Marco
Bellocchio, nacido en 1939, todavía más veterano que Martin Scorsese, también habla de
un ‘soldado’ mafioso en El traidor y como se hace en El irlandés, a partir de contarnos una historia del
crimen organizado, habla de su país, y hace además el relato de una vida. Estamos ante un film crepuscular que traza el final de una forma de hacer en la
Mafia -un invento periodístico según el protagonista- cuyos ‘valores’ se
pierden tras comenzar la Cosa Nostra a traficar con heroína -tema que aparece
también en el gran clásico del género, El padrino (1972). De hecho, aquí también
aparece el apellido Corleone. Basada en hechos reales, el protagonista es un
enorme Pierfrancesco Favino, al que vemos durante todo el recorrido vital de su personaje, Tomasso Buscetta, y ojo, sin necesidad de recurrir a los trucajes digitales que rejuvenecieron a Robert De Niro.
Bellocchio utiliza una narrativa fragmentada que fluye como la memoria, que
salta de un tiempo a otro, de Sicilia a Brasil y a Estados Unidos. Los
recuerdos se contradicen, se matizan, se apagan en un film de interrogatorios
judiciales y asesinatos de una violencia tremenda en el que los criminales,
comparados con hienas, hablan de honor y de moral constantemente. El traidor,
por supuesto, como El irlandés, habla de lealtades y sobre todo de la soledad
que significa sobrevivir a todos los demás.
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