MAD MEN -TEMPORADA 7- LOST HORIZON


LOST HORIZON (3 DE MAYO DE 2015) -AVISO SPOILERS-

¿Quién no querría ser Don Draper? En la escena clave del episodio titulado Horizonte Perdido, el exitoso y guapo publicista abandona una reunión de trabajo y se marcha. Sin dar explicaciones. Sin rendir cuentas. Posiblemente para no volver. ¿Quién no ha soñado con levantarse, dejar atrás a jefes, compañeros de trabajo y abandonarlo todo? Yo sí.


Hay dos planos que se reflejan en este capítulo. En el primero, el que abre la historia, nos muestra a Don Draper (Jon Hamm) entrando a su nueva oficina en la agencia McCann Erickson. El pasillo es estrecho, está repleto de gente y refleja la incomodidad de Don ante su nuevo lugar de trabajo. Pero enseguida descubrimos lo contrario: Don dispone de un amplio despacho, no muy diferente del que tenía en sus mejores tiempos. En un momento enigmático, Don mira por la ventana y presiona el cristal: como comprobando la solidez de la barrera que le separa del exterior, de una vida diferente. Su nuevo jefe, Jim Hobart (H. Richard Greene), le asegura que es su gran fichaje, su "ballena blanca" y que va a trabajar en las cuentas más importantes. Todo parece ir bien para Don, justo lo contrario que a sus excompañeros Joan, Roger, y Peggy. 


Pero volvamos a la sala de reuniones a la que asiste Draper. Está sobrepoblada de creativos. Un tal Bill Phillips (Eric Nenninger) da un briefing en los mismos términos apasionados y trascendentales en los que hemos escuchado hablar a Don durante toda la serie. Y él mira hacia fuera, mira al cielo. Don escapa y creo que no le cuesta hacerlo porque sabe que todo es falso. Hay que recordar que "Don Draper" no es su verdadero nombre. Es una identidad robada -en la guerra- y un personaje inventado por él para alcanzar unos objetivos. Una vez conseguido aquello que quería -o que creía querer- quizás puede despojarse de esa identidad como quien cambia de ropa. Don sabe que todo es un teatro (del absurdo) y, a diferencia de sus compañeros, sabe que no es más un personaje. Por eso puede salirse de su papel. De hecho, en una escena posterior, Don se hace pasar por otra persona -engaña a una ama de casa- buscando una pista que le lleve a su nueva obsesión, Diana Baur (Elizabeth Reaser). En la escena final de la historia, a Don -habrá que seguir llamándole así por ahora- no le importa desviarse tras recoger a un hippie autoestopista: porque no tiene rumbo. Don Draper vuelve a ser un fantasma y a comunicarse con ellos, como demuestra esa aparición póstuma de Bert Cooper (Robert Morse). 



El título del episodio, Horizontes perdidos, puede ser una referencia a una novela de 1933 (James Hilton) y a una película de Frank Capra de 1937, cuyo argumento es -según la wikipedia- una metáfora de la búsqueda de la espiritualidad oriental y de la sociedad perfecta. Un concepto coherente con lo que hace Don al abandonar el mundo de la publicidad, lo terrenal, en busca del amor, lo espiritual. La canción que acompaña a Don en el camino, el Space Odity de David Bowie, habla también de un viaje (espacial).



Por otro lado, solo me atrevo a imaginar que quizás haya un vínculo (secreto) entre Betty (January Jones), que ha comenzado a estudiar psicología y lee un libro de Sigmund Freud sobre la histeria -tema tratado en la película Un método peligroso (David Cronenberg, 2011)- y el desprecio al que se enfrenta Joan (Christina Hendricks) por ser mujer. La rotunda pelirroja se ha pasado toda la serie luchando por escapar de la imagen de objeto sexual. Aquí parece rendirse: coge el dinero de McCann y abandona su carrera.


Paralelamente, tenemos la historia de Peggy (Elisabeth Moss). Ella siempre se ha mirado en el espejo de Don Draper. Es su pupila y por eso ambos se encuentran en momentos vitales diferentes. Don, más experimentado y confiado, aterriza en McCann sin problemas. Pero Peggy debe esperar a que su despacho en la nueva oficina esté preparado. Debe vivir primero una etapa de transición. Se queda atrapada en un limbo -metafórico- en esa casa encantada con ecos del pasado que son las oficinas desmanteladas de su antigua agencia. Allí, Peggy vive momentos que parecen sacados de una película de terror: ese órgano misterioso que suena y que descubrimos luego tocado por Roger Sterling (John Slattery). En ese ambiente sobrenatural, Peggy protagoniza una extraña escena poética, patinando suavemente entre las ruinas mientras Roger toca el órgano. Tras esa experiencia -y ayudada por el alcohol- Peggy irrumpe por fin en McCann, en un plano final muy similar al que he mencionado antes, reflejando la entrada de su maestro Don que hemos visto al principio. Pero Peggy entra sonriente, fumando, oculta bajo unas gafas de sol que le dan seguridad y haciendo que los hombres se giren para mirarle. Para Don Draper era el final. Para Peggy, el principio.


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