GRIMM -TEMPORADA 4-


Entre las series que pasan completamente desapercibidas -hay demasiadas para abarcarlas todas- Grimm es probablemente mi favorita. Las series de calidad como Mad Men, Better Call Saul o Fargo son conocidas por todos. Aunque probablemente no las ven todos esos que dicen seguirlas y serán todavía menos los que realmente las entienden. Luego, para mí, hay un grupo de series mediocres, pero con una legión de espectadores: House of Cards, Juego de Tronos, Homeland, The Walking Dead. Por último, tenemos las series "juveniles", ficciones con muchos fans, algunas de pésima calidad, como Arrow, otras francamente entretenidas, como The Flash. El problema de Grimm es que no pertenece a ninguna de estas categorías.


Obviamente no es una serie con ambiciones artísticas. Tampoco alcanza los niveles de calidad de su principal modelo, la mítica Expediente X (1993-2002). Quizás no llegue a ser una serie de culto como su otro referente, Buffy Cazavampiros (1997-2003). Grimm tiene la profundidad y el ritmo de una serie juvenil, pero luego sorprende con momentos de oscuridad que decididamente no son aptos para un preadolescente. Lo que me engancha de Grimm -no me da vergüenza admitirlo- es su tono pulp, como de tebeo de terror y sobre todo su apuesta por crear un universo de ficción propio que se va ampliando con cada episodio. Si has visto las cuatro temporadas de esta serie, ya eres un friki de Grimm -¿Un grimmie?- porque resultaría muy difícil explicarle a alguien que nunca ha visto un episodio lo que ocurre. Grimm se ha esmerado en crear un folklore de sí misma con razas wessen, sus propios hechos históricos, leyendas, clanes enfrentados y antiguas familias reales. En este sentido, Grimm es similar a True Blood, pero sin la distancia irónica de ésta. Grimm tiene sentido del humor, sí, pero se toma a sí misma en serio, lo que le confiere una pureza, una inocencia, que resulta refrescante en estos tiempos de ficción autoconsciente y postmoderna. 


En esta cuarta temporada de Grimm han pasado un montón de cosas, siguiendo la línea fresca y aventurera de toda la serie. Tenemos la consolidación de Trubel (Jacqueline Toboni) como sidekick para el héroe, Nick (David Giuntoli). La pérdida y recuperación de los poderes de éste. La aparición de una secta, la Wessenrein, equivalente al Ku Klux Klan con simbología de reminiscencias nazis. El "despertar" del sargento Wu (Reggie Lee) a la realidad de la existencia de los wessen. La posesión del capitán Sean Renard (Sasha Roiz), por parte de nada menos que de Jack el Destripador. Los wessen enanos adictos a la fruta escarchada. La transformación de Juliette (Bitsie Tullocj) en hexenbiest. El enfrentamiento con un nuevo y temible príncipe de la familia real, Kenneth (Nico Evers-Swindell). La revelación de que Adalind (Claire Coffee) espera un hijo de Nick. Todo esto -y más- ha hecho que esta temporada de Grimm sea tan entretenida como siempre, pero además, esta entrega de la serie ha cobrado un tono más grave. Casi crepuscular. Wu al borde de la locura porque no querían revelarle la verdad. La culpa del capitán Renard por los asesinatos cometidos mientras estaba poseído. Monroe (Silas Weir Mitchell) y Rosalee (Bree Turner) dando rienda suelta a su lado salvaje al devorar a los miembros de la Wessenrein. La orgía de cuerpos de los wessen que "roban" el calor corporal y que me recordó a Society (Brian Yuzna, 1989). Y sobretodo la caída al lado oscuro de Juliette -que parece inspirada en la Saga de Fénix Oscura de The Uncanny X-Men (1976-1977)- que quiebra la amistad de los protagonistas y confirma la tendencia de la ficción actual a prescindir de los antagonistas para convertir a los propios héroes y sus debilidades en la fuente principal del conflicto.

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