UN TOQUE DE VIOLENCIA (ZHANGKE JIA, 2013)


-AVISO SPOILERS-


Al final de su vida, Friedrich Nietzsche (1844-1900) vivió un triste episodio -que dio pie a la película El caballo de Turín (Béla Tarr, 2012)- al presenciar cómo un cochero maltrataba a su caballo exhausto. El filósofo, ante tan cruel escena, no pudo evitar echarse a llorar y abrazar al animal caído. Tras esto, el pensador que imaginó al súper-hombre se sumergió para siempre en el abismo de la locura. En la novela Crimen y Castigo (1866), Raskólnikov, que sin duda creía ser un hombre superior, también lloraba -en un sueño- al presenciar cómo maltrataban a otro caballo agotado por el peso de su carga.



No sé si estos episodios, uno ficticio y otro real, curiosamente similares, entre pensadores afines -Dostoyevski y Nietzsche- inspiraron al director Zhangke Jia para incluir en su película la imagen de un hombre azotando repetidamente a su caballo. Tampoco sé si Dahai (Wu Jiang), protagonista de la primera historia de Un toque de violencia, se cree un súper-hombre cuando decide coger una escopeta y acabar con los políticos corruptos -¿los hay de otro tipo?- de su pueblo. Pero parece claro que cuando este vecino indignado mata al salvaje que azotaba sin cesar a su caballo, el autor quiere decirnos que está de su parte. Que hay justicia en su estallido de violencia.



El caballo brutalmente explotado simboliza probablemente a cada uno de los protagonistas de las historias que conforman Un toque de violencia. Los que tienen el poder -políticos, patrones de fábrica, nuevos ricos o cerdos machistas- explotan a una clase trabajadora completamente alienada, deshumanizada, prostituida, que no tiene ningún derecho a protestar. Que no tiene derecho, siquiera, al amor. Una clase obrera atrapada en la transición del comunismo totalitario al capitalismo salvaje. Y Zhangke Jia parece decirnos que la China actual se ha quedado con lo peor de ambos modelos. El autor retrata a individuos que, en esa sociedad, viven existencias despojadas de sentido y de esperanza. Una existencia que los convierte en animales. Su único objetivo es sobrevivir.



En otra de las historias de la película, Xiao Yu (Tao Zhao) es la recepcionista de una casa de masajes que mantiene una relación con un hombre casado. Al ser confundida con una prostituta por unos clientes, es azotada repetidamente al negarse a mantener relaciones sexuales. La escena es un espejo del caballo maltratado que hemos visto en la historia protagonizada por Dahai. Porque Un toque de violencia juega constantemente a comparar la situación de sus personajes con la de los animales: las vacas apiñadas en un camión de camino al matadero; las serpientes que simbolizan "el pecado" de la infidelidad de la propia Xiao Yu, o las palabras de esta tras ver un documental en la televisión: "los animales también se suicidan".



La frase anterior se refleja en la historia más dura de la película. Xiao Hui (Lanshan Luo) es un joven que vive una existencia completamente vacía, viajando sin rumbo, cambiando de un trabajo sin sentido a otro todavía más deshumanizado, y enamorándose de una mujer que se niega a cambiar su vida porque ha decidido que sólo existe para "sobrevivir". Xiao Hui vive en un mundo absurdo, rodeado de seres despojados de sentimientos, de fantasmas que le miran con los ojos vacíos, atrapados en colmenas de cemento y que trabajan como máquinas en fábricas en las que la carne humana acaba siendo mutilada, como le ocurre a su compañero, el detonante de su trágica historia. Por todo ello, Xiao Hui acaba planteándose el que para Albert Camus es el único problema serio de la filosofía. Y su decisión final le emparenta con Edmund, el niño de Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948) que también tuvo la mala fortuna de nacer en las ruinas de un mundo en transición.

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