HIERRO -POSIBILIDADES


Si algo destaca en Hierro, premiada serie dramática disponible en Movistar +, creada por Pepe y Jorge Coira, es su cuidado diseño de producción. Visual y fotográficamente se aprovechan al máximo los sugerentes escenarios de la isla canaria, que ofrece unas paisajes impresionantes, que aportan una personalidad especial a esta ficción. El otro gran valor de Hierro, son sus intérpretes. Dario Grandinetti como un turbio empresario y Candela Peña como una voluntariosa jueza recién llegada a la isla, están magníficos, me atrevo a decir, incluso, que infrautilizados, porque a pesar de tener los papeles principales, queremos verles más, saber más de sus personajes. Los secundarios, por cierto, no desmerecen: Juan Carlos Vellido, Saulo Trujillo en un papel muy complicado, y Kimberley Tell, esta última, solvente en un papel, de primeras, antipático para el espectador, de niña 'pija'. Por todo esto, es hasta cierto punto entendible que la trama se resienta. El guión se desequilibra intentando otorgarle su espacio a cada uno de estos elementos, a los diferentes personajes y también, al escenario. El argumento de Hierro se desenfoca en demasiados momentos de sus 8 episodios, apunta, creo yo, en demasiadas direcciones. Pienso que el guión desperdicia la oportunidad de desarrollar un tema, más allá de ofrecer una trama entretenida con varios giros, sorpresas y momentos de tensión. Que no es poco. De primeras, la serie parece que nos va a introducir en la sociedad de la pequeña isla, sobre todo por la trama que se dedica a la fiesta religiosa de la 'Bajada'. Esto podría haberle dado muchísimo color a Hierro, pero acaba quedando en un segundo plano, quizás porque no hay ningún personaje importante vinculado a su desarrollo. Creo que esta producción pierde por tanto la oportunidad de ofrecer una dimensión social, al estilo de lo que hace David Simon con The Wire y Baltimore, Treme y New Orleans, The Deuce y Nueva York. Obviamente, los productores y guionistas no tenían por qué haber apostado por esta vía. Mi problema con la serie es que tampoco han desarrollado los personajes, sobre todo los principales, interpretados por Peña y Grandinetti, con mucho potencial, creo que explotado a medias. En varios momentos de la historia se rompe el punto de vista narrativo compartido por ambos, para introducir al menos a dos personajes más, por razones que no puedo desvelar para evitar el temido spoiler. Así que Hierro se coloca en un punto intermedio entre una serie de personajes y una historia más centrada en la trama. Por último, hay un par de temas que se asoman en esta ficción, pero que tampoco acaban de cuajar: por un lado, el choque entre la isla -el pueblo pequeño- y la España peninsular -la jueza recién llegada-; por otro, el choque generacional entre padres e hijos, que se enfrentan constantemente. El potencial de dichos conflictos, lamentablemente, no acaba de ser aprovechado.

UN GENIO LLAMADO PHIL TIPPETT -SUEÑOS INALCANZABLES


El stop motion es una técnica de animación que consiste en la simulación de movimiento a través de una secuencia de fotografías, lo que, si lo pensáis bien, es la definición del propio cine. El animador debe mover poco a poco una figura, parando una otra vez para fotografiar cada postura, por lo que un segundo de movimiento en pantalla requiere 24 posiciones. Curiosamente, los 24 fotogramas que Godard definía como 'verdad' 24 veces por segundo. La técnica del stop motion es, esencialmente, imperfecta. Tiene pequeños fallos que delatan que lo que vemos en la pantalla no existe realmente, lo que nos obliga a suspender por un momento nuestra incredulidad. Solo así podemos creernos que la bestia de King Kong, que no se parece demasiado a un gorila real, pueda perseguir a la bella Ann Darrow o trepar hasta la cima del Empire State Building. Ahí radica la magia del stop motion, en crear imágenes imposibles, equiparables a los sueños. Antes he dicho que es una técnica, pero sin duda es también una estética y no una simple herramienta para hacer creíble lo increíble. Todo comienza y acaba en King Kong (1933) de Willis O`Brien. El animador, que ya había hecho la versión muda de El mundo perdido (1925) de Arthur Conan Doyle, fabricó un mito cinematográfico puro que no ha vuelto a ser igualado. La mayoría de las películas posteriores sobre monstruos replican de alguna manera el film dirigido por Cooper y Shoedsack, que marcó la vida de autores como Ray Bradbury y por supuesto de Ray Harryhausen. Este último, discípulo de O'Brien, realizó una serie de películas sobre dinosaurios, monstruos gigantes, seres fantásticos y mitológicos, que conforman las obras más importantes del stop motion en imagen 'real'. Poco más que esos trabajos de Harryhausen hay en la historia del cine, y sobre todo, poco más de valor. El amante de esta estética se ha tenido que conformar, durante décadas, con pequeños guiños en cintas que iban de otra cosa: el tablero holográfico de ajedrez de Star Wars (1977), los gigantescos caminantes imperiales de El Imperio Contraataca (1980), el monstruoso Rancor de El retorno del Jedi (1983), el mortífero ED-209 de Robocop (1987). Pequeños trozos de celuloide que, todos junto, no darían para un mediometraje. De niño, atesoré todos esos pequeños momentos como si fueran cromos de una época olvidada, como piezas sueltas de un puzle sin completar que solo existe en el subconsciente. Pues resulta que todos esos momentos existen gracias a un niño cuya vida cambió tras ver King Kong de O'Brien y Simbad y la princesa (1958) de Harryhausen: Phil Tippett. Sobre él versa el documental dirigido por Alexandre Poncet y Gilles Penso -autores también de Creadores de criaturas. The Frankenstein Complex (2015)- en el que confirmamos la certeza de que el stop motion solo existe en la cabeza de algunos y que nunca pudo madurar como arte. O'Brien y Harryhausen tienen más proyectos abortados que películas y estas siempre estuvieron marcadas por presupuestos humildes y estrecheces económicas. Cuando Phil Tippett se preparaba para hacer su gran película, el Parque Jurásico (1993) de Steven Spielberg, la animación digital en 3D extinguió el stop motion. El documental nos muestra cómo Tipppett, un tipo solitario, sin demasiados amigos -Harryhausen tuvo la suerte de encontrar a Bradbury- tuvo que seguir el camino del genio incomprendido, a pesar de un éxito cimentado en la oportunidad que significó Star Wars y sobre todo en el apoyo que le dio su pareja, Jules, una empresaria capaz de mantener a flote una productora dedicada a fabricar sueños en un mundo en el que la realidad pesa cada vez más. Un genio llamado Phil Tippett hace un repaso cariñoso por la filmografía de este autor casi desconocido para el gran público, mostrando, claro, sus colaboraciones más conocidas, pero también sus cortometrajes y proyectos personales, revelando a un artista agradecido con su éxito, pero quizás, también, algo desencantado por no haber obtenido nunca el verdadero reconocimiento por su trabajo que es la oportunidad de hacer más cosas. No vivimos en un mundo interesado en mundos perdidos o viajes fantásticos. El stop motion es la mejor herramienta para diferenciar al que ha mantenido vivo a su niño interior, del que lo ha eliminado definitivamente.

SOLO -EL ABISMO


Sobre la insoportable soledad de la enfermedad mental trata Solo, documental de Artemio Benki quien se convierte en la sombra del pianista argentino Martín Perino, un hombre de mirada perdida que tuvo que ser ingresado en una clínica y que ahora intenta integrarse en la sociedad. No sé bien si Martín perdió la razón por culpa del piano, o si este instrumento es lo único que le mantiene anclado a la realidad. O ambas cosas. Sus dedos gruesos se mueven frenéticamente incluso cuando no hay teclas debajo de ellos. De pelo revuelto, con sobrepeso, Martín respira con dificultad mientras fuma un cigarrillo tras otro. Visita a las personas que conocía antes de su enfermedad mental, intentando reconectar con su entorno, pero también con él mismo. Martín tampoco sabe si la música que compone nace del caos, o pone orden y armonía en él, pero necesita desesperadamente ser escuchado. Cuando Martín no está tocando, todo se vuelve sombrío, le veremos comer desordenadamente, y esperar algo que ni siquiera él mismo debe  saber muy bien qué es. Pocas veces he visto reflejada en una pantalla con tanta precisión cómo la vida, despojada de objetivos claros y de rutinas, se convierte en un sinsentido, en el que cada hora transcurre espesa, acumulándose sin piedad, como una condena de la que no hay escapatoria. ¿Puede volver a funcionar Martín en una sociedad? No lo sabemos. Seguramente tendrá que convivir con el abismo el resto de su vida, y con un poco de suerte, sacar algo de ahí para compartirlo con los demás. Retrato brutal de un personaje -que recuerda al caso real del pianista David Helfgott, trasladado al cine en la película Shine (1996)- llegaremos a conocer en Solo a este pianista, a veces lúcido, a veces taciturno, en cuyo pasado adivinamos una madre castradora, y cuyo recuerdo será difícil borrar de la memoria.

RISING FROM THE TSUNAMI -HISTORIA JAPONESA DE FANTASMAS


Tras el tsunami que sufrió Japón en 2011, los directores Hélène Robert y Jeremy Perrin recogen las historias de los supervivientes que intentan volver a la normalidad tras la muerte de miles personas. Rising from the Tsunami no es únicamente el testimonio de la capacidad de los japoneses de sobreponerse a las adversidades intentando aprender de sus errores y mejorando -vemos la construcción de un espigón para protegerse de futuros maremotos- sino la sorprendente constatación de una diferencia cultural, religiosa y de percepción del mundo. Las personas que aparecen en pantalla cuentan historias sobre los espíritus de los fallecidos en el desastre natural, muchos dicen haberlos visto, en diferentes lugares, en solitario o reunidos, por ejemplo, cruzando un puente. Otros aseguran haber reconocido a alguna persona, y algunos más interpretan sueños en los que se encuentran con familiares desaparecidos como mensajes del más allá. No hay escepticismo en cómo se recogen estos relatos de espíritus y aparecidos, pero tampoco hay miedo, sino un dolor tremendo por la pérdida, en varios momentos de este hermoso y apacible documental. Los relatos orales se superponen a imágenes fantasmagóricas hermosas, como ese bosque de medusas que flotan como almas surgidas del agua. Poco importante si existen realmente ese mundo de los espíritus que los japoneses aseguran ver, o si estamos ante un mecanismo psicológico para sobrevivir a la pérdida.

HI, A.I. -WE ARE THE ROBOTS


El escenario distópico que hemos visto por nuestras ventanas en las últimas semanas, las ciudades vaciadas, esa 'nueva normalidad' en la que todo el mundo lleva mascarillas, ha dinamitado la idea del futuro. Parece como si viviéramos en un relato anticipado por la ciencia ficción apocalíptica. Algo similar ocurre al ver el documental Hi, I.A. de la directora alemana Isa Willinger, en el que los robots que nos ha prometido el género desde los años 50, sobre los que pronunció sus tres leyes Isaac Asimov, viven por fin entre nosotros. Willinger rueda hechos reales como si fueran escenas de Blade Runner (1982) o Ex Machina (1982), apoyándose en la fotografía de Julian Krubasik y en la atmosférica banda sonora de Robert Pilgram. Esta es una película de ciencia ficción en tiempo presente, en el que vemos a varios a robots, esos seres mecánicos de los que nos han dicho dos cosas: que llegarían para facilitarnos la vida o para destruirnos. Ninguna de las dos cosas ocurre en la dolorosa reflexión de Willinger, que se interesa más por la noción del uncanny valley, el rechazo que sentimos ante la simulación de la vida humana. Mientras más se parece un robot a un ser humano real, más incómodo nos resulta su presencia. En esta película conoceremos sobre todo a dos personajes principales; primero, un gracioso robot que parece salido de un manga, Pepper, cuya función será hacerle compañía a una anciana. El otro es un androide femenino, de anatomía voluptuosa, que viaja en una caravana con su propietario. En ambos casos, los robots parecen haber sido diseñados para una función que los humanos no deseamos hacer: hacerle compañía a los que sufren una soledad no deseada. La anciana y el joven, intentarán encontrar consuelo en estos seres artificiales, con resultados discutibles, en una demostración de lo complicado que es encontrar calor humano entre nuestros verdaderos semejantes en los tiempos que corren. Una idea apuntada en otra cinta de ciencia ficción reciente como Her (2013). El resultado del trabajo de Isa Willinger es una película hipnótica, triste y muy emotiva que conjuga momentos de extrañeza -los diferentes modelos de robots que veremos, la androide que visita el dentista- pero también de gran humanidad.

LETTERS FROM MASANJIA -GLOBALIZACIÓN


Si algo he aprendido en la crisis del coronavirus es que todos estamos en el mismo barco. Vivimos en un solo planeta, mucho más conectado de lo que creíamos, en el que si un ciudadano chino estornuda, en Madrid o en Barcelona tendremos que encerrarnos en nuestras casas durante meses. En el documental Letters from Masanjia, película inaugural del DocsBarcelona 2020 que ofrece Filmin, esta idea está muy clara y eso que cuenta hechos anteriores a la primera vez que escuchamos hablar de la covid-19. Una mujer en Estados Unidos, en Oregon, Julie Keith, ha comprado elementos decorativos para Halloween. En una tumba de plástico barato -made in China- Julie descubre, oculta, una carta de un represaliado por el régimen chino. Esa mujer que participaba en una fiesta consumista despreocupadamente, se topa por sorpresa con la dramática historia de Yi Sun, preso político por simpatizar con el movimiento Falun Gong. Sun estuvo recluido en un campo de concentración y fue torturado terriblemente por un Estado que niega sistemáticamente los derechos humanos fundamentales. La historia de Sun es terrible porque ocurre en el siglo XXI; porque recuerda a la persecución de los judíos por el nazismo pero no pertenece al pasado; Sun es separado de su pareja, no puede desarrollar una vida ni remotamente feliz y esto ocurre al mismo tiempo que nosotros nos preocupamos por las cosas más triviales, alienados pero protegidos por nuestras democracias imperfectas. El director canadiense Leon Lee -nacido en China- instruyó a Yi Sun a distancia para que pudiese grabar lo que le estaba pasando y hacer la película de la persecución estatal que sufría. Sun aprendió a hacer del cine una herramienta de denuncia sobre una realidad que permanece oculta para el resto del mundo, incluyendo esa madre de familia estadounidense, Julie, a la que le cambia la vida tras encontrar casualmente esa carta desde Masanjia. Como seguramente ver este documental hará reflexionar al espectador sobre conceptos demasiado manoseados como libertad y fascismo. Una película triste y muy dura.

THE LAST DANCE -BE LIKE MIKE


Si no te gusta el deporte, o el baloncesto, o la NBA, el documental The Last Dance producido por ESPN -disponible en Netflix- es la mejor manera de entender por qué Michael Jordan y los Chicago Bulls marcaron una época, no solamente en el deporte, sino también en términos culturales y hasta estéticos. Si viviste aquellos años entre 1991 y 1998, esta docuserie es imprescindible, un emocionante y nostálgico viaje hacia el pasado. Como fenómeno de la cultura popular, solo se me ocurre comparar a estos Chicago Bulls con The Beatles. Si todos los grupos de rock contemporáneos y posteriores tienen que medirse con el cuarteto de Liverpool, los herederos de Jordan -desde el desaparecido Kobe Bryant hasta el actual Lebron James- siguen tratando de igualar el logro de ganar 6 campeonatos en apenas 8 años. Pero elevemos el fanatismo: alrededor de Jordan y los Bulls se ha creado una mítica de hazañas, triunfo y debacle que me hace pensar en el rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda. Esto lo ha entendido bien esta serie documental que se ocupa de crear un relato mítico con los hechos y milagros de Jordan, autodenominado el 'Jesús' negro: la canasta sobre la bocina en el partido de playoff ante los Cavaliers, los 63 puntos contra los Celtics, aquel cambio de mano en una canasta imposible en la primera final contra los Lakers, los seis triples en un cuarto contra Portland que le hicieron encogerse de hombros, el partido de la 'gripe' ante Utah que demostró que era sobrehumano, el falso final de su primera retirada para realizar esa travesía en el desierto que supuso jugar al béisbol, y su resurrección, hasta llegar a la última canasta ganadora en el último minuto del último partido con la camiseta de Chicago, para ganar el último campeonato. No hay que olvidarse de los apóstoles de Jordan, que también tienen su lugar en la serie, ni de la banda sonora de esta película de la vida real, Sirius de The Alan Parsons Project, que nos sigue poniendo la piel de gallina.

The Last Dance juega a lo que juegan todas las series documentales recientes: a crear una ficción partiendo de imágenes reales. Como Perdidos, la narración de la trayectoria de los Chicago Bulls de Michael Jordan tiene giros, sorpresas, héroes, villanos, subtramas que se entrelazan y hasta los famosos cliffhangers al final de cada entrega para mantenernos enganchados. Enganchadísimos. Si en Perdidos la excusa argumental era una misteriosa isla, aquí tenemos como cebo la última temporada que jugó Jordan en Chicago, culminada en un sexto campeonato histórico en la NBA. Pero ese último baile es solo el mcguffin que mantiene fija nuestra atención, porque durante la serie habrá numerosos saltos temporales que nos ofrecen el contexto necesario para entender los hechos que se nos presentas. Como en Perdidos, cada capítulo tiene un flashback que nos explica el origen de un personaje, empezando por Jordan, claro, pero sin olvidar a Scottie Pippen, Dennis Rodman, Phil Jackson o incluso Toni Kukoc y Steve Kerr. Estos saltos pueden ser la única mancha en una narrativa impecable, ya que el que no sea seguidor de la NBA puede perderse entre las dos etapas de los de Chicago, que ganaron tres anillos consecutivos en dos etapas, cada una marcada por el retiro -temporal- de Jordan. El argumento principal se quiebra para retroceder y explicarnos, por ejemplo,  por qué es importante que Jordan vuelva a utilizar su primer modelo de zapatillas Nike -las Air Jordan- en un partido decisivo en el Madison Square Garden, o por qué no participó Isiah Thomas en el Dream Team de 1992, lo que lleva a hablar de los Bad Boys de Detroit. Por tanto, acabamos viendo también la gesta de los 5 anillos de los Bulls, y sobre todo, acabamos presenciando un completo biopic sobre Jordan, el mejor jugador de la historia de la NBA y uno de los más grandes del deporte. Esta figura, primero heroica e impoluta, poco a poco se va desarrollando en un personaje interesantísimo, con sus sombras: como que se le afeara su falta de compromiso político, o una competitividad feroz que le convierte en algo parecido a un ludópata y sobre todo, en su actitud obsesiva para conseguir el triunfo, que le lleva a ser un líder demasiado exigente con sus compañeros de equipo, entre los cuales, tenemos la sensación, no tiene ningún amigo. Recopilando todas las imágenes posibles sobre lo contado y entrevistando a los absolutos protagonistas -hablan todos y lo hacen sin tapujos- The Last Dance es apabullante, el documental definitivo sobre los seis anillos de los Bulls.

TIGER KING -FALSAS APARIENCIAS


Hay algo deprimente en la telerrealidad. Siempre he pensado que, no importa lo rico que sea el personaje, ni su altura intelectual: la vida enmarcada en una pantalla de televisión parece cutre. Ese chándal arrugado que llevamos en casa, esas zapatillas viejas con las que estamos cómodos, vistos en la tele, nos hacen parecer fracasados. Otra certeza que tengo es que todos tenemos peculiaridades, inseguridades, rarezas, que, magnificadas por el montaje y la realización televisivas, nos convertirían en trastornados a los ojos de los demás. Hecha esta pequeña aclaración sobre la manipulación de la imagen catódica, las personas (reales) que protagonizan la fenomenal Tiger King no necesitaban aparecer en televisión -en Netflix- para parecer perdedores o desequilibrados. Los directores Eric Goode y Rebecca Chaiklin investigan en esta serie documental a los grandes propietarios de felinos salvajes en Estados Unidos, y lo que consiguen es destapar la historia de un grupo de individuos verdaderamente peculiares, que además, se odian. Todo comienza con una pequeña afición: los animales salvajes. Es relativamente normal que te gusten, que quieras acariciarlos y se puede entender incluso el deseo de estar cerca de un tigre o un león. Querer poseer uno ya es otra cosa. Y tener más de 200 entra en otra categoría de locura complemente diferente. En ella están Joe Exotic -el protagonista- y sus rivales en este Juego de Tronos de los zoos del absurdo, Carole Baskin y Bhagavan Antie. Todos ellos son personas muy excéntricas que comparten una obsesión, la de coleccionar felinos salvajes, que pueden desarrollar hasta extremos muy locos ya que viven en una país cuya legislación lo permite. Pero esto solo es el principio. Porque si algo consigue Tiger King es sorprenderte una y otra vez hasta hacer que te preguntes cuál es el límite de lo que vemos, qué más puede ocurrir y sobre todo, con qué nueva rareza nos va salir esta gente.

Tiger King parece, primero, el típico intento televisivo de ridiculizar al freak de turno, explotando las rarezas de unos marginados delirantes. Hay que hablar sobre todo de Joe Exotic, un tipo de estilismo anárquico, que mezcla el mullet redneck y la ropa de cowboy con piercings y tatuajes, que es aficionado a las armas y gay -y bígamo-, con delirios de grandeza gracias a su propio programa de televisión, que nadie ve, además de ser un cantante de música country por la vía del playback. Pero la serie no se detiene en la mera explotación de gente rara, sino que comienza a desplegar, capítulo a capítulo, una serie de temas inesperados. Empezando por ese extraño culto a la celebridad de pacotilla que se ha apoderado de nuestras vidas como indeseado efecto secundario de las redes sociales. Aunque parezca increíble, estos desquiciados dueños de zoológicos despiertan pasiones, tienen legiones de fans y seguidores con el fanatismo propio de una secta religiosa, además de un tren de vida bastante alto. Lo que nos lleva a hablar de otro tema importante, la gran mentira del capitalismo, del american way of life y de la famosa promesa de 'la tierra de las oportunidades'. Los protagonistas de Tiger King son empresarios que pueden parecer relativamente exitosos, pero apenas se mantienen a flote, con deudas tremendas y siempre a un paso del desastre. Para mí resulta increíble que Joe Exotic y sus rivales hayan conseguido mantener abiertos unos parques tan costosos de mantener durante una década o más, y que esos animales mal alimentados no se los hayan comido. Resulta llamativa también la capacidad de estos individuos de seguir creyendo que en algún momento van a dar el pelotazo, cuando todo indica que se van a hundir en la miseria. Es el lado más oscuro de la cultura del éxito y de la idea de que hay que perseguir nuestros sueños. Tiger King habla también de lo tontos que somos. Un tema que conecta inevitablemente con el panorama político en EE.UU, donde Donald Trump es presidente. Si él pudo ¿Por qué no un tipo como Joe Exotic? Y la diferencia parece ser, básicamente, la profundidad de los bolsillos. Para cuando esta  docuserie se mete en temas políticos, la fiesta que parecían sus primeros episodios, acabará por deprimirnos, sobre todo tras un par de capítulos que exploran el lado más oscuro de cualquier ser humano y en los que las cosas se ponen un poco feas, y bastante serias. Y por supuesto, debajo de todo ese ruido está el tema ecologista ¿Cómo se puede permitir que esos animales vivan encerrados y sean maltratados sistemáticamente por un atajo de locos?

Por último, quizás lo más valioso de Tiger King es que convierte lo real en algo muy parecido a una serie de ficción. Al ser los entrevistados figuras públicas, famosos de segunda acostumbrados a tener cámaras delante, pronto no distinguiremos la diferencia entre lo real y lo dramático. Todos fingen todo el tiempo, incluso ante los sucesos más terribles, por lo que llega un momento en el que ya no sabemos qué es verdad, qué es teatro, y si esa distinción importa ya en esta sociedad de selfis y vídeos de Instagram que nos ha tocado vivir.

PARKING -EMIGRANTES


Parking se presenta como un drama romántico sobre el encuentro entre dos personas, Adrián y María, un poeta y la bajista de un grupo indie, y de las dificultades que encuentran para ser felices juntos. Nada nuevo. En este sentido, la película del director rumano Tudor Giurgiu no ofrece demasiado interés, más allá de tener una narración correcta, de presentar a unos personajes más o menos interesantes, y de conseguir la necesaria química entre sus intérpretes, Mihai Smarandache y la estupenda Belén Cuesta. Me interesan más las particularidades del relato que lo hacen diferente de cualquier otra película de estas características. Así, el héroe romántico es un inmigrante rumano ilegal -estamos en el año 2002- que vive en un parking en Córdoba. Esto provoca una historia de amor, sí, pero marcada por estrecheces económicas, que aportan un ingrediente de temática social que enriquece la película. Pero hay más. Si no nos quedamos en la superficie, descubriremos que todos estos personajes son inmigrantes, viven sin 'patria'. La metáfora perfecta es que el rumano Adrián no tiene casa en España, sino que vive en una caravana, un vehículo perfecto para viajar, pero que se encuentra siempre aparcado en el parking del título. María sueña con el éxito musical -que sospechamos inalcanzable- mientras intenta escapar de una vida -y de una pareja- que no la satisfacen. Rafa (Luis Bermejo), el empresario que da trabajo a Adrián, vive también en el limbo, siempre a un paso de cambiar su vida, mientras se hunde y acaba relacionándose con quien no debe, arrastrando a su pareja (Ariadna Gil) que malvive al otro lado de una frontera imaginaria, esperando que aquel la cruce y arregle su(s) vida(s). Parking habla entonces de sueños y realidades, de dejar atrás lo que tememos, pero también de la necesidad de enfrentar el futuro para poder ser felices. Y básicamente nos dice que casi todos vivimos en el estadio intermedio entre ambos puntos. 

BACURAU -REBELIÓN


Ganadora del premio del Jurado en Cannes y galardonada en festivales de todo el mundo como los de Sitges o Montreal, la película brasileña Bacurau es uno de los estrenos más potentes de lo que va de año. Dirigida por  Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles el film sorprende proponiendo una suerte de choque entre el cine social, el cine de autor, contestatario, que podemos asociar con Latinoamérica, y el cine de género, de acción, con elementos fantásticos, que relacionamos con Estados Unidos. Esos dos cines se reflejan en dos actores veteranos presentes en el elenco: Sonia Braga nos remite a la cinematografía comprometida de su país; el gran Udo Kier, siempre extraño, nos recuerda todas esas producciones estadounidenses, de gran o pequeño presupuesto, en las que se ha prestado a hacer de villano de tebeo. Hay así un posible comentario sobre el imperialismo, económico, cultural, que se plantea desde el protagonismo de un pueblo, Bacurau, aislado, en un futuro cercano y distópico, que se resiste a la influencia de políticos corruptos, que denuncia que les hayan cortado el agua, que se convierte en el blanco de una invasión militar sin sentido. Los vecinos se resisten a ser conquistados o dominados, lo que me hace pensar en otras películas recientes en las que también vemos barrios o comunidades enfrentándose al sistema, como Los miserables (2019) o This Is Not A Burial, It's A Resurrection (2019). Hay que ver Bacurau con la mente abierta a la sorpresa, a imágenes extrañas, chocantes, de sexo, baile, sangre, y violencia,.que remiten a emociones primarias como la rabia y el dolor. Estamos ante una película exuberante, que parte de las imágenes de la Tierra desde el espacio para luego descender al microcosmos del pueblo protagonista. Un film que pasa de la música de Caetano Veloso y Gal Costa a un tema compuesto por el director John Carpenter.

MADRID, INTERIOR -IMÁGENES CONFINADAS


¿Es demasiado pronto para hacer una película sobre lo que estamos viviendo? La respuesta varía seguramente según cada vez espectador, pero Juan Cavestany -Gente en sitios (2013) y la serie Vergüenza- ha sentido la necesidad de registrar, clasificar, ordenar concienzudamente y de darle sentido a las imágenes que sus amigos y colaboradores están grabando, cada uno, desde sus casas. El documental se titula Madrid, Interior, como el encabezado de una escena de un guión cinematográfico, una premisa que se volvió una imposición durante el Estado de Alarma. Cavestany busca atajar la realidad en su momento, recreando situaciones que se están produciendo realmente, insertando ideas de pequeños sketches de humor absurdo, en un collage de los vídeos que le han enviado José Coronado, Coque Malla, Pepón Nieto, Natalie Seseña, Antonio de la Torre, Malena Alterio, Miguel Rellán y un larguísimo etc. El resultado es algo parecido a Gente en un mismo sitio. Un documento que, con los diálogos mínimos -estamos solos- y pocas acciones -en casa no hay mucho qué hacer y leer un libro no resulta demasiado dinámico en pantalla- Cavestany va tejiendo un certero reflejo de las emociones que hemos ido sintiendo durante la cuarentena. Encima, en orden casi cronológico. Cavestany demuestra su sensibilidad para registrar todas las etapas de lo vivido dentro de las casas: el miedo al contagio, el aburrimiento, el no poder dormir, las llamadas telefónicas y las videoconferencias, ese quedarse mirando la biblioteca propia, ver películas, sacar al perro, ver las noticias, aplaudir a los sanitarios, atreverse a hacer una tortilla, masturbarse, tocar música, agobiarse, comer de más y obsesionarse con el orden y el racionamiento. Creo que Cavestany es inteligente acercándose más al documental que a la ficción, evitando racionalizar y buscando la emoción, alejándose de los diálogos y las conversaciones, porque todos estamos cansados de tertulias, de opiniones y de críticas nacidas del miedo que, comprensiblemente, tenemos todos. Para alguno, el presente no será el mejor momento para ver Madrid, Interior, porque refleja demasiado bien lo que estamos viviendo, pero en 5 o 10 años, será un documento importante, un álbum de fotos de un período de nuestras vidas que espero lleguemos a olvidar.

LA MAMI -MAQUILLAJE



La mami es un asombroso documental dirigido por Laura Herrero Garvín, autora de El remolino (2016). La toledana busca la materia dramática de su película en Ciudad de México, en el cabaret Barba Azul, donde un grupo de mujeres sobrevive haciéndole compañía, bailando y bebiendo con los clientes, a cambio, claro, de dinero. Para contar esta historia, Herrero Garvín toma una decisión que me parece muy inteligente: definir como escenario el vestuario y los baños que utilizan estas mujeres para cambiarse y maquillarse, situado sobre el bar y el salón de baile. La cámara apenas abandona este lugar, que se convierte en un microcosmos, no solo de lo que ocurre en off en el cabaret, sino de lo que pasa en México, en las vidas de estas mujeres, y en prácticamente todo el mundo capitalista. Porque a través de estas trabajadoras, la directora nos habla de las desigualdades, de machismo, de explotación, y hasta de la sanidad pública. Todo eso a partir de imágenes de mujeres que están perpetuamente maquillándose, poniéndose 'guapas' para sus clientes, en una denigrante operación de marketing humano que Herrero Garvín registra sin juzgar, con absoluto respeto por el esfuerzo que hacen ellas, simplemente, para sobrevivir. Los dos personajes principales son una recién llegada, que permite informar al espectador de las reglas de este submundo, y por supuesto, la 'mami' del título, personaje maravilloso, mujer que ha vivido de todo y que en su madurez se convierte en una figura materna para las jóvenes que, como ella en su juventud, se enfrentan a lo dura que es la vida.

ABOU LEILA -TRAVESÍA POR EL DESIERTO


Ante un atentado terrorista, los asesinatos en serie o la muerte de un niño, nos sentimos vacíos. Estos actos de violencia parecen echarnos en cara que la existencia no tiene demasiado sentido, a pesar de que nos pasamos la vida cargándonos de razones y de valores morales, para construir un castillo de naipes que llamamos civilización. Queremos pensar que existe el bien y el mal. Que hay culpables e inocentes. Cuerdos y locos. Por eso, para calificar al terrorista, al asesino o al agresor sexual, solemos recurrir a la comparación con el animal, con la bestia salvaje. Curioso, porque en realidad, un depredador mata para comer. De todo esto habla la ópera prima del director Amin Sidi-Boumédine, la sorprendente Abou Leila, sobre dos policías en busca del criminal terrorista del título. Lo que comienza con un tenso atentado en plano secuencia, continúa en una febril road movie que atraviesa el desierto argelino para perderse por carreteras secundarias mentales que indagan en la locura y en la violencia como un hecho enraizado en la cultura y en la naturaleza humana. Sorprendente, absorbente, poética y por supuesto, violenta, en Abou Leila la cámara de Sidi-Boumédine diluye la frontera entre lo real y lo soñado, dejándose llevar por el delirio pero sin perder el hilo narrativo, descubriendo poco a poco la historia de los dos personajes principales, interpretados por Slimane Benouari y Lyès Salem con gran intensidad. Una interesante experiencia cinematográfica que ha pasado por Cannes, que ha ganado premios en los festivales de Sevilla y en el D'A Film Festival Barcelona, y que lamento no poder ver en una sala de cine, como se merecía esta película. 

A STORMY NIGHT -COMEDIA ROMÁNTICA


En la presentación de su película en el D'A Film Festival Barcelona, A Stormy Night, David Moragas explica a través de la plataforma Filmin su predilección por el género de la comedia romántica , citando títulos como Notting Hill (1999) o La boda de mi mejor amigo (1997). Esta educación cinéfila seguramente obligaba a un adolescente Moragas a identificarse con las peripecias amorosas de Julia Roberts, o con el galán heterosexual de turno. Obviamente, ninguna de estas cintas refleja los sentimientos específicos que podría experimentar una persona del colectivo LGTBI. La ópera prima de Moragas, por tanto, es una respuesta directa a esta ausencia histórica de referentes para los gays, que rara vez se ven reflejados en la gran pantalla. Este es el gran valor de la cinta que nos presenta Moragas, que con honestidad y frescura nos habla de las dudas y de los conflictos de dos jóvenes -el propio Moragas y Jacob Perkins- atrapados en una casa en Nueva York, en una noche de tormenta. Rodada en blanco y negro, con una única localización y apenas tres personajes, los protagonistas se dedican a hablar y a hablar: a expresar sentimientos al estilo mumblecore. Hay tensión sexual, algunos momentos divertidos, pero sobre todo, sinceridad, humanidad y otra visión de las relaciones de pareja, del amor y de la vida, que siguen siendo un vacío a llenar en la ficción actual. Necesitamos diversidad en la pantalla para poder entendernos mejor los unos a los otros.

UN BLANCO, BLANCO DÍA -AMOR Y MUERTE


En la emocionante Un blanco, blanco día, el islandés Hlynur Palmason plantea un estudio de la pérdida y del duelo ante la muerte de un ser querido. Una película escrita expresamente para su actor protagonista, Ingvar Sigurosson, que brilla manteniendo contenidas las emociones de su personaje durante la historia y hasta el poderoso clímax. Estamos ante un hombre roto por el fallecimiento de su pareja, el amor de su vida, que se enfrenta a lo duro que es darse cuenta de que la existencia sigue sin atender a nuestros sentimientos. Las estaciones se suceden en el frío paisaje islandés; las reuniones familiares, alegres y caóticas, continúan ocurriendo, olvidándose, en cierta manera, de los que se han ido. Palmason nos habla en su película de una sociedad, quizás, demasiado civilizada, empeñada en esconder los sentimientos supuestamente negativos como la tristeza, la culpa, y sobre todo la rabia: ese grito que conviene dejar salir, aunque solo sea escuchado por el eco, para evitar estallidos de los que luego nos arrepentiremos. Una sociedad que acepta las contradicciones humanas, tal vez, de manera hipócrita. Un blanco, blanco día es poética, dolorosa y hermosa en su exploración de lo que pasa cuando se pierde al ser amado. Pero también es tierna, cálida y optimista cuando pone en pantalla otro tipo de amor, el que hay entre el protagonista y su nieta, interpretada por la hija del director.

LAS BUENAS INTENCIONES -MEMORIA SENTIMENTAL


Los que tenemos cierta edad sabemos que, si hiciéramos con nuestros hijos lo que hicieron con nosotros nuestros padres, el Estado nos quitaría la custodia. Fuimos niños sobre los que se fumaba, que iban en coche sin cinturón de seguridad, adosados a unos padres que seguían haciendo su vida a pesar de nosotros, negándose quizás a ceder el protagonismo de su existencia a sus vástagos. Recordemos la figura paterna ausente de la mexicana Roma, en la que Alfonso Cuarón recordaba cómo su padre abandonaba a su madre y se desentendía de sus hijos para irse con una amante. Para seguir haciendo su vida. La directora argentina, Ana García Blaya, nos presenta en su ópera prima, Las buenas intenciones a un padre de actitud adolescente, rockero, divertido, sí, pero también irresponsable en lo que se entiende por el cuidado de unos hijos, y que sobre todo no cumple las expectativas de su exmujer. La película es un relato autobiográfico en el que García Blaya escarba en su memoria sentimental e intenta explicarse cómo siendo su padre un completo desastre -fumador, mujeriego, impuntual- pudo tener sobre ella una influencia positiva, dándole una lección de vida quizás más provechosa que si hubiera tenido un comportamiento 'ejemplar'. Narrada desde el punto de vista de la niña protagonista, Amanda Minujín -álter ego de la directora- asistimos a las visitas de los hijos a la casa de su padre (Javier Drolas), que se los llevaba a la tienda de discos en la que trabajaba, se olvidaba de ellos si se pegaba una fiesta, o los hacía testigos de cómo iban pasando sus efímeras amantes por su habitación. Pero no hay reproches en esta película, porque la mirada de Amanda, desprejuiciada, muestra admiración. Está claro que la directora recuerda de esos años una felicidad muy auténtica, de baños en piscinas, de fiestas con amigos, y sobre todo, de canciones de rock argentino. Ambientada en los años 90, Las buenas intenciones es un emotivo viaje nostálgico a la infancia de una prometedora nueva autora, tan comprometida con su tema que incluso mezcla imágenes de vídeos caseros de su propia infancia con la ficción que recrea aquellos años de su vida.

ROUBAIX, UNE LUMIERE -LA COMEDIA HUMANA


Arnaud Desplechin firma un estupendo film policíaco escenificado en su ciudad natal, en Roubaix, une Lumiere, una magnífica obra que escarba en la naturaleza humana, que mira con desencanto el mundo en el que vivimos y que desvela lo complicado que es conocer esa verdad última que persiguen los investigadores policiales. No hay inocentes en esta historia, pero tampoco culpables al 100% en los casos que deben resolver los agentes. Hay una mirada social en el film, basado en casos reales, que evita hablar de buenos y malos, y que tiñe de gris los sucesos que aparecen en la pantalla, delitos y crímenes sin glamour, como robos, incendios, un violador en serie, un asesinato sórdido y sin sentido. Protagonizan dos policías, uno recién llegado a la localidad, Louis (Antoine Renartz), dedicado hasta la obsesión, creyente y que escribe un diario personal que hace pensar en Diario de un cura rural (1951) o quizás, en Taxi Driver (1976). Pero lo mejor de esta película es sin duda el personaje del comisario Yacoub Daoud, un magnífico Roschdy Zem, que interpreta a un veterano, que conoce las calles sobre las que trabaja desde niño, que conoce a cada vecino y sus circunstancias, que sabe lo difícil que es abrirse camino en la Francia tejida por europeos, árabes y africanos, que buscan su sitio a codazos, olvidados todos, castigados por la ley del mercado y condenados a vivir como los miserables. El cine policíaco actual tiene, necesariamente, que ser social. Completan el reparto dos personajes femeninos, dos vecinas a las que dan vida unas estupendas Léa Seydoux y Sara Forestier, que demuestran las complejidades psicológicas que pueden estar detrás de esos hechos que salen en las noticias de sucesos y que intentamos reducir a un veredicto sin demasiado conocimiento de causa. Apoyándose en un realismo sórdido y en el rigor de poner en escena los procedimientos policiales, Desplechin entrega un film seco y desencantado, que sin embargo permite una mirada humanista gracias a ese gran personaje que es el comisario Daoud.

NOMAD: IN THE FOOTSTEPS OF BRUCE CHATWIN -HASTA EL FIN DEL MUNDO


Increíble ver una película como Nomad, de Werner Herzog, sobre el escritor de viajes Bruce Chatwin, estando confinados por el coronavirus. La filmografía del director alemán -ya sea ficción o documental- es una continua búsqueda de la naturaleza en su estado más puro, y la literatura de Chatwin, y su filosofía de vida, se regía por un constante movimiento en un mundo sin fronteras ni límites. Descubrimos aquí la afinidad y la amistad entre ambos autores, almas gemelas en una forma peculiar de entender la vida. Encerrados en los confines de nuestras casas, las imágenes de Herzog nos transportan a los lugares más remotos, desde la Patagonia hasta Australia, en un recorrido tanto por los libros de Chatwin como por las películas de Herzog, que a duras penas evita que el film se centre, de alguna manera, en sí mismo. Tanta es la identificación del alemán con el inglés. Con su marcado acento de villano de película, el director nos guía por un trayecto mágico en busca de animales prehistóricos, fuerzas magnéticas bajo la tierra, las ultimas tribus nómadas y canciones que son guías de viaje. Nomad es un documental fascinante, que puede ser el inicio de un viaje para el espectador, no hacia los escenarios naturales extremos que vemos en pantalla, que ya eran inaccesibles antes de la pandemia -y quién sabe cuándo volveremos a recorrer el mundo- sino hacia la literatura de Chatwin y cómo no, hacia la obra de Herzog.

LITTLE JOE -NATURALEZA HUMANA


Alabada por la crítica, Little Joe, a pesar de su título juguetón, es un ejercicio angustioso con una puesta en escena radical. La directora austriaca Jessica Hausner hace gala en su quinta película de un rigor en la puesta en escena digno de un maestro como David Cronenberg. De una forma absolutamente coherente con su premisa argumental, Hausner utiliza planos prácticamente fijos, limitando al máximo los movimientos de cámara, cuidando mucho los colores -básicos pero apagados- de cada imagen, en lo que casi parecen las viñetas de un cómic. Mantiene sus planos Hausner hasta el extremo de permitir, en más de una ocasión, que los personajes humanos desaparezcan de delante del objetivo, en una clara metáfora de las intenciones de su historia. En el mismo sentido, las interpretaciones de sus actores -Emily Beecham, Ben Whishaw- se mantienen hieráticas, bressonianas, precisamente para evitar que el espectador resuelva el enigma de la cinta. Los personajes de Little Joe mantienen la distancia social, usan guantes, mascarillas y batas de laboratorio, como anticipándose a lo que será la 'nueva normalidad' tras el coronavirus. Se besan como robots. Y es que el argumento, del que todavía no he hablado, propone un experimento genético, una pequeña flor capaz de propagar un virus que podría modificar las emociones. Hausner propone algo así como una revisión abstracta de La invasión de los ladrones de cuerpos (1966), que lo mismo invita al terror, que insinúa un humor soterrado -del que da pistas el propio título- y que puede hacernos pensar, por qué no, en una versión minimalista de La pequeña tienda de los horrores (1960). Con estos elementos, Hausner se permite hablar de temas como la normalidad, el individualismo, la imposibilidad de la felicidad plena y los terrores de la maternidad.

STAR WARS: THE MANDALORIAN -PENSANDO EN LOS FANS


En la raíz de Star Wars (1977) de George Lucas estaba también el western, además de la ciencia ficción, la fantasía, la aventura y el cine bélico. Solo hace falta fijarse en Han Solo (Harrison Ford) antihéroe pícaro y de gatillo fácil, su peludo compañero Chewbacca (Peter Mayhew), moviéndose en la taberna cochambrosa de Moss Eisley; o en el desértico Tatooine, con sus salvajes moradores de las arenas, tan temibles como los apaches de John Ford. El aspecto destartalado -y realista- de la película remite al spaghetti western de Sergio Leone, quien, como Lucas, también se inspiró en los samuráis de Akira Kurosawa. En la galaxia de Lucas, un personaje secundario como Boba Fett parece perfecto para emular al hombre sin nombre que interpretó Clint Eastwood: un cazarrecompensas de pocas palabras, letal y misterioso. Este es el espíritu de The Mandalorian, serie creada por Jon Favreau, sobre un personaje diferente a Fett -es un decir- cuyo rasgo principal es llevar una armadura similar a la del hijo de Jango Fett -guiño al famoso espaghetti western de Sergio Corbucci, Django (1966), emulado hace unos años por Quentin Tarantino-. Aquí, como Juez Dredd, el protagonista nunca debe quitarse el mítico casco diseñado por Ralph McQuarrie.

El primer episodio juega sobre seguro al aprovecharse de todos los elementos que molan de Star Wars, una estrategia que se mantendrá durante toda la temporada. Además de la mencionada armadura de Boba Fett, hay que destacar un look similar al Una nueva esperanza (1977), con la presencia de los icónicos stormtroopers y un repaso de los extraterrestres y droides más entrañables, que hasta ahora no habían gozado de un primer plano, pero que son de sobra conocidos por el fan. El casting es fenomenal, Pedro Pascal -Narcos-, y veteranos que molan como Carl Weathers, Nick Nolte ¡Y Werner Herzog!, además de Taika Waititi -que dirige un episodio- poniéndole voz a un droide, nada menos que un IG-11 -nunca habíamos visto en acción al IG-88 de El imperio Contraataca-. Eso por no hablar de la sorpresa mayúscula del final del capítulo. 

La segunda entrega revela una de las claves de la serie: el humor. El enfrentamiento con los jawas es pura comedia -además de aventura y acción- con estos humanoides convertidos en algo muy parecido a los Minions, y sobre todo vaporizados sin piedad por el héroe. Desde el primer momento, a pesar del tono épico de los enfrentamientos y los tensos duelos de western, el guión de Favreau se ríe de todo: recordemos del primer capítulo que la excusa de Mythrol (Horatio Sanz) para escapar al cazarrecompensas es ir al baño -Luego acabará congelado en carbonita-. El tercer capítulo, The Sin, es puro éxtasis lúdico: actitudes heroicas, el descubrimiento de la liturgia de los mandalorianos, escenas de acción espectaculares y una huida que deja con ganas de más. No se queda atrás, esa mezcla de Los siete samuráis (1954) -y Los siete magníficos (1960)- con El retorno del Jedi (1983) que es el cuarto capítulo, Sanctuary, que introduce a Gina Carano como una veterana de la batalla de Endor. O la aportación de Dave Filloni, con experiencia en The Clone Wars, en ese regreso a Tatooine que es The Gunslinger. O esa aventura de piratas espaciales, muy en la línea de Guardianes de la Galaxia, con actores invitados divirtiéndose como Clancy Brown, Natalia Tena o Richard Ayoade. El desenlace, dividido en Reckoning y Redemption, tira la casa por la ventana demostrando que el Imperio galáctico no está del todo desactivado.

The Mandalorian tiene para todos: guiños frikis a las películas clásicas -apariciones de individuos de la especie de Salacious B. Crumb- o el atrevimiento de sacar el arma que usaba Boba Fett en el repudiado especial navideño televisivo; ideas que molan como que el alemán Werner Herzog sea un villano que echa de menos los tiempos -fascistas- del Imperio; que la historia ocurra en ese sector más sucio y oscuro -de nuevo, más spaghetti western- de la Galaxia de Lucas, y que salgan speedbikes, tusken raiders, la cantina original en Moss Eisley, los dewbacks y un montón de frikadas más. Todo esto, sabiamente mezclado con personajes que son puro marketing, pero también irresistibles, como el ya famoso Baby Yoda -en la tradición de los Ewoks, del fallido Jar Jar Binks, de BB8 o de los Porgs-. Jon Favreau consigue cumplir con todos los requerimientos industriales, complacer al fan y dar con una historia atractiva. The Mandalorian es el mejor Star Wars posible.

ADAM -TODO EL ESPECTRO DEL ARCOIRIS


En el año 2006, una comedia adolescente como Ella es el chico -dirigida por Andy Fickman- nos mostraba como una chica (Amanda Bynes) se hacía pasar por chico para jugar al fútbol, en una historia que pasaba de puntillas sobre cualquier elemento incómodo de la identidad de género o de una posible atracción homosexual: porque la protagonista, evidentemente, acababa ligándose al guapo de turno (Channing Tatum). En 2019, Adam es una comedia indie que sitúa su acción precisamente en el año 2006. Su premisa, como uno de los personajes de la película llega a reconocer, es retorcida: Adam (Nicholas Alexander) es un adolescente, tímido, virgen y salido, que se hace pasar por un chico trans para ligarse a la pelirroja -y lesbiana- Gillian (Bobbi Salvör Menuez). Esto ocurre cuando Adam entra en contacto con el entorno LGTBI de su hermana, también lesbiana, Casey (Margaret Qualley). Ópera prima de Rhys Ernst, la película es una comedia de enredo costumbrista entrañable, un coming of age imposible en el que el protagonista no solo se inicia en el sexo y la vida, sino en la problemática de todo el espectro LGTBI: desde los gays y lesbianas hasta la transexualidad, pasando por todas las opciones posibles de follar con quien nos dé la gana. Un auténtico baño de consciencia, de tolerancia y de diversidad para Adam (y para el espectador). Lo más interesante de esta pequeña y disfrutable película, es la sana mirada irónica del director sobre el activismo LGTBI, y cómo esta comunidad puede ser también una cerrada y desconfiada con el 'otro', en este caso, el individuo cisgénero.

HABITACIÓN 212 -LA VIDA NO VIVIDA


La nueva película del director y guionista francés, Christophe Honoré, Habitación 212, podría ocurrir antes, después, o incluso durante el confinamiento. Se trata de una comedia dramática de aliento teatral, pero también de gran inventiva visual y cinematográfica: Honoré tiene ideas de puesta en escena atrevidas y preciosas, que se aprovechan de que la historia  ocurre seguramente en la mente de su protagonista. María es una mujer madura que se ve obligada a revisar su vida sentimental cuando su marido descubre, por casualidad, una infidelidad. Protagoniza Chiara Mastroianni, divertidísima y espectacularmente atractiva, que por este papel se llevó premio en Cannes, a la mejor actriz en la sección Un Certain Regard. María desencadena toda la historia con su desliz y decide mudarse, al menos por una noche, a una habitación de hotel justo enfrente del piso que comparte con su marido, Richard (Benjamin Biolay), que poco a poco gana terreno en el relato, para hacer repaso también de su trayectoria vital. Así la película se va llenando de recuerdos y de personajes; los pisos y las habitaciones, las puertas que se abren y se cierran, se convierten en metáforas de la memoria. Comedia divertida, sexy, muy francesa, Habitación 212 es una refrescante fantasía sobre el amor, algo nostálgica. Una historia sobre el pasado, sobre los caminos no tomados, sobre la vida no vivida y sobre las frustraciones que acompañan a las relaciones de pareja, a las que seguramente no se les debe pedir la felicidad plena, si es que eso existe realmente.