EL MONSTRUO MARINO -EN DEFENSA DE LOS MONSTRUOS


Recuerdo cuando en el cine existían los monstruos. Desde #KingKong a #MobyDick, pasando por #Godzilla y el bestiario galáctico de #StarWars, la pantalla estaba llena de criaturas aterradoras. Incluso cuando #StevenSpielberg decidió que los dinosaurios de #ParqueJurásico (1993) eran animales y no monstruos, estos seguían dando miedo. Hago esta reflexión a propósito de la estupenda -estuvo nominada al Óscar- El monstruo marino, cuyo nombre en castellano invita al error. Mucho más ajustado es el original, #TheSeaBeast. Dirigida por Chris Williams, la película tiene un inicio prometedor: un barco de cazadores de monstruos le sigue la pista a una legendaria criatura. La referencia clara es Moby Dick de Melville -y por extensión Tiburón (1975)-; pero se fija también en películas de piratas para el retrato de la tripulación y recuerda al kaiju eiga en su catálogo de criaturas colosales como Godzilla y compañía. Hay elementos que parecen inspirados en las cintas dirigidas por Jun Fukuda -Los monstruos del mar (1966) y El hijo de Godzilla (1967)- o, más bien, en el Julio Verne de La isla misteriosa y en su adaptación de 1961, con ese cangrejo gigante animado por Ray Harryhausen, autor para el que también hay otro guiño: la morsa gigante de Simbad y el ojo del tigre (1977). Con este cóctel es imposible que la película no resulte simpática. Lamentablemente, la mayor influencia es la reciente trilogía de Cómo entrenar a tu dragón (2010) de la que El monstruo marino copia la idea central sin pudor. Atención porque viene spoiler: convertir al monstruo en una bestia pacífica resulta decepcionante. Es el signo de los tiempos: los niños de hoy no pueden ver cómo destruyen a la criatura ya que eso, supongo, transmite un mensaje contrario al animalismo al que deberíamos aspirar. Pero no puedo dejar de pensar que, en un clásico como King Kong (1933), era mucho más efectivo ver cómo sucumbía la bestia -que no representaba al reino animal, sino a la naturaleza bestial del ser humano- ya que de niños entendíamos perfectamente que fuera aniquilado dentro del contexto de la película. Lo que no impedía que sintiéramos pena por el simio gigante. Pena ante su captura, su cautiverio, y su explotación como espectáculo. Pena y vergüenza por el comportamiento de la raza humana.

NOSOTROS TAMBIÉN PODRÍAMOS ESTAR MUERTOS -CINE Y MENSAJE


La directora rusa, aficanada en Alemania, Natalia Sinelnikova debuta en el largometraje con la estupenda Nosotros también podríamos estar muertos, una alegoría sobre los tiempos que corren ubicada espacialmente en un edificio aislado en un tiempo indeterminado -¿Un futuro cercano distópico?-. La protagonista del relato es la encargada de la seguridad del edificio, interpretada por Ioana Iacob, actriz de origen rumano -creo que no por casualidad-. Su misión, además de velar por la seguridad de la comunidad, es también la de recibir a los posibles nuevos residentes, que desean vivir en el complejo. Se nos da a entender que estamos en un mundo en el que el exterior es hostil y peligroso, y que dentro de dicha comunidad solo vive un grupo de privilegiados. La armonía dentro de la urbanización, sin embargo, se verá perturbada cuando el perro de uno de los vecinos (Jörg Schüttauf) se extravíe. Un hecho que hára aflorar el miedo, la desconfianza y la paranoia en los vecinos, conflicto con el que tendrá que lidiar la protagonista. La directora cuenta todo esto en el tono distante, frío y extrañado de Michael Haneke -quizás los palos de golf son un guiño a Funny Games (1997)- o un Yorgos Lanthimos, con algo de su esquinado sentido del humor. Sin embargo. la perspectiva es femenina, siendo de lo más interesante de esta cinta la relación entre la protagonista y su hija adolescente, cuyo problema resume el tema central de la historia. Nosotros también podríamos estar muertos sigue la tendencia de cierto cine actual, sobre todo europeo, que prefiere la tesis antes que emocionar al espectador. Aquí vemos claramente temas tan actuales como el problema de la desigualdad, la inmigración, las fake news y el uso del miedo en los medios, o la polarización de las sociedades. Temas interesantes y necesarios, pero que, quizás, están demasiado presentes. No dejan de ser los mismos asuntos que nos planteó, por ejemplo, M. Night Shyamalan en El bosque (2004), de una forma, claro, mucho más comercial.

DIRECTOR -CHRISTOPHER NOLAN, CUESTIÓN DE TIEMPO


¿Cuántos directores actuales despiertan pasiones -y odios- como Christopher Nolan? El británico es de los pocos realizadores cuyas películas son eventos mundiales, capaces de conseguir eso que parece tan difícil de lograr hoy en día: que los espectadores asistan a una sala de cine. Nolan es algo así como el Stanley Kubrick de los millennials y, curiosamente, la obra del director de 2001: Una odisea del espacio (2001) es la gran sombra en la filmografía del realizador de InterstellarUna cosa es cierta: Nolan tiene, como Kubrick, la capacidad de asumir proyectos enormes, que expresan una visión personal, pero que son al mismo tiempo grandes películas de estudio taquilleras -Nolan trabaja, por cierto, para el mismo estudio para el que Kubrick hizo sus grandes obras, Warner Bros.-. ¿Está sobrevalorado Christopher Nolan? ¿Se merece el desprecio de los que ven en él a un artesano pretencioso? Seguramente entre ambas posturas está la realidad de un director talentoso, que no suele defraudar a pesar de las grandes expectativas que genera. Nolan, aunque comercial, es un autor, con sus preocupaciones y sus líneas temáticas recurrentes. La idea del doble, de la máscara, está presente, obviamente en su trilogía sobre Batman, pero la transformación del héroe del relato en otra persona está ya en su ópera prima, Following y en Memento. Otro tema capital, por supuesto, es el tiempo y nuestra percepción del mismo, la memoria, que puede tergiversar los hechos, que nos hace dudar entre lo real y lo simulado. La mayoría de las películas de Nolan desordenan el orden cronológico natural del relato buscando la sorpresa en el espectador. El cine del director de Origen habla también de los mecanismos de la ficción y de cómo construimos la realidad en la que vivimos a través de un relato: el protagonista de Following es un escritor; la vida de Leonard en Memento se va recreando en sucesivas venganzas que él mismo se inventa al carecer de recuerdos; Bruce Wayne cree que para salvar Gotham debe convertirse en un símbolo en el que la gente pueda creer; los magos de El truco final harán lo que sea para engañar a su público y escriben diarios para salvaguardar sus secretos; el astronauta de Interstellar creerá que una estación espacial lleva su nombre por sus hazañas; la gran aspiración del joven que se sube a uno de los barcos que rescatarán a los soldados en Dunkerque es aparecer en las noticias, que se cuente su historia. Por último, en la mente de cada protagonista de los films de Nolan hay una mujer y es el amor -o su ausencia- lo que verdaderamente les empuja, un reflejo, quizás, de la fructífera relación del director con su productora, Emma Thomas, su pareja sentimental y gran colaboradora. A continuación, hablo brevemente de cada título de la filmografía de Christopher Nolan, eso sí, en orden cronológico, contradiciendo la naturaleza de la obra del autor.


Following (1998) es el llamativo debut en el largometraje de Christopher Nolan. Un relato criminal, en blanco y negro, rodado en 16 milímetros, con un presupuesto de tan solo 6 mil dólares. Algo así como su Atraco perfecto (Stanley Kubrick, 1956). La película parte de una idea estupenda: un escritor fracasado se dedica a seguir a personas por la calle, observándolas desde lejos, estudiando sus acciones, interpretando sus motivaciones. Una clara metáfora del cine. Este joven vive en un piso, por cierto, con una premonitoria pegatina del Batman de Tim Burton pegada en la puerta. La vivienda da pistas sobre el personaje y sobre Nolan: contiene una vieja máquina de escribir y el altar de un mitómano, con fotos en la pared de Marilyn Monroe, de Jack Nicholson en El resplandor (1980) o de Reservoir Dogs (1992). Lo que activa la historia es el encuentro del protagonista (Jeremy Theobald) con un mentor, Cobb (Alex Haw), un ladrón de casas con una filosofía muy particular, que en otra metáfora cinematográfica, analiza a los dueños de las viviendas a través de los objetos de sus casas. Si añadimos a un gángster peligroso y a una mujer fatal, ya tenemos una película. O al menos, eso parece. Porque esta historia llena de tópicos, está narrada por Nolan en una forma cronológicamente desordenada, en tres líneas temporales que se van alternando y que aprendemos a reconocer por el aspecto físico y las lesiones del héroe. Una narración que proyecta incógnitas constantes y provoca nuevos significados según las piezas del puzle se van colocando hasta un inesperado final. Following es un primer ejercicio notablemente por encima de sus posibilidades, que haría una buena doble sesión con la superior Sospechosos habituales (1995) y que prefigura las constantes de la narrativa del director. El personaje de Cobb lleva el nombre y el aspecto del futuro protagonista de Origen (2010), traje y pelo corto engominado, un look que recuerda al propio Nolan. Mencionemos también que aquí comienza ya la colaboración con la productora Emma Thomas, pareja de Nolan, con la que ha coproducido todas sus películas.


Memento (2000) es casi un remake de Following, la anterior cinta de Christopher Nolan, con un mayor presupuesto y actores conocidos como Guy Pearce, Joe Pantoliano y Carrie-Anne Moss. La historia vuelve a ser un relato criminal, en este caso una revenge movie en la que Leonard -Lenny- quiere vengar la violación y 'muerte' de su mujer. La narración se desordena -igual que en Following- aunque aquí hay una sólida excusa argumental para hacerlo: el protagonista sufre un trastorno que le impide recordar los hechos recientes. El guión, por cierto, está basado en una idea de Jonathan Nolan, hermano del director. Esta pérdida de memoria a corto plazo marca la narración que 'retrocede' constantemente hacia el pasado. Este rebobinar convierte cada escena que vemos en un misterio -no sabemos de dónde venimos- y la siguiente en una revelación, que lleva a un nuevo misterio. Memento funciona porque nos hace preguntarnos cosas durante todo el metraje: ¿Cómo se hizo el protagonista los arañazos que tiene en la cara? Además de la narración regresiva, una segunda línea temporal sirve de marco narrativo, y agrega un relato secundario, el caso de Sammy (Stephen Tobolowsky) un sujeto que sufre la misma condición que Leonard y cuya relación con el tronco principal es una nueva sorpresa que lo cambia todo. Memento es una película notable que permite a Nolan hablar, de nuevo, sobre el tiempo, pero también sobre la naturaleza de la existencia y su sentido. Nolan cuestiona nuestras vidas basadas en recuerdos, no necesariamente fiables y, por supuesto, en ningún caso objetivos. Señalemos un defecto que aparece aquí, en Memento, y que estará presente en casi toda la filmografía de Nolan: esa necesidad de explicar sus argumentos al espectador, a través del diálogo. Aún así, Nolan fue nominado al Oscar al mejor guión.


Insomnio (2002) es un escalón hacia arriba, en la carrera de Christopher Nolan, en términos de ganarse la confianza de los estudios. Es la oportunidad de dirigir a actores tan importantes como Al Pacino, Hillary Swank y Robin Williams. Nolan pone en imágenes, además, un guión ajeno -remake de un film noruego protagonizado por Stellan Skarsgard-, teniendo por primera vez los medios para una puesta en escena elegante, quizás fría, que se despliega en planos aéreos espectaculares para aprovechar uno de los principales ingredientes de la historia que se cuenta: la helada Alaska como escenario de un crimen, en una época del año en la que nunca se pone el sol. Por lo demás, estamos ante la rutinaria historia de un detective que debe resolver el asesinato de una adolescente en un pequeño pueblo, en la línea de El silencio de los corderos (1991) o Seven (1995). La gran aportación de Insomnio es que pone en duda al héroe, que busca hacer justicia pero se ve perseguido por el sistema -la famosa oficina de asuntos internos- hasta acabar convertido en un elemento tan fuera de la ley como el asesino que persigue. Una temática argumental que, si queremos hilar muy fino, podríamos relacionar con el famoso justiciero que Nolan llevará tres veces al cine, planteando dilemas similares sobre la justicia, la ley, el bien y el mal.


Volver a empezar. Ese era el encargo de Christopher Nolan en 2005 tras Batman Forever (1995) de Joel Schumacher y sobre todo tras Batman y Robin (1997) del mismo director. El primer Batman del británico no es una precuela, sino un reboot en toda regla que vuelve a contar el origen del caballero oscuro. Batman Begins es el comienzo de una nueva trilogía que se desmarca argumentalmente de las cuatro películas anteriores sobre el superhéroe. Aún así, Nolan recupera algunos momentos de Batman (Tim Burton, 1989) -el famoso "Soy Batman"- y el diseño de la máscara y el traje son muy similares a los que vistieran Michael Keaton, Val Kilmer y George Clooney. En una decisión bastante lógica, los guionistas -el propio Christopher Nolan y el especialista en tebeos David S. Goyer- deciden apoyar la historia en el cómic Batman: año uno (1987), en el que Frank Miller y David Mazzuchelli reiniciaban y actualizaban el origen del personaje creado en 1939 por Bob Kane y Bill Finger. Nolan prácticamente extrae de las viñetas algunos de sus planos, algo evidente, por ejemplo, en el momento de la muerte de los padres de Bruce Wayne, en el que el director evita la famosa imagen de las perlas del collar de Martha Wayne cayendo en cámara lenta, que Tim Burton sacó de otro tebeo de Miller, El regreso del caballero oscuro (1986). Batman: año uno narra en papel la vuelta de Bruce Wayne a Gotham, el comienzo de su lucha contra el crimen y de su alianza con James Gordon, interpretado en la película por Gary Oldman, con un aspecto calcado al del cómic. A esta fuente hay que añadir elementos de otra historieta, The Long Halloween  (1996) de Jeph Loeb y Tim Sale, de la que se extrae parcialmente la subtrama dedicada al mafioso Carmine Falcone (Tom Wilkinson) y la presencia del Espantapájaros (Cillian Murphy). Pero quizás son otros cómics los que han marcado la aproximación de Christopher Nolan a Batman. La saga de Ra's Al Ghul, iniciada en 1971 por Dennis O'Neil y Neal Adams, es el origen, obviamente, del villano de la película, pero también del conflicto principal que ha preocupado a Nolan en sus tres entregas sobre el encapuchado. El Ra´s Al Ghul de los cómics es un villano de alcance global en la línea de los megalómanos enemigos de James Bond, que tiene como objetivo destruir a la humanidad para permitir que el planeta se regenere empezando de cero. Aquí Gotham sirve como un modelo en miniatura de esa humanidad corrupta que Ra's cree que debe ser borrada. Lo interesante es que Nolan equipara el enloquecido plan del villano -el vertido de una sustancia tóxica en las aguas de la ciudad- con la crisis económica mundial -adelantándose a la crisis financiera de 2007- y relacionando la filosofía del villano a las teorías marxistas sobre las crisis cíclicas del capitalismo. Nolan busca que su película conecte con las preocupaciones del momento y de paso cambia el enfoque de Batman: ya no es un millonario que protege las posesiones de los ricos, sino un defensor de las clases oprimidas, representadas en ese niño (Jack Gleeson de Juego de Tronoscon aires dickensianos, del barrio empobrecido, The NarrowsHay que decir que la serie de televisión Arrow, sobre el arquero Green Arrow, roba también estas ideas, aunque de forma chapucera, y hasta tiene a su propio Ra's Al Ghul (Matt Nable).

En Batman Begins, Nolan se aleja de los enloquecidos villanos clásicos del caballero oscuro al elegir al mencionado Ra's Al Ghul como enemigo principal. Evita también el retrato del héroe -interpretado de forma solvente por Christian Bale- como el de un hombre trastornado y obsesionado con la venganza. Este Batman no está loco, tiene un plan y no está solo, tiene aliados. Todo esto responde al empeño de Nolan a que su película sea verosímil a pesar de su planteamiento fantasioso. Todos los famosos artilugios del superhéroe tienen una coartada realista: desde el traje, pasando por la capa, hasta el Batmóvil -el más feo nunca visto y probablemente inspirado en el tanque de El regreso del caballero oscuro (1986)- todo está justificado como prototipos para uso militar. Por suerte, Nolan sí se permite un tono más pulp en el viaje del héroe a esa Nanda Parbat poblada por los ninjas de la Liga de las Sombras. Además, el Gotham de Nolan es una ciudad real, nada que ver con el art decó de la serie Gotham, ni con las gárgolas góticas de Tim Burton. Aquí la única fantasía que se permite Nolan es ese utópico tren retrofuturista, creado por Thomas Wayne (Linus Roache) para ayudar a los desfavorecidos. Por otro lado, vemos mucho a Bruce Wayne y más bien poco a Batman, cuyo único enemigo disfrazado es el Espantapájaros. El asesino Victor Zsasz (Tim Booth) aparece también, pero de una forma muy discreta. A las máscaras y los trajes coloridos, Nolan prefiere los rostros humanos de un elenco de mucho peso: Michael Caine como el mayordomo Alfred Pennyworth; Morgan Freeman como Lucius Fox; el mencionado Gary Oldman como Jim Gordon, son secundarios de lujo, veteranos que representan los valores perdidos de la familia Wayne. A estos se contraponen el mafioso Falcone (Tom Wilkinson), el capitalista Earle (Rutger Hauer) o el comisario Loeb (Colin McFarlane), las caras visibles de un orden corrupto que debe ser derribado desde dentro. Precisamente esto es lo que ocurre con la mansión Wayne, que tendrá que ser reconstruida. Liam Neeson aparece primero como Ducard, mentor de Bruce Wayne en la línea del Qui-Gon Jinn de La amenaza fantasma (1999), y luego como Ra's Al Ghul, cuyos métodos asesinos chocarán con los que defiende Batman.

A pesar de enfrentarse al encargo de levantar una de las franquicias más conocidas del cine, Nolan se permite algunos apuntes personales, que parecen coincidir con elementos de su filmografía anterior. El inicio de la película está marcado por los flashbacks, que desordenan el relato y se mezclan para encontrar los momentos claves en la vida de Bruce Wayne que le convertirán en un justiciero: su trágica infancia y su entrenamiento fuera de Gotham -una travesía por el desierto- hasta llegar, finalmente, a su regreso a la ciudad que le vio nacer -y morir a sus padres-. Luego, eso sí, el relato recupera su linealidad cronológica adoptando una forma convencional. Por otro lado, señalemos que Bruce Wayne debe convertirse en un justiciero enfundándose en el traje de Batman, igual que los protagonistas de Following y Memento acaban desarrollando nuevas personalidades por la vía de adoptar el aspecto físico de otros: el joven escritor de la ópera prima de Nolan copiaba el traje y el peinado de su mentor criminal, Cobb; el desmemoriado Leonard también se vestía con las ropas de un narco hasta convertirse en 'otra persona', como le recuerda en varias ocasiones, el policía al que da vida Joe Pantoliano. Por último, señalemos que Batman Begins supone el primer encuentro de Nolan con Hans Zimmer -James Newton Howard también firma la banda sonora- cuya obra musical se convierte en importante marca de estilo para el director. Además, la película estuvo nominada al Oscar por su fotografía, de Wally Pfister, otro colaborador habitual de Nolan.


El truco final (2006) parte de la novela The Prestige de Christopher Priest sobre la rivalidad entre dos magos, dos ilusionistas enfrentados por una trágica muerte. El guión, escrito por Christopher Nolan y su hermano Jonathan, repite la fórmula de Following y Memento. Veamos. La narración se divide en tres líneas temporales que se van mezclando con el fin de proponer misterios en la mente del espectador. Para reconocer cada momento cronológico, los protagonistas sufren cambios físicos, que permiten establecer en qué parte de la historia nos encontramos. Así, Alfred Borden (Christian Bale), sufre la amputación de sus dedos y su rival, Robert Angier (Hugh Jackman) una lesión en una pierna que le produce una leve cojera. Además, los hermanos Nolan reinciden en el tema del doble, de una forma todavía más directa. Si el protagonista de Following emulaba al ladrón Cobb, el investigador de Memento adoptaba las estrafalarias ropas de un narco y Bruce Wayne se enfunda en un traje-armadura para convertirse en Batman, aquí los dos magos se transforman y se disfrazan para engañar a su adversario, e incluso, generan 'copias' de sí mismos que acaban siendo el misterio principal de la película. El empeño de los protagonistas, engañar al público para que sea capaz de suspender su incredulidad durante al menos un instante, se refleja en la propia estructura de la película, llena de giros y engaños, y puede considerarse una declaración de intenciones por parte de Nolan. La rivalidad de los magos tiene un eco histórico en la de los inventores Nikola Tesla (David Bowie) y Thomas Edison, que Nolan utiliza también para posicionarse -a favor de Tesla- y para plantear otra oposición, entre magia y ciencia, que lleva a introducir un elemento de ciencia ficción que eleva el relato por encima de su primer planteamiento. Una pena que la tendencia de Nolan a explicarlo todo le reste alcance a la propuesta, que habría volado muy alto dejando algunas cosas en el misterio. Estuvo nominada a los Oscar por su fotografía y diseño de producción.


El caballero oscuro (2008) significó la consagración de Christopher Nolan como director, al aunar un éxito de taquilla con un gran logro artístico. La película estuvo nominada a 8 premios Óscar -aunque se ignoró a Nolan- y ganó dos: al mejor actor, por el ya mítico papel de Heath Ledger como el Joker, y por su edición de sonido. Nolan se aparta de los cómics para plantear un thriller policíaco, en el que la acción -rodada con cámaras IMAX- gana en espectacularidad y en planificación, superando todo lo hecho hasta entonces por el director. La secuencia inicial del atraco al banco o la persecución por las calles de Gotham son magníficas. Por otro lado, hay que hablar de unas sólidas interpretaciones que elevan el guión firmado, de nuevo, por Nolan y su hermano Jonathan: ya hemos hablado de Heath Ledger, pero también señalemos la humanidad que aportan Christian Bale, Michael Caine, Morgan Freeman, y Gary Oldman -inolvidable su voz en off cerrando la película- además de las incorporaciones de Maggie Gyllenhaal y Aaron Eckhart. Un reparto de lujo que permite que la historia gane complejidad, no por la densidad narrativa sino por la cantidad de personajes y situaciones en juego, que alargan el metraje hasta las dos horas y media. En El caballero oscuro, Nolan incide en temas ya planteados en Batman Begins, como la justicia, la legalidad y la figura del vigilante o justiciero fuera de la ley. ¿Cuánto tarda un héroe en convertirse en un tirano? Un dilema que, como es habitual en Nolan, se explica claramente -en un diálogo entre el fiscal Harvey Dent y el millonario Bruce Wayne- para que ningún espectador se pierda lo que quiere decir. El otro gran tema 'nolaniano' que podemos detectar es el del doble, que aquí se multiplica. Si Bruce Wayne se desdoblaba en un millonario frívolo y en un justiciero enmascarado, ahora Batman encuentra un reflejo oscuro en Joker, un 'doble' que ha eliminado su encarnación anterior, convirtiendo en fake news la historia del origen de su 'sonrisa', al contar varias versiones de la misma. Ambos representan, claramente, el orden y el caos, eso sí, siempre fuera del sistema, como se encarga de explicar el payaso del crimen. Nolan define a Batman como un elemento transgresor que debe despertar la conciencia social, para luego desaparecer en la leyenda, siendo sustituido por Harvey Dent, que recuperaría los valores de la democracia y la legalidad. Pero este se convierte en el máximo representante posible de la dualidad: el villano Dos Caras. Por último, mencionemos otra capa de significado atendiendo al momentos del estreno del film, que se adelanta a la incertidumbre ante la crisis financiera: aquí los ladrones no roban bancos, sino que estos últimos son aliados de la mafia para blanquear dinero. Todavía más claro es cómo el Joker refleja el miedo al terrorismo post 11-S. Tras El caballero oscuro, Nolan podría hacer la película que le diera la gana.


Seguro que de Origen (2010) recordamos sobre todo sus imágenes de puro cine fantástico: Leonardo DiCaprio atado a una silla cayendo a una bañera en cámara súper lenta; una ciudad, París, que converge sobre sí misma; una pelea en gravedad cero en el pasillo de un viejo hotel; pero la película de Christopher Nolan, que firma el guión, de nuevo, con su hermano Jonathan, está cargada de diálogos de ciencia ficción densa, casi espesa. Se nos explica en qué consisten los sueños, qué es un 'arquitecto', cómo despertar y cómo reconocer lo real de lo soñado. Un relato absorbente sobre una idea estupenda acerca de los sueños y de la posibilidad de penetrar las mentes ajenas. La historia está planteada como una película de atracos, con su reclutamiento de ladrones expertos, cada uno en su especialidad, y sin olvida la cuidadosa planificación de un golpe final. Nolan es al mismo tiempo tremendamente inventivo en las secuencias de efectos especiales, como estático cuando toca que los personajes hablen para que nadie se pierda. Por suerte cuenta con actores contrastados: DiCaprio, Michael Caine, Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page, pero me temo que es fácil perderse en la trama. Como en Following y Memento, se desordena el relato cronológico pero sobre todo pone en duda lo que es real y lo que es sueño. Nolan vuelve a recurrir al giro sorpresa final, que revela al personaje protagonista y coloca a DiCaprio en un relato muy similar a Shutter Island, que Martin Scorsese estrenó el mismo año. Curiosamente la acción es más clara y efectiva cuando, en el tercer acto, la trama se divide en tres niveles de sueño -más la supuesta realidad- en los que Nolan demuestra su habilidad como narrador, haciendo a un lado tanta palabrería y fabricando un estupendo clímax en el que juega a estirar el tiempo al máximo -la caída ralentizada de un coche desde un puente-. Nolan apuesta por la ciencia ficción en mayúsculas y no esconde referencias a  2001: Una odisea del espacio (1968), a Blade Runner (1982) -ese final abierto expresado en la ya icónica imagen de la peonza girando- pero también a Ciudadano Kane (1941) y a la saga de James Bond -el asalto a una fortaleza en la nieve recuerda a Al servicio de su majestad (1969)-. Origen fue nominada a 8 premios Óscar, incluida mejor película y mejor guión, pero solo ganó 4 estatuillas, a mejor fotografía, efectos especiales, mezcla y edición de sonido.


El caballero oscuro: La leyenda renace (2012) completa la trilogía de Christopher Nolan sobre Batman. Si en la primera entrega se ofrece una variación sobre la clásica historia de origen de un superhéroe y El caballero oscuro apuesta por el thriller policial, esta tercera entrega persigue un tono épico, en el que Gotham tiene más protagonismo que nunca, al verse sitiada por un nuevo villano, Bane (Tom Hardy). El relato que propone Nolan es también crepuscular, arriesgándose a contar la última batalla del héroe, inspirándose en parte en El regreso del caballero oscuro de Frank Miller, cómic en el que encontramos a un Bruce Wayne envejecido y retirado. Pero el grueso de la historia mira a la saga de Bane, una larga serie de cómics que en los años 90 presentaban a este villano, concebido como el único capaz de acabar con el héroe, obligándole a retirarse y a ser sustituido -temporalmente- por otro justiciero. Y sobre todo Nolan -en los créditos de guión sigue apareciendo David S. Goyer- utiliza los cómics de Batman de los años 70, en los que el guionista -fallecido en 2020- Dennis O´Neil revolucionaba el personaje convirtiéndolo en un detective, de aventuras más realistas y sórdidas, con el fin de alejarlo de la parodia de la serie de Batman de los años 60 protagonizada por Adam West. Son O'Neil, Julius Schwartz y el artista Neal Adams los que crean a Ra's al Ghul (Liam Neeson), un enemigo que embarca al caballero oscuro en aventuras internacionales similares a las del agente 007, James Bond. Este es el tono que utiliza Nolan en Batman Begins y todavía más en esta película: la espectacular secuencia inicial en la que el avión de Bane intercepta a una aeronave de la CIA parece sacada de una película de Bond. Y hay que decir que no precisamente del Bond 'realista' post Bourne al que ha dado vida Daniel Craig, sino al espía más pulp de los mejores años de Connery y Moore. El caballero oscuro: La leyenda renace es un excelente cierre de la saga, aunque se resienta por dejar en segundo plano a los personajes principales que ya conocemos, interpretados por Christian Bale, Michael Caine -magnífico- y Gary Oldman, que dejan paso a un sólido Joseph Gordon-Levitt y a Anne Hathaway, en mi opinión, esta última, un error de casting, que antes que Catwoman tiene el físico de Batgirl. Tom Hardy como Bane es un buen villano, pero claro, no resiste la comparación con el Joker de El caballero oscuro. Nolan introduce en su película la desconfianza mundial en los mercados -Bane ataca la Bolsa- y opone el sistema (capitalista) corrupto a una 'revolución' encabezada por Bane, que actúa como un populista -terrorista- en una suerte de régimen de terror que recuerda los episodios más sangrientos de la revolución francesa, pensemos en Historia de dos ciudades de Charles Dickens. Y por supuesto, Nolan reincide en un final con giro sorpresa.


Interstellar (2014) es la versión de Christopher Nolan de 2001: Una odisea del espacio (1968), una obra maestra, quizás la mejor película de la historia del cine, con la que el ambicioso director se atreve a medirse. El argumento es muy similar: una señal venida desde las estrellas, de una fuente desconocida -que en principio parece extraterrestre- provoca un viaje a través del espacio y el tiempo hasta los confines del universo. Los guiños de Nolan a la película de Kubrick son varios: ese robot parecido al monolito -o a un personaje de Minecraft- con una inteligencia artificial que bromea con lanzar a los astronautas al espacio, como hiciera Hal 9000; las imágenes de la nave girando grácilmente en la inmensidad el espacio; el momento en el que la nave se interna en el agujero negro, muy similar a cuando Bowman entra en el monolito. Pero mientras 2001 apenas tiene diálogos y mantiene elementos argumentales en el misterio, Nolan lo dice y lo explica todo a través de largas conversaciones entre los personajes. El film de Kubrick es sin duda frío, abarcando millones de años en cuatro episodios muy distintos; aquí hay un protagonista claro, un padre de familia que debe abandonar a sus hijos, aportando un claro componente emocional y humano del que 2001, mucho más intelectual, carece. El nombre de Kubrick bastó para convencer a Warner para hacer su película de ciencia ficción -aunque requirió financiación extra- pero en 2014, Nolan necesita estrellas para sostener su película: Matthew McConaughey, Anne Hathaway, Matt Damon, Casey Affleck, Jessica Chastain, por no hablar de Michael Caine, John Lightgow, Ellen Burstyn y hasta un jovencísimo Timothée Chalamet. Nolan mantiene su relato en orden lineal y cronológico, pero sí se permite establecer diferentes lineas temporales como marco de referencia, abriendo y cerrando el relato, además de jugar con la teoría de la relatividad y sus paradojas temporales que se convierten, de forma orgánica, en ese giro sorpresa final que suele buscar en sus guiones. La apuesta emocional de Nolan funciona: Interstellar aúna conceptos estimulantes de ciencia ficción con emociones humanas y con el tema del pasado, de la familia y del legado, también presentes en la trilogía de Batman. El monólogo sobre el amor de Anne Hathaway, entre tanta palabrería científica, es en mi opinión, uno de sus grandes hallazgos.


Dunkerque (2017) es la consagración de Christopher Nolan como autor. Un film que le valió 8 nominaciones al Óscar, entre ellas a la mejor película y su primera como mejor director. Aunque, una vez más, solo ganó tres estatuillas por edición, mezcla y edición de sonido. Dunkerque es en mi opinión la mejor película de Christopher Nolan y es curioso porque, en ella, el director se desmarca de las tendencias de su cine. Si Nolan se había caracterizado por abordar géneros cinematográficos muy claros, como el thriller, el suspense y sobre todo la ciencia ficción, aquí trasciende el cine bélico con una puesta en escena inmersiva, que hace uso del gran formato que le permiten las gigantescas cámaras IMAX para conseguir meter al espectador dentro de la experiencia de la guerra. Aunque Nolan nos haya asombrado con los efectos digitales de Origen o Interstellar, su verdadera tendencia, sobre todo en las secuencias de acción de Batman, es utilizar efectos prácticos, trucos de cámara y especialistas. Que todo sea real delante de la cámara. Esta obsesión es llevada a su máximo nivel en esta película, en la que Nolan rueda en la playa donde ocurrieron los hechos históricos, con cientos de actores, barcos y hasta aviones reales. Un despliegue que hace de Dunkerque un prodigio técnico que no creo que sea fácil de igualar en la historia del cine. Esto provoca que cuando vemos la película, tengamos una sensación única de grandeza y fisicidad. Si Interstellar recoge elementos argumentales y estéticos de 2001: Una odisea del espacio (1968), es Dunkerque la película que realmente emula su carácter de cine experimental, que busca ser una experiencia antes que una narración, casi sin diálogos, que apela a nuestros sentimientos antes que a nuestra razón. Nolan nos hace abrirnos paso entre cientos de soldados temerosos, nos encierra en un barco que se hunde, nos mete en la cabina de un avión en una batalla aérea, en una nueva carrera contra el tiempo por escapar de las playas francesas y volver a Reino Unido antes de que las tropas alemanes exterminen a los más de 300 mil hombres atrapados frente al mar. Esa urgencia, presente en otros títulos de Nolan, nunca había sido tan apremiante, apoyado más que nunca en la música de Hans Zimmer, que recuerda al tic tac de un reloj -o de una bomba-, en una composición nominada al Óscar. Nolan vuelve a jugar con el tiempo, contando la misma historia en tres períodos y escenarios distintos: en la playa, en una semana; en el mar, en un día; y en el aire, en una hora. Una estructura narrativa que no acabo de ver necesaria, pero que no resta impacto a una gran experiencia cinematográfica.

Christopher Nolan se ha ganado a pulso el calificativo de 'visionario': cada uno de sus films contiene un elemento distintivo que los separa de los demás. Sin ocultar sus fuentes de inspiración, Nolan hace películas que son al mismo tiempo grandes producciones comerciales y algo que no habíamos visto antes. ¿Qué es Tenet? Un film de espías repleto de acción y también una propuesta de ciencia ficción que ofrece un giro diferente sobre el tema que más preocupa al autor de Memento: la percepción del tiempo. Es complicado hablar de esta película sin desvelar los secretos de su argumento, así que os propongo un comentario aséptico en estas primeras líneas, y un análisis a posteriori, sobre el que avisaré adecuadamente. Tenet es una película magnífica. Una cinta de James Bond con grandes secuencias de acción que se benefician de la elegante puesta en escena de Nolan, y de cómo ha ido perfeccionando sus set pieces tras cada película: aquí, por ejemplo, el asalto inicial a la ópera, es soberbio. El look de la película es espectacular, la fotografía de Hoyte Van Hoytema saca un partido tremendo de unos escenarios que verdaderamente aportan al sentido de la película, cuyas imágenes son hipnóticas, y la música de Ludwig Göransson potencia cada momento. Como producción, Tenet vale cada euro de tu entrada. Nolan se suele apoyar en estrellas y, desde luego, John David Washington lo parece, es puro carisma. Le secundan nada menos que Kenneth Branagh -estupendo villano nihilista-, Robert Pattinson, Elizabeth Debicki, Aaron Taylor-Johnson y no puede haber una peli de Nolan sin Michael Caine. Estos actores consiguen trascender sus personajes, que funcionan como arquetipos del cine de espías. Con estos elementos, Nolan tendría suficiente para hacer una película taquillera. Pero entonces hay que hablar del elemento de ciencia ficción que introduce, verdaderamente sugestivo, que coloca a esta obra un peldaño por encima del típico blockbuster del verano. Y empezamos ya con los spoilers. La idea de que los supuestos 'villanos' de la película puedan moverse atrás en el tiempo es el gran distintivo de Tenet. Visualmente, estamos ante otra obre de Nolan que deja huella. Las imágenes de los personajes 'rebobinándose', en 'tiempo invertido', aportan espectacularidad, pero también misterio y sentido de la maravilla. Nolan consigue inyectar el alma de una cinta de ciencia ficción europea, low cost, en su aparatoso artefacto pirotécnico de Hollywood, creando una mitología propia de posibilidades infinitas, convirtiendo el clásico film de espías en un bucle muy loco que se acaba cerrando sobre sí mismo. Nolan tiene, además, un discurso de metaficción: su héroe se autodenomina el 'protagonista', y el hecho de que tenga que volver sobre sus pasos es, simplemente, hermoso. Nolan nos descubre que, en realidad, el agente 007 -o Batman- han estado luchando siempre contra ellos mismos, llevando al extremo una idea presente en toda su filmografía: la del doble. Todos esos héroes de todas las películas de acción solo buscaban retrasar unos minutos, el fin del mundo. Una idea irresistible, un gran hallazgo en una obra que converge sobre sí misma, idea presente en la filmografía del autor desde Origen: inolvidable como París acababa encorvándose sobre sí misma. Y aunque el director de Interstellar peca, como siempre, de ser quizás demasiado explicativo, de cargar demasiado de diálogo el metraje, también se puede decir que, quizás por primera vez, deja en el misterio gran parte de su película, que se presta a múltiples interpretaciones. Hay que ver Tenet.

Ningún director actual, más que Christopher Nolan, tiene la capacidad de llenar una sala de cine de espectadores deseosos de ver un biopic de tres horas de duración: Oppenheimer, la historia del creador de la bomba atómica. Nolan se ha ganado a pulso una legión de fans haciendo películas de género, muy comerciales -como su trilogía de Batman- pero con la ambición de trascender, de ser grandes obras. Obviamente, no siempre lo consigue, pero sus películas suelen tener una calidad técnica apabullante, un presupuesto holgado y un elenco de actores estupendos. Es el caso de Oppenheimer, cinta que reúne de nuevo las mejores cualidades del cine de Nolan, en el que es, quizás, es su proyecto más serio y ambicioso, abordando un género dramático tan oscarizable como la biografía histórica. A su favor, Nolan cuenta con un Cillian Murphy extraordinario: ya sabíamos que era un gran actor, pero aquí se convierte en una estrella. Muprhy aparece rodeado de un elenco inabarcable con Robert Downey Jr. -en el papel de Antonio Salieri, ya me entendéis-, Florence Pugh, Matt Damon, Emily Blunt, Rami Malek, Gary Oldman, Casey Affleck, Kenneth Branagh y un montón más. Con todos estos elementos, estamos ante una película imprescindible en este 2023. Lamentablemente tengo que decir que Oppenheimer me ha parecido una película excelente, pero coja. Nolan plantea una historia que puede convertirse en el relato capital para entender a la humanidad actual -no solo Estados Unidos- abordando el gran trauma del siglo XX, que sigue siendo el mayor miedo -o casi- en lo que va del XXI. El arranque de la película nos muestra a un Oppenheimer atormentado y nos promete un drama íntimo y psicológico sobre el choque entre la vocación científica de descubrir la verdad detrás del tejido del universo y la culpa de haber cometido el segundo peor crimen de la historia. Pero creo que Nolan no se atreve del todo a explorar esta cuestión, que le hubiera supuesto arriesgarse mucho más, apostar por la poesía, apostar por el cine. En lugar de eso, Nolan compone una fatigosa intriga, en la que refleja el clima de división en la sociedad estadounidense de la era post-Trump a través de la paranoia anticomunista y la caza de brujas de los años 50, enfrentando a científicos y militares -como en una vieja película de ciencia ficción-. Para contar todo esto, sumado al desarrollo mismo de la bomba nuclear -apasionante, por cierto-, Nolan sobrecarga la película de diálogos que no se acaban nunca, malgastando el formato Imax para filmar a sus personajes hablando en despachos y aulas de clase, utilizando la música y el montaje para generar una tensión y un ritmo prefabricados. Oppenheimer es una película pensada para el espectador acostumbrado a las series de televisión, de primeros planos y diálogos incesantes que serán confundidos con densidad y profundidad, cuando no son más que frases explicativas e informativas para que nadie se pierda. Solo hay verdadero 'cine' -al menos como lo entiendo yo- en la esperada escena de la prueba atómica, que sintetiza otro gran tema de la película, la oposición entre teoría y práctica, la idea de que el conocimiento puede acabar abriendo puertas terribles, lo que hace pensar en el doctor Frankenstein, no por casualidad subtitulado por Mary Shelley como el moderno Prometeo. Llegado el tramo final de la cinta, Nolan abandona cualquier sofisticación para contentar al espectador con una escena judicial que nace de una revelación algo tramposa y que se resuelve de forma gratuita, de la nada, mediante un deus ex machina. Nolan vuelve a pecar -cae en ello en casi todas sus películas- explicando demasiado la trama. Si quería que su película fuera un reflejo del mito de Prometeo, pues ya se encarga de dejarlo claro con un rótulo al comienzo de la cinta. Lo que no deja de ser un engaño, ya que estamos, en realidad, ante el esquema de la vida de Cristo: ese judío que obró un milagro, nos dio a elegir y fue crucificado.

UNA CUESTIÓN DE HONOR -¿TODO POR LA PATRIA?


¿Por qué vamos al cine? Seguramente cada uno tiene sus razones y en algún punto se cruzan todas. Pero quizás es más pertinente preguntar ¿Por qué no vamos al cine? En los tiempos que corren, parece que una película tiene que ser un acontecimiento para movernos a la salas, tiene que ser una obra maestra, tiene que tener premios, tiene que venir arropada por una campaña de publicidad apabullante, tiene que estar en la conversación, tiene que estar recomendada por un amigo -¿Pero qué amigos van ya al cine?-, tiene que haber sido alabada por la crítica -¿Pero quién hace caso ya a la crítica?-, tiene que ser una secuela de una gran franquicia, la adaptación de un bestseller, estar protagonziada por una gran estrella o dirigida por un realizador famoso -¿Cuántos quedan?-. Pero ¿Qué pasa cuando una película no cuenta con ninguno de estos elementos? ¿Quién va a verla? Digo todo esto porque Una cuestión de honor, película francesa del director de origen argelino Rachid Hami me ha parecido magnífica. Y de verdad que me gustaría que algún espectador se acercase a ver esta película, solo por la curiosidad de ver una posible buena película. Claro que esa es solo mi opinión y no tienen ustedes por qué fiarse de mí. Pero expondré el caso. Una cuestión de honor -nombre adecuado en castellano, pero que no resulta precisamente memorable- es un drama que se inicia con la muerte de un joven en una academia militar francesa, durante una novatada. Dicha muerte nos permitirá conocer a la familia del joven, de origen argelino, y sus conflictos. El guión de Rachid Hami -actoir que firma su segundo largometraje- es autobiográfico y se nota por la verdad que transmiten los conflictos planteados. Hami habla desde el corazón y además, en su película aparecen temas como la inmigración en Francia; los conflictos políticos en Argelia de los que una madre luchadora tuvo que huir -estupenda Lubna Azabal-; del trauma de un padre violento, machista y en definitiva, ausente; de la rigidez del estamento militar; del poder de los símbolos nacionales y culturales. Pero sobre todo, Una cuestión de honor es una emocionante historia sobre dos hermanos, interpretados por un magnífico Karim Leklou y por Shaïn Boumedine, de personalidades muy distintas, de traumas diferentes en la vida a pesar de un origen compartido, cuya relación es conflictiva y está cargada de rencores del pasado. Esa relación fraternal es la película. La cinta cuenta, además, con una fotografía estupenda -Jèr'ome Almerás- y una música emotiva -Dan Levy- que redondean una historia que nos va ganando según progresa el metraje hasta comprometernos completamente con el drama y la rabia de sus personajes. Una cuestión de honor es de esas películas que deberían hacernos ir al cine ¿Por qué no verla?