NARCOS -TEMPORADA 2- (NETFLIX, 2016)



Tras obligarme a ver la segunda temporada de Narcos, tengo que pedir perdón. Sé que es la serie de moda, la serie que mola, pero yo no encuentro esas virtudes que parecen haber encandilado a todos. Para desahogarme un poco, a modo de terapia personal, comparto con vosotros mis problemas con esta ficción. Eso sí, leed con cuidado, que algún spoiler habrá. Vamos a ello. Lo primero, hay que lamentar la gran oportunidad desperdiciada de haberle dedicado 20 episodios a un personajazo como Pablo Escobar, sin haber conseguido construir un personaje de ficción redondo. La serie aprovecha el miedo que provocaba el narcotraficante en la vida real, pero no se preocupa en construir acciones dramáticas dentro de la ficción para justificarlo. Un buen ejemplo es la escena en la que Pablo escapa de prisión sin disparar una sola bala. El momento resulta cool, pero, en la serie, no le hemos visto hacer demasiadas cosas a Pablo para sustentar el terror que le permite semejante hazaña. O para entender la lealtad de sus esbirros, que son los que verdaderamente ejecutan los asesinatos. Vemos a Pablo escupir insultos y amenazas por teléfono, pero su body count es más bien escaso. Quizás por eso repite su nombre constantemente, para que no olvidemos a qué peligroso criminal de la vida real representa. Un reiterativo "Yo soy Pablo Escobar" que solo sirve para generar memes en Internet. Pablo es el personaje principal, vale, pero el problema es que funciona como un antagonista en esta segunda parte de Narcos, es decir, no lleva prácticamente la iniciativa. Se dedica a reaccionar, a defenderse, y a huir. Eso no da miedo. Por otro lado, la estrategia para humanizar al personaje es sumamente repetitiva y poco inspirada: vemos a Escobar demostrando una y otra vez un impostado cariño hacia su mujer y sus hijos. El problema es que los guionistas tampoco han construido las relaciones entre los personajes como para que nos resulte creíble esta familia. Y no quiero ni hablar de lo que ya sabéis: el brasileño Wagner Moura sigue sin saber hablar español. Resumiendo, me cuesta respetar a Pablo Escobar.



Luego está el policía antinarcóticos Steve Murphy (Boyd Holbrook), un personaje que no puede ser menos interesante, aunque vaya "de guay" cuando habla como la voz en off que sirve de narrador en Narcos. Su conflicto principal -en los primeros episodios- es intentar retener a su familia en Colombia. Algo absurdo, ya que corren peligro. ¿No habíamos quedado en que Pablo Escobar da mucho miedo? Por eso mismo, menos coherente resulta que luego el temible Escobar se esfuerce por sacar a sus seres queridos del país, para protegerles. ¿Pretendían los guionistas algún tipo de simetría entre protagonista y antagonista?. No lo sé. En todo caso, tenemos a un personaje cuyo conflicto principal no se entiende demasiado. ¿Por qué está tan empeñado en darle caza a Escobar?. No lo explican. Hay una foto, tremenda -podéis verla en Internet- en la que el verdadero Murphy posa junto al cadáver de Escobar, como si se tratase de un trofeo de caza. Dicha foto es utilizada en Narcos, tramposamente, junto a la recreación de la imagen con actores. Pero de lo que no parecen darse cuenta los guionistas es que no nos han contado quién es ese agente Murphy capaz de hacerse semejante foto con el cadáver de un ser humano. A ese Murphy me habría gustado conocerle.



Con un protagonista y un antagonista desperdiciados, Narcos, encima, se pierde siguiendo a personajes secundarios: sicarios de poca monta -La Quica (Diego Cataño)-, chicas inocentes que se mezclan sin querer con el hampa -Maritza (Martina García)- y tíos listos -Limón (Leynar Gomez)- que pasan de cometer delitos "menores" a pegar tiros sin demasiada justificación. También está la evolución del hijo cobarde de un alto cargo militar, Hugo Martínez Jr. (Sebastián Vega), que resulta muy predecible. Todas estas subtramas encima se desdibujan conforme avanza la historia y acaban cerrándose en falso. La serie, para colmo, maltrata a sus mejores personajes. Merecían más las contradicciones de Horacio Carrillo (Maurice Compte) -Nuestro hombre en Madrid- militar de métodos fascistas, sin contrapartida real, creado para la ficción. O el otro agente de la DEA, Javier Peña (Pedro Pascal), mucho más atractivo que Murphy, pero que recibe un inexplicable tratamiento de personaje secundario (aunque se perfila como protagonista de la tercera temporada).




La inconsistencia de los personajes de Narcos es manifiesta en el episodio titulado Exit El Patrón. En este, el sicario Blackie (Julián Díaz) lleva a cabo un salvaje atentado con un coche bomba en el que mueren decenas de civiles, incluyendo familias y niños. La masacre repercute en la imagen pública de Pablo Escobar, como se encarga de señalar la machacona narración en off. Un plano de Blackie nos enseña al criminal mirando en la televisión las consecuencias del atentado, pero no sabemos si siente algún remordimiento. En una escena posterior, Blackie intenta comprobar que la familia de Pablo Escobar, custodiada por la policía, se encuentra bien. Entonces sí demuestra tener la sensibilidad suficiente para engañar a su patrón por teléfono, mintiéndole al decirle que está viendo a su mujer y a sus hijos sanos y salvos, mientras cae detenido. Es decir, un asesino que hemos visto acabar fríamente con la vida de varias familias, tiene ahora la inteligencia emocional y la empatía suficientes para consolar al cerebro detrás del sangriento atentado.



Otro ejemplo de la torpeza de Narcos es cómo los guionistas nos dicen que Pablo Escobar le tiene miedo al expeditivo coronel Horacio Carrillo: utilizan un sueño, en el que el militar mata a la mujer de Pablo, Tata (Paulina Gaitan). Un sueño, es decir, una escena inventada en la que puede pasar cualquier cosa, que se puede insertar en cualquier momento de la trama sin necesidad de una construcción dramática que la justifique. Lo único más fácil para los guionistas habría sido escribir un diálogo en el que Escobar dijese: "Le tengo miedo a Carrillo". Hay, hacia el final de la temporada, otro sueño, que intenta ser humorístico, en el que Escobar se imagina a sí mismo como presidente de Colombia. Con esto intentan hablarnos de las ilusiones perdidas de un Escobar acorralado. El punchline de la escena, lo más "gracioso", es ver a César Gaviria fumándose un porro.



En Narcos casi todo ocurre de forma mecánica, según unos giros preconcebidos por sus guionistas y no como consecuencia de las acciones de los personajes. En el episodio en el que Escobar tiende una emboscada, precisamente al coronel Carrillo, esto ocurre de la forma más tramposa posible, con el solo fin de sorprendernos y sin obedecer a ninguna lógica dramática. A las inconsistencias y a la pereza argumental hay que añadir una realización plana, interpretaciones de culebrón -lamento ser peyorativo- como la de Judy Moncada (Cristina Umaña) o la peluca imposible de Hermilda Gaviria (Paulina García), madre de Escobar. ¿Qué es entonces Narcos? Ya he dicho que no consigue ser el retrato definitivo de un terrible criminal. Tampoco es la historia de un policía enfrentado a la vileza humana en un país extraño. Además, la serie incide más bien poco en las consecuencias del narcotráfico, sociales, políticas, o humanas. Narcos es todo forma y muy poco contenido. Se echa mano de las socorridas imágenes de archivo de los informativos de la época cada vez que falla el ritmo o falta presupuesto. Otra muleta narrativa es la voz en off, que en la primera temporada intentaba acercar la serie a la brasileña Ciudad de Dios (2002), pero que pierde fuerza en esta segunda entrega, que parece haber asimilado algunas ideas visuales de Sicario (2015). Además, el episodio Deutschland 93, con su intriga basada en detener a la familia de Escobar en un aeropuerto alemán, parece mirar a Argo (2012). Para acabar con las "influencias", Nuestra finca, una entrega que intenta explorar el origen familiar y psicológico de Pablo Escobar, evoca momentos de comunión con la naturaleza, a lo Terrence Malick, que resultan vergonzosos. Para terminar, las referencias al realismo mágico en el último episodio, Al fin cayó, parecen pretenciosas y vacías. En Narcos ilustran esta tendencia artística y literaria nada menos que con el estrafalario portero de la selección colombiana, René Higuita, realizando una parada con los pies.

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