El capítulo final de Perdidos (2004-2010) tuvo el inesperado efecto secundario de identificar claramente a los haters, a los seriéfilos y en general a esos frikis que necesitan que todo el mundo sepa lo mucho que odian las series y películas que ven. Estoy hablando de esos que echaron a Damon Lindelof de Twitter simplemente porque éste no cerró su historia como ellos querían. Esta mala fama -poco o nada justificada- del guionista puede ser una de las razones por la que una serie como The Leftovers ha pasado relativamente desapercibida. Otro de los motivos para la aparente menor repercusión de la serie de Lindelof y Tom Perrota es que da bajón. La premisa, la desaparición de un 2% de la población mundial, significa que todos los personajes están deprimidos porque han perdido a un ser querido. Esta cuestión de tono no impide que el nivel -sobre todo de los guiones- de la primera temporada haya sido altísimo. Ahora bien, el primer capítulo de la segunda entrega parece cambiarlo todo.
Axis Mundi, el eje del mundo, se sitúa en un milagroso pueblo en el que no ha habido ni una sola desaparición. Esto genera un contraste completo con el pueblo de la primera temporada: aquí todos son felices. O al menos eso parece. Porque la estrategia narrativa de Lindelof es desorientar al espectador y el episodio comienza nada menos que en la prehistoria, con una mujer primitiva embarazada, un temblor y lo que parece la primera desaparición de la historia: se esfuma toda su tribu. Tras esto, una transición temporal digna de 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) y llegamos a la actualidad, al ya mencionado pueblo, en el que vemos a pintorescos vecinos utilizando carritos de golf -posible referencia a la serie de culto El prisionero (1967)- y una especie de anacoreta subido a una torre -como en Simón del desierto (Luis Buñuel, 1965)-. Este inicio está en la línea de lo mejor de Perdidos -recuerda también a la despreciada Prometheus (Ridley Scott, 2012) por su ambición- y desorienta, incluso, a los que hemos visto la primera temporada -yo encantado- que tenemos que esperar varios minutos para poder ver a un personaje reconocible. Esta forma de contar, de dosificar la información, fue la clave del éxito de Perdidos y no se puede negar que engancha, que mantiene atrapado al espectador.
En este capítulo, los pequeños misterios se acumulan ¿Qué valor tiene el agua de este milagroso pueblo? ¿Dónde está el grillo que canta dentro de la casa de John Murphy (Kevin Carroll)? ¿Por qué parece que todo el mundo teme a este bombero exconvicto que apalea a los mentirosos? ¿Quién dejó un pastel en su puerta? ¿Por qué un hombre entra en una cafetería y sacrifica un carnero? ¿Por qué se produce ahora una nueva desaparición? Alguno sospechará que estos enigmas nunca se resolverán: puede ser, pero lo importante es que hemos disfrutado de 60 absorbentes minutos, y, todavía mejor, ahora tenemos siete días para darle rienda suelta a nuestra imaginación intentando explicarlos hasta el próximo episodio.
CAPÍTULO: TEMPORADA ANTERIOR
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