ASSASSIN'S CREED (JUSTIN KURZEL, 2016)


Es común escuchar la frase "parece un videojuego" para referirse a la poca enjundia de una película. Dicha sentencia, por cierto, ha sustituido a la también manida "parece un tebeo". En ambos casos creo que estamos ante un error provocado por la ignorancia. La palabra videojuego se refiere a un género difícil de abarcar que va desde el clásico Pac-Man (1982), pasando por un shooter bélico como Call of Duty (2003) y hasta los simuladores deportivos de la serie anual FIFA. En todos estos ejemplos predomina la mecánica de juego antes que la vocación narrativa, lo que no quiere decir que no existan videojuegos con guiones de gran calidad como los de Grand Theft Auto IV (2008) o BioShock (2008). En el caso que nos ocupa, Assassin's Creed (2007) tuvo desde el principio cierta pretensión cinematográfica, proponiendo un atractivo pastiche futurista con elementos de realidad virtual tipo Matrix (1999), una intriga conspiranoica que recuerda a El código Da Vinci (2003) -de hecho, Leonardo es un personaje importante en la tercera entrega de la saga- misterios sucesivos y una narración en flashbacks estilo Lost (2004-2010). Dicha historia se desarrolla en formato serial, gracias al éxito del juego y sus sucesivas entregas. A pesar de todo esto, hay que admitir, sin embargo, que si existe un subgénero cinematográfico justamente despreciado, este es sin duda el de las películas basadas en videojuegos. Lamentablemente, esta Assassin's Creed no es la excepción, a pesar de lo prometedor del proyecto, dirigido por Justin Kurzel -tras su ópera prima, la atmosférica y estética Machbet (2015)- cuyos actores protagonistas recupera aquí en los papeles principales: Michael Fasbender y Marion Cotillard. La película fracasa por su incapacidad para contar una historia, que se aparta de los personajes que aparecen en los videojuegos, pero mantiene el mismo argumento general. Si la mayoría compró el juego de Assassin's Creed por sus impresionantes gráficos y las recreación minuciosa de ciudades históricas -como la Jerusalén de la época de las cruzadas o la Venecia renacentista- aquí Kurzel da también más importancia a lo visual y ofrece numerosos planos aéreos, giros en 360 grados y los ya manidos ralentizados, para situar cada escena, sin olvidar las numerosas escenas de lucha, las coreografías de artes marciales y las persecuciones estilo parkour. El problema es que la historia que debe enlazar estas set pieces no tiene "carne" suficiente, el argumento resulta esquelético y los personajes se limitan a recitar diálogos explicativos que intentan guiar al espectador para que no se pierda en una trama tan simple que no se entiende. Resulta molesto, sobre todo, cómo se repite machaconamente la importancia de esa manzana del Edén que todos quieren obtener, y que no es más que el clásico McGuffin, que se hace aquí demasiado evidente como motor de un argumento que no interesa. No deja de sorprenderme la tendencia actual en el cine de entretenimiento a vaciar a los personajes de toda humanidad: aquí del protagonista nos cuentan apenas tres cosas, por lo que resulta casi imposible conectar con él o con sus motivaciones, eso a pesar de que se han inventado una historia de trauma infantil con el consabido conflicto paterno filial. Estamos antes una galería de personajes planos interpretados por actores contrastados que hacen lo que pueden, como los ya mencionados protagonistas, apoyados por Jeremy Irons, Charlotte Rampling, Brendan Gleeson -su hijo interpreta el mismo papel de joven- o Michael Kenneth Williams, además de los españoles Javier Gutiérrez o Hovik Keuchkerian. Porque la mayor parte de la historia está ambientada en España: el pasado medieval recreado se sitúa en Andalucía y el supuesto presente nada menos que en Madrid: el castillo futurista de la organización Abstergo está justo al lado del estadio Vicente Calderón.

LO MEJOR DE 2016 CINE/SERIES



Cada año me propongo ver todas las películas y todas las series. Obviamente, no lo consigo. Así que solo puedo ofreceros mi selección de lo mejor que he visto este año. Seguramente echaréis en falta varios títulos. Os parecerá terrible que haya elegido alguna obra que os resultó horrorosa. Sois libres de comentar, opinar y hasta de insultar. Vamos allá.

MEJORES PELÍCULAS 2016


1.- La Llegada de Denise Villeneuve

El director canadiense se consagra con una historia de ciencia ficción seria, absorbente, apasionante, que consigue funcionar como película de género, pero también tiene la profundidad suficiente para plantear cuestiones sobre la condición humana. No busquéis agujeros argumentales. No ataquéis su mensaje “pro vida”. No seáis pesados.

2.- Paterson de Jim Jarmusch
3.- Animales Nocturnos de Tom Ford
4.- El porvenir de Mia Hansen-Love
5.- El hombre de las mil caras de Alberto Rodríguez
7.- Capitán América: Civil War de Joe y Anthony Russo
8.- Carol de Todd Haynes
9.- El hijo de Saúl de Nemes Lászlò
10.-Spotlight de Tom McCarthy

Mención especial: The Duke of Burgundy de Peter Strickland

MEJORES SERIES 2016


1.- Mr. Robot -segunda temporada- de Sam Esmail

La serie más paranoica, en esta segunda temporada, ha escapado de la cabeza de su protagonista -Elliot (Rami Malek)- para multiplicarse en subtramas que la convierten casi en una historia coral. El nuevo personaje de la agente del FBI Dominique DiPierro (Grace Gummer) es un hallazgo. Pero el salto de calidad se da con la decisión de Sam Esmail de dirigir cada capítulo, lo que convierte cada entrega en una pequeña película de autor.

2.- Westworld -primera temporada- de Lisa Joy y Jonathan Nolan
3.- Better CallSaul -segunda temporada- de Vince Gilligan y Peter Gould
4.- Girls -quinta temporada- de Lenah Dunham
5.- The Get Down -primera temporada- de Stephen Adly Guirgis y Baz Luhrmann
7.- Blackmirror -tercera temporada- de Charlie Brooker
8.- Love -primera temporada- de Judd Apatow, Lesley Arfin y Paul Rust
9.- Juego de tronos -sexta temporada- adaptada por David Benioff y D.B. Weiss
10.- StrangerThings -primera temporada- de Matt y Ross Duffer

THE FLASH -TEMPORADA 3- THE PRESENT

THE PRESENT (6 DE DICIEMBRE DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Siempre he tenido la intuición de que el personaje de Barry Allen (Grant Gustin) no se inspira tanto en su contrapartida en los cómics, sino en otro héroe, de Marvel Comics, al que conocéis bien: Peter Parker, Spiderman. El Barry de esta serie es joven -un poco como el Wally West de los cómics- y como Parker, perdió a sus padres. Ambos personajes, sin embargo, tienen una figura paterna que les sirve de guía moral: aquí Joe West (Jesse L. Martin) es sin duda el "tío Ben" -en vida- de Barry. Hay más similitudes: los dos personajes son básicamente buenos chicos, algo nerds, y tienen la tendencia a sentirse culpables de todo lo que ocurre a su alrededor. Ya sabéis, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Como Peter Parker, además, Barry debe compaginar su identidad superheroica con su vida sentimental. Iris West (Candice Patton) es el amor de toda la vida de Barry, con la que, en esta temporada, por fin, ha conseguido formar pareja. Lo que este episodio revela, lamentablemente, es que Iris es la Gwen Stacy de Peter Parker. La chica que muere a manos de un supervillano -de identidad misteriosa- y que divide la vida del héroe en dos, haciéndole perder, para siempre, la inocencia. Un flashforward revela que, en un futuro alternativo, Iris podría morir a manos de Savitar, y eso significaría un gran cambio en la serie (léase The Amazing Spiderman 2 para más información). Lo más interesante de la idea de anunciar, desde ya, la posible muerte, es que, sin haber ocurrido, el hecho dramático repercute, tiene consecuencias en el presente. Barry comienza a acelerar su relación con Iris, por miedo a perderla. Esto es, sin duda, el núcleo principal de un episodio -navideño- que no tiene desperdicio: una visita a Tierra-3 para pedir ayuda al Flash original, Jay Garrick (John Wesley Shipp); un cameo de Mark Hamill como otra versión de Trickster que parece más cercana al Joker, al que dio voz en la serie animada de Batman; y otro espectacular enfrentamiento con Savitar. Eso sin contar otro pasito hacia adelante para que The Flash tenga un sidekick: Kid Flash.

CAPÍTULO ANTERIOR: INVASION!

¡CANTA!: TALENTO ANIMAL



Nominada en los Globos de Oro a mejor película animada, ¡Canta! incluye en su título signos de exclamación -ausentes en el original- que reflejan bien su vocación de espectáculo pirotécnico: como los firework de la canción de Katy Perry que sirve para definir a uno de los personajes principales. Sería inútil pretender de este film la más mínima crítica hacia los televisivos concursos musicales en los que se inspira -tampoco tiene un discurso sobre la fama, o el show business- ya que su intención no es otra que entretener y su mensaje final es diáfano: hay que perseguir los sueños. No hay ningún hecho dramático que tenga consecuencias negativas en esta película protagonizada por animales antropomorfizados: el protagonista, un koala productor de espectáculos (Matthew McConaughey), tiene deudas que no pesan; hay gorilas atracadores que no hacen daño a nadie; una cerdita ama de casa es ignorada por su marido sin que eso signifique una humillación y un ratón se mete en problemas con osos mafiosos -a lo Frank Sinatra- que le amenazan sin ser violentos. ¡Canta! es un musical para todos los públicos, que explota todos los clichés de todas las historias de triunfos, sueños cumplidos y de gloria sobre un escenario. Su repertorio musical está formado por temas pop clásicos, de esos que no molestan a nadie: entre las 85 canciones que contiene, alguna te tiene que gustar. Es, sin embargo, un tema original el que opta a otro Globo de Oro: Faithcompuesto por Ryan Tedder, Francis Farewell Starlite y nada menos que Stevie Wonder, que ya ganó dicho galardón en 1985 por I Just Called To Say I Love YouEl director de la película, Garth Jennings, curtido en videoclips de Blur, Pulp, y R.E.M, firma aquí su primer largometraje animado, valiéndose de los resortes más conocidos de este tipo de historias. Hay un afán casi enciclopédico en reunir todos los perfiles del artista musical, desde las divas hasta el crooner pasando por el provocador punk (domesticado). La historia, además, es coral, por lo que salta constantemente de un aspirante a otro. Casi imposible aburrirse con una narración que no tiene pausas, como demuestra desde su inicio un plano secuencia vertiginoso y completamente imposible en una cinta de acción real, que busca enlazar todas las subtramas. La animación alcanza un grado de perfección hiperrealista -véase la escena en la que oveja se sumerge en una piscina- que contrasta con momentos de ingenio cartoon: cuando un ventilador esparce por la ciudad las octavillas del concurso musical, o la solución -propia de la corporación ACME- que encuentra Rosita (Reese Whitherspoon) para liberarse del cuidado de sus hijos. ¡Canta! es un artefacto de puro entretenimiento que solo dejará en el espectador el recuerdo de haber pasado un rato razonablemente agradable.

PATERSON: SENCILLAMENTE PERFECTA


Paterson es sencillamente perfecta. De hecho, es mejor que nosotros, espectadores acostumbrados al cine de Hollywood, que durante toda la película anticipamos constantemente el conflicto: en cada personaje, en cada situación, tememos siempre la llegada de una posible desgracia que proporcione el drama que los manuales de guión creen imprescindible en una narración. Pero el film de Jim Jarmusch se desarrolla con la placidez de la cascada del parque que visita repetidamente el protagonista, un conductor de autobús con poemas escondidos en una libreta. Su nombre es Paterson y le interpreta un Adam Driver -visto en Girls y en Star Wars: El despertar de la Fuerza- que encuentra aquí su primer gran papel. Su confirmación. Driver no necesita hablar para comunicar y su rostro se convierte en un resorte cómico que Jarmusch aprovecha al máximo. El actor compone el personaje utilizando sus habituales titubeos adorablemente infantiles y una mirada de estupefacción increíblemente expresiva ante las excentricidades de la soñadora Laura (Golshifteh Farahani) o de los curiosos habitantes de la ciudad. Porque Paterson es también el nombre de una pequeña localidad de New Jersey a la que llegamos a coger tanto cariño como al protagonista, con sus poetas locales -William Carlos Williams, autor de la obra poética del mismo nombre, Paterson (1946-1958)- y con su estatua del cómico Lou Costello (1906-1959), ya sabéis, el de Abbott y Costello contra los fantasmas (1948). Jim Jarmusch nació en Ohio, pero deberían hacerle hijo predilecto de Paterson. El director, tras una decena de películas, domina completamente su oficio. Lo demuestra consiguiendo una obra tan sencilla que como estructura argumental utiliza, simplemente, el devenir de los días de la semana. Cada una de esas jornada se convierte en un episodio, en el que la historia se deja llevar por la rutina cotidiana del personaje principal, al que vemos llevando a cabo acciones tan sencillas como desayunar o sacar a pasear al perro de su pareja. Una rutina que no pesa, cuya repetición da ritmo a una narración que acaba emulando la cadencia de los poemas de versos libres que escribe el protagonista en su libreta y sobre la propia pantalla de cine. Poemas minimalistas tan cotidianos como la propia película. Es admirable cómo Jarmusch consigue, con unos pocos personajes bien dibujados, con tres o cuatro escenarios, con el misterioso leitmotiv de los gemelos, sin drama ni melodrama, y casi sin conflicto, hacer una película de profundo calado, con un mensaje claro -de pensamiento zen- aunque nada explícito, que encima es una propuesta de filosofía de vida. Si Albert Camus nos pidió imaginar a un Sísifo feliz, yo quiero pensar en un Paterson satisfecho. No dejéis de verla.

ROGUE ONE: UNA HISTORIA DE STAR WARS (GARETH EDWARDS, 2016)


La mayoría conoce Star Wars por siete películas que se cuentan entre las más taquilleras de la historia del cine. Bienvenidos al universo expandido: el éxito de la saga de George Lucas dio origen, desde el primer momento, a derivaciones en todo tipo de formatos -novelas, cómics, videojuegos y series de animación- que cuentan historias en los márgenes de la narración principal, utilizando personajes secundarios o proyectándose hacia el pasado -o el futuro- de las aventuras de los Skywalker. Puro negocio. Sin el control creativo de Lucas, aquellas historias no siempre tenían la calidad esperada, aunque a veces fuesen más libres, desviándose del canon. Disney ha eliminado de la continuidad ese "universo expandido", pero ahora convierte una de esas pequeñas historias en un evento cinematográfico. Un poco como cuando Lucas y Spielberg utilizaron argumentos y la sensibilidad de las películas de serie B, de los seriales de aventuras, para hacer películas de alto presupuesto. Crearon el blockbuster moderno. Rogue One: una historia de Star Wars es un par de líneas del crawl que abre Star Wars: Episodio IV (1977) hinchadas hasta convertirse en un film autónomo. Esto ya lo hizo George Lucas con las guerras clon en Star Wars: Episodio II (2002), con resultados bastante discretos. Aquí, se ha elegido a un director prometedor, Gareth Edwards, autor de la estupenda Monsters (2010) -mezcla de romance y monstruos gigantes- y ya curtido en los grandes presupuestos de una franquicia con la interesante -aunque algo fría- Godzilla (2014). Así, Rogue One se define entre el spin-off y la precuela, con la dificultad añadida de tener como referente films absolutamente mitificados y la responsabilidad de abrirle camino a futuras entregas como la aventura en solitario de Han Solo, prevista para 2018. Hay que imaginarse a Edwards haciendo una suerte de juego de malabares entre los imperativos de una franquicia y su propia voz como artista. ¿Sale con éxito de semejante aprieto?



Edwards tiene que hacer una película de Star Wars sin sus personajes más reconocibles -con los que sí contó J.J. Abrams en Star Wars: Episodio VII (2015)- sin la música de John Williams -solo Michael Giacchino podía sustituirle- y hasta sin el famoso crawl que necesariamente iniciaba el ritual que es ver una película de la saga. Aquí Darth Vader (James Earl Jones) apenas hace un cameo, por lo que hay que tirar del aparatoso Imperio galáctico, de sus máquinas de guerra y de los icónicos stormtroopers. Nos cuentan cómo un grupo de rebeldes roba los planos de la Estrella de la Muerte, que acabarán en manos de la princesa Leia (Carrie Fisher), quien los ocultará luego en el entrañable R2D2 (Kenny Baker), auténtico McGuffin de aquella primera Guerra de las Galaxias de 1977. A pesar de estos condicionantes, Gareth Edwards salva la papeleta de una forma más que satisfactoria. Rogue One tiene una personalidad propia, no se parece demasiado a una película de Star Wars y eso es bueno. Estamos ante un film más adulto, más bélico que space opera, quizás demasiado serio, que se aleja del candor infantil de la trilogía original. Si toda la vida los rebeldes han sido los buenos y el Imperio los malos, aquí descubrimos algunas sombras en los primeros y desertores en los segundos. La guerra está planteada de una forma más sombría que los tiroteos lúdicos de las primeras películas, en las que los stormtroopers caían como muñecos. Aquí la muerte tiene mucho más peso y esos mismos soldados de asalto resultan más amenazadores -y fascistas- que nunca. El motor de la acción, la redención de los pecados del padre, es el mismo que une a Luke y a Anakin Skywalker. Pero estamos ante una película coherente con la filmografía de Edwards, que reincide en los mismos temas que en Monsters y Godzilla: aquí también el individuo y sus problemas existenciales se contraponen a un conflicto de dimensiones globales -galácticas- que le supera. Edwards juega de nuevo con la escala: mantiene la cámara a la altura del hombro de los personajes, por lo que las gigantescas naves espaciales y los colosales caminantes AT-AT parecen más grandes que nunca. Y no hablemos de la Estrella de la Muerte. Pero también es verdad que el director imprime un ritmo pausado a una historia que no cuaja del todo hasta la fantástica batalla final, inspirada, eso sí, en los mejores momentos bélicos de El imperio contraataca (1980) y El retorno del Jedi (1983). Destaquemos también la belleza de las imágenes fantastique que consigue el director y la estupenda recuperación del referente -estético- de Akira Kurosawa en el prólogo. Rogue One brilla más cuando se aleja de la trilogía clásica y es una pena el peaje que debe pagar para conectar con la historia principal, porque, aunque nos emocione a los fans, resulta lo más endeble de la propuesta. La inclusión de personajes del Episodio III y sobre todo del Episodio IV resulta bastante forzada. ¿Lo peor? Hay que decir que una película de Star Wars ha vuelto a caer en la tentación de lo digital: personalmente, tengo que reprochar la osadía de resucitar a uno de mis actores favoritos de todos los tiempos. En definitiva, Rogue One es el pulso entre un estupendo film independiente y la obligación de hacer algo así como el Episodio III 1/2.

STAR WARS: EPISODIO VII -EL DESPERTAR DE LA FUERZA (J.J. ABRAMS, 2015)


Si habéis ido a ver El despertar de la Fuerza en los primeros días de su estreno, en un cine atestado de gente de todo tipo, con familias enteras disfrazadas como los personajes de la saga, os habréis dado cuenta de no es simplemente una película. Sé que no soy el primero en decirlo, pero Star Wars es un mito moderno. Una historia que ha calado tan profundamente en el inconsciente colectivo que ocupa el mismo lugar que las leyendas y la religión. Con esto no quiero decir que la gente "crea" en la Fuerza, sino que su relación con la historia de Luke Skywalker es mucho más íntima que con el libro de Job de la Biblia. Los mitos no se crearon para vender entradas, camisetas o figuritas. Tienen una función psicológica como metáforas de las etapas de la vida y nos ayudan a superarlas. Y aunque Star Wars vende un montón de entradas, camisetas y figuritas, su estatura mítica es innegable e inigualable. Porque habrá ayudado a más de un niño a hacerse consciente de la muerte de su padre, le habrá enseñado a otro que una galaxia entera no puede separarle de su hermana, nos ha dicho a todos que hay que rebelarse contra el mal, pero empezando por el que anida en nuestro interior. 


El despertar de la Fuerza es una obra maestra del entretenimiento. Es perfecta. Recupera el tono de serial de aventuras de la trilogía clásica. Pero lo que hace realmente es convertirnos, a los fans, en protagonistas de las películas de nuestra infancia. Y nos pone cara a cara con los héroes de nuestros mitos. Los personajes principales de nuevo cuño son jóvenes que han crecido escuchando historias. Rey (Daisy Ridley) ha oído hablar de los Jedis como si fueran solo una leyenda. Kylo Ren (Adam Driver) venera el casco de Darth Vader y trata de vestirse como él. Finn (John Boyega) se disfraza como un stormtrooper, pero no es realmente malo. ¿No es esa una metáfora del fan de Star Wars que se compra un traje de soldado imperial? Cuando los actores de la trilogía original aparecen en pantalla, parecen dioses colocados junto los personajes de una película "normal", digamos, de Los Juegos del Hambre. La gran baza de estos nuevos films, es que utilizan a los personajes originales interpretados por sus actores verdaderos y por eso su calado siempre será superior al de las precuelas. Luke, Han Solo, Leia, Chewbacca y sus objetos relacionados -como el sable láser- son idolatrados por los nuevos personajes. Justo como los fans de la saga. El director, J.J. Abrams, fue uno de esos frikis de Star Wars y ahora hace una película que le permite recrear los momentos que le hicieron elegir la carrera de cineasta. Como un niño que juega con figuritas en su habitación.


Esta forma de abordar la carga nostálgica de una película, curiosamente, ya la hemos visto este año. En Jurassic World (2015), el actor Jake Johnson interpreta a un friki de la atracción original creada por John Hammond (Richard Attenborough) que incluso lleva una camiseta de Parque Jurásico (1993). La historia incluye una visita a las ruinas de los escenarios de la película de Steven Spielberg -en el Despertar también hay referencias visuales a las ruinas del Imperio y la Rebelión- y juega constantemente a evocarla, rescatando al T-Rex para su clímax. Su director, Colin Trevorrow, por cierto, dirigirá el Episodio IXEn Terminator Génesis (Alan Taylor, 2015), Arnold Schwarzenneger parecía Forrest Gump infiltrándose en los fotogramas de Terminator (James Cameron, 1984). Son ejemplos, creo, fallidos, de películas que intentan repetir éxitos de taquilla apelando a la pura nostalgia. Pero luego está Mad Max: Furia en la carretera (2015), una de las mejores películas del año. Eso a pesar de que George Miller vuelve a narrarnos exactamente la misma historia que ha contado en cada una de las tres películas anteriores. Max es el hombre sin nombre que evoluciona hasta convertirse en el héroe protector de una comunidad. Y aunque cambia a Mel Gibson por Tom Hardy, el film funciona porque se apoya en una estructura mítica -Miller sigue, como George Lucas, las enseñanzas del mitógrafo Joseph Campbell-. Miller, en cada entrega de Mad Max, comienza de cero, no presta mucha atención a la continuidad y eso le libera. Por eso consigue ser siempre relativamente fresco. En este sentido, hay otros dos personajes que en 2015 han vivido nuevas aventuras y que tampoco soportan el peso de sus historias pasadas. La serie Ash vs. Evil Dead nos devuelve al personaje interpretado por Bruce Campbell en Posesión infernal (Sam Raimi, 1981) con un resultado óptimo. Spectre nos muestra de nuevo a Daniel Craig como James Bond, pero comete, para mí, un pecado: le ata demasiado a una nueva continuidad nacida en Casino Royale (Martin Campbell, 2006).


J.J. Abrams emprendió hace unos años un reseteo mucho más directo de la saga rival, Star Trek (2009). Esto le liberaba del peso de décadas de historias -aunque tuvo que buscar una excusa argumental para no eliminar la continuidad anterior- y le permitía utilizar los arquetipos de los personajes -Kirk, Spock, McCoy- en nuevas situaciones. Pero en El despertar de la Fuerza, Abrams hace un remake de Una nueva esperanza (George Lucas,1977), recreando la misma estructura, algunas de sus escenas y cargando su película de guiños. Siendo coherentes, esto no es nuevo. El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983) hacía exactamente lo mismo. Por lo tanto, de siete episodios, tres incluyen el ataque a una Estrella de la Muerte -aquí llamada la base Starkiller, en honor al primer apellido que se le ocurrió a Lucas para Luke. Por otro lado, el propio Lucas, en las precuelas, ha dicho que buscaba hacerlas "rimar" con respecto a la trilogía original, creando momentos que nos hicieran pensar en ella. Pero para mí hay una diferencia entre un eco y una repetición sin alma. ATENCIÓN SPOILER. Kylo Ren se quita el casco para ver la cara de su padre en un momento muy emotivo, que trae a la memoria a Darth Vader haciendo lo mismo para despedirse de Luke. Eso es un eco. Pero cuando Poe Dameron (Oscar Isaac) lidera en su X-Wing un ataque que es una mera repetición de algo ya visto, me emociono menos. Es un momento clonado.


Así que es mejor concentrarse en lo nuevo, que lo hay. Los nuevos personajes, Rey y Finn son geniales. Ella tiene el aura adecuada para recoger el testigo de los personajes clásicos. Finn aporta un sentido del humor más moderno, que no gustará a todos. El droide, BB8, es un hallazgo y recupera la conexión con lo infantil que tenía R2D2. Kylo Ren es un villano complejo, frágil, que personifica los temas más profundos de la saga. Pero también debo admitir que el gran spoiler de la película lleva a una gran decepción personal, que apunta a que la nueva trilogía no será la continuación de las aventuras de los personajes clásicos. Por último, decir que, efectivamente, hay un flashback, el primero en toda la saga, que nos muestra un momento decisivo en el pasado de Rey.

STAR WARS: EPISODIO III -LA VENGANZA DE LOS SITH (GEORGE LUCAS, 2005)


Simon Pegg, actor fetiche del director británico Edgar Wright y considerado una autoridad en temas frikis, respondió en una entrevista reciente que la mejor de las precuelas de Star Wars -que por otro lado, odia- es La venganza de los Sith. La razón no es necesariamente una mayor calidad cinematográfica del film, sino su carácter de película-puente con la trilogía clásica. Pegg -que interpreta a Scotty en las nuevas películas de Star Trek- argumenta que lo que ocurre en las precuelas "no le interesa para nada".


Si pudiéramos ponernos en la piel de un espectador "virgen" que no ha visto las películas clásicas, creo que descubriríamos que la historia, lo que cuentan estas primeras películas, no es interesante. Sé que esto es absolutamente subjetivo, pero tengo la sensación de que las precuelas han sido concebidas siempre desde el punto de vista del espectador -nostálgico- de la trilogía clásica. Esto puede resultar obvio, pero siempre me he preguntado qué habría pasado si George Lucas hubiese intentado contar algo nuevo. Lógicamente, había que narrar la historia de Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker, pero ¿era necesario meter -con calzador- a personajes como Chewbacca? Yo creo que no. Tampoco eran necesarias piruetas argumentales como que el padre de Boba Fett fuera el molde para los soldados clon que luego se convertirían en stormtroopers. Ni que Anakin fuera el constructor de C3PO, o Padmé la dueña de R2D2. Si Lucas se hubiese olvidado de todo eso, quizás, habría conseguido una historia menos enconsertada.


Ahora bien, no se puede negar que este Episodio III es un prodigio en lo que respecta a su diseño de producción. Los mundos fantásticos, las criaturas increíbles, la variedad de naves y vehículos, incluso los uniformes de los soldados de la República, todo goza de una riqueza de detalles difícil de igualar que hacen de la película, visualmente, un verdadero derroche. Resalta sobre todo la secuencia que narra la muerte de los caballeros Jedis en varios planetas, todos completamente diferentes. Pero si nos centramos en los personajes, Lucas demuestra sus carencias. Interpretados por actores claramente incómodos, muy tiesos, recitando diálogos sin brillo delante de frías pantallas verdes o cromas. Estos aburridos momentos se intercalan con batallas espectaculares -destaca la batalla aérea del inicio- pero sin la humanidad necesaria para implicarnos emocionalmente en la historia. Estupendos actores como Ewan McGregor y Natalie Portman hacen su mejor esfuerzo para darle vida a escenas que parecen teatro filmado. La comparación con Una nueva esperanza (George Lucas, 1977) que es pura aventura y movimiento, resulta dolorosa.



Al igual que en el Episodio II, Lucas divide la historia en dos. Por un lado, vemos a Anakin (Hayden Christensen) caer finalmente bajo la influencia del senador Palpatine (Ian McDiarmid) en lo que es la trama más estática de la película. Por otro lado, Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) protagoniza la batalla clave contra el General Grievious (Matthew Wood) en lo que constituye la parte más dinámica -y mejor- del film. En el tercer acto, Lucas enfrenta a estos dos personajes, en el duelo más esperado de la saga: por fin vemos al maestro contra el aprendiz. Aunque aquí se consigue una cierta tensión emocional -sobre todo gracias al trabajo de McGregor- la lucha enmarcada, una vez más, sobre decorados digitales acaba resultando fría. La transformación final de Anakin en Darth Vader (James Earl Jones) tiene todo el morbo de la galaxia -y vibra en la misma frecuencia que el Frankenstein (James Whale, 1931) de la Universal- pero se queda a medio camino del aliento épico que debería tener el nacimiento de uno de los personajes más emblemáticos de la historia del cine.

PELÍCULA ANTERIOR: STAR WARS: EPISODIO II -EL ATAQUE DE LOS CLONES

STAR WARS: EPISODIO II -EL ATAQUE DE LOS CLONES (GEORGE LUCAS, 2002)


El Ataque de los clones es para muchos la peor película de Star Wars. Yo solo puedo disentir un poco: creo que es la segunda peor. La ausencia de un personaje fallido como el famoso Jar Jar Binks la coloca por encima de La amenaza fantasma (George Lucas, 1999). Hay además en el Episodio II una dosis inferior de la farragosa trama política que lastraba el Episodio I. Por lo demás, es cuestión de gustos. En la primera entrega de las precuelas teníamos una aventura más infantil -no toméis el término en el sentido peyorativo- con un tono optimista que recuerda a Una nueva esperanza (George Lucas, 1977). El ataque de los clones, en cambio, tiene aspectos que la emparentan con El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980), pero obviamente está a miles de parsecs de la calidad de aquella. La película comete, además, dos pecados al desvelar misterios que nadie quería resolver. Vemos aquí la famosa guerra clon -mencionada por Ben Kenobi (Alec Guiness)- y el origen del enigmático Boba Fett. Y como suele ocurrir, ambos asuntos eran mucho más interesantes cuando solo existían en nuestra imaginación.


Valoraciones subjetivas aparte, hay un tema en El ataque de los clones que era inédito en Star Wars: la rabia juvenil. Una rebeldía adolescente que no vimos demasiado en Luke Skywalker (Mark Hamill). El protagonista aquí, Anakin Skywalker (Hayden Christensen), es un rebelde sin causa: en un momento de la película le vemos correr en su speeder bike a toda velocidad. El problema, quizás, es que Lucas no profundiza en el inconformismo de Anakin. Si en la primera trilogía Luke tenía un desarrollo de personaje muy claro hasta convertirse en Jedi, aquí la caída de Anakin al lado oscuro no está narrada demasiado bien. Antes que por el desarrollo de los personajes, Lucas apuesta por la mezcla de géneros. El más cuestionable es sin duda el romántico: la relación entre Anakin y Padmé Amidala (Natalie Portman) solo se salva por el arrebatado tema musical compuesto por John Williams. Pero hay más géneros cinematográficos en el Episodio II, como el cine negro que domina las secuencias en Coruscant y la investigación -casi policial- de Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) tras la pista de la conspiración. Encontramos también un aire de ciencia ficción "clásica" en el planeta acuático Kamino y los extraños clonadores que allí trabajan. Y por supuesto la fantasía -Space Opera- del planeta Geonosis, habitado por insectos que recuerdan a los marcianos de la serie de novelas iniciada por Una princesa de Marte (Edgar Rice Burroughs, 1917) y adaptada luego en John Carter (Andrew Stanton, 2012). Si os fijáis, los bichos son iguales en ambos films.


Hay también algo del western: el clásico, el de John Ford, en el encuentro de Anakin con los moradores de las arenas que han secuestrado a su madre, que parece evocar a los pieles rojas de Centauros del desierto (John Ford, 1956). Pero también del spaguetti western: si el misterioso y silencioso Boba Fett siempre había recordado al "hombre sin nombre" -Clint Eastwood- de la trilogía del dólar de Sergio Leone- aquí, su padre se llama nada menos que Jango Fett (Temuera Morrison) un nombre que remite al personaje Django, aparecido en decenas de westerns, empezando por Django (Sergio Corbucci, 1966) y acabando con Django Desencadenado (Quentin Tarantino, 2012). Recordemos además que Por un puñado de dólares (Sergio Leone, 1964) era un plagio de Yojimbo (Akira Kurosawa, 1961) y que la filmografía samurái del maestro japonés inspiró de forma determinante a George Lucas en la primera película de la saga. Se cierra el círculo. Apuntar también en el Episodio II algunos brochazos de otro subgénero italiano, el péplum, en la escena en la que los protagonistas son sacrificados en un coliseo-colmena. Y otro círculo que se cierra: si la primera Star Wars en 1977 nos hacía pensar en videojuegos que todavía no existían -Space Invaders es de 1978- en 2002, Lucas se rinde al medio que domina hoy la industria del entretenimiento y diseña una set piece en la fábrica de droides de la Federación de Comercio que se parece mucho -demasiado- a un juego de plataformas en la línea de Mario Bros. (1983).



Lo que está bien en El ataque de los clones son, como ocurría en La amenaza fantasma, las estupendas set pieces: el continuo movimiento de la trepidante persecución en Coruscant, un planeta-ciudad a medio camino entre Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982); las bombas que lanza la nave Slave I de Jango Fett contra Obi-Wan Kenobi, cuyas explosiones van precedidas de un instante de silencio; el duelo entre estos últimos bajo la lluvia del planeta Kamino; la entrañable presencia de Christopher Lee como el Conde Dooku -claro homenaje a su personaje más famoso, el Conde Drácula- que permite que cada trilogía cuente con su estrella de Hammer Films: Peter Cushing participó en Star Wars (1977).


El clavo ardiendo al que nos aferramos los fans de la trilogía clásica son los ecos de esas películas que encontramos en las precuelas. Cuando Obi-Wan (Ewan McGregor) corta un brazo en un bar de Coruscant recordamos el que Ben Kenobi (Alec Guiness) cortó en la cantina de Mos Eisley. Anakin y Padmé se abrazan antes de saltar al vacío en la fábrica de droides, como lo hicieron Luke y Leia (Carrie Fisher) en la Estrella de la Muerte, en una imagen robada de Simbad y la Princesa (Nathan Juran,1958); Anakin pierde un brazo ante el Conde Dooku -comienza a convertirse en una máquina- como perderá Luke su mano ante él mismo en El imperio contraataca (1980); C3PO (Anthony Daniels) acaba destrozado en piezas, algo que le ha ocurrido repetidamente; la persecución de Obi-Wan a Jango Fett, entre asteroides y recurriendo a la argucia de soltar lastre para perder de vista a su perseguidor es similar a lo que hará Han Solo (Harrison Ford) cuando le pisen los talones el Imperio y precisamente Boba Fett; la comida familiar que comparte Anakin con Owen Lars y Berú nos lleva directamente a Una nueva esperanza (1977), recuperando aquel escenario en Tatooine; y por último, sabemos que la marcha del ejército clon ante la mirada atenta del senador Palpatine (Ian Mcdiarmid) pronto se convertirá en la del Imperio ante el malvado Emperador. Precisamente, para el final de la película, George Lucas renuncia de nuevo a los diálogos y prefiere que John Williams se apodere de la narración con su música. Se contrapone su tema ya clásico, The Imperial March, que acompaña el desfile de soldados clon, a su nueva pieza, Across the Stars, que proporciona emoción a la boda secreta de Anakin Skywalker y Padmé Amidala.

PELÍCULA ANTERIOR: STAR WARS: EPISODIO I -LA AMENAZA FANTASMA

STAR WARS: EPISODIO I -LA AMENAZA FANTASMA (GEORGE LUCAS, 1999)


Seguramente la primera película de la trilogía de precuelas de Star Wars no es tan mala como la recordamos. Pero al menos para mí, es la peor de las seis películas que, hasta hace poco, componían la saga. Su gran problema es que resulta aburrida. No hay otra forma de decirlo. De ritmo irregular, el film alterna secuencias estupendas con momentos absolutamente insoportables que lastran su interés. Los peores son probablemente los que pertenecen a una subtrama política cargada de diálogos farragosos que los personajes declaman en escenas exasperantemente estáticas. George Lucas se pone serio -¿Para qué?- y se empeña en hablarnos del uso del miedo para limitar la democracia. Tiene su mérito, porque se anticipa un par de años al clima post 11-S presente en el cine actual. Pero como narrativa cinematográfica, esta subtrama no despierta precisamente el entusiasmo. Se supone que Star Wars debe ser fantasía y aventura.


No hace falta incidir a estas alturas en el odiado Jar Jar Binks (Ahmed Best), heredero del humor de los ewoks de El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983) -puro slapstick- pero sin la presencia física de aquellos, aunque fueran de peluche. En general, los efectos especiales que dan vida a los gungan de Naboo son lo más endeble de la película. Si George Lucas hubiera decidido no hacer caso de su obsesión por crear personajes y decorados digitales -en busca de la libertad total del director de cine- quizás estaríamos ante una película muy diferente. La prueba es que J.J. Abrams se empeñó en que en El despertar de la Fuerza (2015), muchos efectos y decorados fueran físicos. Encima rodó en celuloide. Toma ya.


También se ha criticado siempre el tono infantil del film, una tendencia que ya podía entreverse en El retorno del Jedi. Creo que esto se debe sobre todo a que el personaje principal es un niño, Anakin Skywalker (Jake Lloyd), pero seamos sinceros: el público objetivo de Star Wars son los críos. La inocencia de Anakin es un punto a favor de la película y su personaje, que debe liberarse de la esclavitud, resulta coherente con los valores presentes en la saga. El otro acierto es su relación paternal con Qui-Gon Jinn, maestro jedi interpretado por un Liam Neeson que es quizás lo más sólido de la película y que aquí es el auténtico protagonista.


El otro punto controvertido de La amenaza fantasma es la inmaculada concepción de Anakin. Lo que parece un desvarío de George Lucas se puede explicar por su filiación a las teorías del mitógrafo Joseph Campbell sobre el "monomito": una historia arquetípica cuyas etapas esenciales se repiten en muchas culturas humanas. No solo Jesús fue engendrado sin la participación de un padre humano, recordemos también a los semidioses de la mitología griega, todos hijos "bastardos" de Zeus. El origen misterioso de Anakin se debe también a una necesidad argumental: Star Wars es una historia sobre la paternidad. Inventarse un progenitor para Anakin era abrir otra historia que quizás a Lucas no le interesaba explorar. Lo verdaderamente malo es que el autor se saca de la manga una coartada pseudocientífica para un asunto que siempre había sido una cuestión de fe: los midiclorianos son la explicación -¡microscópica!- de la Fuerza. En todo caso, el personaje de Anakin responde al arquetipo del "elegido": igual que Frodo en El Señor de los Anillos (J.R.R Tolkien, 1954), John Connor en Terminator (James Cameron, 1984) o Neo (Keanu Reeves) en Matrix (Los Hermanos Wachowski, 1999). Eso sí, sabemos que "el que traerá el equilibrio a la Fuerza" será realmente Luke (Mark Hamill).


Obviamente, también hay cosas buenas en esta película. La Amenaza Fantasma brilla cuando más se parece a la trilogía original, cuyo espíritu reencontramos en los rústicos ropajes de los jedi; en las arenas de Tatooine; en la imagen imperfecta de los hologramas que utilizan para comunicarse;  en los uniformes de la República en los que se perciben los diseños de los del posterior Imperio; en la nave de Darth Maul (Ray Park) que prefigura la de Darth Vader (James Earl Jones); en los efectos de sonido creados por Ben Burtt y sobre todo en la magistral partitura de John Williams. Conscientemente, George Lucas busca en su película escenas "espejo" que reflejan momentos de Una nueva esperanza (1977): Padmé (Natalie Portman) se agacha delante de R2D2 (Kenny Baker) como lo hizo Leia (Carrie Fisher); la carrera de vainas recuerda a los X-Wings en las trincheras de la Estrella de la Muerte; en la escena final, los héroes también reciben medallas como recompensa y Lucas hace incluso los mismos planos de las sonrisas de sus protagonistas.


Lucas se mantiene fiel a sus fuentes y vuelve a buscar inspiración en los mismos clásicos que le sirvieron en 1977. La idea de una reina, Amidala (Natalie Portman), que utiliza un señuelo (¡Keira Knightley!) para poder mezclarse con los plebeyos proviene de La fortaleza escondida (Akira Kurosawa, 1958) de la que Lucas había copiado ya una pareja cómica que se parece mucho a R2D2 y a C3PO (Anthony Daniels). También vemos en el ejército gungan ecos de las tropas de Ran (Akira Kurosawa, 1985) y sus coloridos estandartes. Lucas ha copiado siempre, además, los barridos (wipes) entre planos del maestro japonés. No descubro nada, además, si os digo que la carrera de vainas proviene de la de cuádrigas de Ben-Hur (William Wyler, 1959) aunque sus corredores tengan el tono de Los autos locos (Hanna-Barbera, 1968). ¿No se parece Sebulba (Lewis Mcloud) a Pierre Nodoyuna (Dick Dastardly)? Hay, además, guiños a Metrópolis (Fritz Lang, 1927) en el planeta-ciudad Coruscant -recordemos que C3PO ya estaba inspirado en la mujer máquina de aquella- y curiosos cameos como la presencia en el senado de los congéneres de E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) o la de  Warwick Davis -Wicket en El retorno del Jedi y protagonista de Willow (Ron Howard, 1988)- como espectador de la mencionada carrera de vainas.


Lo mejor de esta película aparece cuando George Lucas permite que la imagen y el sonido se apoderen del espectáculo. La larga secuencia de la carrera de vainas es espectacular en todos los sentidos. Lucas consigue que la tensión vaya creciendo sin apoyarse -por esta vez- en la música de John Williams. Hizo algo similar en Una nueva esperanza (1977) en la batalla de la Estrella de la Muerte: la música aparece solo para iniciar el clímax. El otro momento a destacar es la pelea de sables láser -acrobáticas como nunca antes- entre Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor), Qui-Gon Jinn y Darth Maul. La tensa espera de los luchadores ante las barreras de energía que les impiden el paso, es uno de los hallazgos más originales de toda la saga.

THE WALKING DEAD -TEMPORADA 7- HEARTS STILL BEATING


HEARTS STILL BEATING (11 DE DICIEMBRE DE 2016) -AVISO SPOILERS-

No creo que la trama principal de lo que va de temporada de TWD resista el más mínimo análisis dramático. El conflicto entre los protagonistas y Negan (Jeffrey Dean Morgan) arrancó con fuerza en el primer episodio, pero apenas ha tenido desarrollo en las siguientes siete entregas, de las que, al menos cuatro, se desvían en subtramas más o menos relacionadas con el núcleo argumental. Este octavo capítulo no aporta nada nuevo, en el sentido de que se limita a desarrollar historias planteadas en el anterior. Así, Rick (Andrew Lincoln) y Aaron (Ross Marquand) penetran en el interior del territorio de un personaje misterioso para hacerse con sus armas y pertenencias, subtrama que tiene la única "acción-zombie" del capítulo, pero que no aporta nada más. Maggie (Lauren Cohan) sigue perfilándose como posible líder en la comunidad de Hilltop; Carol (Melissa McBride) continúa su aislamiento en el Reino; y, principalmente, Negan aterroriza a los habitantes de Alexandria mientras espera la vuelta de Rick. Paralelamente, Michonne (Danai Gurira) desiste de su misión para asesinar a Negan, al darse cuenta de la superioridad numérica de los "Salvadores". Esta historia resulta completamente anticlimática, y su resolución visual es una buena muestra de las pretensiones de los autores de esta serie: en un plano general, vemos el coche que Michonne comparte con una de los "Salvadores", a la que mata fríamente. Pero lo hace prácticamente "fuera de campo", ya que apenas distinguimos dos pequeñas siluetas dentro del coche. Este tratamiento de la violencia resulta curioso, ambicioso, y personalmente me recuerda otra solución visual utilizada por Quentin Tarantino -en un elaborado plano secuencia- en Jackie Brown (1997) para enseñarnos una ejecución en el maletero de un coche. ¿Puede permitirse una serie de éxito como TWD estas estrategias de distanciamiento? No lo sé. 


A esto hay que añadir que en el episodio ocurren varias cosas importantes, no demasiado bien resueltas. Veamos. Por un lado, Daryl (Norman Reedus) escapa de los "Salvadores", pero la fuga se nos escatima relativamente: solo vemos parte de la misma, una elipsis, algo rácana, nos muestra al de la ballesta directamente de regreso en Hilltop. La fuga tiene un momento curioso: Daryl mata a Fat Joey (Joshua Hoover), el más simpático de los "Salvadores", discriminado por su sobrepeso, que encima pedía clemencia. Que Daryl le mate parece un comentario sobre la "banalidad del mal". Fat Joey intenta escudarse en el consabido "solo seguía órdenes", pero Daryl le encuentra culpable de todas maneras. El otro hecho importante es que Rosita (Christianh Serratos) hace uso -por fin- de la bala que le ha fabricado Eugene (Josh McDermitt) disparando contra Negan. Obviamente falla, pero el momento tampoco se nos muestra, utilizando la pausa publicitaria como elipsis para decirnos luego que el bate de Negan, "Lucille", ha detenido el proyectil. La idea resulta un tanto inverosímil. Como castigo, Negan ordena la muerte de alguien, pero no es Rosita la ejecutada, sino Olivia (Ann Mahoney), un personaje bastante menos importante. Es aquí donde veo flojos a los guionistas: deberían haber matado a Rosita. Algo más satisfactoria resulta la muerte de Spencer (Austin Nichols) que intentaba hacerle la pelota a Negan. Llegamos así al punto más endeble de la temporada: el arco de transformación de Rick. El expolicía parece reaccionar tras la muerte de Spencer, que parece ser la última gota que rebasa su capacidad de aguantar los abusos de Negan. Rick pasa así de tener una actitud cobarde y servil -justificada por la fuerza de los "Salvadores"- a reencontrarse con su grupo para atacar a sus enemigos en un futuro. En mi opinión, estas evoluciones del personaje de Rick no han sido desarrolladas satisfactoriamente. Tanto la primera decisión del protagonista, de no luchar, como esta esperada reacción, me resultan bruscas, poco justificadas. Una pena, porque lo mejor de la serie hasta ahora había sido precisamente una cuidada progresión del personaje de Rick.

CAPÍTULO ANTERIOR: SING ME A SONG

ARROW -TEMPORADA 4- DARK WATERS


DARK WATERS (9 DE DICIEMBRE DE 2016) -AVISO SPOILERS-

Una cosa buena de esta temporada de Arrow es su villano, Damien Darhk (Neal McDonough). La composición de este enemigo es superior a la de anteriores antagonistas, como un Deahtstroke puramente físico, un Ra´s al Ghul prácticamente ausente o el malvado de culebrón que es Malcolm Merlyn (John Barrowman). Darhk, en cambio, es suficientemente poderoso para parecer una amenaza real para los héroes, sus objetivos interesan porque son misteriosos y los apuntes sobre su personalidad redondean al personaje. No es Darth Vader, pero es una mejora con respecto a lo anterior. En este episodio, además, Darhk protagoniza la mejor escena, al final de la trama, cuyo impacto se debe a una cuidadosa construcción que durante toda la historia nos ha demostrado que se trata de un ser completamente malvado, inhumano. Primero, Darhk envía a un dron con metralletas para aniquilar a los voluntarios que limpian la playa, convocados por el candidato a alcalde Oliver Queen (Stephen Amell). La crueldad de la escena es muy divertida. Luego, Darhk ataca otra fiesta de Queen -hay muchas galas en Arrow- y secuestra a sus amigos. Enseguida, vemos que el villano se ha construido su propia cámara de gas nazi y no tiene reparos en cargarse a los aliados del héroe. Por último, parece matar a Felicity (Emily Brett Rickards), justo después de que Oliver le pida matrimonio. Tras este festival de maldades, esa última escena a la que me refería antes, nos muestra a Damien colocando un árbol de navidad con su mujer y su hija en lo que parece un cálido hogar familiar. Pocas veces esta serie se ha mostrado tan efectiva. Vamos, creo que nunca.

CAPÍTULO ANTERIOR: LEGENDS OF YESTERDAY

LA DONCELLA (PARK CHAN WOOK, 2016)


Park Chan-wook es adicto a contar historias. Tras su aventura estadounidense, Stoker (2013), el surcoreano "vuelve" con lo que parece un sobrio drama de época. Pero nos engaña. Como los protagonistas de la película, el director intenta timarnos: nos cuenta cosas, que no son ciertas, para sorprendernos. Así, lo que parece una historia sencilla se enreda sobre sí misma, dando saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, volviendo sobre lo ya contado, como cajas que se abren dentro de cajas, con fugas para narrar episodios que ayudan a definir a los personajes e incluso con relatos leídos, historias dentro de la historia, mentiras sobre mentiras, jugando también con el punto de vista narrativo, un poco como Rashomon (Akira Kurosawa, 1950). Pero La doncella tiene los rasgos característicos de la personalidad cinematográfica del autor de Oldboy (2003) -¡Hasta sale un pulpo!- por mucho que intente disfrazarla. Ahí están sus personajes crueles, esa violencia exagerada, el tema de la tortura, al que ahora se añade un erotismo exacerbado con morbosos apuntes sádicos. También está presente de nuevo el amor romántico como forma de expiación y de salvación. Por último, los giros de la trama, que impiden hablar demasiado de esta historia para no estropear sus sorpresas, acaban llevando el argumento hacia el tema más querido por Park Chan-wook: la venganza. El surcoreano demuestra de nuevo su talento para elaborar imágenes de gran belleza, apoyándose en un diseño de producción mimado en cuanto a decorados, vestuario y fotografía. Tampoco pierde un sentido del humor algo oscuro, muy moderno, un poco infantil, que contrasta con la ambientación de época y que quizás impide ver cada propuesta del director como una obra maestra. Su tendencia al exceso le traiciona, sí, pero nos divierte. Y le aceptamos tal y como es.

VAIANA: LA LLAMADA DE LA AVENTURA



Todas las historias son la misma. Esa es la conclusión a la que llegó el mitógrafo Joseph Campbell (1904-1987) cuando acuñó el término monomito, el famoso viaje del héroe, que hace referencia a un patrón básico presente en mitos, leyendas y relatos procedentes de todo el mundo. Es bien sabido que George Lucas siguió las conclusiones de Campbell para confeccionar su Star Wars (1977). En 2016, Moana (Auli'i Cravalho), como Luke Skywalker, es elegida -por el mar, convertido en un personaje que recuerda a los efectos especiales de Abismo (1997)- para ser la heroína que salve a su pueblo (a la Humanidad). Como Luke -como Frodo- Moana nunca ha salido de su mundo ordinario, una isla de Polinesia que podría ser Tatooine o la Comarca. Si Luke debía enfrentarse a las reticencias de su tío Owen Lars, aquí Moana se enfrenta a las restricciones de su padre, que le obliga a aceptar "su papel" en la familia, en la sociedad. Moana tiene también un mentor, su abuela (Rachel House) es su Obi-Wan Kenobi (Alec Guiness). Inevitablemente, la joven salta a la aventura, atravesando el mar, enfrentándose a peligros, en su viaje para devolver el corazón verde -el anillo único- a una peligrosa isla, su Mordor, su Estrella de la Muerte. Tendrá un aliado, Maui (Dwayne Johnson), una suerte de Han Solo, semidiós de Polinesia, equivalente al Hércules grecorromano y aquí, sobre todo, nos recuerda a Prometeo, ladrón del fuego de los dioses, aunque tan superficial como Justin Bieber. Maui tiene un anzuelo, un arma poderosa como el martillo Mjolnir de Thor, la Excálibur de Arturo o el sable láser de Luke, que tendrá que robar en una cueva profunda, de las fauces de un terrible monstruo, como el vellocino de oro, pero con la estética de luz negra de las selvas de Avatar (2009).



Moana es una princesa Disney que no quiere que la llamen princesa -el propio Maui hace explícita su condición- acompañada de animales tiernos -un pollo y un cerdito fácilmente transformables en peluches para el merchandising- que funcionan como alivio cómico para las tensiones de la aventura, como R2D2 (Kenny Baker) y C3PO (Anthony Daniels). Pero el argumento arquetípico de las princesas Disney, el típico melodrama en el que la heroína es una víctima que debe soportar todo tipo de desgracias, es sustituido por el mencionado viaje del héroe, una estructura normalmente utilizada en vehículos de acción "masculinos" como Terminator (1984) o Matrix (1999). Hay un mensaje claramente feminista, Moana debe desafiar la ley impuesta por su padre, trascender el papel que se le ha dado en la sociedad, y luchar contra un demonio de lava -el patriarcado- que ha sustituido a la diosa de la madre naturaleza -el matriarcado- sin descartar un leve mensaje ecologista. Otro dato: Moana no tiene un príncipe azul. Eso sí, la película mantiene -lamentablemente- las tradicionales canciones para definir a cada personaje. Todo esto está contado con una animación fotorrealista que quita el hipo. Los avances tecnológicos me hacen temer que la animación, cómo género, se incline por el prodigio fácil que significa la mímesis de la realidad en detrimento de la libertad creativa que podría ofrecer. Algo así como hacer el camino inverso de la pintura, de la abstracta a la figurativa. Algo parecido ocurre en los videojuegos, donde el blockbuster vende consolas suele apoyarse en motores tecnológicos cada vez más potentes, siguiendo la lógica de la obsolescencia programada. Hasta que se den cuenta de que Pac-Man (1980) siempre será más vigente que el último Call of Duty. Por suerte, hay elementos en Vaiana que mantienen viva mi esperanza: los cocos piratas que parecen ewoks con la puesta en escena de los malos de Mad Max: Furia en la carretera (2015); y sobre todo la sintética y humorística animación en dos dimensiones de los tatuajes de Maui. Un hallazgo que bien vale una película que cuenta lo de siempre, con una eficacia que se agradece.