Los inicios suelen ser emocionantes. Los finales, decepcionantes. No estoy hablando en los términos de un espectador friki ni en los de los temidos seriéfilos, esos que cinco años después siguen despotricando sobre el final de Lost (2004-2010). Aunque sí que tengo que defender, una vez más, las ideas detrás de esa serie. Me explico. Cuando una historia comienza, todo son posibilidades. La presentación de los personajes, los misterios que se plantean, los lugares que se podrían visitar: todo hace volar nuestra imaginación. Pero cuando una historia acaba, suele hacerlo de manera convencional. Seamos sinceros: sabemos que los protagonistas van a salir victoriosos ¿O no? Lo que los guionistas de Lost entendieron bien es que esa decepción podía superarse prescindiendo del desenlace. Que la historia no sea un círculo, sino una línea continua e infinita. Cada vez que se acerca el final, el autor se inventa algo para que la narración prosiga: otro grupo en la isla, viajes en el tiempo, extraños seres que podrían ser dioses. Como Sherezade en Las mil y una noches. El final de Lost puede resultar decepcionante, pero no era más que un cierre "en falso", un imperativo industrial que obliga a terminar una serie de televisión. La ficción de Damon Lindelof parecía concebida para continuar eternamente, como su hermana "menor", Fringe (2008-2013), cuyo desenlace tampoco tenía mucho que ver con la premisa inicial. Esta narrativa sin fin existe desde siempre en los comic-books: nadie espera el final de Superman, que se publica ininterrumpidamente desde 1938. Nadie quiere conocer el destino de James Bond, que ha protagonizado 23 películas desde 1962. Y creo que nadie tiene muchas expectativas sobre el final de series como Anatomía de Grey (2005) que ya lleva 11 temporadas y en la que han pasado tantas cosas que dudo mucho que su desenlace tenga alguna relación con lo que se plantearon los guionistas en la primera temporada. Sobre todo porque deben quedar pocos de los personajes del primer episodio... y de los guionistas originales.
Dicho esto, la segunda temporada de Agentes de S.H.I.E.L.D comenzó superando con creces a la primera. El enfrentamiento con HYDRA, la aparición de personajes clásicos de Marvel como el Hombre Absorbente, los posibles poderes de Skye (Chloe Bennet), la identidad de su padre (Kyle MacLachlan), la búsqueda de la misteriosa ciudad de los Inhumanos. Todas estas incógnitas han sido contestadas en el doble episodio final titulado S.O.S. así que los fanáticos de atar cabos estarán contentos. Pero yo lo estoy un poco menos.
-AVISO SPOILERS-
Primero. Creo que los Inhumanos podrían haber sido más interesantes. Estamos hablando de una raza de seres con superpoderes que al final acaban siendo cuatro o cinco personajes. Entiendo que el presupuesto de una serie de televisión limita el alcance de un concepto como éste, que probablemente será explotado mejor en una película, Inhumans, que veremos quizás en 2019. Pero aquí se quedan cortos. Por otro lado, que la gran villana resulte ser la madre de Skye, Jiaying (Dichen Lachman), es un giro sorprendente, pero ocurre demasiado cerca del final como para que el personaje tenga un desarrollo satisfactorio. Además, Calvin Zabo por fin se convierte en Mr. Hyde, pero su caracterización me ha parecido decepcionante. Un poco cutre. Y eso que la interpretación del que fuera el agente Dale Cooper es verdaderamente excéntrica.
Como he dicho antes, partimos de la idea de que sabemos de antemano que los héroes saldrán victoriosos ¿no? Por eso me ha gustado mucho la primera pelea que enfrenta a Skye con la agente May (Ming Na-Wen). Dos heroínas se enfrentan ¿quién saldrá vencedora? Hay varias peleas más en el episodio y la verdad es que todas están muy bien: la de Bobbi Morse (Adrianne Palicki) haciendo frente al traidor Grant Ward (Brett Dalton) y a la Agente 33 (Maya Stojan) es especialmente violenta. Esta pequeña subtrama, por cierto, resulta incluso más entretenida que la principal. También resultan muy entretenidos los esfuerzos de los agentes por derrotar a Gordon (Jamie Harris). Por último, destaca la pelea entre Skye y Alisha (Alicia Vela-Bailey) una inhumana pelirroja con la capacidad de autoclonarse. De lo mejor del episodio. Peleas aparte, es verdad que sabemos con seguridad que el director de S.H.I.E.L.D., Phil Coulson (Clark Gregg) saldrá vivo de esta historia: pero no esperábamos que le cortasen una mano. Son estos pequeños giros los que los guionistas se pueden permitir para mantener el interés. Además, mueren algunos personajes, sí, pero no echaremos de menos a ninguno.
¿Hay interés en la próxima temporada? Yo creo que sí. Aunque, repito, este capítulo final no abre caminos a futuras historias. Hay solo dos cliffhangers. El primero señala a Grant Ward como nuevo líder de HYDRA. Nada sorprendente. El segundo nos hace temer -un poco- por la vida de Jemma Simmons (Elizabeth Henstridge) ahora que había admitido -¡Por fin!- que también está enamorada de Leo Fitz (Iain De Caestecker). Nada demasiado prometedor. El lado positivo es que la tercera temporada de Agentes de S.H.I.E.L.D puede comenzar casi de cero. Todo son posibilidades. Nuestra imaginación puede volar libre una vez más.
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