Le Mans ’66 nos transporta en el tiempo no solo a los años 60 en los que transcurre esta película sobre la famosa carrera en 24 horas, sino a un cine clásico, de personajes de una pieza, de momentos emocionantes y con la clara voluntad de entretener. Como una vieja película de Steve McQueen. Una fórmula anticuada, seguramente, que aquí funciona, sin embargo, estupendamente, porque todos los elementos de la cinta -como las piezas mecánicas de los coches que aparecen en la pantalla- están ejecutados con pericia. La dirección firme y vibrante de James Mangold -el neo western de superhéroes, Logan (2017)-; el sólido guión firmado por los hermanos Jez y John-Henry Butterworth y Jason Keller; un diseño de producción fantástico que recrea la época y los coches en cuestión; y por supuesto, buenas interpretaciones. Todo es perfecto, limpio y quizás cómodo, en una película cuyo mensaje ataca claramente la mentalidad corporativa para ensalzar el individualismo, el riesgo, el genio. Algo así como el discurso de Martin Scorsese sobre las películas de Marvel. Esta idea está personificada en el protagonista, el piloto Ken Miles que interpreta Christian Bale, en otra de esas grandes actuaciones a las que ya nos tiene acostumbrados. Bale, siempre camaleónico -vuelve a perder mucho peso para este rol- se transforma en un tipo peculiar, entre heroico y ridículo, de personalidad y temperamento fuertes, de cerrado acento británico, con la capacidad y la obsesión de ser uno con la máquina cuando vuela sobre el asfalto de la pista. Bale en la piel de Ken Miles es el espíritu de la película, lo único que sorprende y destaca por encima de un producto impecable. Un personaje salvaje, humanizado a través de la entrañable y manida relación con su hijo Peter (Noah Jupe). Además, Matt Damon está perfecto como el expiloto Carroll Shelby, contrapunto del protagonista; Josh Lucas parece solo correcto como el odioso ejecutivo sin matices. Es esta una película de hombres, en el que el único personaje femenino es una esposa y madre que apoya a su marido en su obsesión por ser el más rápido. No es esto un defecto, en una cinta sobre un mundo, el del motor, en el que habría pocas mujeres en aquella época. Aunque intenta evitar la épica con un anticlímax, estamos ante una historia de superación, de la búsqueda de un sueño -enmarcado en la lucha de Ford por superar a Ferrari en el circuito- que desemboca en la carrera del título, rodada de forma sobresaliente por Mangold, con coches reales y utilizando los efectos especiales digitales solo como un recurso más. El gran logro de esta cinta es que consigue meternos dentro de uno de estos bólidos de competición. Le Mans ’66 es el cine de siempre, sí, pero brillantemente ejecutado y la mejor excusa para volver a las salas. No esperéis a verla en casa.
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