TERMINATOR: DESTINO OSCURO -VIEJAS GLORIAS


Más que la innecesaria quinta secuela de Terminator (1984), Terminator: Destino oscuro es el remake de la película original y de Terminator 2 (1991) con la vista puesta en contar una ‘nueva’ historia, reiniciando la franquicia y eliminando de la continuidad Terminator 3 (2003), Terminator Salvation (2009) y Terminator: Génesis (2016). La estrategia no es nueva, se proponen personajes jóvenes, Dani Ramos (Natalia Reyes), Grace (Mackenzie Davis) y un nuevo Terminator, el Rev-9 (Gabriel Luna) y se mantienen a los personajes clásicos como secundarios, como garantía de autenticidad: véanse la nueva trilogía de Star Wars, las últimas entregas cinematográficas de Star Trek o la futura Cazafantasmas 3. Aquí, Linda Hamilton y Arnold Schwarzenegger retoman unos roles que ya son iconos del cine y de la ciencia ficción, y ellos son lo mejor de la película y por lo que vale la pena pagar la entrada (si eres fan de la saga). La nueva generación cumple sin más, MacKenzie Davis está bastante bien y Natalia Reyes hace lo mejor que puede. Detrás de la historia está nada menos que James Cameron, que plantea que el futuro y la esperanza de la raza humana está al sur del muro de Donald Trump; y que se ríe con su amigo Arnold convirtiéndolo en un fanático del rifle de Texas, de esos que esperan el Apocalipsis (aunque esta vez, con razón). Por si fueran pocos estos apuntes políticos, a las frases recurrentes de la saga, como 'volveré' y 'ven conmigo si quieres vivir', se suma un 'yes you can' en el clímax, dicho con morriña por Obama. Los guionistas respetan el esquema argumental del 'viaje del héroe', del que se suele valerse Cameron en sus películas y plantean, además, que las nuevas tecnologías -móviles, redes, GPS- son el verdadero enemigo, recordándonos que esto empezó en tiempos analógicos, con un cyborg asesino buscando el nombre de su víctima, Sarah Connor, en la guía telefónica. Todo esto habría dado para una buena película pero la gran decepción -para mí- es el director, Tim Miller. Si en Deadpool (2016) se mostraba imaginativo y gamberro, aquí resulta soso, torpe en el manejo de la tensión, y sobre todo pedestre en las escenas de acción que parecen intercambiables con las de cualquier blockbuster de efectos digitales de hoy en día. Una pena.

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