AMIGOS DE MÁS (MICHAEL DOWSE, 2013)


-AVISO SPOILERS-

Una comedia romántica vale lo que vale su final. Y no nos engañemos, sólo hay dos desenlaces posibles: los protagonistas pueden acabar juntos, o separados. Por lo tanto, poco misterio hay en el qué. Lo importante, sin duda, es el cómo. Pero ¿debe tener una comedia romántica necesariamente un final feliz? En El lado bueno de las cosas (David O. Russell, 2012) el personaje que interpreta Bradley Cooper hace una defensa del final feliz en la ficción como antídoto necesario para los reveses propios de la vida real. Pero otra comedia romántica reciente, Como Locos (Drake Doremus, 2011) se atrevía a hacer justo lo contrario.


Amigos de más se pregunta, básicamente, si es posible la amistad entre un hombre y una mujer. La respuesta, en el fondo, ya la conocemos. Y es no. Desde el principio de la película sabemos que la oferta de amistad que le hace Chantry (Zoe Kazan) a Wallace (Daniel Radcliff) se acabará torciendo en algún momento. Lo interesante es saber cómo y cuándo se van a enamorar. Toda la tensión de la película se concentra en mantenernos entretenidos hasta llegar a ese momento. Y si Amigos de más lo consigue es con cierto ingenio en sus diálogos -incluyendo chistes escatológicos para divertir al espectador masculino que ha ido al cine con su novia- y sobre todo, personajes simpáticos que se hacen querer rápidamente. En ese sentido, Adam Driver -aquí hace el papel del amigo consejero extravagante- tiene suerte de estar en la nueva Star Wars (J.J. Abrams, 2015), porque va camino de encasillarse -otro ejemplo es Frances Ha (Noah Baumbach, 2012)- repitiendo siempre el mismo papel de la serie Girls.


Pero el verdadero conflicto de la película es que Chantry tiene un novio aparentemente perfecto, y del que parece estar enamorada. Eso a pesar de que Ben (Rafe Spall) antepone su trabajo en la ONU a su relación sentimental; y a pesar de que para el espectador, ella tenga mucha más química con Wallace. Es una máxima de la comedia romántica el que los personajes nos sean simpáticos, y por eso Chantry debe hacer todo lo posible para evitar ponerle los cuernos a su novio. La chica se autoengaña todo lo que puede, e incluso pone un océano entre ella y Wallace para evitar que ocurra... lo que en realidad quiere que ocurra. Por otro lado, Wallace es un joven marcado por las infidelidades de sus padres y porque pilló a su última novia con otro hombre. Por ello, el chaval también hace todo lo humanamente posible por no interponerse en la relación de Chantry. Amigos de más sabe que la mayoría de sus espectadores o bien han sido infieles alguna vez, y no es cuestión de hacerles sentir culpables; o bien han sido víctimas de alguna infidelidad, y tampoco es plan remover heridas. A los que tengáis la suerte de no estar en ninguno de estos dos grupos... ¿no os aburrís?

UNA INTERPRETACIÓN COMPLETAMENTE EQUIVOCADA DE EL LADO BUENO DE LAS COSAS (DAVID O. RUSSELL, 2012)


-AVISO SPOILERS-

Se supone que Pat (Bradley Cooper) tiene un trastorno bipolar. Esa es la razón que explicaría su obsesión por la mujer que le ha sido infiel. Pat no puede dejar de pensar en ella. Se ha convertido en un acosador que hará lo posible por contactar con su mujer a pesar de una orden de alejamiento, y de que le han prohibido incluso tener un teléfono. Suponemos que tampoco puede utilizar el whatsapp. Su obsesión -su objetivo como personaje protagonista de una película de Hollywood- es enviarle una carta a su esposa, Nikki (Brea Bee), para recuperar su matrimonio. La imposibilidad de acercarse a ella, el dolor de su ausencia, provocan en Pat estallidos violentos que le apartan de sus amigos, y de su familia. Para mantener el control, Pat debe medicarse, y eso le convierte en un sujeto sospechoso: si consigue olvidar sus problemas y sonreír, todos pensaran que se ha pasado con las pastillas. Con este equipaje, Pat inicia un viaje -interior- para superar sus problemas -eso se llama arco de personaje- con el fin de recuperar su vida. Su recompensa es un nuevo amor, y un final feliz. Pero suponemos que su trastorno bipolar sigue ahí ¿o no?


Pues no. Porque el problema de Pat no es un trastorno bipolar, sino algo mucho peor. El pobre está enamorado. Por eso se comporta como un auténtico loco, incapaz de contener un torrente de sentimientos que provocan conflictos con todos los que le rodean. Pero la película deja muy claro que los verdaderos locos son los demás: el padre de Pat (Robert De Niro) es un maniático supersticioso y ludópata; su mejor amigo, Ronnie (John Ortiz), está atrapado en un matrimonio que le obliga a fingir que es feliz; su hermano (Shea Whigham) ha sido incapaz de visitarle durante los 8 meses que ha estado ingresado; y su psicólogo (Anupam Kher) se pinta la cara de verde para asistir a los partidos de los Philadelphia Eagles. Todos reprimen los mismos sentimientos que Pat muestra sin control. La lección es que para vivir en sociedad lo importante es fingir. Autoengañarnos para evitar que la policía se presente en la puerta de casa. Cambiar la felicidad por la tranquilidad de no ofender a nadie.


Pat encuentra el final feliz que espera a todos los personajes del Hollywood más clásico. Pero no lo consigue porque haya aprendido a controlar su trastorno bipolar, sino porque deja de querer a Nikki -su auténtico problema- y se enamora de Tiffany (Jennifer Lawrence). Una relación tóxica es sustituida por el amor hacia una persona que se encuentra en un momento similar, y que se convierte en la compañera perfecta para iniciar una nueva etapa en su vida. Y también es verdad que Jennifer Lawrence está más buena.

LUCY (LUC BESSON, 2014)


-AVISO SPOILERS-

Hay dos formas de ver una película como Lucy. La primera es pensando que es rematadamente mala, y que Luc Besson ha decidido darse un capricho sin romperse demasiado la cabeza. Hay tanta pereza en la película para contarnos su argumento, que prefieren explicárnoslo todo en la frase más larga que he visto nunca en un cartel promocional: "Una persona normal utiliza el 10% de su capacidad cerebral. Ella está a punto de alcanzar el 100%". Esto para que entremos en la sala de cine sabiendo de qué va la cosa. El origen de los poderes de Lucy es de superhéroe: una droga experimental ingerida por accidente le otorga habilidades sobrehumanas. No se dan más explicaciones. Tampoco hacen falta. Vale. Pero donde el director y guionista francés se muestra perezoso es a la hora de explicarnos lo que pasaría si alguien pudiese utilizar todo el potencial de su mente. Porque en lugar de dramatizar esa información dentro de la historia y que Lucy vaya descubriendo poco a poco -mediante acciones visuales- lo que puede hacer, Besson decide pasarnos todos esos datos a través de Morgan Freeman, que interpreta a un investigador, el profesor Norman, que directamente nos da una clase sobre el tema. De pie. Ante un auditorio. Apoyándose en unas imágenes -muy bonitas- que Besson cuela de la manera menos creativa posible: si Freeman dice "estrellas", vemos imágenes de estrellas. Lo peor del asunto es que la relación del personaje de Freeman con la trama principal acaba siendo más bien tangencial. Es decir, sólo está ahí para explicarnos de qué va la cosa. Lo que no quita que Freeman sea capaz de transmitir humanidad sin importar lo soso que sea el personaje que le ha tocado interpretar.


Pero hay otra forma de ver Lucy. Porque una vez que has pagado tu entrada, y te has sentado en la butaca... tampoco tiene mucho sentido ponerse a maldecir. Y lo que a la película le falta en trabajo de guión, le sobra en imaginación. Los poderes de Lucy acaban siendo muy locos, y Luc Besson se deja llevar de una manera muy libre por todos los registros posibles, recordando primero su propio cine -Nikita (1990) o las persecuciones locas de la serie Taxi Express (1998)- para luego dejar que los efectos especiales dominen, otorgándole a Lucy superpoderes y así continuar en plan 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) para acabar con una regresión en el tiempo que recuerda a la de El árbol de la vida (Terrence Malik, 2011). Porque Lucy es también el primer ser humano de la historia, y con ella se encuentra la Lucy que interpreta Scarlett Johansson, en un momento que recuerda a Viaje alucinante al fondo de la mente (Ken Russell, 1980) una película que en parte se ocupa del mismo tema, pero de una forma más seria, más solvente. Lo más bonito de la película, es que proclama que el sentido real de la existencia es el tiempo y el cine es el arte que captura el tiempo.


Sobre el final, decir la tontería de que si la esencia de Lucy -Scarlett Johansson- acaba en una memoria USB, no es difícil imaginar que esa información luego da pie al sistema operativo que enamora a Joaquin Phoenix en Her (Spike Jonze, 2013). Pero es una chorrada, no me hagáis caso, es sólo para que os paséis a leer la ¿crítica? de esa película pinchando aquí.

MIRACLEMAN (ALAN MOORE, GARRY LEACH, ALAN DAVIS) -TOMO 1-


En 1983, el editor de una nueva revista de cómics -Warrior- decidió revivir a uno de los superhéroes más exitosos de la industria británica, Marvelman (1953-1963). La operación buscaba probar suerte explotando el nombre de un personaje muy conocido y era un simple experimento comercial. Pero hubo una decisión que lo cambió todo: elegir como guionista a Alan Moore (1953). El futuro autor de Watchmen (1987) se encontraba en los inicios de su carrera, y este Marvelman fue su primera obra importante. En el primer tomo de Miracleman -editado en España por Panini- Moore indaga en el origen del concepto del superhéroe como arquetipo de ficción.


Un origen que se remonta a 1933, año en el que Jerry Siegel y Joe Shuster, dos jóvenes aficionados a la ciencia ficción de origen judío, publicaron una historia breve titulada El reino del Súper-Hombre en el fanzine Science Fiction. El súper-hombre que aparecía en la historia era un villano calvo, con poderes telepáticos y empeñado en conquistar el mundo. No es casualidad que, para un par de chavales judíos, el concepto de un hombre "superior" tuviera un cariz maligno: los nazis habían interpretado interesadamente a Nietzsche (1844-1900) para justificar sus fantasías raciales. Cinco años más tarde, Siegel y Shuster publicaban otra historia, en otro formato -un cómic- que le daba la vuelta a esa idea del súper-hombre: esta vez sería un campeón de la justicia. En el primer número de la revista Action Comics (1938) nacía Superman, un personaje cuyo éxito fue tan rotundo que inauguró un género, el de los superhéroes.


A raíz de Superman surgirían en los años cuarenta cientos de personajes: Batman, Captain America, The Submariner, Flash, Green Lantern, The Atom, o Wonder Woman, en lo que se conoce como la Edad de Oro del cómic-book. Uno de esos personajes nacido a la sombra del último hijo de Krypton fue el Capitán Marvel, creado por Bill Parker y C.C. Beck apenas un año después del primer número de Superman. El Capitán Marvel tenía un traje y poderes muy similares a los del hombre de acero, aunque su origen no era extraterrestre, sino mágico. Además, la identidad secreta del héroe no era un hombre corriente como el apocado Clark Kent, sino un niño, Billy Batson. Esto permitía la identificación total del personaje con su público de lectores: los chavales podían soñar con transformarse mágicamente en un hombre adulto de inmensos poderes al decir la palabra "¡Shazam!"


El descomunal éxito del Capitán Marvel provocó la creación de la familia Marvel: spin-offs protagonizados por el Capitán Marvel Jr. y Mary Marvel, versiones adolescentes y femeninas del mismo personaje que se adelantaban a los Superboy y Supergirl que formarían la familia de Superman, que llegó a tener un súper-perro, un súper-caballo, un súper-gato ¡y un súper-mono!


Pero si en sus aventuras el Capitán Marvel siempre salía airoso tras enfrentarse a todo tipo de obstáculos, en la vida real el superhéroe tuvo que enfrentarse a problemas legales mucho más peores. El más grave fue la acusación de plagio por parte de la editorial de Superman. Una batalla legal que ocasionó que el personaje desapareciera -temporalmente- en 1953.


Las aventuras del Capitán Marvel dejaron de publicarse en Estados Unidos, pero también en otros países donde gozaba de un gran éxito, como Reino Unido. Sin embargo, allí no se quedaron de brazos cruzados y decidieron crear un personaje idéntico para seguir explotando el filón: Marvelman, que curiosamente dejaba a un lado la magia del Capitán Marvel para volver a la ciencia ficción de SupermanCreado por Mick Anglo en 1954, el personaje fue también un éxito y llegó a tener su propia familia compuesta por Kid Marvelman y Young Marvelman. El "nuevo" héroe tenía como álter ego a un joven Micky Moran que se transformaba en un adulto superpoderoso al decir la palabra "Kimota" (Atomic al revés). Las aventuras de Marvelman se publicaron hasta 1963.


Volviendo a 1983, el guionista Alan Moore afrontó el reto de revivir a un personaje cuya inocente premisa era completamente inverosímil. Lo lógico habría sido obviar los detalles más infantiles y crear algo nuevo, pero Moore decidió utilizar toda la mitología del personaje en un enfoque revisionista que permite hacer una lectura de cómo había madurado el género del superhéroe desde los años 50. Moore convierte al protagonista, Michael Moran, en un adulto que sufre extrañas migrañas ya que no recuerda haber sido Marvelman -rebautizado como Miracleman debido a los problemas de derechos con Marvel Cómics- y que vive en un mundo realista: no hay superhéroes ni supervillanos. Y lo que hace Alan Moore es darle una explicación ¿verosímil? a por qué no hemos sabido nada de Miracleman desde 1963: ni nosotros, los lectores, ni nuestras contrapartidas en la ficción creada por el guionista. Moore nos explica que, en 1963 -fecha de la desaparición editorial del personaje- una explosión nuclear acabó con Miracleman y sus compañeros. Tras la explosión, Michael Moran perdió la memoria y olvidó la palabra mágica -¡Kimota!- que le permitía convertirse en héroe. Por ello, Moran ha envejecido -como una persona del mundo real y a diferencia de Clark Kent, que se mantiene joven desde 1938- y pasa de ser un niño a un adulto fracasado en la época actual (1983). La idea no era nueva.


El editor de Marvel Cómics, Stan Lee, utilizó un subterfugio similar al explicar en el cuarto número de The Avengers (1963) que un héroe de los años 40 había estado congelado durante dos décadas y desde la Segunda Guerra Mundial: así recuperó al Capitán América para la Marvel Cómics de los sesenta.


A partir de ahí, Alan Moore crea con Miracleman una serie sobre superhéroes en la que el tema principal es precisamente qué es un superhéroe y cómo es posible que exista en el mundo real. Es un claro borrador de su posterior Watchmen (1987), y en parte equivalente a lo que hizo M. Night Shyamalan en El Protegido (2000). El principal objetivo de Miracleman no será hacer "el bien", sino descubrir su propio origen, y eso significa destapar una conspiración del Gobierno británico bajo el nombre clave de Proyecto Zaratustra. El súper-hombre de Nietzsche creado como arma de destrucción masiva. Curiosamente, el Capitán América también había sido concebido en 1941 como un supersoldado para luchar contra Hitler y los nazis.


UN TOQUE DE VIOLENCIA (ZHANGKE JIA, 2013)


-AVISO SPOILERS-


Al final de su vida, Friedrich Nietzsche (1844-1900) vivió un triste episodio -que dio pie a la película El caballo de Turín (Béla Tarr, 2012)- al presenciar cómo un cochero maltrataba a su caballo exhausto. El filósofo, ante tan cruel escena, no pudo evitar echarse a llorar y abrazar al animal caído. Tras esto, el pensador que imaginó al súper-hombre se sumergió para siempre en el abismo de la locura. En la novela Crimen y Castigo (1866), Raskólnikov, que sin duda creía ser un hombre superior, también lloraba -en un sueño- al presenciar cómo maltrataban a otro caballo agotado por el peso de su carga.



No sé si estos episodios, uno ficticio y otro real, curiosamente similares, entre pensadores afines -Dostoyevski y Nietzsche- inspiraron al director Zhangke Jia para incluir en su película la imagen de un hombre azotando repetidamente a su caballo. Tampoco sé si Dahai (Wu Jiang), protagonista de la primera historia de Un toque de violencia, se cree un súper-hombre cuando decide coger una escopeta y acabar con los políticos corruptos -¿los hay de otro tipo?- de su pueblo. Pero parece claro que cuando este vecino indignado mata al salvaje que azotaba sin cesar a su caballo, el autor quiere decirnos que está de su parte. Que hay justicia en su estallido de violencia.



El caballo brutalmente explotado simboliza probablemente a cada uno de los protagonistas de las historias que conforman Un toque de violencia. Los que tienen el poder -políticos, patrones de fábrica, nuevos ricos o cerdos machistas- explotan a una clase trabajadora completamente alienada, deshumanizada, prostituida, que no tiene ningún derecho a protestar. Que no tiene derecho, siquiera, al amor. Una clase obrera atrapada en la transición del comunismo totalitario al capitalismo salvaje. Y Zhangke Jia parece decirnos que la China actual se ha quedado con lo peor de ambos modelos. El autor retrata a individuos que, en esa sociedad, viven existencias despojadas de sentido y de esperanza. Una existencia que los convierte en animales. Su único objetivo es sobrevivir.



En otra de las historias de la película, Xiao Yu (Tao Zhao) es la recepcionista de una casa de masajes que mantiene una relación con un hombre casado. Al ser confundida con una prostituta por unos clientes, es azotada repetidamente al negarse a mantener relaciones sexuales. La escena es un espejo del caballo maltratado que hemos visto en la historia protagonizada por Dahai. Porque Un toque de violencia juega constantemente a comparar la situación de sus personajes con la de los animales: las vacas apiñadas en un camión de camino al matadero; las serpientes que simbolizan "el pecado" de la infidelidad de la propia Xiao Yu, o las palabras de esta tras ver un documental en la televisión: "los animales también se suicidan".



La frase anterior se refleja en la historia más dura de la película. Xiao Hui (Lanshan Luo) es un joven que vive una existencia completamente vacía, viajando sin rumbo, cambiando de un trabajo sin sentido a otro todavía más deshumanizado, y enamorándose de una mujer que se niega a cambiar su vida porque ha decidido que sólo existe para "sobrevivir". Xiao Hui vive en un mundo absurdo, rodeado de seres despojados de sentimientos, de fantasmas que le miran con los ojos vacíos, atrapados en colmenas de cemento y que trabajan como máquinas en fábricas en las que la carne humana acaba siendo mutilada, como le ocurre a su compañero, el detonante de su trágica historia. Por todo ello, Xiao Hui acaba planteándose el que para Albert Camus es el único problema serio de la filosofía. Y su decisión final le emparenta con Edmund, el niño de Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948) que también tuvo la mala fortuna de nacer en las ruinas de un mundo en transición.

GRABBERS (JOHN WRIGHT, 2012)


-AVISO SPOILERS-

Soy un blando. A pesar de las decepciones, mi corazón siempre está dispuesto a darle una oportunidad a una chica guapa... y a una peli de monstruos con espíritu ochentero. Lamentablemente, he vuelto a sufrir una decepción con la irlandesa Grabbers.


John Wright, su director, mira hacia Steven Spielberg para construir su película: coge mucho de Tiburón (1975), algo de Parque Jurásico (1993), hace un guiño a la luna de E.T. (1983) -que servía de logo a su productora Amblin- y sobre todo se acuerda del Spielberg que produjo Gremlins (Joe Dante, 1984). Pero Wright debería fijarse más bien en las herramientas que utilizó Spielberg en esas películas para crear los elementos que se echan en falta en Grabbers: suspense y sentido de la maravilla. La cámara de Wright no consigue crear ninguna tensión, y eso que no deja de moverse, tambaleándose sin cesar como si estuviera... borracha.


Porque la mejor idea de guión de la película es que los grabbers, bichos que se alimentan de sangre humana, no toleran el alcohol. Lo que quiere decir que cualquiera que esté lo suficientemente borracho será un mal trago para estos alienígenas con brazos tentaculares. Y la película es irlandesa, así que poco peligro corren los vecinos del pequeño pueblo pesquero. Lo malo es que esta estupenda premisa se aprovecha de manera más bien torpe, y Grabbers como comedia, en mi opinión, tampoco cumple. Sí que hilan fino gracias a otra referencia cinéfila: una de las víctimas ve en la televisión La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), y en otro momento el pueblo se refugia en un bar del ataque de los grabbers. Pero los que se tambalean torpemente no son los zombies, sino los vecinos obligados a emborracharse para salvar la vida. 


En cambio, los efectos especiales cumplen sobradamente, sobre todo en el enfrentamiento final con el grabber gigante, probablemente lo mejor de una película que en conjunto resulta fallida. Y lo peor de todo es que volveré a caer. Acabaré dándole otra oportunidad y seguramente sufriré otra decepción. Pero es que no puedo evitarlo: las chicas guapas y las pelis de monstruos. Mi perdición.

MARVEL FASE 2: GUARDIANES DE LA GALAXIA (JAMES GUNN, 2014)


-AVISO SPOILERS-


Tu padre era un ser hecho de luz y vendrá a buscarte, le dice su madre a Peter Quill (Chris Pratt) justo antes de fallecer. La escena que abre Guardianes de la Galaxia es el corazón de la historia, materializado luego en ese walkman y esa cinta con temas de música pop ochentera que mantienen el vínculo del protagonista con su planeta natal en sus aventuras espaciales, y con el misterio de su pasado. Pero atención. Guardianes de la Galaxia es un homenaje a George Lucas. Vale, vale, no tenéis que creerme, así, de primeras. Enseguida os doy mis argumentos. Pero antes, una opinión completamente subjetiva.


Guardianes de la Galaxia es genial. Tenéis que verla. Su estúpido slogan, "Todos los héroes tienen un pasado", es una de las frases con menos sentido que se pueden pensar para vender un film ¿qué significa para alguien que no ha visto la película? ¿qué atractivo tiene? Ninguno. Pero la frase es completamente cierta. Cada personaje de la historia tiene su pequeña subtrama, y sobre todo los protagonistas son presentados y desarrollados con mimo. Si una película puede conseguir que un -estúpido- mapache (Bradley Cooper) te dé pena, es que se han tomado la molestia de contarnos quién es. Incluso Groot (Vin Diesel), un árbol animado, se hace querer a pesar de tener una sola frase en toda la película. Y con esto no quiero decir que sólo hable una vez. Es que repite la misma frase una y otra vez, con diferentes entonaciones, en una filigrana de guión cuyo único precedente es el "these pretzels are making me thirsty" que intentaba decir Cosmo Kramer en un episodio de Seinfeld (1989-1998).


El director, James Gunn, es un tío que empezó en la productora Troma, cuyas películas de serie Z no tenían otro remedio que utilizar el humor para esconder sus carencias de presupuesto. Y eso se nota en Guardianes de la Galaxia: hay mucho humor, más que en Los Vengadores (Joss Whedon, 2012) y de todo tipo: desde las frases y los bailecillos chorras que parecen el peaje de todo blockbuster, hasta el humor autoconsciente que busca desactivar los momentos épicos -que los hay- al más puro estilo Cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984). 


Pero además, James Gunn sabe lo que mola en una película de este estilo, y no le da miedo utilizarlo a su favor. Un ejemplo muy personal: odio cuando los superhéroes se quitan la máscara. En las películas de Iron Man, Robert Downey Jr. se la quita cada vez que puede; nunca olvidaremos la afrenta de Sylvester Stallone cuando encarnó a Judge Dredd (Danny Cannon, 1995); o incluso en The Rocketeer (Joe Johnston, 1991) -uno de los trajes más bonitos ever y muy similar al de Star-Lord en esta película- sale, para mi gusto, muy poco. Pero James Gunn saca la chulísima máscara que utiliza Peter Quill (Chris Pratt) un montón de minutos en pantalla. Mola.


Si todo esto no es suficiente, tengo que hablar como lector de cómics de Marvel. No lo vais a entender, pero resulta emocionante ver en pantalla a Thanos (Josh Brolin), al Coleccionista (Benicio Del Toro), a los Kree, a los Nova Corps ¡Hasta sale un Celestial! Todos personajes de una etapa que recuerdo especialmente por haberla leído siendo apenas un niño: el tercer volumen de Silver Surfer (1987) que empezaron Steve Englehart y Ron Lim como artistas, y que luego continuó Jim Starlin para crear la saga de las gemas del infinito, protagonizada para el ya mencionado Thanos, y que Marvel Studios está utilizando como trasfondo para todas sus películas. Fin del dato friki.

Karen Gillan sin su melena pelirroja... noooooooooo
Resumiendo: sólo he encontrado dos defectos en Guardianes de la Galaxia. El primero es que se acaba. Y el segundo es ocultar bajo el maquillaje a mujeres tan guapas como Zoe Saldana y Karen Gillan. Error.


Por último, os explico lo de George Lucas. Lo he dicho así, a las bravas. Pero lo creo. He leído por ahí muchísimas comparaciones entre Guardianes de la Galaxia y Star Wars (1977). Parecen obvias porque estamos en el espacio, hay imperios extraterrestres y naves espaciales. Podemos comparar a Gamora con Leia, a Groot con Chewbacca ¿Puede ser Guardianes de la Galaxia un Star Wars sin el ñoño de Luke Skywalker? Puede.


Pero la primera escena tras el prólogo -a pesar de que vibra en la misma frecuencia de space opera pulp que Star Wars- es un calco de la primera secuencia de En busca del Arca Perdida (Steven Spielberg, 1981) con huida en avioneta -aquí nave espacial- incluida. Más tarde, un primer enfrentamiento entre Gamora (Zoe Saldana) y Nébula (Karen Gillian) se salda con un disparo de Drax (Dave Bautista) en una escena que recuerda poderosamente al mítico duelo de Indiana Jones (Harrison Ford) con un espadachín (Terry Richards). Peter Quill tiene los problemas de paternidad de Luke Skywalker (Mark Hamill), la personalidad de Han Solo (Harrison Ford), el apetito sexual del capitán James T. Kirk (William Shatner) y una sensibilidad postmoderna que le permite hacer constantes referencias a la cultura popular -terrestre- como comparar el orbe -el mcguffin de esta historia- con el Arca de la Alianza o la estatuilla de El Halcón Maltés (John Huston, 1941). Asimismo, aunque podemos ver a Ronan (Lee Pace) como un trasunto de Darth Vader (James Earl Jones), su persecución del orbe le asemeja más a los nazis que le pisaban los talones a Indiana. La otra lectura posible es equiparar a Ronan a un radical terrorista que busca el "choque de civilizaciones" extraterrestres: la Kree y la Xandariana. Ronan es la versión real de ese Mandarín (Ben Kingsley) que en Iron Man 3 (Shane Black, 2013) resulta ser un engaño.


Ronan trabaja para Thanos (Josh Brolin), el futuro enemigo de Los Vengadores: La Guerra del Infinito (2018), visto ya en Los Vengadores (Joss Whedon, 2012) y Los Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015). Guardianes de la Galaxia prepara el camino para éstas: el orbe es el cuarto mcguffin de una película Marvel tras el teseracto de Capitán América: El primer vengador (Joe Johnston, 2011), la lanza chitauri de Loki en Los Vengadores (2012) y el éter de Thor: El mundo Oscuro (Alan Taylor, 2013). Cada uno de estos elementos es una gema del infinito, un objeto de poder que el malvado Thanos planea reunir en un guantelete. Las escenas postcréditos de las películas Marvel han ido refiriéndose a estas gemas y han presentado a Thanos. Pero en Guardianes de la Galaxia todo esto ocurre dentro de la propia película. Por eso James Gunn se da el lujo de regalarnos un cameo en la escena postcréditos: el de Howard el pato. El personaje de cómic creado por Steve Gerber es genial, pero hay una película -desastrosa- que llevó al pato al cine en 1986 ¿Sabéis quién la produjo? George Lucas.

UNA INTERPRETACIÓN COMPLETAMENTE EQUIVOCADA DE LA MOSCA (KURT NEUMANN,1958)

Últimamente he pensado mucho en el amor y en su única consecuencia lógica: el desamor. Dos sentimientos que nunca han sido ilustrados de una manera más fiel que en las dos Moscas, la de Neumann (1958) y la de Cronenberg (1986).
Así nos sentimos cuando comenzamos a sentir amor. En la versión de 1986, dos seres se fusionan completamente hasta en el ADN. Qué bonito. Qué furor.
Pero tras el breve período de idealización, la persona amada (Geena Davis) encuentra en nosotros los primeros defectos: un pelo en el lugar equivocado.
Así nos sentimos cuando ella -inevitablemente- nos abandona. Se nos queda la autoestima bajísima.
Y así nos quedamos al descubrir que volver a ser uno mismo es casi imposible. La Mosca de Cronenberg es el amor visto desde dentro, en primera persona. El amor subjetivo.
Pero La Mosca original es cómo se nos ve desde fuera cuando nos abandonan: como monigotes cabezudos dando tumbos y haciendo huir a todos: nadie quiere escuchar nuestras penas. El cabezón de mosca es una metáfora: estamos pensando con las pelotas.
Y así nos ve el ser amado cuando pedimos una segunda -o tercera, o cuarta- oportunidad. La Mosca de Neumann es el amor objetivo, visto desde fuera por amigos y familiares que se dan cuenta de que no hay nada más humillante que haber sido amado.


La maldición de tener ojos de mosca: da igual dónde mires, allí está ella.

THE BAY (BARRY LEVINSON, 2012)


El subgénero del found footage siempre ha tenido un pequeño -fácil de olvidar si se pone un mínimo de interés- defecto: en algún momento nos preguntamos por qué los protagonistas de -El proyecto de la bruja de Blair, REC, Monstruoso, o The Sacrament- siguen grabando con la cámara a pesar de estar en peligro de muerte.


The Bay esquiva este defecto -o casi- de una manera inteligente que además aporta un tono muy particular a la película. Se aprovecha de la circunstancia de que vivimos rodeados de cámaras y de nuestra tendencia a grabar absolutamente todo lo que nos pasa, para crear una historia coral que construye su narrativa utilizando prácticamente todos los formatos audiovisuales que usamos a diario. El resultado es una historia verosímil y aterradora, que no se centra en un protagonista -a pesar de que la voz en off de una joven periodista le da unidad a la narración- y que refresca un subgénero ya agotado precisamente por el productor de The Bay, Oren Peli, padre de la saga de Paranormal Activity.


Lo mejor de The Bay es que su estilo realista y su mensaje ecologista se conjugan con ideas de serie B que hacen el conjunto muy entretenido. Nos cuenta la venganza de la naturaleza en un pueblo muy similar al Amity Island de Tiburón (Steven Spielberg, 1975) -en Chesapeake Bay también celebran el 4 de julio- utilizando unos parásitos que harían las delicias del Cronenberg de Vinieron de dentro de... (¡también de 1975!). El veterano Barry Levinson (1942) parece rejuvenecer -se muestra juguetón con algunos sustos muy efectistas- y consigue que la tensión vaya creciendo en una película que coloca una bandera de Estados Unidos en casi cada plano y que parece jugar con la idea de que a pesar de que estamos rodeados de cámaras que no pierden detalle de nuestras vidas, sigue habiendo algunos -los que mandan- que consiguen hacer la vista gorda.

BANDE À PART (JEAN-LUC GODARD, 1964)


En 2009 un número indeterminado de personas descubrió algo que muchos filósofos llevan siglos afirmando: la vida no tiene sentido. Estas personas no abrieron los ojos al absurdo de la existencia tras leer El mito de Sísifo de Albert Camus, ni tras una decepción amorosa de esas que te quitan las ganas de vivir. Eso no habría sido noticia. Estas personas que abandonaron -¿para siempre?- el rebaño de los borregos que prefieren no pensar-no decidir-no cambiar despertaron del letargo al salir de una sala de cine abarrotada en la que se proyectaba Avatar (James Cameron, 2009). Al regresar a la "vida real" y descubrir que el planeta Pandora no existe... se deprimieron. Es fácil sentir pena por estas personas, y descalificar sus sentimientos diciendo que son idiotas, frikis o locos. Pero yo me solidarizo con ellos. Porque yo he sentido lo mismo. Más de una vez. Aunque es verdad que no siento ninguna añoranza por el planeta Pandora, ni por Tatooine, ni por Vulcano. 


A mí me gustaría que la vida fuera en blanco y negro. Y me gustaría que mi planeta fuera París. Y que siempre fuera 1964. 


Me hubiera gustado vivir hace 50 años, y que Anna Karina fuera la chica que me rompió el corazón porque prefiere a otro...


Me hubiera gustado correr a través del Louvre en 9 minutos...


Y quién sabe, quizás hace 50 años, en blanco y negro, en París, me habría atrevido a hacer algo que pocas veces he hecho: bailar.