REIVINDICANDO MARVEL STUDIOS: ANT-MAN (PEYTON REED, 2015)


En la imaginación quedará para siempre la película que habría hecho el director Edgar Wright de haber completado el proyecto de Ant-Man. El autor de The World´s End (2013), y sobre todo de Scott Pilgrim contra el mundo (2010) aparece acreditado en el guión junto a Joe Cornish, director de la estupenda Attack the Block (2011). ¿Habría sido mejor su versión del superhéroe con la capacidad de reducirse? Probablemente sí. Pero debo decir que el Ant-Man de Peyton Reed me ha encantado. Y digo esto a pesar de que Wright es uno de mis directores favoritos.


Hay una queja recurrente acerca de las películas de Marvel Studios que critica, precisamente, movimientos como el que aparcó a Edgar Wright de esta película en favor de un director con menos "personalidad". En mi opinión resulta estéril pretender que un proyecto como el universo cinemático de Marvel apueste por "autores" cuando lo que se busca es la coherencia y un tono uniforme. No creo que eso sea necesariamente "malo". Con esos objetivos no tendría sentido fichar a un director con un universo propio -digamos a un Quentin Tarantino- cuando ya se tiene de partida, precisamente, el inabarcable Universo Marvel de ficción. Obviamente, siempre se puede pedir que una película sea "mejor", pero no se puede negar que tal concepto es subjetivo. ¿Son demasiado "sosas" las películas Marvel? Yo creo que no.


Está claro que Marvel Studios, con Kevin Feige como presidente de producción, apuesta por hacer películas con buenos guiones -muy controlados- que son llevados a la pantalla por directores competentes. Es la misma mentalidad de una serie de televisión, o de la propia editorial de cómics. Es lo que ha hecho la familia Broccoli con la saga de James Bond desde 1962, sin que nadie se queje de una "realización plana". La franquicia del agente 007 siempre ha confiado en directores de perfil bajo -sin contar que hay mucha segunda unidad en cada película- y no ha fichado a un "autor" hasta 2012, con el Skyfall de Sam Mendes. No nos engañemos, Marvel ha sido así desde el principio. Ahí está ese primer Iron Man (2008), dirigido por un Jon Favreau que es un tío inteligente, pero no precisamente un "artista". Solo hace falta ver sus obras post-Marvel: Cowboys & Aliens (2011) y sobre todo Chef (2014) para demostrarlo. La lista de directores de Marvel se nutre de realizadores televisivos como Alan Taylor -también criticado por Terminator Génesis (2015)- de autores convertidos en otra cosa como Kenneth Branagh -acaba de hacer una Cenicienta (2015) muy sosa- y de artesanos entrañables como el Joe Johnston de Capitán América: El primer vengador (2011). Luego está Joss Whedon y sus Vengadores. Equiparable a un J.J. Abrams por conjugar el amor -nostálgico, vale- por los géneros con una mirada renovadora -pero no revolucionaria- Whedon es un crack. Pero ¿Es un autor? Sí ¿Por qué no? Para mí, Mucho ruido y pocas nueces (2012) resultó decepcionante, pero eso solo demostraría que lo de Whedon es el cine de género ¿Qué tiene de malo eso?


En esta -humilde- defensa de Marvel Studios propongo no pedir a sus películas que sean lo que no son. Es verdad que ningún film Marvel ha gozado del éxito de crítica de El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) -¡Y menos mal!- pero tampoco hemos salido nunca del cine maldiciendo como con Green Lantern (Martin Campbell, 2011) ¿O no?

ANT-MAN (PEYTON REED, 2015)


-AVISO SPOILERS-

El prólogo de Ant-Man resume la esencia del universo cinemático Marvel. Una envejecida Peggy Carter (Hayley Atwell) salida de la serie Agent Carter (2015) se reúne con Hank Pym -un rejuvenecido Michael Douglas- en la sede de S.H.I.E.L.D., que también cuenta con su propia serie. Les acompaña Howard Stark, padre de Tony Stark (Robert Downey Jr.) interpretado por John Slattery, como en Iron Man 2 (Jon Favreau, 2010) y no por Dominic Cooper como en la ya mencionada Agent Carter o en Capitán América: El primer vengador (Joe Johnston, 2011). La escena es breve, pero acumula un gran número de referencias a la ficción cinematográfica de Marvel de los últimos años. ¿Se puede entender lo que pasa sin haber visto TODO eso? Sí. Pero reconocer a los personajes añade un placer que no debería ser menospreciado. Yo hasta le tengo cariño a Peggy. Pero lo dicho: las referencias frikis no impiden el disfrute de la película.


Por otro lado, Ant-Man es tan Marvel que recupera como temática de fondo el conflicto entre padres e hijos. Es el mismo discurso sobre la responsabilidad de la paternidad que recorre las películas sobre Iron Man desde la primera hasta Iron Man 3 (Shane Black, 2013) y de nuevo en Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015). De hecho, el resentimiento de Darren Cross (Corey Stoll) hacia su mentor, Hank Pym, es idéntico, aunque invertido en sus roles, al de Obadiah Stone (Jeff Bridges), tutor de Tony Stark en la seminal Iron Man (Jon Favreau, 2008). Además, el corazón de la película, la motivación -sensiblera- de Scott Lang (Paul Rudd) es recuperar el papel de padre ante su pequeña hija Casey (Abby Rider Forston). Para rizar el rizo, Han Pym no tiene la mejor relación con su hija, Hope Van Dyne (Evangeline Lilly). No por casualidad, ella lleva el apellido de su madre, Janet. Todos estos conflictos, aunque superficiales, consiguen su objetivo: humanizar a los personajes.


Lo mejor de Ant-Man es que no ha tenido miedo de abordar al personaje clásico -creado en 1962 por Stan Lee y Jack Kirby- utilizando sus elementos más estrambóticos -y divertidos- como su relación con las hormigas. Esto lo permiten un tono desenfadado que sería imposible en una película de Batman de Christopher Nolan y una dosis de humor más que suficiente para un film de superhéroes. Me gusta que Ant-Man evite la tentación de caer en la autoparodia.


La historia se apoya en la idea de convertir lo cotidiano en terrorífico gracias a un cambio de la escala humana. Es el mismo mecanismo de la obra maestra El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957) basada, como ya sabéis, en una novela de Richard Matheson. Es la misma idea que fue infantilizada -para bien- en Cariño, he encogido a los niños (Joe Johnston, 1989). Ese espíritu recorre toda la película dando pie a setpieces verdaderamente atípicas en una película de superhéroes: la amenazante inmensidad de una bañera; la afilada aguja de un tocadiscos; o la escena más atrevida que cambia la escala del épico clímax para mostrarnos un tren de juguete descarrilando sin mayores consecuencias. Lástima que el poder humorístico de esa imagen cumbre se haya (mal)gastado en el trailer. Hay también un oscuro -y delicioso- guiño cinéfilo a otra película sobre reducciones, Doctor Cyclops (Ernest B. Shoedsack, 1940), cuando Croos consigue, por fin, mantener viva a una miniaturizada oveja. Eso sí, esa frontera final que debe cruzar el héroe nos lleva de nuevo al filosófico desenlace de El increíble hombre menguante: ¿Qué ocurre si el protagonista sigue reduciéndose hasta el infinito? La respuesta se parece mucho al lisérgico clímax de otra obra maestra, 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968).

TRUE DETECTIVE -TEMPORADA 2- DOWN WILL COME


DOWN WILL COME (12 DE JULIO DE 2015) -AVISO SPOILERS-

El cuarto capítulo de la primera temporada de True Detective finalizaba con un virtuoso plano secuencia que marcaba un punto de inflexión y me atrevería a decir que un salto de calidad en la serie. En el final del cuarto episodio de esta segunda entrega de la ficción de Nic Pizzolatto, encontramos un intenso tiroteo que bien podría cumplir la misma función. La diferencia, sin embargo, es que aquí no hallamos la misma pericia técnica de aquel plano secuencia. Los disparos y las muertes -de los criminales, de policías sin nombre y de civiles- se acumulan dejando a tres de los cuatro protagonistas de la serie con los rostros desencajados, con la mirada desorientada. Parecen preguntarse qué sentido tiene tanta violencia y tanta muerte en una investigación criminal que sus superiores no quieren ver resuelta. Los jefes de Ray Velcoro (Colin Farrell), Ani Bezzerides (Rachel MacAdams) y Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) parecen más interesados en la política, el poder y el dinero. ¿Qué sentido tiene entonces liarse a tiros en plena calle por una investigación que todos quieren sepultar? Ninguno, quizás.


El cuarto protagonista -ausente en el tiroteo- Frank Semyon (Vince Vaughn) se enfrenta durante el episodio a una doble infertilidad: la de sus tierras -en las que pretende plantar aguacates- y la de su mujer, Jordan (Kelly Reilly), con la que querría tener un hijo. Una de las principales críticas que he leído sobre esta temporada de True Detective es la falta de sutileza. Por otro lado, Frank expresa una visión de la vida tan pesimista que ni siquiera contempla la idea de adoptar, ya que no está bien "ocuparse de los problemas de otro". La muerte de Caspere ha llevado a Frank a sacrificar sus sueños de futuro y le obliga a volver al pasado. Ahora dedica todos sus esfuerzos a intentar revivir sus vínculos con el crimen. Las semillas que había sembrado para un futuro honrado y legal no han echado raíces.

CAPÍTULO ANTERIOR: MAYBE TOMORROW

ROBOCOP VS. TERMINATOR (FRANK MILLER & WALTER SIMONSON, 1992)


Hoy puede parecer incluso normal eso del crossover. Hemos visto reunidos a todos los superhéroes de Marvel en Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015); a The Flash saltando a la serie de Arrow y viceversa; esperamos películas como Batman vs. Superman: Dawn of Justice (Zack Snyder, 2016) o El escuadrón suicida (David Ayer, 2016). Pero hace no demasiado tiempo, nadie soñaba siquiera con estos "eventos" cinematográficos que unen los destinos de personajes completamente diferentes. Hay precedentes, es cierto, como House of Frankenstein (Erle C. Kenton, 1944); King Kong vs. Godzilla (Ishiro Honda, 1962); o Freddy vs. Jason (Ronny Yu, 2003). Pero el más significativo para el tema que me ocupa es Alien vs. Predator (Paul W.S. Anderson, 2004); que tiene su origen en los cómics editados por la editorial Dark HorsePorque el cómic es sin duda el soporte ideal para los cruces más locos.


La idea de enfrentar al protagonista de Robocop (Paul Verhoeven, 1987) contra el antagonista de Terminator (James Cameron, 1984) solo tiene cabida en la mente de un friki muy aburrido. Y una idea así solo puede existir en un tebeo. Lo que hace todavía más curiosa la propuesta de Dark Horse de unir a estos dos personajes en una sola historia es la calidad de los autores que firman esta miniserie. El guionista, Frank Miller, es uno de los autores que más ha influido en el medio. Su Batman: Año uno (1988) es en parte la base de Batman Begins (Chirstopher Nolan, 2005). Su obra cumbre, Batrman: The Dark Knight Returns (1986) tiene pinta de ser la inspiración de la ya mencionada Batman vs. Superman: Dawn of Justice. También podemos hablar del éxito de la adaptación de una novela gráfica suya, 300 (Zack Snyder, 2006) o de su obra más personal, Sin City (Robert Rodríguez, 2005). Todo esto sin olvidar su fantástica etapa en los cómics de Daredevil. Ahora bien, lo que hace a Frank Miller ideal para escribir esta Robocop vs. Terminator es que el artista es el autor de los guiones de las decepcionantes Robocop 2 (Irvin Kershner, 1990) y Robocop 3 (Fred Dekker, 1993). Menos conocido que Frank Miller, pero también muy importante, es el dibujante de la historia. Walter Simonson está en esta minisierie en su mejor momento y de hecho, le encuentro quizás algo desaprovechado. Simonson es conocido sobre todo por una estupenda etapa como autor total en The Mighty Thor en los años 90. De hecho, el título de la tercera película de Thor: Ragnarok (2017) hace pensar que Marvel Studios se ha inspirado en su obra. 


Lo cierto es que en los cuatro números que componen Robocop vs. Terminator me gusta mucho más el dibujo -detallado pero dinámico- de Simonson, que el guión de Frank Miller. Éste recurre a su estilo habitual de utilizar los cartuchos de texto -ahora en desuso- y los monólogos internos para contarnos la historia utilizando el punto de vista ¡de Skynet! pero sobre todo de Robocop. Esto le permite a Miller acumular una increíble cantidad de ideas, siendo la principal -y la más atrevida- la de convertir al policía cyborg en el origen de Skynet y por lo tanto de la rebelión de las máquinas que lleva al holocausto nuclear y al fin de la Humanidad. Pero hay mucho más en este tebeo: Robocop al mando de los ED 209; un Terminator niño; la batalla entre cientos de T-800 y los "roboterminators"; y esa realidad virtual al estilo Matrix (Los hermanos Wachowski, 1999) en la que Skynet seduce a Murphy con su sueño más preciado: volver a los brazos de su mujer humana. Para remate, un gag final impagable: el último Terminator -¡un perro!- se pasa de frenada y regresa en el tiempo a la época de los dinosaurios. A Simonson le encanta dibujarlos: ahí está su firma, que emula la forma de uno de esos animales prehistóricos.

WAYWARD PINES -CYCLE-


CYCLE (23 DE JULIO DE 2015) -AVISO SPOILERS-

La anulación de los planes para una segunda temporada de Wayward Pines, en mi opinión, significa una mejora considerable del poder evocador del epílogo pesimista que cierra el último capítulo. No os fiéis de mí: me gustan mucho los finales abiertos. Creo que resulta mucho más satisfactorio imaginar a lo que tendrá que enfrentarse Ben Burke (Charlie Tahan) al despertar en un pueblo-arca dominado ahora por esa "primera generación". ¿Hay algo más aterrador que un régimen totalitario dirigido por adolescentes? Creo que no. Otra cosa sería que este epílogo fuera el prólogo -en clave de cliffhanger- de esa hipotética segunda temporada: a mí me daría pereza verla.


Los últimos tres capítulos de esta serie me han resultado anticlimáticos. Wayward Pines empezó siendo un misterio, entregándonos giros y nuevas incógnitas con cada episodio y eso estaba bien. Pero desde el principio existió la promesa de responder a todas las preguntas. Era una especie de advertencia a los espectadores: no os vamos a hacer lo mismo que os hicieron en Perdidos (2004-2010). Para muchos, Damon Lindeloff decepcionó a todos con un capítulo final que dejó abiertas muchas de las incógnitas del principio de la serie sobre la misteriosa isla. Para mí, Damon Lindeloff me mantuvo pegado a una serie que hizo volar mi imaginación durante varias temporadas. En Wayward Pines tengo todas las respuestas, sí, pero he presenciado los tres últimos capítulos entre bostezos. 


Porque resueltas todas las incógnitas, a Wayward Pines se le notan mucho más las carencias. Los personajes poco definidos; la incapacidad de Matt Dillon para interpretar los momentos dramáticos; el poco interés de un conflicto que se ha alargado demasiado. Es de elogiar el empeño de este último episodio en ofrecer acción, explosiones y un montón de "abis" provocando una masacre entre los vecinos. Pero al final, los momentos humanos, como que Pam (Melissa Leo) mate a su hermano David (Toby Jones) o el sacrificio final de Ethan Burke (Matt Dillon) resultan muy poco emocionantes. Lo mejor, lo que ya he comentado: ese prólogo absolutamente pesimista, que deja abierta la historia de una serie que prometía un final cerrado. Paradójico.

CAPÍTULO ANTERIOR: A RECKONING

UNA INTERPRETACIÓN COMPLETAMENTE EQUIVOCADA DE "EL APARTAMENTO" (BILLY WILDER, 1960)


Siempre me ha sorprendido cómo el cine clásico de Hollywood puede ser más inocente que el actual, en sus formas, pero al mismo tiempo mucho más atrevido, en sus contenidos. El Apartamento, una obra maestra de la que poco más se puede decir, es una comedia romántica que produce auténtico asco hacia la Humanidad y que incluye abusos de poder, sórdidas infidelidades de oficina y dos intentos de suicidio. Tanta amargura difícilmente se podría encontrar en el cine mainstream actual.


El Apartamento es una de las películas más deprimentes que he visto y una de mis favoritas de todos los tiempos. Billy Wilder e I.A.L. Diamond se empeñan en mostrarnos a su protagonista, C.C. “Bud” Baxter (Jack Lemon), como un perdedor que vive una existencia solitaria entre compañeros de trabajo sin alma y jefes déspotas. Baxter descubre que la única forma de no ser uno más en la opresiva oficina de infinitos escritorios en la que trabaja, la única forma de ascender, es perder su humanidad. El retrato que se hace aquí del ambiente laboral es tan frío y cruel como realista.


Lo más triste de la película es que Baxter es un romántico –lo peor que se puede ser en esta vida- y se enamora de una compañera de trabajo, Fran Kubelik (Shirley MacLaine), a la que ve todos los días y a la que cree conocer: ha mirado su ficha y sabe todos sus datos personales. Pero Baxter se equivoca, porque aunque se empeña en ver algo bueno en Fran, acaba descubriendo que ella es como los demás: una mujer capaz de liarse con un hombre poderoso, el jefe de todos, el señor Sheldrake (Fred McMurray).



Los cánones de Hollywood mandan. Al final Baxter y Fran acaban en lo que parece un final feliz. Pero siempre me ha resultado inquietante que cuando retoman la partida de cartas en el sofá, Buddy le confiesa su amor repetidamente a Fran y ella nunca le responde con un “yo también te quiero”.

DEL REVÉS (INSIDE OUT) (PETE DOCTER, 2015)


-AVISO SPOILERS-

Probablemente habéis leído ya un montón de críticas entusiastas acerca de Del revés. Están justificadas. A pesar del hype, la película es muy original y desborda ideas en su intento -casi psicológico- de explicar cómo funcionamos emocionalmente los seres humanos. El concepto básico detrás de la película es convertir en personajes -animados- las emociones que luchan dentro de nosotros cada vez que nos pasa algo o tomamos una decisión. Una idea que serviría de sobra para una sitcom televisiva. En un largometraje hace falta, además, una historia. Los guionistas eligen contarnos la vida de Riley (Kaitlyn Dias) desde su nacimiento -en un prólogo similar al de Up (Pete Docter, 2009)- hasta su adolescencia. Una mudanza -siempre un momento traumático en el cine americano- es el conflicto principal para el personaje protagonista. Riley dice adiós a su infancia y esto hace que Inside Out tenga el mismo tono nostálgico que Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010).


El gran hallazgo de la película, para mí, es que propone una visión de la vida. Inside Out nos dice que el auténtico núcleo emocional de la existencia es la tristeza, representada en ese personaje azul con la voz de Phyllis Smith (nuestra querida Phyllis en The Office). Tristeza acaba eclipsando/complementando a Alegría (Amy Phoeler), que se ha pasado la vida de Riley intentando que todos sus momentos sean felices. La película nos demuestra que esto es un error y que los momentos tristes deben ser atravesados con la misma intensidad que los alegres. Negar los problemas, tener siempre una sonrisa en la cara, enterrar las penas lo más hondo posible, nos convierte en personas superficiales, insensibles, y finalmente infelices. Cuidado con ellos. Del revés confirma mi tendencia natural a disfrutar profundamente de mis momentos tristes y me da la razón cuando desconfío de aquellos que se empeñan en que todo está bien.

WAYWARD PINES - A RECKONING-


A RECKONING (16 DE JULIO DE 2015) -AVISO SPOILERS-

Parece que queda poco que contar en Wayward Pines cuando se acerca el final de la serie. Este penúltimo capítulo repite, básicamente, el mismo conflicto que el anterior. Ethan Burke (Matt Dillon) debe desactivar la célula "terrorista" liderada por su examante Kate (Carla Gugino), mientras un tiránico David Pilcher (Toby Jones) lucha por mantener el control del pueblo.


A estas alturas se han empeñado en hacernos creer que que no habrá más giros y que la serie ha revelado ya todos sus secretos. Los primeros siete episodios tenían sorpresas y cambios constantes en el status quo argumental imprimiendo un ritmo frenético a la ficción. Tanto, que en estos últimos dos episodios, mi sensación es la de un frenazo. Ahora, inevitablemente, creo que se echa en falta un mayor desarrollo de sus personajes. No estamos emocionalmente implicados con ellos, por lo que sus conflictos nos importan bastante poco. Una serie similar, basada también en las incógnitas y las sorpresas, Perdidos (2004), lo hacía mucho mejor en ese aspecto: sus personajes estaban mucho mejor definidos. 


Este penúltimo capítulo de Wayward Pines se abre con una de las imágenes más inquietantes de toda la serie: los teléfonos que suenan en las casas del pueblo cuyas ventanas se encienden una a una. Pero es una imagen repetida en una ficción que nos había acostumbrado a novedades constantes. El conflicto central en este tramo final de la historia es el ya expuesto anteriormente: seguridad ciudadana o libertad individual. Ethan Burke se enfrenta a Pilcher revelando la verdad a todos los habitantes del pueblo. Antes, uno de los jóvenes adoctrinados se había convertido en un fanático asesino. Se debate -superficialmente- si es justo el castigo al miembro de un grupo que ha puesto en peligro la seguridad de los demás. Al colocar el acto "justiciero" en un joven claramente desequilibrado, la serie toma partido. Mucho más ambigua es la postura de los responsables de The Walking Dead, que en el último episodio de la quinta temporada colocan a su protagonista en la misma tesitura.


Aquí, nos encontramos con que, ante el triunfo de la verdad y la rebelión de los vecinos, el tirano decide permitir la destrucción del pueblo. El cliffhanger -calcado al del episodio anterior- nos hace dudar ¿Está Pilcher tan loco como para desear la destrucción de la Humanidad? ¿Tiene un tercer pueblo en la reserva? ¿O hemos estado todo este tiempo ante una mentira? Veremos.

CAPÍTULO ANTERIOR: THE FRIENDLIEST PLACE ON EARTH

WAYWARD PINES -THE FRIENDLIEST PLACE ON EARTH-


THE FRIENDLIEST PLACE ON EARTH (9 DE JULIO DE 2015) -AVISO SPOILERS-

"Libertad o seguridad, no ambas" dice David Pilcher (Toby Jones) en una declaración de intenciones demasiado obvia. Parece que tras ocho episodios de la serie, ya no quedan spoilers. Toda la información está sobre la mesa y el argumento se apoya menos en esos giros que le daban un ritmo frenético a los primeros episodios. Al menos por ahora, Wayward Pines desarrolla -un poco- a dos de sus personajes principales. La tensión se centra en si Pilcher es un malvado tirano -a pesar de que su objetivo es salvar a la Humanidad- o si Kate Hewson (Carla Gugino) está loca. En principio, parece que ambas cosas son ciertas y que el protagonista, Ethan Burke (Matt Dillon), está atrapado en medio.


Nos queda la duda de si Kate realmente ha perdido la cabeza. Ethan mantuvo una "equivocada" relación extramatrimonial con ella -un apunte conservador- y por eso no entiende que Kate no confíe en él. Mucho menos que sus acciones hayan puesto en peligro a su hijo, Ben (Charlie Tahan) y a todo el pueblo. Kate afirma una y otra vez que Wayward Pines es un "experimento" del Gobierno, pero que lo diga con una camisa de fuerza no ayuda demasiado a su credibilidad. Su completa falta de sensibilidad, de empatía y su paranoia de que todos son "malos" menos ella, nos hacen pensar que está obsesionada con una idea falsa. La gran pregunta es si su enemigo, Pilcher, se comporta como un fascista porque realmente la Humanidad está en peligro... o porque esconde algo más.


En el mismo sentido de este enfrentamiento ideológico, vemos cómo Theresa (Shannyn Sossamon) se rebela ante el adoctrinamiento -evidente- que sufre su hijo por parte de la tutora Megan (Hope Davis). Además, Pam (Melissa Leo) comienza a dudar de los métodos de su hermano, pero sigue fiel a la idea del pueblo como única vía para salvar el mundo. Por último, vemos cómo esos "terroristas" que intentan escapar acaban muriendo por no conocer la verdad: que fuera del pueblo viven monstruos.

CAPÍTULO ANTERIOR: BETRAYAL

TERMINATOR TEMPEST (JOHN ARCUDI & CHRIS WARNER, 1989)

En 1977, la editorial Marvel Comics comenzó a publicar la versión en papel de la película Star Wars (George Lucas, 1977). Escritos por Roy Thomas y dibujados por Howard Chaykin, los primeros números de la serie contaban la misma historia que se veía en la película. Pero enseguida Marvel pudo comenzar a contar sus propias aventuras con total libertad. El caso es que tuvieron, quizás, demasiada: se inventaron incluso un extraterrestre, Jaxxon, con el aspecto de un gigantesco conejo verde. Ríete tú de Jar Jar Binks. Cuando tres años más tarde se estrenó El Imperio contraataca (Irving Kershner, 1980), todo lo que nos habían contado en los tebeos se fue a la mierda. Estoy hablando del canon, el dogma de fe de los frikis. Lo que importaban eran las películas de George Lucas y lo que se inventaran en los cómics quedaba, por así decirlo, desmentido.


Cuenta la leyenda que James Cameron era un camionero hasta que vio Star Wars. Entonces decidió hacer cine. Su gran aportación al séptimo arte es, sin duda, Terminator (1984). La película fue un éxito y un clásico instantáneo, sobre todo tras su comercialización en vídeo doméstico. Por ello, la editorial independiente de cómics Dark Horse debe haber decidido editar historietas basadas en la película (en 1991 lo haría también con Star Wars). En 1989, aparecía Terminator Tempest. En esta miniserie de cuatro números, el guionista John Arcudi se imaginaba que, tras la historia de la primera película, se producía un segundo viaje en el tiempo hacia 1984. Exploraba terreno virgen. Faltaban varios meses para que se estrenara Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991). 

Lo curioso es que Acurdi se anticipa en su historia a ciertos elementos de la secuela de Cameron. Terminator Tempest sigue el mismo esquema de la primera película, pero aumentando el número de personajes. Ahora viajan al pasado varios soldados del futuro y les persiguen otros tantos Terminators, masculinos y femeninos, como en Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Jonathan Mostow, 2003). Lo interesante es que esta vez los soldados de la resistencia tienen como objetivo matar al creador de Skynet antes de que esta exista, lo mismo que hará en la pantalla una obsesiva Sarah Connor (Linda Hamilton). En el cómic, el objetivo a matar es el doctor Hollister, mientras que en la película el papel de "padre" de Skynet recae en un personaje diferente, Miles Dyson (Joe Morton). Como veis, igual que con Star Wars, son las películas las que imponen el canon oficial. Hay más coincidencias entre este tebeo y la película de Cameron. En Terminator Tempest se descubre que la creación de Skynet se debe al hallazgo de los restos del primer Terminator que fueron sometidos a retro-ingeniería. Justo lo que ocurre en la secuela.


Por otro lado, Terminator Tempest incluye otro concepto que veremos luego en posteriores secuelas de la saga cinematográfica. Hay un personaje, Dudley, que es revelado como un cyborg híbrido, en la línea del Marcus (Sam Worthington) de Terminator Salvation (McG, 2009) o incluso en la del envilecido -AVISO SPOILER- John Connor (Jason Clark) de Terminator Génesis (Alan Taylor, 2015). No son más que casualidades, pero resulta curiosa la coincidencia de ideas creativas. Algo similar ocurrió con otro cómic de Dark Horse que continuaba la historia de Predator (John McTiernan, 1987). Predator: Concrete Jungle (Mark Verheiden & Chris Warner, 1989) anticipaba una historia muy similar a la que luego veríamos en los cines en Predator 2 (Stephen Hopkins, 1990).

PELÍCULA ANTERIOR: TERMINATOR

TERMINATOR: GÉNESIS (ALAN TAYLOR, 2015)


-AVISO SPOILERS-

Según la Wikipedia, lo "clásico" es aquello "que se considera como modelo digno de imitación." Si coincidimos en que Terminator (James Cameron, 1984) es un clásico del cine, sus cuatro secuelas han imitado su esquema básico generando variaciones cada vez más retorcidas. Podríamos decir, entonces, que Terminator Génesis es "barroca" -también según la Wikipedia- "adoptando formas más dinámicas y efectistas y un gusto por lo sorprendente y anecdótico, por las ilusiones ópticas y los golpes de efecto." El primero en darse cuenta de que estaba ante un clásico de su propia creación debe haber sido Robert Zemeckis, cuando decidió volver a su Regreso al futuro (1985) con Regreso al futuro 2 (1989). Los viajes en el tiempo eran la excusa perfecta para revisitar esa historia que nos gustó tanto: Marty McFly (Michael J. Fox) interactúa con su yo del pasado que a su vez interactuaba con sus padres para asegurar su nacimiento. Las dos películas hablaban entre sí como espejos que multiplicaban sus imágenes infinitamente. Recientemente hemos visto una operación similar en Insidious: Capítulo 2 (James Wan, 2013) con respecto a su primera parte. Pero a todo esto hay que añadir la nostalgia. La misma con la que visitamos las ruinas del Parque Jurásico original, el de Steven Spielberg, el de 1993, en Jurassic World (Colin Trevorow, 2015).


Lo que está claro es que cuando vemos Terminator Génesis, estamos ante un entretenimiento para iniciados. Debe resultar casi imposible disfrutar -o entender- esta película sin haber visto previamente la original. Incluso es recomendable haberla visionado recientemente. Esta quinta entrega de la franquicia vuelve al primer Terminator y convierte el 1984 que todos conocimos, en un 1984 alternativo. Lo mismo que el 1985 de Marty McFly en Regreso al futuro 2. Terminator Génesis copia secuencias y planos exactos de la película original, aunque recreados con otros actores. Porque prescinde completamente de todas las secuelas de la saga -aunque toma prestado al T-1000 de Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991)- y crea una nueva continuidad a partir de la primera. Es lo mismo que hace Star Trek (J.J. Abrams, 2009) con respecto a las 10 películas precedentes: un reboot que no niega lo anterior. Todo lo que nos habían contado sigue existiendo, pero en una línea temporal alternativa.


Sin embargo, los personajes de Star Trek -Kirk, Spock, McCoy- tienen una identidad independiente de cualquier historia, ya que fueron pensados para protagonizar una serie de televisión. Es decir, en su naturaleza estaba la cualidad de protagonizar diversas aventuras: les hemos visto en películas, series animadas, novelas y cómics. Sin embargo, Kyle Reese no es mucho más que el soldado del futuro que viajó en el tiempo, se enamoró de Sarah Connor, se convirtió en el padre de John Connor, y murió. Digamos que Kyle Reese es un personaje "atrapado" en su historia, no como Spiderman o James Bond. Digo esto porque tengo la sensación de que Terminator Génesis coge a Sarah Connor, el propio Kyle Reese, John Connor y el T-800 y los arranca de sus roles arquetípicos para convertirlos en protagonistas de otra aventura fuera de la saga de Terminator. Los transforma en viajeros temporales fuera de la línea temporal. Es una idea parecida a lo que hace el guionista Alan Moore con Mina Harker, el Doctor Jekyll y Mister Hyde y el Capitán Nemo al sacarlos de sus novelas originales, auténticos clásicos, para hacerles vivir nuevas aventuras en el cómic La Liga de los hombres extraordinarios (1999). Así, vemos a un John Connor (Jason Clarke) que no es el héroe legendario que salvará el futuro, sino el nuevo villano -¡Un Terminator!- que persigue a Sarah Connor (Emilia Clarke) y Kyle Reese (Jai Courtney): sus propios padres. Estos, además, no viven ya un amor para toda la vida en apenas unas horas, sino que tienen la oportunidad de conocerse. Que estos cambios gusten o no, es una cuestión subjetiva. ¿Se ha escandalizado alguien porque Alan Moore convierta a la Mina Harker de Drácula (Bram Stoker, 1897) en una vampira? Espero que no.


Hablando de gustos, creo que Terminator Génesis es una película entretenida y desenfadada. Pero lo mejor es, precisamente, lo clásico: el T-800 (Arnold Schwarzenegger), que evoluciona su papel de Terminator 2 y Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Jonathan Mostow, 2003), humanizando todavía más su papel original de cyborg asesino. Esta vez hace nada menos que de figura paterna de Sarah Connor. Resulta imposible no sentir ternura por ese Arnold envejecido al que Sarah llama una y otra vez "abuelo".  También me ha gustado el policía que interpreta J.K Simmons, O´Brien, un hombre común que ve la historia desde fuera y que es un claro heredero de aquel psiquiatra, el doctor Silberman (Earl Boen), que aparece en las tres primeras entregas.


Pero en el lado negativo, debo hablar de ese intento de actualización que nos sitúa en la actualidad y que convierte a Skynet en un sistema operativo, un IOS, que todos descargaríamos en nuestros smartphones: con lo bonito que era ver al T-800 original buscando el nombre de Sarah Connor en la guía telefónica. Más importante es que la historia de Terminator Génesis resulta muy intrincada, por lo que necesita transmitir demasiada información al espectador y lamentablemente esto se hace mediante diálogos explicativos, escenas estáticas que, sobre todo, lastran el segundo acto. Lejos está la pericia narrativa de Cameron, que conseguía calzar esos mismos diálogos explicativos en mitad de trepidantes persecuciones. Tampoco hay aquí -creo yo- set pieces verdaderamente memorables. Estamos ante la marvelización de la saga de Terminator, en la que manda antes un guión -controlado por los productores- que la mano del realizador. En ese sentido resulta idóneo un Alan Taylor salido de la serie Juego de Tronos y que ha pasado por la propia Marvel Studios al encargarse de Thor: El mundo oscuro (2013). Como evidencia, la escena post créditos que anuncia la siguiente entrega de la saga.

PELÍCULA ANTERIOR: TERMINATOR

TERMINATOR: LAS CRÓNICAS DE SARAH CONNOR -TEMPORADA 1- PILOTO


PILOTO (13 DE ENERO DE 2008) -AVISO SPOILERS-

La idea original de James Cameron para la primera Terminator (1984) era que el cyborg asesino llegado del futuro tendría el aspecto de un ser humano normal y que por ello sería difícil de detectar: podría pasar desapercibido entre la multitud para poder acercarse a su víctima. La idea, muy sugerente, se fue al traste cuando se tomó la decisión de que Arnold Schwarzenegger daría vida al Terminator. El musculoso austríaco nunca pasaría desapercibido en ninguna multitud. Pero en esa primera película de 1984, en el guión, se pueden percibir todavía rastros de esa idea. En la serie de 2008, Las crónicas de Sarah Connor, se recupera este concepto, quizás de manera involuntaria. Los actores que interpretan a los cyborgs, Aaron James Cash en la secuencia onírica, y Owain Yeoman en el papel de Cromartie, no tienen la presencia física -ni el relumbrón hollywoodense- del exgobernador de California. Es imposible.


El primer capítulo de la serie retoma la acción justo después de Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991). Sarah Connor (Lena Headey) y su hijo John (Thomas Dekker) han evitado el Apocalipsis nuclear que, en teoría, veremos en Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Jonathan Mostow, 2003) en la que además se establece que Sarah ha muerto antes del holocausto. Entre estas dos películas podríamos situar una serie que acabó teniendo solo dos temporadas. El piloto, dirigido por un veterano televisivo como David Nutter -Expediente X, Juego de Tronos, Band of Brothers- se plantea siguiendo un esquema ya clásico: dos viajeros del futuro, el ya mencionado Cromartie y la guapa Cameron Phillips (Summer Glau) -nótese el homenaje al creador de todo esto- aparecen para matar a John Connor. Lo interesante es que la serie -de 2008- decide situarse en 1991, año de estreno de la segunda película. La decisión tiene su razón de ser en que, por primera vez en una ficción audiovisual, vamos a poder ver una máquina del tiempo del universo Terminator. Gracias a ello, los protagonistas viajan al "futuro", es decir, al "presente" de cuando se estrenó la serie: 2007. Todo porque el día del juicio final, originalmente fechado en 1997 y retrasado a 2004 en la tercera película, ahora se aleja un poco más al año 2011. Esto, desde el punto de vista de un espectador de 2015, resulta curioso... y algo lioso. Alimento para frikis


El piloto de Las crónicas de Sarah Connor resulta tremendamente entretenido y divertido. Hay una buena dosis de tiroteos y efectos especiales que, seguramente, se reducirán en episodios posteriores por cuestiones de presupuesto. Pero para los fans de Terminator era esta una buena manera de entretenerse a la espera de Terminator Salvation (McG, 2010) y Terminator Génesis (Alan Taylor, 2015).

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TERMINATOR SALVATION (McG, 2009)


Puede parecer a simple vista que la cuarta entrega de Terminator se desmarca de las tres películas anteriores de la saga, pero si miramos atentamente, probablemente llegaremos a la conclusión de que se parece y mucho a sus predecesoras. Puede parecer que Terminator Salvation no sigue el esquema que se había repetido ya tres veces: dos viajeros temporales regresan al pasado para matar a un persona -de apellido Connor- que es la clave de la resistencia en un futuro dominado por las máquinas. Pero la verdad es que el principal mérito de esta película es camuflar y servirse de ese mismo argumento, aunque a la inversa.


Hay un cambio de escenario: ya no estamos en el presente, sino en ese futuro apocalíptico que hasta ahora solo habíamos podido ver en escenas muy breves que, curiosamente, eran flashbacks para los viajeros temporales. Marcus Wright (Sam Worthington) parece morir en el presente para luego resucitar en el futuro, en un 2018 regido por Skynet. Ese salto le convierte en otro viajero del tiempo. Lo que no sabe Marcus es que él también es un Terminator y que su misión vuelve a ser matar a John Connor (Christian Bale). Este todavía no es el líder de la resistencia, pero escucha atentamente las grabaciones de su madre, Sarah Connor (la voz  de Linda Hamilton), está casado con Kate (Bryce Dallas Howard) y hasta le sigue gustando la música de Gun N´s Roses (yuck). El objetivo de Connor aquí es localizar y salvar a Kyle Reese (Anton Yelchin) para, en el futuro, enviarle al pasado para que pueda conocer a su madre y convertirse en su padre. La paradoja temporal que es el corazón de la saga de Terminator, se mantiene intacta. Si en las tres anteriores películas teníamos a dos viajeros temporales, uno con el objetivo de matar, el otro con la misión de proteger, aquí Marcus cumple los dos papeles al mismo tiempo. Sin saberlo, lleva a Connor a una trampa, para luego recapacitar -el mensaje de la película tiene que ver con "las segundas oportunidades"- y salvarle. Hay además una reflexión -superficial- sobre lo que significa ser humano, que parece sacada de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). A todo esto hay que agregar que Terminator Salvation cumple también con esas frases que aparecen en todas las películas: "Ven conmigo si quieres vivir"; "Volveré" y "El futuro no está escrito". Por último, aparece el rostro -digital- de Arnold Schwarzenegger, con lo que ya tenemos todos los elementos de la película original. Nada ha cambiado.


Terminator Salvation funciona a la perfección como una secuela de Terminator 3: La rebelión de las máquinas (Jonathan Mostow, 2003) ya que continúa la historia tras el juicio final que veíamos al final de aquella. Sus protagonistas, John Connor y Kate Brewster, se mantienen también aquí, aunque interpretados por otros actores. Pero al mismo tiempo, esta cuarta entrega es la precuela perfecta de Terminator (James Cameron, 1984): se nos cuenta cómo John Connor se convierte en líder de la resistencia, cómo conoce a su futuro padre Kyle Reese, cómo se hace la cicatriz en su rostro y aparece además el primer prototipo de un T-800. El único elemento que nunca se ha visto en una película de Terminator -aunque sí en los cómics inspirados en la saga- es la máquina del tiempo que posibilita todo el argumento. 

TERMINATOR 3: LA REBELIÓN DE LAS MÁQUINAS (JONATHAN MOSTOW, 2003)


El inicio de Terminator 3: La rebelión de las máquinas es francamente prometedor. Tras el final de Terminator 2: El juicio final la trama ideada por James Cameron se cerraba sin dejar ningún camino abierto hacia una continuación. El inicio de esta tercera película -en la que no participa el autor- afronta precisamente eso: John Connor (Nick Stahl) cuyo destino era ser el salvador de la Humanidad, se ha quedado sin propósito de vida tras haber cambiado el futuro apocalíptico que prometían las dos primeras entregas. Connor, deprimido y hastiado, se dedica ahora a vagabundear sin rumbo y a acelerar con su moto en actitud claramente suicida. Las escenas sobre el futuro, ahora meras fantasías de Connor, nos muestran unos efectos especiales más que interesantes. Lo dicho, este prólogo prometía. Pero no era más que una ilusión.


Terminator 3 abandona de entrada cualquier intento de construcción de sus personajes, para reunirles apoyándose en el puro azar: un absurdo accidente de moto lleva a John Connor a colarse en una clínica veterinaria en la que aparece Kate Brewster (Claire Danes) por una oportuna emergencia ¡Un gato se ha puesto enfermo! Kate, además, resulta ser la hija del militar encargado del proyecto Skynet y una amiga de la infancia de Connor. Como veis, no queda aquí nada de la cuidadosa construcción dramática y del paulatino aumento de la tensión de las dos primeras películas. Todas estas casualidades son justificadas luego utilizando una explicación tan frágil como la del destino. John y Kate están destinados a ser pareja y el día del juicio final es inevitable. La idea contradice la filosofía de las dos películas anteriores: "No fate but what we make". Por otro lado, la aparición -¿Novedosa?- de un Terminator femenino, el T-X (Kristanna Loken) -en la línea de Species (Roger Donaldson, 1995)- aporta poco, y el clásico T-800 (Arnold Schwarzenneger) es presentado recreando escenas de las segunda parte pero en clave paródica. 


Hay un claro desequilibrio en esta película, que pasa de puntillas sobre las presentaciones de los personajes para meternos de lleno en una larga y espectacular persecución en la que la destrucción de coches y mobiliario urbano es el principal aliciente. Es sin duda lo mejor de esta película y parece pertenecer más bien al clímax. Terminator 3 no vuelve a alcanzar este derroche en ninguna secuencia durante el resto del metraje.


Hay que reconocer, sin embargo, que esta tercera parte tiene ideas interesantes, como la de aniquilar a otros miembros de la resistencia, la mencionada unión sentimental de John Connor con Kate Brewster, o incluso la -futura- muerte del líder de la resistencia. Pero Terminator 3 no consigue el tono pesimista de las entregas de Cameron y parece más ligera, descafeinada. Sin embargo, se puede disfrutar como contrapunto desmitificador -casi paródico- de los clásicos de Cameron. El final de la película, desesperanzador, reincide en la inevitabilidad del destino y del día del juicio final. El holocausto nuclear que se desencadena tiene sabor a sci-fi de los años 50, a The Twilight Zone (1959) y deja al espectador reconciliado con una película que acaba resultando simpática. Decir que Terminator 3 es la peor de la saga es tan fácil como inútil.

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TERMINATOR 2: EL JUICIO FINAL (JAMES CAMERON, 1991)


Más grande, más cara, más pulida y más ambiciosa que la primera parte, Terminator 2 daba en 1991 la medida de lo que el autor de las posteriores Titanic (1997) y Avatar (2009) quería llegar a ser: un director capaz de sentar en las butacas de los cines a millones de espectadores.


Para conseguirlo, Cameron reformula la primera película, manteniendo el esquema argumental en el que dos viajeros temporales regresan al pasado para matar a una persona que cambiará el futuro. Pero esta vez, el objetivo, la víctima, no es Sarah Connor (Linda Hamilton) una mujer -Terminator (1984) era en parte una película de terror- sino un adolescente John Connor (Edward Furlong). Eso de entrada lo cambia todo, ya que el protagonista ahora es un chaval que va en bicicleta, juega a los videojuegos y que podría haberse fugado de Los Goonies (Richard Donner, 1985). No es que esto infantilice la película, pero desde luego la ubica en el paradigma spielbergiano del padre ausente: solo hace falta cambiar a E.T. por el T-800 (Arnold Schwarzenneger). Lo que buscaba Cameron, sin duda, era ampliar su público. En el mismo sentido, Schwarzenneger, ahora una estrella consagrada, se convertía en el héroe del film. Linda Hamilton interpreta a una Sarah Connor que sigue el mismo arco de transformación que la teniente Ripley (Sigourney Weaver) entre Alien (Ridley Scott, 1979) y Aliens: El regreso (James Cameron, 1986): pasa de víctima superviviente a tía dura de armas tomar.


Cuenta Terminator 2 con varias set pieces antológicas: la persecución en los canales de Los Angeles -que luego veremos en Drive (Nicholas Winding Refn, 2011)- y que inspiran una persecución de ritmo similar en Matrix Reloaded (Los Hermanos Waxhowski, 2003); el estupendamente planificado rescate de Sarah Connors en el manicomio; y el macrotiroteo contra la policía en la sede de Cyberdyne en el que no hay una sola víctima, otra concesión para poder ser una película apta para todos los púbicos. Estamos ante un film de acción, que se mantiene muy físico -utiliza especialistas de los de antes- a pesar de la innovación que supuso el T-1000 (Robert Patrick) en cuanto a efectos especiales digitales. Se perfeccionaban con éste los efectos ensayados en Abyss (James Cameron, 1989) y que luego serían claves en Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993). La animación que da vida al T-1000 sería utilizada no solo como demostración de una nueva tecnología, sino de una forma harto ingeniosa: cuando el Terminator camuflado como el suelo ajedrezado se levanta detrás de su víctima; cuando el cyborg atraviesa una reja haciéndose líquido pero los barrotes chocan con la pistola que lleva en la mano. Su capacidad de transformarse en cualquier persona me parece un claro antecedente del agente Smith (Hugo Weaving) de Matrix (Los Hermanos Waxhowski, 1999).


Todos estos elementos se suman para conseguir una película redonda, que cierra la trama abierta por la anterior y que funciona como su opuesta. Si en la primera entrega la paradoja temporal era que Kyle Reese (Michael Biehn) viaja al pasado para ser el padre de John Connor y el origen de la futura resistencia, aquí descubrimos que el malvado T-800 de aquella -su mano y su CPU- ha sido también la semilla de las máquinas que dominarán al mundo.

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