple estupendamente: Germán Baudino, Casper Uncal, Nadia Lozano, etc. Lo mejor es el desparpajo con el que Historia de lo oculto mezcla una intriga política arraigada en la realidad argentina, con sectas de brujería, extraños seres de ojos brillantes y otras ideas pulp. Solo un final algo abrupto, evitan que estemos ante una película completamente redonda.

TERRITORIO LOVECRAFT -RACISMO Y FANTÁSTICO


Unir los nombres de J.J. Abrams -Perdidos- y Jordan Peele -Déjame salir (2017)- en un título que lleva el nombre de Lovecraft es necesariamente crear unas expectativas altísimas. Por ello es muy probable que Territorio Lovecraft resulte decepcionante. Desde luego, es difícil decir que la serie cumple con lo esperado porque su principal característica es la sorpresa. Cada episodio de esta ficción creada por Misha Green -adaptando la novela de Mat Ruff- parece ir en diferentes direcciones y eso, francamente, puede desalentar al espectador. Pero a la altura del quinto episodio, la historia comienza a asentarse y a ganar cohesión. Eso, o es que nos acostumbramos a la locura. El planteamiento es bastante interesante: presentar como escenario los Estado Unidos de los años 50 y añadirle elementos fantásticos basados en el terror cósmico de H.P. Lovecraft. La serie incide sobre todo en el racismo de aquella época, en la que los afroamericanos eran ciudadanos de segunda clase, en un contraste buscado: Lovecraft era un supremacista blanco. Los protagonistas de la serie, de raza negra, sufren todo tipo de discriminaciones durante la historia, una opresión a la que no pueden enfrentarse, mientras que las amenazas fantásticas que aparecen en el relato sí tienen soluciones, eso sí, siempre dentro del terreno de lo mágico. Territorio Lovecraft enfrenta la ficción y la realidad. Los protagonistas son víctimas del racismo, el machismo, la homofobia, la pobreza y el horror de la guerra, por lo que buscan refugio en la fantasía, leyendo clásicos de aventuras como El conde de Montecristo o Drácula, haciendo cómics o viendo películas de Hollywood como Cita en Sant Louis (1944). 

El primer episodio es probablemente el mejor de todos, un relato sobre un grupo de afroamericanos que viven atemorizados en la América racista de los años 50 y acaban metidos en una monster movie tras descubrir una secta de magos supremacistas. Las ya mencionadas referencias a la literatura de aventuras, los cómics, las ciudades que no aparecen en los mapas, convierten a esta primera entrega en una deliciosa mini película. El segundo episodio desconcierta porque parece dirigir la historia hacia el enfrentamiento con dos misteriosos magos blancos: Christina y William Braithwithe, interpretador por la peculiar Abbey Lee y el apolíneo Jordan Patrick Smith. A partir de aquí, Territorio Lovecraft se convierte en un antología de historias -la novela original está estructurada así- que mantiene un trasfondo temático -el racismo y el conservadurismo estadounidense-, un argumento general de brujos que buscan el poder, y los mismos protagonistas, claro. Esto es quizás el punto más endeble de la propuesta: Atticus Freeman (Jonathan Majors) y Letitia (Jurnee Smollett) no me convencen demasiado. El tercer episodio es una historia de casa encantada -de nuevo con trasfondo racial- en el que se presenta un personaje secundario más interesante, Ruby, interpretada por la emergente Wunmi Mosaku, de gran presencia en pantalla. Ella protagoniza un descabellado pero interesante episodio en el que adquiere la capacidad de transformarse en una mujer blanca y librarse, por unas horas, de la discriminación. Una idea fantástica y excesiva con una gran dosis de humor y gore. Otro personaje secundario, Montrose (Michael Kenneth Williams), también resulta interesante al introducir temas como la discriminación sexual, el maltrato y la violencia como producto de condicionantes sociales. Por último, mencionemos el personaje de Hyppolite (Anjuane Ellis), que también interesa más que la pareja protagónica, y que hace de heroína en un estupendo episodio que incluye viajes dimensionales, en la línea de la serie marciana de Edgar Rice Burroughs. Tampoco está nada mal un capítulo casi independiente, una precuela realmente, que sitúa la acción en Corea para presentarnos a un demonio sexual basado en la mitología oriental. Añadamos a este cóctel episodios muy locos de la serie que incluyen aventuras en templos de cartón piedra, demonios dignos de Insidious que persiguen a la niña Diana (Jada Harris); y viajes temporales al pasado -traumático y racista- de Estados Unidos, con las habituales paradojas. Todo esto lleva a un final enloquecido de rituales, tentáculos y lucha entre brujos, una mano biónica y la sensación de haber visto una serie con muy buena ideas, pero no demasiado bien desarrolladas, en una ficción desequilibrada. A Territorio Lovecraft le ha faltado enfocar mejor sus intenciones, porque su batiburrillo argumental y temático, aunque disfrutable, no parece haber acabado de cuajar.

MANK -¡QUÉ VIVA EL GUIÓN!


Ciudadano Kane (1941) fue durante mucho tiempo la mejor película de todos los tiempos en las listas de los críticos internacionales, a veces reemplazada por otras obras maestras como Vértigo (1958). Vista hoy, la ópera prima de Orson Welles es un film que sigue siendo moderno, arrollador, con un discurso sobre el poder que sigue vigente. No es difícil ver en Kane una premonición de Donald Trump, por su falta de escrúpulos, sus ansias de dominio. Viendo esta vieja película de la desaparecida RKO vemos que las fake news no son algo nuevo. Ciudadano Kane es una obra revolucionaria, por su argumento estructurado en flashbacks, su arrebatada estética expresionista, esos planos picados que nos dejaban ver los techos, la fotografía de Gregg Toland, operador cuyo crédito comparte pantalla con el del inmenso Orson Welles. Detrás de todos estos logros, se esconde una figura menos conocida, el guionista Herman J. Mankiewicz, un escritor maldito que trabajó a sueldo de la mítica MGM. Él es el protagonista de la nueva película de David Fincher, Mank, que nos sorprende con un espléndido film clásico, en blanco y negro, que recupera el ritmo sustancioso de las viejas películas y el gusto por la réplica brillante y memorable. Fincher, que siempre ha sido un prodigio detrás de la cámara, un maestro de la puesta en escena, firma para Netflix una película de guión, a partir de un texto póstumo de su padre, Jack Fincher, fallecido en 2003. La película resultante es un magnífico retrato del Hollywood clásico, al que se profesa el auténtico amor: el que es capaz de ver también las sombras del objeto amado. Un estupendo Gary Oldman es 'Mank', un escritor deslenguado, alcohólico y ludópata, que atrae a los poderosos como Louis B. Mayer (Arliss Howard) y, claro, como William Randolph Hearst (Charles Dance) -ya sabéis, el empresario que inspiró a Kane- pero a los que desafía, constantemente, sin remedio, con voluntad de justicia y de autodestrucción a partes iguales. El sistema de estudios, que tantas grandes películas produjo, es retratado como una máquina inhumana que se aprovecha de la creatividad de sus talentosos asalariados, pero que también los acaba destruyendo. El argumento se estructura, al igual que Ciudadano Kane, dando saltos temporales para ir armando el rompecabezas de quién es el protagonista, pero, también, de cómo surge la historia, el guión de la mítica película, que permanece en segundo plano, como un personaje referencial al que conviene acercarse antes del visionado de Mank. La película aprovecha poco el cotilleo de Hollywood y prefiere añadir una segunda trama con un claro mensaje político, que habla también de manipulación y fake news, de la caza de brujas y que pone sobre la mesa los argumentos de la izquierda y de la derecha, que parecen no gastarse nunca: son los mismos que escuchamos actualmente en boca de políticos, tertulianos y cuñados. La película de Fincher habla de arte, de cine, de política, pero sobre todo, de integridad y de principios. Una película notable de la que quiero destacar, además, la estupenda interpretación de Amanda Seyfried como Marion Davies, la amante de Hearst y un personaje sorprendente que desafía el estereotipo reflejado en la propia Ciudadano Kane.

CASA AJENA -FANTASMAS DEL PASADO


Se puede colocar Casa ajena -Ganadora del premio NHK en el Festival de Sundance- en esa última tendencia de obras que abordan el problema de la desigualdad social desde la perspectiva del cine fantástico. Como las recientes Atlantique (2019) y Zombi Child (2019) -a las que podemos sumar el cine de Jordan Peele- esta película, disponible en Netflix, habla de temas sociales como la inmigración y la búsqueda de un futuro mejor lejos de la guerra y el hambre. Los protagonistas son una pareja de refugiados de Sudán del Sur que piden asilo en Reino Unido, donde serán recibidos con sospecha y hostilidad. Bol (Sope Dirisu) y Rial -una imponente Wunmi Mosaku, para mí una actriz destinada a ser una gran estrella- huyen del horror de otras realidades, pero también de sus raíces, de su cultura, de su religión y de sus mitos. También huyen de la culpa. Y en su nuevo país se enfrentan a terrores igualmente amenazadores: el racismo, la xenofobía, el rechazo al recién llegado. El debutante Reemi Weeks -escribe y dirige- explora estos temas y al mismo tiempo se sirve de las constantes del género de las casas encantadas para fabricar momentos de terror que son al mismo tiempo poéticos. Sin necesidad de diferenciar lo fantástico de lo real -con guiños a Lovecraft- lo que ocurre en la imaginación de los protagonistas traspasa las fronteras de lo racional para comunicarse con ellos. Los fantasmas siempre llevan mensajes del pasado y en esta película, es todo un pueblo el que intentan comunicarse y reivindicarse. O quizás estamos ante los fantasmas de los propios personajes, que piden venganza contra ellos mismos. El drama al que se enfrenta todo inmigrante es el de dejar atrás lo que fue, para intentar integrarse en su nueva vida. La idea de convertir este concepto en una película de terror, es simplemente preciosa.

APPLES -ESCAPAR DE TODO


¿Quién no ha querido escapar alguna vez de su propia vida? Lo que nos dice Apples es que se puede escapar de todo, menos de nosotros mismos. Dirigida por el griego Christos Nikou -ayudante de dirección de Yorgos Lanthimos en Canino (2009)- esta cinta parte de una premisa surrealista, misteriosa y estimulante: por alguna causa desconocida, quizás una epidemia -cómo no- la gente pierde la memoria repentinamente, olvidando completamente quiénes son. Esto nos lleva a descubrir una extrañísima terapia que consiste en fabricar nuevos recuerdos a partir de experiencias disparatadas: desde montar en bicicleta, hasta estrellar un coche contra un árbol. A esto se enfrenta nuestro protagonista, Aris (Aris Servetalis), maravilloso personaje, hierático y enigmático, que esconde un secreto que se revela a mitad de la trama, y cuya fruta favorita es la manzana. Entre la comedia, el film surrealista y el drama, Apples se desarrolla de una forma entre desconcertante y tierna, acumulando situaciones hasta hacernos reír, hasta emocionarnos, y llevándonos a una especie de catarsis -la escena del twist- que desemboca en una amarga constatación existencial.

COME TRUE -TERRORES NOCTURNOS


En Come True una joven, Sarah -probable homenaje a la saga de Terminator- que ha huido de su hogar y sufre problemas para dormir, se apunta a un misterioso experimento sobre los trastornos del sueño. Como si David Cronenberg hubiera hecho un spin-off de Pesadilla en Elm Street, esta película es una estimulante y atmosférica cinta de ciencia ficción con elementos de terror fantástico. Obra total de Anthony Scott Burns -escribe, dirige, edita y se encarga de la fotografía- el film se apoya en una estupenda y vulnerable interpretación de Julia Sarah Stone, como la heroína atormentada por oscuras pesadillas que parecen indagar en los terrores primitivos de la psique colectiva de la humanidad. O quizás del alma humana. El tono de la cinta recuerda a Un viaje alucinante al fondo de la mente (1980) y sobre todo a Proyecto Brainstorm (1983), y también a los films de Vincenzo Natali -Splice (2009)- que aparece acreditado como productor ejecutivo. Con una historia no demasiado trabajada -el giro final parece gratuito, aunque mola- Come True se beneficia de una estética muy cuidada y de la banda sonora de sintetizadores ochenteros compuesta por el dúo canadiense Electric Youth -autores del tema A Real Hero que aparece en Drive (2011)- y Pilotpriest.

MATAR A PINOCHET -LUCHA POLÍTICA


Con voluntad y ambición, Matar a Pinochet desarrolla la historia de un grupo de disidentes que lucha contra la dictadura en Chile, en 1986. Basada en hechos reales, la película de Juan Ignacio Sabatini, director experimentado en el documental e interesado en la historia de su país, ha inaugurado el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva 2020. A pesar de su título casi tarantiniano, Matar a Pinochet no es solo un thriller político, sino un drama de personajes que indaga en los sacrificios personales de los que eligen defender ideales como la libertad y la democracia. Este conflicto entre la historia y la vida personal está protagonizado por la atractiva Daniela Ramírez, cuyo personaje introduce elementos feministas en el relato, al verse obligada a dejar de lado a su hija para luchar contra la dictadura de su país, además de renunciar a una pareja sentimental, y el tener que enfrentarse a sus compañeros masculinos que prefieren mantenerla lejos de la acción. Matar a Pinochet explora también el problema del uso de las armas: los protagonistas son terroristas, aunque luchen por la libertad y la película compara la violencia ejercida por el Estado -las cruentas torturas del régimen- y la violencia entre los propios disidentes, ante la sospecha de una traición. Muchos temas para una película que no acaba de enfocar sus intenciones, a pesar del interés de su argumento y del período histórico que recrea.

PARA SAMA -EL SENTIDO DE LA VIDA


Nada me hubiese gustado más que descubrir, tras su visionado, que Para Sama es una ficción, que todos los niños que he visto morir durante sus terribles 90 minutos, se levantaron luego para seguir jugando. Pero no es así. Para Sama es, de hecho, una realidad que intentamos evitar diariamente cuando cambiamos de canal, cada vez que aparecen en las noticias las imágenes de una guerra en algún país lejano. Si alguna vez os habéis preguntado cómo pueden vivir los habitantes de una ciudad bombardeada, esta película es la contundente respuesta. Sin la estilización ni los filtros de la ficción, sin el pudor de un informativo, este documental deja una herida en el alma al mostrarnos, de forma inmediata, la vida bajo las bombas que destrozaron Alepo durante la guerra en Siria en 2016, desplegadas por el todavía presidente Bashar al-Asad y sus aliados rusos. Si estamos ante un film único, es porque su protagonista, directora y documentalista, Waad Al-Kateab, decidió rebelarse ante la tiranía, arriesgar su vida quedándose en Alepo y, sobre todo, grabar todo lo que ocurría a su alrededor. Nunca habíamos visto la guerra, la muerte, la desesperación, así, en primera persona. Al-Kateab es pareja del médico y activista Hamza Al-Khateab, lo que le permitió el acceso a un hospital de campaña en el que la masacre del pueblo sirio era patente. Lo que registrará Al-Kateab durante los bombardeos es más de lo que muchos podrán soportar: niños asesinados, cuerpos mutilados, familiares llorando desconsolados, pero, también, supervivientes pidiendo que todo lo que ocurre sea difundido, que el mundo se entere. Para Sama no es simplemente un catálogo de horrores. Al-Kateab también registra el día a día de su familia, de amigos, vecinos y voluntarios del hospital. Y entonces aprendemos el verdadero valor del ser humano: cómo es capaz de seguir viviendo en el peor de los escenarios. A pesar del infierno en Alepo, los niños siguen jugando -aunque conozcan todos los tipos de bomba-, los adultos ríen y hasta bromean sobre su situación, las mujeres se quedan embarazadas y los bebés nacen. La vida sigue, a pesar de todo, aunque se acabe el mundo. En esta película están, sin duda, las imágenes más terribles que he visto en una pantalla de cine, pero también, algunas de las más hermosas. Se podría debatir que en Para Sama está el momento más emocionante captado nunca por una cámara. Y además del valor inmenso del documento, la película tiene una narrativa modélica, crea personajes reconocibles y produce tensión. Para Sama es el documental del año (parece increíble que no haya ganado el Oscar). Sus imágenes son casi insoportables, pero quizás, sometiéndonos a ellas, le damos sentido al horror que han vivido sus protagonistas.

MI PRIMER FESTIVAL DE CINE 2020



Poco después del confinamiento domiciliario decretado durante el Estado de Alarma en España, cuando por fin pudimos salir de nuestras casas, mis hijos de 4 y 7 años me preguntaron que por qué llevábamos tanto tiempo sin ir al cine. La pregunta me sorprendió, pero al mismo tiempo me hizo sentir orgulloso. Había logrado inculcarles el interés por una forma artística que para mí no es un mero entretenimiento. Tanto que, de hecho, lo echaban de menos. Una de las herramientas que me han permitido contagiar a mis hijos mi amor por el séptimo arte ha sido llevarles a Mi primer festival de cine, un evento anual, en Barcelona y Madrid, pensado para niños de dos años en adelante. Llevé a mi hijo mayor siendo casi un bebé y desde entonces no he faltado a la cita. En este complicado año marcado por la pandemia, la 13 edición del festival ha tenido que reducir sus proyecciones drásticamente -y en Cataluña, lamentablemente, las salas están cerradas- pero no pasa nada, porque a través de la plataforma Filmin podemos acceder de forma online a la completa oferta de cortometrajes, mediometrajes y largometrajes de animación o documentales, de varios países y para todas las edades, que ofrece cada año este festival. Desde sesiones de cortos para que los más pequeños no pierdan la concentración, hasta películas animadas sobre la caída del muro de Berlín, como Fritzi, un cuento revolucionario; un ciclo de animación checa; películas documentales para niños; la francesa Mi vida en Versalles, la interesante muestra de joyas de stop motion musical y Ágata, mi vecina detective. Dibujos animados de todo tipo de técnicas y estéticas, para esos niños que ya se han visto todo Disney, Pixar o las series de Netflix. La oferta en Filmin es variada, pero si vivís en Madrid, no dejéis de acercaros a las salas que participan: el Cine Doré de la Filmoteca Española, el centro Cultural Conde Duque y la Cineteca en Matadero. ¿Por qué es importante? Porque con el covid cerrando salas, si no enseñamos a las nuevas generaciones el valor cultural de la experiencia cinematográfica, probablemente nuestros nietos nunca sabrán lo que es sentarse en una butaca, comer palomitas, esperar a quedarse a oscuras, a que la luz del proyector inunde la pantalla.

NIGHT OF THE KINGS -LAS MIL Y UNA NOCHES


Presentada en el festival de Venecia y premiada en el de Toronto, Night of the Kings es un film exuberante sobre la importancia social de contar historias, que hemos podido ver en el Festival de Sevilla. Ambientada en una prisión de Costa de Marfil -La Maca- la película nos sumerge en el extraño submundo dentro de ese precinto, donde existe una suerte de monarquía hereditaria y la figura de un narrador que debe entretener a los presidiarios, con riesgo de su propia vida. El director Philippe Lacôte, mezcla la mirada social y el estilo documental con una narrativa apasionada en la que se unen temas reales con cuentos, mitos y leyendas. El protagonista (Koné Bakary), convertido en el nuevo 'Roman' al coincidir su llegada a la cárcel con la luna roja, tendrá que inventarse una historia sin fin, como Sherezade, para preservar su vida. Así, el relato fantasioso se mezcla con la denuncia social, e incluso con hechos reales, como la guerra civil de 2011 en Costa de Marfil. Todo esto contado con recursos cinematográficos, pero también a través de canciones e incluso de las improvisadas danzas que ejecutan los presos para ilustrar el relato de Roman. Con Steve Tientcheu -Los miserables (2019)- y Denis Lavant -Holy Motors (2012)- en el reparto, la película es una celebración de la ficción, del contar por contar, de la imaginación, y del cine -guiños a Taxi Driver (1976) y sobre todo ese reconocerse como sucesora espiritual de Ciudad de Dios (2002)-, Night of the Kings es una de las cintas más estimulantes de 2020.

NEVIA -REALISMO Y FANTASÍA


Matteo Garrone -Gomorra (2008), Dogman (2018)- produce la primera película de su ex mujer y colaboradora, la actriz Nunzia De Stefano, y el resultado es Nevia, sólida cinta que mantiene los rasgos de la filmografía del primero: realismo social descarnado con un punto de fantasía. De Stefano demuestra una gran sensibilidad para componer el personaje principal, Nevia (Virginia Apicella), que podemos inscribir en la lista de los protagonistas de películas sobre la infancia abandonada: como Rosetta (1999), Nevia no tiene descanso en una terrible lucha diaria por sobrevivir, solo que además debe encargarse de su hermana pequeña y enfrentarse a un mundo de prostitución y mafiosos de poca monta. De Stefano aporta al estilo Garrone una mirada femenina: la abuela, la tía, las prostitutas y compañeras de piso, si ya es complicado sobrevivir siendo un excluido -en Italia y en cualquier parte- ser una mujer pone las cosas todavía más difíciles, lo que puede conectar esta obra con la fantástica La hija de un ladrón (2019). Intuimos que Nevia no ha tenido infancia, por lo que su personaje mantiene algo de inocencia y esperanza, representadas en ese circo felliniano que recuerda a los sueños mágicos de otros niños perdidos, como los de The Florida Project (2017) y que permite la coincidencia con Los miserables (2019) en el robo de un animal exótico. 

SOLE -DESHUMANIZADOS


¿Hasta que punto ha sido despojada la clase trabajadora de su humanidad? La película italiana Sole, de una forma muy sutil, se plantea este asunto poniendo sobre la mesa un tema polémico y complejo, el de la maternidad subrogada. El director debutante Carlo Sironi consigue una reflexión demoledora sobre el tema, haciendo algo tan sencillo como colocar el punto de vista en la pareja que debe entregar a su bebé (y que lo hace por dinero), en lugar de hablarnos de padres que desean tener hijos, pero no pueden. Protagoniza el relato Ermanno, un joven sin futuro, cuyo único destino es deslomarse en algún trabajo basura el resto de su vida. Fantásticamente interpretado por Claudio Segaluscio, el personaje es un tipo de mirada perdida, siempre de chándal, al que no le importa nada más que conseguir dinero de la forma más sencilla posible, por lo que le veremos, mecánicamente, pulsando botones delante de una máquina tragaperras. El pasado trágico de su familia, hace de Ermanno un chico que responde con monosílabos, algo hostil, que ni siquiera desea escapar de su situación, porque parece incapaz de imaginar algo mejor. Por eso acepta hacerse pasar por el padre del bebé que espera Lena (Sandra Drzymalska), una inmigrante polaca que hace de vientre de alquiler para una familia adinerada. Con rigor realista, pero sin evitar crear imágenes estéticas -sobre todo la del mar, real o pintada en las puertas de un ascensor-, la cámara de Sironi registra de forma demoledora los preciosos momentos que vive toda pareja que va a tener un hijo: la ecografía, las primeras pataditas, el tener que decidir un nombre, pero que colocados en Ermanno y Lena, que no tienen ningún interés en el bebé, ni instinto paternal ni maternal, se convierten en un horror de gestos deshumanizados. El retrato que hace Sironi de la juventud perdida de Europa es desolador, pero es que además, se guarda un as en la manga, para darle un giro a la historia, desarrollar a estos personajes, y dejarnos con el corazón encogido tras salir de la sala.

PATRIA -LA SERIE Y LA NOVELA


Patria es lamentablemente mi gran decepción de 2020. Una serie que se conforma con ser ‘televisiva’ cuando otras ficciones catódicas nos hablan en lenguaje cinematográfico. Para explicar los defectos que encuentro en Patria me parece ejemplar una secuencia, la de la tortura a un etarra, que, encima, el marketing de HBO se encargó de promocionar provocando una polémica absurda -en las redes sociales- y nada sana. El maltrato policial a uno de los personajes de la serie -el etarra asesino Joxe Mari (Jon Olivares)- no responde a las expectativas generadas, ni mucho menos al rigor que se podía pedir a la recreación de un hecho tan complejo, oscuro y doloroso de la historia española. En la referida escena, vemos a tres policías estereotipados: malencarados, fumadores, que sueltan insultos y amenazas sin demasiada convicción. No hay tensión en lo que vemos debido a una planificación funcional que pasa por encima del momento sin ensuciarse. No hay detalles que permitan hacer de esta escena algo significativo, y la sensación es que la polémica de la tortura se ha rodado con las prisas habituales de, como he dicho, un producto televisivo. 

Dicho esto sobre cierto descuido en algunos momentos dramáticos de la serie, creo que el gran defecto de Patria, más que comprensible, es haber sido demasiado fiel a la prestigiosa obra de Fernando Aramburu. Yo creo que se ha ‘filmado’ la novela, teniendo demasiado en cuenta a los lectores de la misma. Patria, la serie, no elabora ni propone casi nada con respecto a la pagina impresa: en la pantalla se ve lo mismo que hemos leído y, aunque eso puede agradar a la mayoría, no da como resultado un producto estimulante. Patria renuncia a la narrativa visual casi por completo y se apoya sobre todo en los diálogos de los personajes, editados convenientemente para imprimir ritmo a la narración, lo que impide la pausa necesaria para digerir el dolor de las situaciones planteadas o incluso, para permitir el lucimiento de los intérpretes. Al mismo tiempo, el gran valor de la adaptación es precisamente la novela, su valentía y su capacidad para expresar desde una perspectiva muy personal la ruptura emocional entre dos familias amigas, provocada por el conflicto político en el País Vasco y el terrorismo de ETA. Los personajes de Aramburu están ahí, tan humanos y cercanos como en su novela. Para mí, Patria es la historia de cómo la violencia y el odio irracional separa a dos amigas de toda la vida: Bittori y Miren -estupendas Elena Irureta y Ane Gabarain, que son lo mejor de la serie- un asunto que en mi opinión no recibe la suficiente importancia en la adaptación, que sin embargo abre hueco para subtramas que quizás deberían haber sido podadas: las historias de los hijos -Arantxa (Loreto Mauleón), Nerea (Susana Abaitua), Gorka (Eneko Sagardoy) y Xabier (Iñigo Aranbarri)- funcionan como complemento, víctimas colaterales del conflicto central, que en una novela sin límite de extensión resultan interesantes, pero que en la serie desvían la atención. Esto me lleva a hablar del argumento, de estructura caótica, que intenta copiar los saltos temporales de la novela cuando debería, quizás, haber elegido otra estructura narrativa más centrada en cada personaje. Esto es especialmente significativo en los episodios 5, 6 y 7, dedicados casi por entero a las vicisitudes de los hijos. La narración va saltando de uno a otro sin demasiada intención, ni argumental ni temática, en episodios en los que pasan un montón de cosas en muy poco tiempo, en un batiburrillo que nos enfrenta a una serie de historias personales que diluyen el drama y cuya factura nos hace pensar en series españolas que vemos todos los días y que no se corresponden con la ambición de un producto como Patria

El episodio final, sería estupendo, si no fuera porque es la tercera vez que vemos el asesinato del Txato (José Ramón Soroiz) y por la constatación de que la subtrama de Arantxa -que ha sufrido un ictus- emociona más que el conflicto central. La recuperación a última hora de los personajes de Bittori y Miren para cerrar la serie, tras permanecer casi ausentes en varios episodios, es la constatación del desaguisado argumental de PatriaAún así, la serie emociona, cómo no, porque refleja el sufrimiento, la indignación y la rabia de una época y de un país. Y cuando esta ficción hace una pausa para contarnos algo, lo hace bien: el acoso que sufre el Txato en su pueblo adquiere texturas de distopía, de pesadilla; asimismo el trágico asesinato de este mismo personaje, bajo la lluvia, mientras un pueblo entero duerme la siesta, resulta demoledor y descorazonador. El éxito de Patria y su repercusión están asegurados porque es de esas ficciones que se suele llamar ‘necesaria’, porque su contenido y su mensaje parecen positivos para la sociedad, una idea discutible y que, desde luego no suele ir aparejada a la calidad de un producto.

BORAT, PELÍCULA FILM SECUELA -LA AMÉRICA DE TRUMP


Aviso que no encontraréis aquí una mala palabra sobre Sasha Baron Cohen y Borat. Su fórmula para hacer películas -o televisión, recordemos Who is America?- mezclando ficción y bromas de cámara de oculta para fabricar momentos delirantes que al mismo tiempo son una radiografía política y social. En Borat: lecciones culturales de Estados Unidos para beneficio de la gloriosa nación de Kazajistán (2006) Cohen ensayó la fórmula en un éxito mundial que convirtió al personaje en icono de la cultura popular. En aquella película, dirigida por Larry Charles, los dardos eran lanzados contra los peores defectos de la llamada América profunda: el conservadurismo, el racismo, la xenofobia, la homofobia, la defensa de la posesión de armas, etc. Lo que no sabíamos es que aquella comedia estaba prediciendo la América de Trump que llegaría en 2017. Por eso, en 2020, aunque Sasha Baron Cohen se limita a repetir esquemas, resulta pertinente un nuevo diagnóstico de los Estados Unidos actuales. Para hacernos una idea de cómo ha cambiado la cosa, en la primera cinta de Borat no habían proliferado los smartphones que ahora, reciben su merecido sketch en Borat, película film secuela. Estrenada en Amazon Prime Video, creo que la nueva cinta del personaje no desmerece, aunque evidentemente, ya no sorprende, como recoge una secuencia que evidencia que Borat es tan conocido que Sasha Baron Cohen se ve obligado a disfrazar al periodista kazajo y a recurrir a la ayuda de su hija -en la ficción- Tutar, interpretada por María Bakalova, para mí, un auténtico descubrimiento. Su presencia incide de manera significativa, ya que los dardos de esta película se centran sobre todo en el machismo cultural de los dos países implicados: ese ficticio Kazajistán de cabras y gallinas, que representa un poco a todos los países islámicos y por supuesto, Estados Unidos. Borat, película film secuela tiene situaciones desternillantes que acaban produciendo momentos muy incómodos que ponen a prueba a las víctimas de la cámara oculta, y al propio espectador, que experimenta estupor y vergüenza ajena. Para mí, la magia de Borat es su capacidad para recurrir al humor más simple, incluso zafio, para dejar en evidencia las peores miserias de nuestra sociedad, o sus valores, como demuestra la solidaria afroamericana que intenta ayudar a Tutar. Como he dicho antes, Sasha Baron Cohen vuelve a conseguir una película divertida, gamberra y provocadora, que ha puesto en aprietos al ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani y que encima se topa con la pandemia del coronavirus en pleno rodaje, por lo que se permite reírse también de la crisis mundial que vivimos.

ANE -HERIDAS


No dejéis que en este 2020 marcado por la pandemia y el cierre de cines, una película como Ane pase desapercibida. Ópera prima del director bilbaíno David P. Sañudo, Ane es la hija desaparecida de la protagonista del film, Lide, madre separada que se gana la vida como vigilante de seguridad en las obras del tren de alta velocidad. La acción nos sitúa en Vitoria, en el año 2009, un contexto político relevante porque eso que separa y enfrenta a Lide y a la rebelde Ane, tiene que ver con el terrorismo -ETA abandonó la lucha armada en 2010-, con las tensiones sociales y políticas de la sociedad vasca en esos años. Lo más interesante de la película es que utiliza este escenario como vehículo para un conflicto madre e hija, que permite explorar al mismo tiempo las heridas de una sociedad y las de una familia que se ha separado. Esto se sostiene sobre los hombros de una enérgica Patricia López Arnaiz, que interpreta a una incómoda y combativa madre coraje, que llega a resultar antipática, pero que también muestra momentos de vulnerabilidad, de duda, de tirar la toalla ante el descubrimiento de que su hija se ha convertido en una persona independiente, que, no le gusta demasiado. El guión plantea de forma inteligente imágenes significativas que muestran la brecha que separa a la madre de la hija: una silla vacía o un pañuelo rojo que acaba perdiéndose; pero también hay pequeños detalles que muestran cómo Ane -convincente Jone Laspiur- es un reflejo de su madre y se ha convertido en otra mujer fuerte, pero impulsiva: fíjense en cómo beben las dos de una botella de bebida isotónica. Estos elementos, casi todos, no son subrayado por el director: Sañudo busca una puesta en escena veraz, pero significativa, utilizando imágenes espejo que ayudan a contar la historia, pero también a expresar los temas de la historia cuyo guión firma junto a Marina Parés. Película revelación en el Festival de San Sebastián, Ane debería estar muy presente en los premios Goya, especialmente en ls categorías de director novel y mejor actriz principal.

EL JUICIO DE LOS 7 DE CHICAGO -JUICIO POLÍTICO


Aaron Sorkin, reputado guionista de El ala oeste de la Casa Blanca, The Newsroom o La red social (2010) -entre otras- presenta con El juicio de los 7 de Chicago su segunda película como director, tras la estupenda Molly´s Game (2017). Estrenada en Netflix, la película de Sorkin se interesa por unos hechos reales -como es habitual en su carrera- narrando el proceso contra 7 activistas que protestaron contra la guerra de Vietnam en 1968. Sorkin se acerca al cine clásico, cumpliendo las constantes de las películas de juicios: conocemos primero el contexto histórico -y político-, conocemos a los acusados, a los fiscales y a los abogados defensores y por último, al juez. Luego, nos encerramos en la sala del juzgado con el tribunal y los protagonistas, donde se vivirán, cómo no, momentos emocionantes. La trama cuenta con varios giros, con momentos en los que la causa parece perdida para los acusados y con golpes de fortuna, revelaciones que devuelven la esperanza de que se hará justicia. Tampoco faltan los flashbacks que arrojan luz sobre la cosa juzgada. Lo que cuenta El juicio de los 7 de Chicago no es un proceso penal: los acusados se sientan en el banquillo por sus ideas, no por haber cometido ningún crimen, como verbaliza uno de los personajes principales. Y creo que el gran error de Sorkin es asumir esa tesis desde el principio y no sembrar ninguna duda sobre la culpa o la inocencia de los siete acusados. Su film es político y es una denuncia, antes que una buena historia. Como guionista, Sorkin es un maestro manejando datos reales y exponiendo información en la pantalla, sus diálogos rápidos y chispeantes son una marca de estilo. Todo esto es suficiente para sostener su película, pero no evita que estemos ante un desarrollo superficial y sin matices. El elenco es espectacular: Eddie Redmayne, Jeremy Strong, John Carroll Lynch, Mark Rylance, Joseph Gordon-Levitt, Michael Keaton y el mejor de todos, Frank Langella como el juez Julius Hoffman. Pero en este reparto coral, ningún personaje tiene aristas interesantes: los buenos sorprenden siendo todavía más buenos y los malos, peores. El mejor ejemplo es el personaje que interpreta Sacha Baron Cohen, un cómico y buen actor, perfecto para el papel, que no convence. Sorkin busca una lectura desde la actualidad, mostrando cómo en Estados Unidos se pueden violar los derechos civiles, cómo el racismo y el conservadurismo llevan al abuso de poder. Pero también mantiene su fe en el sistema: tras los desmanes de la era Nixon, otros presidentes deshicieron las injusticias, como seguramente ocurrirá, tras el mandato de Donald Trump.

MURDER DEATH KOREATOWN -METRAJE ENCONTRADO

No nos engañemos: en el subgénero del found footage -piensen en El proyecto de la Bruja de Blair (1999)- se suele tener la sensación de que "no pasa nada" hasta un clímax terrorífico. La idea de hacernos creer que estamos viendo algo real parece necesitar de tiempos muertos, como los de la vida misma. En realidad, se trata de ir preparando al espectador, muy poco a poco, para luego pillarle desprevenido. Murder Death Koreatown lleva esta idea al extremo, en lo que parece el nuevo gran intento de revitalizar un subgénero más que gastado. Para conseguirlo, la película propone una serie de elementos extra cinematográficos con el objetivo de que nos creamos que lo que vemos, ocurrió realmente. Primera idea inquietante: la trama parte de un asesinato real en Los Angeles y crea un falso documental a partir de ello, lo que hoy conocemos como un true crime. Segunda idea: el supuesto origen de lo que vemos es un misterioso material grabado, que ha sido compartido en foros de Internet y que ahora aparece como un largometraje que nadie firma. No hay títulos de crédito en esta película, un truco tan antiguo como Holocausto caníbal (1980). Este juego ayuda a fabricar una leyenda urbana en torno a la película, una idea de misterio -aunque sea, simplemente, porque no sabemos quién la hizo- que, si queremos, favorece las expectativas antes del visionado. Murder Death Koreatown está narrada en primera persona por un protagonista que nunca llegamos a conocer ni a ver, cuya voz en off escuchamos durante todo el metraje, mientras le acompañamos en su investigación del crimen, que pronto comienza a obsesionarle: es un joven en paro con mucho tiempo libre, probablemente en estado de depresión. Y esa obsesión crece en su cabeza hasta convertirse en una conspiración de personas sin techo, extraños mensajes en coreano, y sueños febriles. Un conjunto de enigmas, no sabemos si reales, que convierte a la película en un interesante found footage de terror psicológico. Como he dicho al principio, en esta película tenemos la sensación de que nada ocurre, y lo que es peor, los misterios planteados no se resuelven. Tras su visionado, al menos yo, me he encontrado buscando respuestas y haciendo conexiones muy locas. Murder Death Koreatown puede llegar a provocar 'otra' película en nuestras cabezas, lo que nos enseña que, quizás, no estamos tan lejos de su paranoico protagonista.

SENTIMENTAL -TERAPIA MATRIMONIAL


El gran problema de nuestra vida sigue siendo la pareja. Esa unión de dos personas en la que cada una aporta a la convivencia sus frustraciones, inseguridades e insatisfacciones. Con el paso de los años acabamos encontrando culpable de todo lo malo que nos pasa a la persona que tenemos al lado. El roce hace el cariño, sí, pero la confianza acaba siempre dando asco. Tal es el caso del matrimonio -con hija- que propone Cesc Gay: Julio -estupendo Javier Cámara- y Ana -Griselda Siciliani cumple a la perfección el papel principal de la función-. Una pareja que funciona, quién sabe desde cuándo, a fuerza de pullas y de ironía. La acción se desencadena con la visita de otra pareja de vecinos, los atractivos Salva (Alberto San Juan) y Laura (Belén Cuesta), que hacen una propuesta 'indecente' a los protagonistas. Con estos cuatro personajes -y sus cuatro intérpretes más que solventes- Cesc Gay construye una película -basada en su propia obra de teatro- que se concentra en sus personajes, en  un único escenario. Gay aprovecha la sencillez del planteamiento para profundizar -desde el humor- en las relaciones de pareja. Cuesta y San Juan interpretan a la típica pareja que lleva poco tiempo unida, con esa arrogancia que da el amor todavía vivo, con esa -falsa- idea de haber resuelto ese enigma que sus vecinos -Julio y Ana- incluso han olvidado, acomodados en la rutina. Lo mejor del film es la dinámica entre los actores, que crean escenas entre la tensión y la carcajada. Gay obliga a sus personajes, una pareja que lleva siglos evitándose el uno al otro, a enfrentarse en una insólita terapia de parejas y consigue hacernos reír, pero también nos emociona ante la perspectiva de una relación que se desmorona.