El depredador es más grande que sus películas. El extraterrestre cazador de humanos es un personaje con un atractivo brutal, que ha dado pie a seis películas, una duradera línea de cómics y varios videojuegos de éxito. Pero sus películas, la verdad, no son precisamente memorables como obras cinematográficas, aunque sí hayan servido para prolongar, expandir y mantener con vida una mitología con mucho potencial. Todo empezó con un pequeño clásico de la ciencia ficción, de corte bélico, que trascendió la enorme figura de Arnold Schwarzenegger, a la que el film buscaba un contrincante a su altura en el espacio exterior. Pero el guión de Jim y John Thomas era inteligente, la dirección de John McTiernan inspirada y un exceso de testosterona la hacía irresistible. Algo menos afortunada fue su secuela, que llevaba la misma trama a una jungla de asfalto y al género policíaco noventero. Luego el depredador tendría que enfrentarse a los xenomorfos de Alien en dos monster-smash: la primera, una aventura de serie B, simpática y pulp, dirigida por Paul W. S. Anderson. Luego, un segundo round con los bichos de H.R. Giger con un high school como escenario imposible. El primer intento de reiniciar la saga fue Predators, que partía de una interesante idea de Robert Rodríguez, en una película coral de supervivencia, llevada a cabo con menos brillo del merecido por Nimrod Antal. Pero que fácilmente se postula como la mejor secuela del original. Con estos precedentes llegamos a Shane Black, guionista y director que esgrime un parentesco casi irrebatible con el material: como actor fue Hawkins, personaje que murió a manos del depredador original de 1987. Black fue el guionista estrella del cine de acción de los 90: Arma Letal y su primera secuela, El último Boyscout y El último gran héroe. Luego comenzó una recomendable carrera como director con Kiss Kiss, Bang Bang (2005). Por todo esto se podían tener grandes esperanzas en esta El Depredador. Y en parte, la película cumple. Tiene una historia interesante: un depredador aparece -como siempre- en un conflicto armado terrestre, pero, esta vez, es perseguido por otro ser de su misma especie. Shane Black brilla en su dibujo de personajes, verdaderamente divertidos, definidos por sus objetos personales -las armas del extraterrestre, un rifle de francotirador, un paquete de tabaco- y está fino en las réplicas que le han hecho famoso. Hay escenas espectaculares, mucha sangre y un ritmo endiablado. No olvidemos la música del compositor Henry Jackman, que clona la banda sonora original de Alan Silvestri. Resaltemos, además, un sabor ochentero innegable: sobre todo en el personaje del niño -Black vuelve a darle importancia a un crío tras Iron Man 3 (2013)-. Mencionemos también en los créditos de guión al entrañable Fred Dekker, autor del simpático homenaje a la scifi de los 50 que es El terror llama a su puerta (1986), pero también de la secuela de saldo que es Robocop 3 (1993). Black y Decker colaboraron en un clásico menor como Una pandilla alucinante (1987) que era pura nostalgia, de los monstruos de la Universal, mezclada con Los Goonies (1985). Con estos mimbres debería haber salido un peliculón, pero el resultado es, sin embargo, una obra que se debe demasiado a Shane Black. Por momentos parece que el depredador, en realidad, le estorba. A Black le interesa más crear una dinámica divertida entre sus personajes, bien interpretados por Boyd Holbrook de Narcos, Olivia Munn de X-Men: Apocalipsis, Trevante Rhodes de Moonlight, Keegan-Michael Key, Thomas Jane, Yvonne Strahoski de El cuento de la criada, el niño Jacob Tremblay de La habitación, y Alfie Allen de Juego de Tronos-. Con ellos consigue una comedia similar a otra cinta suya, Dos buenos tipos (2016). A esto hay que añadir una premisa endeble: cuesta justificar, al principio, cómo se relacionan los personajes y el porqué se enfrascan en un conflicto con el depredador. Además, el argumento parece deslavazado y avanza a base de golpes de ingenio. Incluso se olvida en el desenlace de algún personaje y deja sin resolver alguna subtrama. Una pena.
EL DEPREDADOR -OPORTUNIDAD PERDIDA
El depredador es más grande que sus películas. El extraterrestre cazador de humanos es un personaje con un atractivo brutal, que ha dado pie a seis películas, una duradera línea de cómics y varios videojuegos de éxito. Pero sus películas, la verdad, no son precisamente memorables como obras cinematográficas, aunque sí hayan servido para prolongar, expandir y mantener con vida una mitología con mucho potencial. Todo empezó con un pequeño clásico de la ciencia ficción, de corte bélico, que trascendió la enorme figura de Arnold Schwarzenegger, a la que el film buscaba un contrincante a su altura en el espacio exterior. Pero el guión de Jim y John Thomas era inteligente, la dirección de John McTiernan inspirada y un exceso de testosterona la hacía irresistible. Algo menos afortunada fue su secuela, que llevaba la misma trama a una jungla de asfalto y al género policíaco noventero. Luego el depredador tendría que enfrentarse a los xenomorfos de Alien en dos monster-smash: la primera, una aventura de serie B, simpática y pulp, dirigida por Paul W. S. Anderson. Luego, un segundo round con los bichos de H.R. Giger con un high school como escenario imposible. El primer intento de reiniciar la saga fue Predators, que partía de una interesante idea de Robert Rodríguez, en una película coral de supervivencia, llevada a cabo con menos brillo del merecido por Nimrod Antal. Pero que fácilmente se postula como la mejor secuela del original. Con estos precedentes llegamos a Shane Black, guionista y director que esgrime un parentesco casi irrebatible con el material: como actor fue Hawkins, personaje que murió a manos del depredador original de 1987. Black fue el guionista estrella del cine de acción de los 90: Arma Letal y su primera secuela, El último Boyscout y El último gran héroe. Luego comenzó una recomendable carrera como director con Kiss Kiss, Bang Bang (2005). Por todo esto se podían tener grandes esperanzas en esta El Depredador. Y en parte, la película cumple. Tiene una historia interesante: un depredador aparece -como siempre- en un conflicto armado terrestre, pero, esta vez, es perseguido por otro ser de su misma especie. Shane Black brilla en su dibujo de personajes, verdaderamente divertidos, definidos por sus objetos personales -las armas del extraterrestre, un rifle de francotirador, un paquete de tabaco- y está fino en las réplicas que le han hecho famoso. Hay escenas espectaculares, mucha sangre y un ritmo endiablado. No olvidemos la música del compositor Henry Jackman, que clona la banda sonora original de Alan Silvestri. Resaltemos, además, un sabor ochentero innegable: sobre todo en el personaje del niño -Black vuelve a darle importancia a un crío tras Iron Man 3 (2013)-. Mencionemos también en los créditos de guión al entrañable Fred Dekker, autor del simpático homenaje a la scifi de los 50 que es El terror llama a su puerta (1986), pero también de la secuela de saldo que es Robocop 3 (1993). Black y Decker colaboraron en un clásico menor como Una pandilla alucinante (1987) que era pura nostalgia, de los monstruos de la Universal, mezclada con Los Goonies (1985). Con estos mimbres debería haber salido un peliculón, pero el resultado es, sin embargo, una obra que se debe demasiado a Shane Black. Por momentos parece que el depredador, en realidad, le estorba. A Black le interesa más crear una dinámica divertida entre sus personajes, bien interpretados por Boyd Holbrook de Narcos, Olivia Munn de X-Men: Apocalipsis, Trevante Rhodes de Moonlight, Keegan-Michael Key, Thomas Jane, Yvonne Strahoski de El cuento de la criada, el niño Jacob Tremblay de La habitación, y Alfie Allen de Juego de Tronos-. Con ellos consigue una comedia similar a otra cinta suya, Dos buenos tipos (2016). A esto hay que añadir una premisa endeble: cuesta justificar, al principio, cómo se relacionan los personajes y el porqué se enfrascan en un conflicto con el depredador. Además, el argumento parece deslavazado y avanza a base de golpes de ingenio. Incluso se olvida en el desenlace de algún personaje y deja sin resolver alguna subtrama. Una pena.
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