Dos personajes, tradicionalmente masculinos, un agente del servicio de inteligencia del MI5 y un asesino a sueldo, se convierten en mujeres y todo cambia. Creada por Phoebe Waller-Bridge -autora de Fleabag-, Killing Eve apuesta por desmitificar, como si darle el protagonismo a dos mujeres significara, necesariamente, reírse de las fantasías machistas de poder que solemos encontrar en la ficción protagonizada por este tipo de personajes, desde James Bond hasta John Wick. La agente de inteligencia Eve Polastri (Sandra Oh) tiene poco del glamour de un espía, se muere por desayunar un bollo en mitad de una reunión y ha trasnochado tras celebrar el cumpleaños de un compañero en un karaoke. Es una funcionaria corriente y aburrida, hundida en la mediocridad, pero muy inteligente y deseosa de ser relevante. No por casualidad, Eve es la primera en reconocer que la persona que ha asesinado a un político ruso es, también, una mujer. Esta es Villanelle (Jodie Comer) una asesina letal -lo demuestra la escena en la que clava una aguja del pelo en el ojo de su víctima- que sin embargo puede picarse jugando a hacer caras con una niña y que tiene la crueldad de estropearle el helado que comía. El primer episodio de la serie, Nice Face, nos presenta a estos dos personajes y nos deja con unas ganas locas de verlas juntas.
Killing Eve puede ser la ficción más desconcertante que he visto. Funciona como una intriga de espionaje, con sus tramas enrevesadas, sorpresas, dobles lealtades y traiciones. Pero los personajes principales sorprenden con sus reacciones a lo que les ocurre, auténticas salidas de tiesto que cambian las reglas de lo que podemos esperar. Por describir algunos rasgos de Villanelle, hay que destacar su forma de mantener relaciones (bi)sexuales, que le gusten los himnos nacionales, que utilice un tampón como subterfugio para infiltrarse en territorio enemigo -todos son sus enemigos-, o los gritos que intercambia con una niña a la que ha secuestrado, demostrando que el personaje es básicamente, un ser inmaduro. Por otro lado, señalemos la naturalidad con la que Eve le cuenta a su pareja su nueva misión -¡cazar a una asesina internacional!- y el estallido violento que experimenta en el piso de Villanelle, un exabrupto de destrucción sin sentido que es sin duda una catarsis del estrés vivido tras varias situaciones de vida o muerte pero sobre todo, tras toda una existencia gris. Lo más interesante de la primera temporada de Killing Eve es el extraño juego que se establece entre los dos personajes principales, dos mujeres, que en principio tienen poco en común, separadas por distancias internacionales, pero unidas en un juego del gato y el ratón, entre la admiración y el odio, de una atracción con connotaciones lésbicas. Cada encuentro entre las dos es tan tenso como impredecible, y su enfrentamiento/reunión al final de la primera temporada, absolutamente sorprendente, nos mete en el terreno de lo irracional.
Es quizás en la segunda temporada de Killing Eve cuando descubro una gran serie. Primero, comprendo que estoy ante una ficción de personajes, en la que lo importante es el desarrollo de sus protagonistas, y la trama de espías resulta más bien secundaria. Villanelle es un gran hallazgo. Un personaje atractivo, divertido, pero también aterrador cuando aparecen sus rasgos psicópatas, en los que Jodie Comer se luce. Villanelle lleva al límite la capacidad del espectador para identificarse con su personaje. Los guiones tienen un punto sádico porque nos engatusan primero con actitudes divertidas de la asesina -sobre todo sus muchas excentricidades- para luego golpearnos con momentos de crueldad que nos hacen sentir horrorizados, sobre todo por haber simpatizado con ella. Villanelle es un personaje completamente impredecible y nos identificamos plenamente con el temor que siente Eve frente a ella. Si al inicio de la segunda entrega se reproducía la dinámica de la primera temporada en la que Eve seguía los pasos a Villanelle, quien, a su vez, acechaba a la agente, en los siguientes capítulos esta situación cambia -ojo spoilers- cuando las dos comienzan a colaborar juntas, lo que aumenta el interés de la trama -y también la tensión en todo lo que ocurre-. El guión profundiza en las protagonistas y en los personajes que las rodean. Así, gana importancia la relación de Eve con su marido, Niko Polastri (Owen McDonald), deteriorada por el trabajo de Eve y sobre todo por la maligna influencia de Villanelle. Este conflicto es lo más interesante de la serie: Eve, aburrida por la rutina de su vida cotidiana se siente atraída por Villanelle, un personaje misterioso, aventurero y sexy. Lo fácil sería que Eve abandonara a su marido, pero el guión es inteligente haciendo de éste una buena persona, un tipo soso, pero razonable y entrañable, lo que aumenta la tensión del conflicto interior de la agente. La asesina, por otro lado, es una fantasía de poder materializada: en sociedad, hace lo que quiere, sin atender a ningún tipo de norma o convención. Villanelle ejecuta los deseos ocultos de Eve en más de una ocasión, sobre todo -atención spoiler- cuando elimina a su posible rival por el amor de Niko. Pero claro, cada acción de Villanelle tiene un coste moral para Eve, que se irá acercando poco a poco a una oscuridad aterradora, en una pérdida gradual de su humanidad. Villanelle expresa, además, un vacío existencial, un hastío, que refleja las preocupaciones de nuestra sociedad en la que la cada vez es más complicado establecer relaciones humanas reales, lazos afectivos verdaderos en un mundo cada vez más individualista y marcado por las comunicaciones online. Buen ejemplo es el entusiasmo infantil con el que Villanelle quiere meterse en la vida de Eve, tras conocerla a distancia. Quizás, si queremos entender el mensaje de Killing Eve -si es que queremos buscar uno- hay que fijarse en el otro gran hallazgo de la segunda temporada: el personaje del millonario Aaron Peel (Henry Lloyd-Hughes), diabólico cruce del genio y la soberbia de Steve Jobs con la capacidad de inmiscuirse en nuestra vida privada de David Zuckerberg. El personaje es un comentario -divertido- sobre la falta de ética de los poderosos, la pérdida de la intimidad de pueden conllevar las redes sociales, todo ello contenido en un sujeto retorcido, sádico y sin límites en su necesidad de control sobre los que lo rodean. Hasta que conoce a Villanelle.
Es quizás en la segunda temporada de Killing Eve cuando descubro una gran serie. Primero, comprendo que estoy ante una ficción de personajes, en la que lo importante es el desarrollo de sus protagonistas, y la trama de espías resulta más bien secundaria. Villanelle es un gran hallazgo. Un personaje atractivo, divertido, pero también aterrador cuando aparecen sus rasgos psicópatas, en los que Jodie Comer se luce. Villanelle lleva al límite la capacidad del espectador para identificarse con su personaje. Los guiones tienen un punto sádico porque nos engatusan primero con actitudes divertidas de la asesina -sobre todo sus muchas excentricidades- para luego golpearnos con momentos de crueldad que nos hacen sentir horrorizados, sobre todo por haber simpatizado con ella. Villanelle es un personaje completamente impredecible y nos identificamos plenamente con el temor que siente Eve frente a ella. Si al inicio de la segunda entrega se reproducía la dinámica de la primera temporada en la que Eve seguía los pasos a Villanelle, quien, a su vez, acechaba a la agente, en los siguientes capítulos esta situación cambia -ojo spoilers- cuando las dos comienzan a colaborar juntas, lo que aumenta el interés de la trama -y también la tensión en todo lo que ocurre-. El guión profundiza en las protagonistas y en los personajes que las rodean. Así, gana importancia la relación de Eve con su marido, Niko Polastri (Owen McDonald), deteriorada por el trabajo de Eve y sobre todo por la maligna influencia de Villanelle. Este conflicto es lo más interesante de la serie: Eve, aburrida por la rutina de su vida cotidiana se siente atraída por Villanelle, un personaje misterioso, aventurero y sexy. Lo fácil sería que Eve abandonara a su marido, pero el guión es inteligente haciendo de éste una buena persona, un tipo soso, pero razonable y entrañable, lo que aumenta la tensión del conflicto interior de la agente. La asesina, por otro lado, es una fantasía de poder materializada: en sociedad, hace lo que quiere, sin atender a ningún tipo de norma o convención. Villanelle ejecuta los deseos ocultos de Eve en más de una ocasión, sobre todo -atención spoiler- cuando elimina a su posible rival por el amor de Niko. Pero claro, cada acción de Villanelle tiene un coste moral para Eve, que se irá acercando poco a poco a una oscuridad aterradora, en una pérdida gradual de su humanidad. Villanelle expresa, además, un vacío existencial, un hastío, que refleja las preocupaciones de nuestra sociedad en la que la cada vez es más complicado establecer relaciones humanas reales, lazos afectivos verdaderos en un mundo cada vez más individualista y marcado por las comunicaciones online. Buen ejemplo es el entusiasmo infantil con el que Villanelle quiere meterse en la vida de Eve, tras conocerla a distancia. Quizás, si queremos entender el mensaje de Killing Eve -si es que queremos buscar uno- hay que fijarse en el otro gran hallazgo de la segunda temporada: el personaje del millonario Aaron Peel (Henry Lloyd-Hughes), diabólico cruce del genio y la soberbia de Steve Jobs con la capacidad de inmiscuirse en nuestra vida privada de David Zuckerberg. El personaje es un comentario -divertido- sobre la falta de ética de los poderosos, la pérdida de la intimidad de pueden conllevar las redes sociales, todo ello contenido en un sujeto retorcido, sádico y sin límites en su necesidad de control sobre los que lo rodean. Hasta que conoce a Villanelle.
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