-AVISO SPOILERS-
Indigenous, madre mía, hay que verla para creerla. Cualquiera que esté mínimamente curtido en el cine de terror sabrá que el grueso del género está compuesto de películas mediocres que responden a unas pautas argumentales muy repetitivas. Esquemas súper gastados como el de los turistas estadounidenses que se lanzan a la aventura descerebradamente y acaban despedazados. Hostel (Eli Roth, 2005) fue un éxito hace 10 años. El año siguiente vimos Turistas (John Stockwell, 2006). Dos años más tarde, una agradable variación en Las ruinas (Carter Smith, 2008). Y yo encantando. Son películas de consumo rápido, que me dan exactamente lo que busco y que hasta cierto punto considero honestas. No engañan a nadie. De vez en cuando aparece alguna joya como The Descent (Neil Marshall, 2005). Y cada década una auténtica obra mayor que cierra un ciclo y sirve de revisión a todo un subgénero, como The Cabin in the woods (Drew Goddard, 2012). Indigenous es decididamente "mala" pero no puedo evitar que me resulte simpática en su inocencia.
La película responde a los parámetros antes expuestos. Jóvenes que salen de los Estados Unidos y viajan a un lugar exótico: Panamá. Son todos muy guapos, atléticos y más bien sanos. Pero algo comienza a fallar cuando percibimos que el guionista Max Roberts intenta que estos chicos nos caigan bien. No son los típicos juerguistas que queremos ver morir. Scott (Zachary Soetenga) es un rubio repeinado que defiende a su generación denunciando las dificultades para encontrar empleo y la incertidumbre sobre su futuro. Es el discurso de cualquier chaval post-crisis, post-recortes, sí, pero que se queje estando de vacaciones en un resort no ayuda demasiado a su credibilidad. Lo cierto es que la caracterización de estos personajes no aporta demasiado. Por eso hay reglas: los que van a morir deben responder a unos arquetipos (el guapo, el gracioso, el fumeta) que nos permitan conocerlos de un solo brochazo para llegar cuanto antes a lo interesante, a sus muertes.
Por otro lado, hay que decir que Indigenous, en su prólogo, coquetea con el found footage, otro subgénero, en el que los protagonistas graban con cámaras todo lo que ocurre, incluso cuando están en peligro de muerte. Es un engaño. La película se desarrolla en tercera persona porque, en realidad, el vídeo que hemos visto al principio, grabado por el protagonista, Scott, se convierte en la variación argumental más loca que he visto en mucho tiempo. Algo así como mezclar la ya mencionada The Descent con Sex Tape. Algo pasa en la nube (Jake Kasdan, 2014). Esto convierte una película con un monstruo de Hecho en Syfy -¡El chupacabras!- en una especie de reality show completamente absurdo. Que el desenlace de una película de terror tenga un constante comentario de telediario -¡Panameño!- es, como poco, surrealista. El mejor apunte, seguramente involuntario, es cuando el personaje "salido", Trevor (Pierson Fode), se cree que el oscuro objeto de su deseo, Carmen (Laura Penuela), está viva a pesar de que no tiene cabeza. Claro, hasta entonces solo le había interesado su cuerpo.
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