LO QUE ESCONDE SILVER LAKE -TODO ESTÁ CONECTADO


Lo que esconde Silver Lake es meter en una película todo lo que mola. Atmósfera de cine negro clásico, un protagonista rebelde pero agradable -perfecto Andrew Garfield- que fue Peter Parker -el guiño a The Amazing Spiderman (2012) es fantástico-, chicas guapas, Kurt Cobain, cómics, pelis antiguas de serie B, animaciones, canciones de REM, y sobre todo, un misterio. Un misterio continuo, conspiranoico, en un deambular constante puntuado por encuentros con personajes y situaciones casi oníricas. Algo así como Jo qué noche (1985) pero durante días. La siguiente película de David Robert Mitchell tras It Follows (2014) es un film sobre nada -como Seinfeld- y sobre todo. Pretende hacer cine con nuestra obsesión por la cultura popular, las conexiones, las referencias, sobre el dato oscuro enciclopédico. Se puede interpretar como un comentario sobre los que dedicamos un montón de tiempo a cosas “que no tienen importancia”. ¿Es una crítica a nuestras aficiones? No lo sé. Es un retrato inteligente de nuestras vidas en ese momento en el que no tenemos un objetivo, referente, claro. Cuando los tiempos son confusos y no sabes por dónde tirar. Así, el relato resulta tan desorientado como su héroe, lo que se compensa por una constante presentación de imágenes, momentos, personajes, frases, que mantienen el interés. De cosas que molan. Tras un planteamiento que recuerda a La ventana indiscreta (1954) el protagonista persigue el fantasma de una mujer, como en Vértigo (1958). Son solo dos de las innumerables conexiones cinéfilas: el planetario de Rebelde sin causa (1955) -y de La La Land (2016)-, la enloquecida figura del compositor, muy similar al arquitecto de Matrix Reloaded (2003). Por todo esto, esta historia solo podía ocurrir con Hollywood como escenario, en el subsuelo oculto bajo el famoso letrero en la colina.

RALPH ROMPE INTERNET -RELACIONES TÓXICAS


¡Rompe Ralph! (2012) era a los videojuegos lo que ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) fue a los dibujos animados -o lo que más tarde ha sido Ready Player One (2018) a la cultura pop de los 80-. Esta secuela, Ralph rompe Internet, inesperadamente, convierte todo lo que eran píxeles luminosos y una historia sobre escapar del cómo nos ven los demás -para descubrir la amistad- en la oscura e incómoda exploración de los peores sentimientos humanos: la dependencia, la inseguridad, los celos, los impulsos autodestructivos. Semejante temática sorprende, volcada en el entrañable gigantón de Ralph (John C. Reilly), que experimenta con la infantil Venellope (Sarah Silverman) algo muy similar a una relación de pareja que ha caído en la rutina. Esto da pie a un relato claramente feminista de liberación, en el que la niña se descubre atrapada en el arquetipo de las princesas Disney -aparecen todas en el mejor momento del film-. Aunque este modelo conservador revela un aspecto positivo: el de estimular a la niña a perseguir su verdadero sueño. Con un escenario tan poco infantil como Internet, dibujado como una síntesis de lo peor del capitalismo, el consumismo y el individualismo, Ralph Rompe Internet entretiene a base de guiños a las redes y a las webs más conocidas, sin hacer sangre. Hay además referencias a la ya mencionada factoría Disney -que saca músculo enseñando sus propiedades más valiosas como Marvel y Star Wars- y a los videojuegos online para ‘adultos’ con sus derroches de violencia inocua y su risible galería de antihéroes. Ralph Rompe Internet desdice -una vez más- a los que ven en los estudios del ratón a una fábrica de cuentos infantiles conservadores para mostrarnos, con una animación técnicamente espectacular, asuntos espinosos con múltiples lecturas psicológicas. Para padres que buscan algo más que un entretenimiento inocuo.

SPIDER-MAN: UN NUEVO UNIVERSO -TODO SOBRE SPIDER-MAN


Andy Warhol propuso que una obra de arte, reproducida mecánicamente, seguía siendo arte. En Spider-Man: Un nuevo Universo, Phil Lord y Christopher Miller -La Lego Película (2014)- hacen algo que me parece similar, llegar a la esencia del personaje creado por Stan Lee y Steve Ditko en 1962, a través de las variaciones, revisiones, versiones, explotaciones y hasta parodias del héroe arácnido. Y vaya si lo consiguen. La película es divertida, graciosa, espectacular, y emocionante, pero además, es la última palabra sobre el trepamuros. Para ello, se otorga el protagonismo a Miles Morales, creado como sustituto del original Peter Parker en los cómics creados por Brian Michael Bendis para la línea Ultimate -actualización y revisión de los añejos héroes Marvel nacidos en los 60- lo que ya es una buena muestra de que este no es el Spider-Man nuestro de toda la vida. Curiosamente, este aparece como mentor. Para mí, lo mejor de la cinta es la idea de utilizar al Peter Parker al que, creo yo, habría llegado el recientemente fallecido Stan Lee de haber seguido escribiendo las historias sobre el héroe. Veréis, cuando el guionista creó a su personaje más imperecedero y popular, introdujo un elemento inusitado en los superhéroes: Spider-Man envejecía. Eso no le pasaba a Superman o Batman, cuyo status quo se mantenía intacto tras décadas de aventuras, en un reseteo constante tras cada episodio. En cambio, conocimos a Peter Parker en el instituto y con los años le veríamos pasar por la Universidad y casarse -con Mary Jane Watson tras perder la inocencia al ver morir a Gwen Stacy-. Este proceso se truncó porque los lectores -al menos eso interpretó Marvel- no querían ver madurar a un personaje con el que se identificaban completamente. Esto llevó a la editorial a rejuvenecer a Parker o a crear nuevas versiones, como la mencionada Ultimate. El Peter Parker que aparece en este film es el que me habría gustado ver: divorciado, fondón, fracasado, pero de buen corazón. Peter Parker en estado puro. Ya solo por eso la película merece la pena. Pero es que, además, se hace un esfuerzo por recopilar todas las versiones posibles del trepamuros. El clásico, el neoclásico y el moderno. Pero también la parodia de Spider-Ham; la versión libre de Spider-Man Noir, o el guiño manga de Peni Parker -demostrando que este héroe trasciende culturas- o la iteración femenina de un universo paralelo en el que es Gwen Stacy la que se hace superheroína y Peter Parker el que muere. Con todas estas versiones en pantalla, el objetivo es encontrar lo más esencial del personaje: la muerte de un ser querido, el lema ‘un gran poder conlleva una gran responsabilidad’, cierta torpeza social, la implicación de familia y amigos. Pero sobre todo, la esencia de Spider-Man es que es un héroe hecho a sí mismo. Tiene que superar obstáculos y aprender de sus errores ante cada supervillano. Superman, Batman o Wonder Woman son superhéroes maduros que ya lo saben todo. Tuvieron un periodo de aprendizaje, sí, pero en el pasado. Con Spider-Man asistimos a ese aprender a ser un héroe y presenciamos lo difícil que le resulta: por eso estaremos siempre de su lado. Por eso sentimos a Peter Parker -o a Miles Morales- tan humano y tan cercano. Spider-Man: Un nuevo universo es todo esto y además, resume también las adaptaciones cinematográficas, los dibujos animados y hasta el merchandising. Pero, sobre todo, la película vuelve al cómic: su espectacular animación adopta el grano gordo de los primeros comic books en cuatricomía, como hizo Roy Lichtenstein cuando pensó que una viñeta de tebeo también podía ser arte.

VERGÜENZA -RISA CONGELADA


Vergüenza, creada por Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, se presentó en su primera temporada como una nueva vuelta de tuerca del posthumor cultivado por Ricky Gervais y Stephen Merchant en The office (2001). Más que una carcajada gozosa, lo que busca esta serie es una risa nerviosa ante el planteamiento de situaciones incómodas. Como indica su propio título, de vergüenza ajena. La segunda temporada expande el planteamiento inicial, sobre todo, para explorar lo que le pasa a otros personajes, además de indagar en otras vías de humor. Javier Gutiérrez vuelve a brillar como Jesús, el personaje más 'de bofetón' que haya sido creado nunca. La gran transgresión de Vergüenza es obligarnos a tener a este individuo de protagonista, a pasarlo mal con él. En esta segunda entrega, Jesús vuelve a hacer gala de su habilidad para quedar fatal, tirándose el pisto de una forma bochornosa. Ahora lleva sus vergüenzas a nuevos límites: que la trama que protagoniza este personaje sea lidiar con una disfunción eréctil es una nueva muestra de cómo hacer humor con lo patético. En algunos momentos de la serie -sobre todo durante las vacaciones en Mallorca- las situaciones que nos hace sufrir Jesús, son casi insoportables. Pero lo mejor de la nueva temporada es el protagonismo que gana Nuria, el personaje de Malena Alterio. Ella, como nosotros los espectadores, tiene que sufrir a Jesús. Pero ahora, Nuria vive sus propias situaciones ridículas. El sonrojo de sus patéticos intentos por ser feliz se transforma directamente en pena: su deseo de ser madre, sus aspiraciones artísticas, su forma de imitar a la 'ideal' Andrea (Marta Nieto). Pero sobre todo hay que destacar esa pequeña trama detectivesca que protagoniza Nuria para desvelar el secreto que esconde su padre (fantástico Miguel Rellán), una trama de humor más convencional, de equívoco y enredo, pero muy divertida. Por último, el tercer personaje principal de la serie, Óscar (Vito Sanz) lleva un determinado tabú hasta niveles insospechados de incomodidad. Vergüenza es un pulso constante por congelar nuestra sonrisa y eso deberíamos agradecerlo. Esta segunda temporada tiene, además, hallazgos que me parecen muy afortunados. Los gags protagonizados por el entrañable Yusuf (Yannick Nguenkam), abren la vía de un humor cruel con el que es francamente complicado elegir entre la risa y la pena. Mencionemos también el acertado retrato social de las otras dos parejas que acompañan a los protagonistas: Ramón y Vanessa (Pol Lopez y Teresa Cuesta) representantes del 'cuñadismo', y Andrea y Guillermo (Marta Nieto y Jaime Zarataín), que encarnan a los 'progres' que se pasan de 'guais'. Padres y parejas como estos existen, pero sobre todo sirven de mirada 'normal' para las meteduras de pata de Jesús y Nuria. Pero hay más: estos matrimonios son retratados de forma crítica, ridiculizados, lo que nos obliga a ponernos de parte de nuestros impresentables protagonistas. Vergüenza es una serie diferente, atrevida, arriesgada, nada complaciente, que propone un humor diferente al costumbrismo imperante en España. Aquí uno que agradece su existencia.

CAMPEONES -¿A QUÉ SE DEBE SU ÉXITO?


Éxito de taquilla, de crítica y nominada a multitud de premios, Campeones se cae, sin embargo de la carrera hacia los Oscar. Lamento decir que no me sorprende. La película de Javier Fesser tiene cosas muy positivas que le han ganado el favor de los espectadores, pero también defectos difíciles de ignorar. El primero, su planteamiento: resulta demasiado mecánica en su fidelidad a un manido modelo de historia de superación, de film deportivo protagonizado por un grupo de marginados, que ha cultivado sobre todo el cine de Hollywood. Este recorrer un camino demasiado transitado, que se presta a la parodia de la 'americanada', lastra sensiblemente una propuesta bienintencionada. Quizás por ello, los partidos de baloncesto que vemos en la película, especialmente la gran final, no resultan demasiado satisfactorios, ni emocionantes. Además, la trama personal entre el protagonista y su pareja no funciona y tiene momentos muy poco inspirados, encima acentuados por un tema de la banda sonora que puede parecer incluso paródico. ¿A qué se debe entonces el éxito de la película de Javier Fesser? Aquí presento tres razones para verla y disfrutarla. 

1. Humanidad. El entrañable equipo de baloncesto formado por personas con diferentes discapacidades intelectuales es el corazón de la película. En las escenas en las que aparecen ellos, Campeones se eleva muy por encima de sus defectos. Es en esos momentos, además, en los que recuperamos la mirada peculiar de un autor como Fesser, que siempre ha mostrado un especial cariño a los diferentes -El milagro de P. Tinto (1998) y La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003)-. La mirada de Fesser es tierna, pero no condescendiente. Describe a estas personas como seres humanos, con necesidades reales y con defectos. Este retrato de la diferencia es el auténtico valor del film, sobre todo por cómo dibuja a las personas 'normales': como igualmente peculiares -el personaje de Luis Bermejo y su obsesión por su autocaravana-; con dificultades para relacionarse -el artero intento del compañero de Marco de ligarse a Sonia- o con un miedo casi patológico a crecer -Marco, el protagonista-. Hay que alabar también a Fesser como director de actores, con los que consigue componer personajes memorables, como la energética Collantes y el hipocondríaco Marín. Sus intérpretes, Gloria Ramos y Jesús Vidal, están nominados, justamente, al Goya.

2. Javier Gutiérrez es un monstruo y sostiene la película entera. Su interpretación de Marco tiene matices que le permiten ser desagradable, cobarde y egoísta al principio, gracioso en su mala leche ante los discapacitados, y luego admirable en el cariño que acaba profesando hacia su equipo. Una de las virtudes del guión, y de este actor, es que esa transformación del personaje no es radical, ni maniquea: Marco no es al principio completamente imbécil, ni se convierte después en un santo. 

3. El humor. Tiene Fesser un sentido propio de la comedia, incluso en la forma en la que encuadra a sus personajes de fisonomías peculiares. Sus chistes se acercan al humor negro pero nunca llegan a ser irrespetuosos, Fesser siempre está de parte de sus personajes. Pero además, hay intercambios de frases sumamente afortunados entre Marco y los miembros de su equipo, de una lógica surrealista digna de los hermanos Marx o de algunos sketches de los Monty Python.

WHO IS AMERICA? -UN PAÍS EN CÁMARA OCULTA


Lo mejor de Who Is America? es cómo gravita entre su ambicioso título, que implica fotografiar a un país en un momento determinado, y la chorrada más infantil. Híbrido entre el sketch de humor y el documental, esta serie emitida en Movistar Plus extiende la forma de entender la comedia -ya expresada en sus películas- de su autor, el británico Sacha Baron Cohen. El cómico regresa a este humor espontáneo, de cámara oculta, cultivado en Borat (2006) y Brüno (2009), tras su incursión en la ficción pura en El dictador (2102) y Agente contrainteligente (2016). Baron Cohen crea varios personajes paródicos, de maquillaje 'chanante', para enfrentarlos a sus víctimas, buscando la risa, sin duda, pero también la crítica sobre varios asuntos políticos de máxima actualidad. El humor es provocador porque toca temas complejos; negro, porque se ríe de situaciones trágicas; pero al mismo tiempo tiene un punto inocente, naive, por la exageración a la que se llevan las situaciones planteadas. Admito que Baron Cohen me gusta más cuando sus bromas no hacen sangre con las víctimas de sus encerronas, aunque seguramente tienen más fuerza cuanto más incómodo resulta el planteamiento. Lo mejor, las inesperadas reacciones de las víctimas que, en ocasiones, dejan al descubierto lo que pretende la serie, retratar la identidad de Estados Unidos.

Baron Cohen nos presenta a varios personajes. Empecemos por Billy Wayne Ruddick Jr. un conspiranoico de extrema derecha. Destaco, curiosamente, las bromas que le salen 'rana': sus entrevistas a Bernie Sanders o Ted Koppel, demócratas identificables con ideas de izquierda, que salen bien parados y miran a su interlocutor con una mezcla de gracia y piedad: intentan sacarle de su "error". En el resto de sketches, Billy Wayne propone teorías descabelladas sobre la cadena pública PBS, el cambio climático, el SIDA, los transgénicos o que Hillary Clinton es en realidad un hombre.

Luego está el doctor Nira Cain-N'Degeocello, un activista de izquierdas, que busca el enfrentamiento con las mentalidades más cerradas. Sin embargo, cuando comparte cena con dos privilegiados republicanos, votantes de Trump, estos aceptan sus ideas hippies con inesperada tolerancia. El doctor Nira es peor recibido en Arizona, donde propone reactivar la economía construyendo una mezquita, lo que hace aflorar el racismo de los vecinos, auténticos paletos al descubierto. Mi momento favorito, cuando Nira se enfrenta en una 'pelea de gallos' a raperos afroamericanos, pero utilizando un lenguaje académico. Al principio los raperos le reciben con sorna, pero luego, con uno de sus 'versos' consigue conquistarles. Esas reacciones espontáneas son lo mejor de Who is America? El personaje funciona peor, en cambio, cuando pone a prueba los 'límites del humor' -¿existen?-. En un sketch, Nira propone reinventar el término pedófilo y convencer a un republicano de que puede significar 'amar a los niños'. Apuntemos, además, que este personaje protagoniza el momento más grotesco de la serie cuando decide experimentar un embarazo masculino con su correspondiente parto. Incómodo en todos los sentidos.

Luego está el exconvicto británico Rick Sherman, pintor carcelario que utiliza heces como materia prima. Sus sketches redefinen el humor escatológico. Pueden no gustar, pero hay que alabar a Baron Cohen su voluntad de ir siempre más allá de los límites del buen gusto. Sherman se entrevista con una experta en arte californiana, que, lejos de asquearse, entra en el juego y hasta dona vello público para el pincel del expresidiario. Sherman tiene un punto entrañable: resulta tierno cuando presenta su música electrónica al DJ Jake Inphamous. Eso a pesar de samplear escalofriantes gritos del interior de la prisión -de violaciones y puñaladas- y de pedir felaciones a todas las chicas que se le cruzan. 

Sigo con Erran Morad, experto anti-terrorista israelí, que sirve para dejar en evidencia a los defensores de las armas estadounidenses. Propone ideas absolutamente locas -armar a los niños a partir de 3 años- que los defensores de la segunda enmienda aceptan sin rechistar. Lo que da mucho miedo. El momento álgido de Morad es cuando consigue hablar con el ex vicepresidente Dick Cheney, algo más listo que otras víctimas de las bromas. Baron Cohen le hace hablar de las torturas en Guantánamo, que justifica sin ambages, aunque, prefiere no llamarlas "torturas". En momentos como este, la serie alcanza sus momentos más relevantes como crítica política. Luego están las chorradas, como simular un baile de quinceañeras para atraer a inmigrantes mexicanos ilegales; o los excesos, como cuando se lleva al huerto a otro defensor de las armas para que se meta en la boca el pene -de goma- de un terrorista.

Menos protagonismo tiene Gio Monaldo, fotógrafo de moda italiano, que ridiculiza a pseudofamosos de reality show como Corinne Olympos, a la que convence de hacer un  montaje para fingir que ha estado en África para patrocinar un programa de adopción de niños soldado, dejando en evidencia la absoluta ignorancia de la celebrity. No dejéis pasar el sketch más atrevido de Gio, nada menos que con O.J. Simpson, en una escena post créditos al final del último programa. Mencionemos, para acabar, al testimonial OMGWhizzBoyOMG!, un youtuber finlandés que hace unboxing de pequeños muñecos cursis con un sheriff de Arizona que metió a inmigrantes ilegales en algo muy parecido a un campo de concentración. Este humor infantil, me interesa porque humaniza, aunque parezca imposible, a tan repudiable sujeto.

GIRL -CUERPOS


La lucha de Lara -fantástico Victor Polster- no es contra una sociedad intransigente que no acepta que haya decidido dejar de llamarse Víctor. Lara lucha contra su propio cuerpo. De hecho, todos alrededor de Lara la ven como una chica, incluso esas amigas cabronas de la elitista academia de ballet clásico. Por no hablar del apoyo incondicional de su padre (Arieh Worthalter), un maravilloso personaje que es pura humanidad, desde una perspectiva absolutamente práctica de entender la vida. No me puedo sentir más identificado con él y con lo que sufre por su hija. El director belga Lukas Dhont consigue hacernos ver y entender que Lara es una chica a la que le sobra un pene. Creo que ninguna película que yo haya visto lo había expuesto de forma tan contundente como Girl. Dhont nos hace sentir en carne propia la incomodidad de Lara con su propio cuerpo. La cámara del director se fija en los culos, las tetas, en las entrepiernas, en los pies hinchados por la danza: cuando por fin aparece el pene, realmente parece un cuerpo extraño, un alien. Algo que no debería estar ahí. Lara no solo lucha contra su cuerpo masculino: lucha también contra unos pies que no han sido debidamente entrenados -deformados- para hacer ballet, por no haber comenzado la preparación temprana necesaria. La idea que transmite Lara, de haber llegado tarde a la vida, es brutal. El clímax de la película, se puede calificar como prácticamente insoportable. Si convenimos en que el cine no es solo un producto comercial para hacernos pasar el rato, y que puede servir para remover y revolver, para meternos en la piel incómoda del otro, Girl es una de las películas del año.

PETRA -LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD


Compara Albert Camus el sentimiento de lo absurdo -la idea de que la existencia no tiene significado alguno- con el divorcio entre los personajes de una obra y su decorado. La sensación de que, a la tragedia de un hombre, el mundo responde con silencio. Creo que en Petra, el director Jaime Rosales 'divorcia' su cámara de sus personajes, en un sentido similar. Es una convención del cine que el objetivo de la cámara debe seguir el movimiento de los actores y sus miradas. Aquí, una cámara fantasmal se mueve continuamente, visitando habitaciones y paisajes, en recorridos en los que parece toparse casi por casualidad con los personajes. A veces, incluso, la cámara se pasea por escenarios completamente vacíos. En otros momentos, nos obligan a escuchar voces en off, a imaginar las acciones de los intérpretes. Una planificación distanciadora para el argumento, quizás, menos realista de Rosales. Lo que plantea es una tragedia griega -me recuerda a El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963)- en la que el destino es ineludible, en el que hay giros inesperados, revelaciones terribles y mucho sentimiento de culpa. Y todo estocurre mientras la cámara se pasea, como si nada. En términos de planificación, es lo mismo que un personaje se prepare una tortilla, a que apunte a alguien con una escopeta. Igual que el mundo no diferencia entre un accidente de coche y un pícnic. Ante algunos de los hechos trágicos de la historia, Rosales nos muestra los árboles, impasibles ante el drama. El viento sigue moviendo las hojas, los pájaros graznan aunque haya ocurrido lo más terrible. El sol del mediodía sigue calentando inclemente. Quizás el mismo sol que sufre en la playa el protagonista de El extranjero. Esta mirada me parece devastadora. Rosales, además, desordena el relato para que incluso los momentos felices de sus personajes se tornen amargos, cuando ya sabemos que las ilusiones no sirvieron de nada. Propone Rosales padres terribles para sus hijos. Como dioses que devoran a sus descendientes. Joan Botey está enorme en un personaje, Jaume, que es como un rey tirano, con el subconsciente a la vista, capaz de escupir frases terribles, que destacan como rayos entre los amables diálogos naturalistas del resto del elenco. Se enfrentan a él Bárbara Lennie -siempre estupenda- y un habitual del cine de Rosales, Alex Brendemühl. Completa el reparto una Marisa Paredes que puede parecer una Hera celosa de Zeus, capaz de grandes crueldades, pero diosa madre al fin y al cabo. Estos personajes afrontan su destino trágico ante la impasibilidad del mundo. Dijo también Albert Camus que el suicidio es el único problema serio del que debería ocuparse la filosofía. Rosales presenta a sus espectadores, además, otro dilema: el del arte y lo comercial. Contrapone la verdad, al éxito, al dinero. Curiosamente, en esta historia, saber la verdad resultará trágico.

SUSPIRIA -DANZAD, DANZAD, MALDITAS


¿Por qué hacer un remake de Suspiria? La película de Dario Argento, de 1977, pertenece a un subgénero del terror en desuso, el giallo, y es quizás la obra cumbre de un autor muy personal. Creo que en ella, además, el italiano sublima el género que había cultivado con éxito. El asesino misterioso del giallo, que mata a hermosas mujeres de las formas más retorcidas, se deconstruye en Suspiria: unas manos salen de la nada, independientes de un cuerpo o de una identidad, para acuchillar a sus víctimas. Argento reduce el guion al mínimo, creando secuencias inconexas, desnudando dramáticamente la historia y a los personajes, que, en realidad, le estorban. Suspiria es una experiencia y racionalizarla solo disminuye su impacto: sus primeros diez minutos son increíblemente potentes, en los que Argento despliega su talento para el encuadre, para el montaje, para lo estético -con esos decorados de formas geométricas-, para crear atmósferas fantastique -la lluvia, el viento que parecen tener un origen sobrenatural- todo apoyado por la hipnótica banda sonora firmada por él mismo y por la banda Goblin.

Luca Guadagnino emprende entonces este remake a contracorriente: debe lidiar con la comparación con un clásico, y con las expectativas creadas tras el éxito de Call me by your name (2018), su anterior film. Creo que debo decir que no consigue la fuerza de esos 10 primeros minutos de la película de Argento: su film es más reposado. Pero también hay que aceptar que afrontar el análisis de esta reimaginación es harto difícil. Lo ideal sería encararla sin haber conocido a la otra Suspiria. El peso de la original es excesivo y creo que la gran baza de Guadagnino es que sabe que el de Argento es un clásico poco conocido. Creo que lo que hace el director italiano es una Suspiria que es el negativo de la original. Los elementos que en aquella estaban en un segundo plano, cobran aquí protagonismo y viceversa. Así, los mínimos elementos del giallo de la original desaparecen completamente, para que la historia de brujería, que antes estaba de fondo, dé un paso adelante. No es un spoiler: Guadagnino no esconde sus cartas en ningún momento. La deslumbrante estética, de colores vivos, motivos geométricos y formas arquitectónicas, aquí se quedan en el decorado. Guadagnino es un director de sensaciones, de tacto, de olores, de carne, lo que no le va nada mal a una historia de brujería. La música de Goblin, absolutamente icónica -en la línea del El Exorcista (1973) y de la posterior La Noche de Halloween (1978)- es ahora una estupenda banda sonora de Thom Yorke -Radiohead- con su leitmotiv, sí, pero más ambiental y atmosférica. Todo esto hace de la nueva película un animal diferente. Lo que me parece peor, es que Guadagnino se ve en la necesidad de rellenar de carne lo que en Argento era puro músculo. Tiene que darle una mínima coherencia a la historia, una mínima profundidad a sus personajes, para que esto sea digerible para los nuevos espectadores a los que todo les parece inverosímil. El problema es que no consigue mejorar mucho el material de Argento y sí ralentizar y alargar el relato. La película utiliza como tronco central el desarrollo de una coreografía, decisión, como poco, sorprendente, y seguramente estética. Hay que señalar, además, el añadido de un contexto histórico: la historia se desarrolla en Berlín, en 1977. Esto quiere generar un juego de espejos entre lo que ocurre en la academia de danza, que sirve de escenario al film y hechos históricos relacionados con grupos revolucionarios de extrema izquierda. Seguramente, lo que busca Guadagnino -creo que sin éxito- es potenciar una interpretación política del horror. Donde sí triunfa Suspiria es en asumir la interpretación feminista de la brujería. En la película todos los personajes importantes son mujeres -¡Incluso el protagonista masculino!-. Es aquí donde no hay color, en el carisma de las estrellas que vemos en la pantalla. Dakota Jonhson no tiene un gran rol, pero aporta un atractivo magnético a su papel; destaquemos sobre todo a la enigmática Tilda Swinton, y a una testimonial Chloe Grace-Moretz; además de un completo aquelarre de mujeres muy diferentes entre sí. Hay que añadir una sorprendente historia de amor, que tiene que ver con el pasado más oscuro de Europa, que no es precisamente el de las brujas. Por último, la nueva Suspiria convierte el baile, apenas apuntado en la película de Argento, en un tema principal: la danza como medio para alcanzar el trance, para entrar en contacto con el mundo de los espíritus. Todos estos elementos llevan a un final excesivo, intenso, que aporta lo que quizás buscamos los que sí hemos visto la original: imágenes chocantes y una atmósfera de puro terror.

EL ALIENISTA -TENDENCIAS DE FIN DE SIGLO



La Nueva York del siglo XIX sustituye al Londres de 'Jack el destripador' en El Alienista, ficción disponible en Netflix, que se centra en la figura del asesino en serie. Lazzlo Kreizler (Daniel Brühl) encarna al 'alienista' del título, un personaje adelantado a su época, en la línea de un Sherlock Holmes con ideas freudianas que se anticipa más de un siglo a los perfiladores del FBI, vistos, por ejemplo, en la estupenda Mindhunter de David Fincher. De hecho, una buena forma de definir esta serie es como un cruce entre la serie de Fincher y The Knick de Steven Soderbergh. La investigación de unos crímenes violentos, y sobre todo, la idea de que resulta necesario entender la psicología del asesino para poder atraparle, se desarrolla sobre la radiografía de una época -la inminente llegada del siglo XX- en la que los conflictos sociales, económicos y políticos quieren ser un eco de nuestra época. Digamos ya que esta ficción, en mi opinión, no cumple con estas promesas: las ideas previas a la ciencia de la psicología dan menos juego del esperado, la investigación de los crímenes no aporta nada nuevo a un subgénero explotado -sobre todo en los años 90, tras El silencio de los corderos (1991) y Seven (1995)- y el desarrollo de los personajes es acertado, pero poco estimulante. A Kreizler le acompaña un ilustrador, interpretado por un sólido Luke Evans, equivalente al doctor Watson, ese ayudante más humano pero menos brillante que su socio. Luego está Sara Howard, a la que da brillo Dakota Fanning -Brimstone (2017)- que encarna una subtrama feminista -es la primera mujer que trabaja en el departamento de policía de Nueva York- y que acaba siendo el personaje más carismático de la serie. Apuntemos también los dos jóvenes forenses, judíos, Marcus y Lucius Isaacson (Douglas Smith y Matthew Shear), que traen consigo innovaciones criminológicas, como el estudio de las huellas dactilares, y que protagonizan las imprescindibles escenas de autopsia, e introducen temas como los movimientos comunistas, entonces clandestinos, o el antisemitismo.

Basada en una novela de 1994 del historiador y escritor Caleb Carr, el proyecto fue levantado por Cary Joji Fukunaga -True Detective, Beasts of No Nation (2015), Maniac- que se apartó antes de comenzar el rodaje. Destaquemos el buen hacer del director español, Paco Cabezas, en un par de episodios. Pero, como he dicho antes, cambiar a las prostitutas, víctimas de 'Jack el destripador', por niños que ejercen la prostitución masculina es la principal variación que propone El Alienista. El primer episodio ofrece poco de interés y pasa por todos los peajes que ya conocemos: el hallazgo de un cadáver horrendamente mutilado, la teatralidad del criminal, la incredulidad de la policía, la visita a una prisión y a un manicomio, la ineludible y macabra autopsia, el intento del misterioso asesino de contactar con el investigador para establecer un juego del gato y el ratón. Lo mejor, sin duda, es una impresionante ambientación que recrea la época como pocas veces se ha visto en cuanto a escenarios y vestuario. Un vistazo a la alta sociedad sirve para introducir la idea de que el asesino pueda pertenecer a las altas esferas del poder -recordemos las teorías que recoge el From Hell de Alan Moore (1991)-. Para afincar la ambientación, aparecen personajes históricos como Theodore Roosvelt (Brian Geraghty) -retratado antes de ser presidente y como luchador contra la corrupción policial-  y el empresario J.P. Morgan (Michael Ironside), las dos caras del conflicto que se establece alrededor de los protagonistas. El primero representa el idealismo de esos nacientes Estados Unidos, el segundo, el lado oscuro del capitalismo, ese poder económico en la sombra, sin escrúpulos. Asimismo, Thomas Byrnes (Ted Levine) y el capitán Connor (David Wilmot) representan a una policía corrupta al servicio del dinero. Con estos ingredientes, la trama avanza de forma convencional: los progresos en la investigación llevan a nuevos misterios; la oposición de la policía corrupta y de los poderes son los principales obstáculos; nuevas víctimas aparecen asesinadas con el mismo modus operandi; pequeñas pistas -como la boca o el rostro del supuesto culpable- nos dejan entrever al asesino al más puro estilo del giallo. Kreizler enseguida expresa la necesidad de explorar la oscuridad propia para atrapar al monstruo, lo que debería traducirse en un desarrollo interesante de los personajes, que van revelando sus propios fantasmas. Pero todo esto resulta bastante plano: la falta de originalidad puede expresarse en el truco de montaje que confunde al espectador sobre una puerta que está a punto de abrirse: de un lado la policía que se prepara para detener al supuesto asesino; del otro lado, el principal sospechoso. Son puertas diferentes, recurso dilatorio que ya vimos en El silencio de los corderos

Si bien todo lo visto en los primeros seis capítulos parece mecánico, un camino ya transitado, el séptimo episodio aporta nuevos e interesantes elementos. Quizás, que el veterano John Sayles -Silver City (2004)- firme el texto, tiene algo que ver. La historia adquiere un nuevo impulso en sus últimas cuatro entregas. En ellas se explora la cercanía, en el siglo XIX, de un tiempo más primitivo, el del salvaje oeste, en el que todavía permanecían vigentes los ritos de los indios americanos, especialmente crueles con sus enemigos. Un pasado inmediato, menos civilizado, en el que el hombre estaba más cerca de las bestias, y de los dioses. El hombre blanco, civilizado, habría pervertido esas costumbres ancestrales en un sangriento modus operandi para el asesinato. Sayles bucea también en el personaje de Kreizler, explorando por primera vez su personalidad -recogiendo semillas argumentales plantadas en los episodios anteriores- y confrontando al personaje con su lado oscuro, su violencia, su minusvalía, su racismo y su clasismo. El episodio se fija también en las cloacas del poder, con J.P. Morgan ofreciendo recursos que Kreizler rechaza para no comprometer la causa de su investigación. Hay apuntes sociales, sobre el coste del progreso, que siempre pagan las clases menos favorecidas, representadas en esos dickensianos niños travestidos, que son la presa del asesino en serie. Lamentablemente, todo esto confluye en un clímax que se esfuerza en aunar todas las subtramas, en un final algo forzado. Si me permiten el spoiler, el desenlace es falsamente feliz, porque supone un pacto con la corrupción y el poder contra el que, supuestamente, luchaba Kreizler. La escena final en la que vemos a los personajes  en una elegante cena, disfrutando de su situación acomodada, desmiente el discurso antes referido sobre los menos privilegiados.