Con buenas intenciones se presenta Pullman, cinta dirigida por el mallorquín Toni Bestard que utiliza su isla natal como un microcosmos que refleja la España actual. Dos niños, uno hijo de inmigrantes (Keba Diedhou), otra (Alba Bonnie) hija de una madre soltera de clase trabajadora (precaria), se escapan de casa -de los edificios residenciales que dan título a la cinta- para vivir una aventura en el mundo real. Con esta excusa, Bestard muestra situaciones que reflejan, sobre todo, las desigualdades sociales, fácilmente detectables en una Palma de Mallorca que conjuga hoteles de lujo y casinos, con turismo de borrachera, prostitución y drogas. Los infantes protagonistas, desde su inocencia, se enfrentan a estas realidades con una mirada limpia que acepta las cosas como son y que no juzga, aunque también sean inconscientes de los peligros a los que se enfrentan, como ese 'lobo feroz' disfrazado de friki que regala caramelos para atraer a sus víctimas. Los dos niños, con un bonobus robado, se mueven por el parque de atracciones del capitalismo, colándose por debajo de una valla y disfrutando de prestado de las bondades del consumismo que les están vedadas por su condición social. Bestard convierte en páginas de un cuento infantil los escenarios decadentes de falso lujo y de edificios deshumanizados en los que no parece que pueda vivir nadie. Es inevitable comparar Pullman con la magnífica The Florida Project y si esta proponía el reino 'mágico' de Disney World como un símbolo de la felicidad inalcanzable para los niños desfavorecidos, aquí Bestard se sirve de la familia Real española y sus veraneos anuales en el Palacio de Marivent con intenciones muy similares.
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