-AVISO SPOILERS-
"Nosotros creamos nuestros propios demonios". Lo dice Tony Stark (Robert Downey Jr.) al principio de la película en una declaración de intenciones de la que Iron Man 3 no se desvía más que para ofrecer las necesarias -y estupendas- secuencias de acción. Lo cierto es que el héroe de la armadura siempre ha creado a sus propios enemigos. Su tecnología fue utilizada contra él por Iron Monger (Jeff Bridges) en Iron Man (Jon Favreau, 2008). En la secuela, Iron Man 2 (Jon Favreau, 2010), el superhéroe sufría la venganza de Ivan Vanko (Mickey Rourke) por los pecados de su padre. Además, Tony Stark suele enfrentarse a muchos problemas para controlar sus creaciones: ahí están War Machine, ahora Iron Patriot (Don Cheadle), su propia armadura a las órdenes del Gobierno. La posterior Los Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015) también nos habla de ello.
En Iron Man 3, hacerle un feo a un genio friki, Aldrich Killian (Guy Pearce), se vuelve contra el protagonista. La empresa de Killian, A.I.M. (Ideas Mecánicas Avanzadas), crea Extremis, un concepto que lleva los chalecos bomba a la ciencia ficción. Extremis juega además con un sentimiento de culpa estrechamente relacionado con Stark, el de los pecados de guerra. El personaje siempre llevará encima la mancha moral de haber vendido armas a los militares y aquí el villano utiliza como carne de cañón a veteranos mutilados para simular los ataques terroristas.
En el Universo Marvel cinematográfico, la invasión alienígena de Los Vengadores (Joss Whedon, 2012) es el equivalente al 11-S. En ese clima, el villano Killian crea a su propio Bin Laden, el Mandarín -interpretado por un actor interpretado por Ben Kingsley- que aquí ya no es asiático -como en los cómics- sino que responde al estereotipo árabe del radical islamista. Aún así, se mantienen referencias al origen del personaje como el ataque al Teatro Chino de Los Angeles y la crítica a las galletas chinas. El problema para Iron Man es que el Gobierno estadounidense no se fía de los superhéroes y prefiere confiar en armas bajo su control como el ya mencionado Iron Patriot, que paradójicamente acaba convirtiéndose en el caballo de Troya de Killian para matar al presidente. Que el único capaz de utilizar las armas para contrarrestar el mal sea el héroe -ante la inoperancia y corrupción del Gobierno- es un reflejo del individualismo del cine de acción estadounidense más ochentero, al que el director, Shane Black -guionista de Arma Letal (Richard Donner,1987)- no es ajeno. Ahí está la machada de Stark ante los medios -matizada por la ironía- en la que declarar estar dispuesto a matar al Mandarín: todavía no sabe que éste no existe. Que el falso villano sea una pura invención mediática no puede ser otra cosa que un comentario sobre la construcción simplificadora que los medios hacen de la realidad, a sabiendas de que el miedo vende. Para remate, el capitalismo de película de James Bond de Killian es el verdadero mal: el villano pretende controlar al terrorista y también venderle armas al Gobierno para combatirlo. El negocio redondo. Todo muy coherente, por cierto, con el clima de la posterior película Marvel, Capitán América: El Soldado de Invierno (Anthony y Joe Russo, 2014). En ambas el objetivo inicial es defenderse de amenazas externas cuando el verdadero enemigo es interno y encima estadounidense: allí Alexander Pierce (Robert Redford), aquí Aldrich Killian.
Las consecuencias de la invasión alienígena que he mencionado antes, no repercuten solo en la "seguridad nacional", sino que son también psicológicas. Tony Stark sufre ataques de ansiedad cada vez que le recuerdan la batalla de Nueva York. Su miedo le lleva a extremos -¿lo pilláis?- como llamar a su armadura durante una pesadilla para protegerle, cosa que no le gusta nada a su pareja, Pepper Potts (Gwyneth Paltrow). Luego, la mano de esa misma armadura le salvará de morir ahogado. En una imagen que resume el conflicto interior de Tony Stark, vemos al héroe arrastrando sobre la nieve la armadura inerte -se ha quedado sin batería- como si fuera un cadáver. Su propio cadáver. La armadura juega un papel importante en la psicología -fragmentada- de Stark, pero además, sirve de contrapunto cómico. Cada momento heroico de Iron Man 3, que los hay -el ataque a su mansión, el rescate de los que caen del avión presidencial- tiene un remate antiépico con la desarticulación de la armadura en piezas de metal. Al final, como es obvio, Stark debe hacer frente a las amenazas sin su traje y de hecho, para matar a su enemigo le coloca a éste la armadura y la autodestruye. No deja de ser un gatillazo, porque Aldrich Killian muere finalmente en manos de Pepper, principal rival del protagonismo de la armadura en la vida de Stark y detractora de la misma: nótese con qué rabia Pepper, con los poderes Extremis, destroza una de ellas. Al final Tony se deshace de las 40 y tantas armaduras en un acto de purificación que enlaza en la escena postcréditos con una improvisada terapia psicológica con el doctor Bruce Banner (Mark Ruffalo).
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