El cine fantástico de los últimos años se ha partido en dos. Hay por un lado películas de grandes presupuestos, blockbusters que explotan sobre todo las franquicias que antes eran frikis y ahora resulta que son mainstream: los superhéroes de Los Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015); juguetes como Transformers: La era de la extinción (Michael Bay, 2007); las adaptaciones literarias estiradas como El Hobbit: La batalla de los 5 ejércitos (Peter Jackson, 2014); los remakes como El amanecer del planeta de los simios (Matt Reeves, 2014); secuelas tardías como Mad Max: Furia en la carretera (George Miller, 2015) pero también alguna propuesta "original" como Al filo del mañana (Doug Lyman, 2014). Todos estos títulos tienen en común su calidad, su elevado presupuesto y que han sido apuestas más o menos seguras. Detrás de alguno de estos films encontramos a directores que, a pesar de haber pactado con la industria, pueden ser considerados "autores".
La otra tendencia del Fantástico es justo la contraria. La ciencia ficción low cost nos ha dado alegrías tan grandes como Coherence (James Ward Byrkit, 2013), Open Windows (Nacho Vigalondo, 2014) y Predestination (Michael y Peter Spierig, 2014) por citar solo tres ejemplos recientes. La idea es que el planteamiento sea tan interesante que compense la falta de presupuesto y de efectos especiales. O que demuestre que estos deberían ser siempre secundarios. Ahora bien, creo detectar una tercera tendencia que propone utilizar como coartada el Fantástico para contarnos una historia de otro género. Se me ocurre sobre todo Seguridad no garantizada (Colin Trevorrow, 2012) una comedia romántica cuyo último plano -AVISO SPOILERS- nos obliga a incluirla en el género de la ciencia ficción. Por cierto, la película le ha servido a su director como tarjeta de presentación para ponerse a los mandos de Jurassic World (2015).
Algo parecido ocurre con The Midnight Swim, un drama de sensibilidad femenina que coquetea con el fantástico e incluso con el terror. Se vale para ello de tres personajes, tres hermanas, que se enfrentan a algo tan mundano como la decisión de qué hacer con la casa familiar tras la reciente muerte de su madre. Lo importante aquí son, sin duda, los personajes y sus relaciones, que se apoyan en unas interpretaciones solventes de las tres actrices. Ahora bien, lo que sorprende en esta película es que incluye elementos más propios de una película de horror. Primero, porque elige como forma narrativa el found footage, subgénero que relacionamos con el terror desde El proyecto de la Bruja de Blair (Eduardo Sánchez y Daniel Myrick, 1999). Aquí, una de las hermanas protagonistas, June (Lindsay Burdge), graba con su cámara todo lo que ocurre. Eso ya de por sí puede resultar raro. Pero lo es más cuando June revela cierta tendencia al vouyerismo. El personaje de June es inquietante, aunque la película nunca pone -demasiado- el acento en ello. Hay además dos elementos importantes más que invitan a pensar en una historia de horror: el escenario, un lugar aislado marcado por un misterioso lago en el que se produjo una muerte y una leyenda -la de las 7 hermanas- con un trasfondo sobrenatural. Todos estos elementos se acaban difuminando en favor de otro tipo de historia, más propia de una película de cine independiente americano con aspiración autoral. Pero el final de The Midnight Swim vuelve a cambiar todo esto al introducir un claro elemento fantástico que hace recordar a otra propuesta similar en temática e intenciones, Orígenes (Mike Cahill, 2014).
No hay comentarios:
Publicar un comentario